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Hablar del carácter de un individuo es «hacer referencia a quién es», señala James Arthur, fundador del Jubilee Centre for Character de la Universidad de Birmingham. Entendiendo por carácter el conjunto de capacidades que orientan el modo habitual de comportarse de una persona. Los rasgos del carácter son consistentes a través de las diferentes situaciones y de la vida, pero no son inamovibles. El carácter puede ser cultivado y puede corromperse. Y es multidimensional, dado que combina el pensamiento, la emoción, la motivación y la acción.

Arthur identifica algunos rasgos definitorios: «Cambia con el tiempo: es maleable, no fijo; es visible en la conducta: implica una acción observable; es social: se forma dentro de contextos culturales concretos; implica elección y autonomía: es racional y libre, por lo tanto no es ciegamente conformista; y supone principios y convicciones: está íntimamente relacionado con cuestiones sobre el propósito y significado».

Esa disposición profunda de la personalidad humana puede desarrollarse a lo largo del tiempo, manifestarse en actos y conseguir el ideal de «una vida lograda», como la definía Aristóteles

Todo ello significa dos cosas: que el carácter no es indiferente, es decir que la persona puede actuar bien o mal; y que el carácter es educable. El buen carácter se forja a través de las virtudes, hábitos operativos buenos, que favorecen la excelencia porque están encaminados a los ideales del bien, la verdad, la justicia y la belleza. De suerte que esa disposición profunda de la personalidad humana puede desarrollarse a lo largo del tiempo, manifestarse en actos y conseguir el ideal de «una vida lograda», como la definía Aristóteles.

Pero conseguirlo requiere un esfuerzo deliberado por cultivar las virtudes, esos hábitos operativos buenos que autodeterminan para el bien. En esa tarea se ponen en juego la razón, la voluntad y los afectos. Y además, las virtudes intelectuales, tales como conducirse con una mente abierta, libre de prejuicios; tener humildad para reconocer los errores y curiosidad para la búsqueda de conocimiento; y finalmente virtudes morales como la integridad, la fortaleza, la valentía y la esperanza, que son centrales para entender lo que significa vivir bien y hacer el bien en el mundo.

El ejercicio de esas virtudes puede forjar de tal forma la personalidad del individuo que terminan definiéndolo. La educación del carácter engloba una gran variedad de intervenciones para formar la fibra moral. Y la universidad es un ámbito que las puede incluir todas. Por dos razones.

En primer lugar, porque el buen carácter tiene una importancia particular en muchas profesiones, por lo tanto debe ser considerado a la hora de formar a los estudiantes. Por ejemplo, peculiaridades de carácter se imbrican en campos como la enseñanza, la medicina y el derecho, o, cada vez más, en el mundo de los negocios. Ahora hay un creciente énfasis en el fin social de las empresas, más allá de conseguir beneficios, y en los valores y comportamientos que permiten que las organizaciones prosperen.

Y en segundo lugar, porque el carácter no es solo instrumental, sino intrínsecamente valioso. Las virtudes del carácter no son solo atributos de un buen abogado, doctor, profesor, contable, militar, etc. Son cualidades humanas con un componente medular para el bienestar del individuo y de la sociedad. Y estas cualidades humanas, transversales, pueden ser adquiridas en la universidad. Se trata de integrar en la vida real esa formación recibida en los estudios.

En los llamados programas de progreso humano personal (en el sentido de «vida lograda») de universidades como Harvard y Oxford, el objetivo no es solo que el estudiante consiga un buen trabajo al abandonar las aulas, sino también que avance como persona, que desarrolle sus habilidades para razonar éticamente, que piense en problemas moralmente complejos, que muestre valentía, autocontrol, respeto y afecto. Herramientas sumamente útiles para conseguir una vida lograda en todos los ámbitos.

ATRAER AL ESTUDIANTE A COMPARTIR UNA PASIÓN COMÚN

Para conseguirlo, se dan diferentes intervenciones en el ámbito universitario: desde las clases en las que el profesor transmite conocimientos hasta la convivencia de docentes y estudiantes; y de entre estos entre sí. Hay muchas posibilidades de combinar elementos. Puede ser un programa que asigna un tutor a cada estudiante, donde comparten comidas y conversaciones y hay una relación personal profunda. Pueden ser intervenciones cortas, como conferencias online u otros contenidos.

Pero está claro que uno de los principales papeles en la educación del carácter lo juega el profesor. Porque al impartir sus enseñanzas, en las diversas disciplinas, transmite también valores. En la vida universitaria, en el itinerario del estudiante por adquirir conocimientos y habilidades se ponen en juego diversas virtudes.

Comenzando por lo más obvio: la búsqueda de la verdad. En el fondo, aunque no todos piensen lo mismo, es para lo que la universidad existe, para acercar a los alumnos a esa verdad y animarlos a encontrarla. Ahí entraría la honestidad intelectual, la humildad, el juego limpio (desde ser leal a los compañeros hasta no copiar en los exámenes). Esa honradez intelectual implica preparar al futuro profesional para la vida laboral, en la que no faltarán tentaciones de deshonestidad. Después, la sinceridad. Hay mucha evidencia empírica que demuestra que es una virtud de la cual, hoy en día, hay una carencia importante en la mayoría de los estudiantes universitarios, particularmente en Estados Unidos, pero también en otros lugares.

El deseo de saber es propio del ser humano, pero, como cualquier deseo, puede descontrolarse. La ‘studiositas’ empuja a conocer lo que a cada uno conviene saber y a realizar para ello el esfuerzo necesario

Finalmente, la studiositas, una virtud mencionada por los autores clásicos y medievales: el deseo solo del conocimiento bueno y útil para uno. Efectivamente el deseo de saber es propio del ser humano, pero, como cualquier deseo, puede descontrolarse. La studiositas empuja a conocer lo que a cada uno conviene saber y a realizar para ello el esfuerzo necesario. Todas estas virtudes (verdad, sinceridad, humildad, studiositas) son muy importantes en el mundo académico, y son las que deben cultivar los profesores en ellos mismos y en sus alumnos.

Eso no quiere decir que la función primordial de un profesor consista en convertirse en la versión ejemplar de aquellas virtudes que espera inculcar en el estudiante. Tal cosa supondría una carga extremadamente pesada para el docente. Su responsabilidad profesional es enseñar, ser un experto en las correspondientes materias (matemáticas, literatura, filosofía, etc.). Pero en el curso del desempeño de sus funciones, puede no solo ser ejemplar en su modo de enseñar sino que también puede invitar a los alumnos a reflexionar sobre las tradiciones éticas, los ideales de verdad, belleza y bien, para llegar a vivir una vida más significativa.

EL PAPEL DE LAS LECTURAS

Hay un célebre poema de Rainer Maria Rilke que habla del torso sin cabeza de Apolo, la escultura que se encuentra en los museos vaticanos. Rilke plasma su impresión al ver la escultura por primera vez, una pieza de la antigua Roma; y termina con el siguiente verso: Du mußt dein Leben ändern («Tienes que cambiar tu vida»). Eso, de alguna manera, es una parte profundamente importante de la experiencia de un profesor. Mostrar a sus alumnos una gran obra, ya sea de literatura, arte o filosofía, y explicarles que les ofrece una aspiración vital, de lo que su vida podría llegar a ser, y animarlos a conseguirlo. Sócrates nunca afirmó ser sabio, pero amaba el conocimiento, y animaba a otros a perseguirlo con él. Esto es lo que implica ser un profesor: atraer al estudiante a buscar una vida plena.

Una herramienta importante de la educación del carácter son las lecturas. Sobre todo de los grandes autores de la cultura y el pensamiento. Por eso son muy valiosos los planes de lecturas y la reflexión sobre las mismas en los currículos transversales de las universidades y en la tradición de las artes liberales. Leer una obra escrita hace dos mil años es muy parecido a viajar a un país extranjero. De repente se es consciente de una gran variedad de posibilidades que nunca se habían considerado. Este es un aspecto enormemente poderoso de la literatura: la capacidad que tiene de abrir los ojos, de ofrecer una visión a la que se pueda aspirar.

Esos planes de lecturas, con la puesta en común con profesores y otros alumnos, propician debates enriquecedores y en ellos afloran cuestiones de fondo que interpelan al estudiante, y que inciden en la educación del carácter. Por ejemplo: «¿Por qué no personifico la concepción de Aristóteles del hombre magnánimo?». A partir de ese momento estas preguntas forman parte de nuestra vida. Si no hubiésemos leído a Aristóteles, o a Platón, o a Homero, o a Montaigne no tendríamos estos pensamientos.

Cabe objetar que la cultura ‘per se’ no es garantía de ejemplaridad moral. Todos los generales nazis habían tenido una educación clásica de primera línea, por poner un ejemplo extremo

Cabe objetar que la cultura per se no es garantía de ejemplaridad moral. Todos los generales nazis habían tenido una educación clásica de primera línea, por poner un ejemplo extremo. Pero no es difícil encontrar a personas profundamente cultas y al mismo tiempo inmorales. Por esa razón, debemos tener muy claros los límites a la hora de transmitir a los alumnos las enseñanzas de Homero, Dante o Dostoyevski. Los harán más listos o más cultos, pero no tienen necesariamente por qué mejorar su carácter. El hecho de que el estudiante lea a los clásicos no quiere decir que automáticamente se transforme; pero entrar en contacto con esos referentes del pensamiento, el arte o la literatura y hacerse preguntas le brindan la posibilidad de hacerlo.

EL VALOR DE LA AMISTAD

La experiencia muestra que la labor del profesor, las clases, los seminarios y las lecturas por sí solos no bastan para educar el carácter. Son, sin duda, un primer paso, pero si realmente se desea que los estudiantes incorporen estas ideas a su vida, es necesario afianzarlas con las relaciones personales, singularmente con la amistad. Para conocer y adquirir las virtudes morales, por ejemplo, no basta con conocer, a través de la lectura, modelos de ejemplaridad, sino que también es preciso esforzarse en seguir a estos modelos en la propia vida real: no basta con leer sobre la amistad (por ejemplo, con textos de Séneca o de Cicerón) sino que el estudiante debe cultivarla y buscar buenos amigos. Amigos de virtud, según reflejaba Aristóteles en la Ética a Nicómaco, refiriéndose al tipo de amistad más auténtica, por ser la más desinteresada, aquella que busca el bien del amigo.

La mayoría de nosotros, si reflexionamos sobre las razones por las que nos hemos convertido en las personas que somos, inmediatamente pensamos en personas que han ejercido una influencia positiva sobre nosotros, personas de nuestro círculo más cercano (familia, profesores, amigos). De ahí la importancia de las relaciones personales, del crecimiento individual en una comunidad. Una comunidad de profesores y estudiantes es un ámbito idóneo para compartir compromisos e ideales, para practicar las virtudes del carácter, incluso para gestionar el fracaso, que puede tener un valor formativo. Ni los estudios ni la vida son una cadena de éxitos, pero el fracaso puede ser también una oportunidad: nos permite reconsiderar decisiones que hemos tomado o suposiciones que hemos hecho. Y puede hacernos reflexionar sobre nuestro propio carácter. De todo ello se deduce que no se puede educar el carácter sin las relaciones humanas, y sin la amistad.

(Este artículo se ha elaborado a partir de las conferencias de Edward Brooks, director ejecutivo del Oxford Character Project, de Flynn Cratty, director asociado del Human Flourishing Program de la Universidad de Harvard, y de otros ponentes, en las jornadas sobre la Educación del carácter en la universidad, organizadas por UNIR y por UNAV.)

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Por qué son importantes las virtudes en la universidad

El cultivo del carácter es fundamental para la investigación, educación y misión cívica de la universidad. Para que la investigación pueda llevarse a cabo correctamente son esenciales las virtudes intelectuales como el pensamiento crítico, la falta de prejuicio y la honradez académica.

Además de las virtudes intelectuales, deberían formar parte de esta dimensión externa de la educación superior el cultivo de las virtudes cívicas, como el servicio y el civismo.

Por supuesto, no se pueden separar los aspectos intelectuales y cívicos de virtudes morales como justicia, valor, bondad, honestidad, humildad y compasión.

Una virtud del carácter fundamental en el ámbito universitario es la sabiduría funcional o práctica (phronesis). Esta es una meta-virtud que liga las virtudes intelectuales, cívicas, morales y performativas

Una virtud del carácter fundamental en el ámbito universitario es la sabiduría funcional o práctica (phronesis). Esta es una meta-virtud que liga las virtudes intelectuales, cívicas, morales y performativas. Es la cualidad general de saber qué debemos querer y lo que no. Cuando las exigencias de dos o más virtudes chocan, y se deben integrar esas demandas en un procedimiento adecuado. Por ejemplo, las virtudes ligadas al mundo empresarial o emprendedor puede parecer que entran en conflicto con las virtudes de servicio y cuidado. La sabiduría funcional es la capacidad de razonar bien en relación con lo que es correcto e integrar las presiones emocionales, motivacionales, situacionales y competitivas en un procedimiento correcto. Vivir con la sabiduría funcional implica una reflexión, un juicio bien fundado y la enérgica promulgación de decisiones. La habilidad de aprender de la experiencia (errores y fracasos, pero también triunfos) es lo fundamental. Este tipo de sabiduría requiere la ausencia de prejuicios y el reconocimiento de la pluralidad de las cosas y situaciones que deben ser experimentadas. También conlleva la búsqueda activa y atenta de lo que es correcto, lo cual se cultiva a través de la experiencia y la reflexión. Adopta su propia forma en la educación avanzada cuando los estudiantes se hacen dueños de su identidad y propósito en el mundo. 

(Este texto es un fragmento traducido del documento marco del Jubilee Centre for Character and Virtues (University of Birmingham) y del Oxford Character ProjectVéase: https://oxfordcharacter.org/uploads/files/Character-Education-in-Universities.pdf)

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Doctor en Comunicación. Periodista y escritor. Coordinador editorial de Nueva Revista.