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Montserrat Guibernau. Doctora en Teoría Social y Política por la Universidad de Cambridge, e investigadora de Sociología de dicha universidad. Fue catedrática de Política en Queen Mary University (Londres).


Avance

La pertenencia implica fidelidad e identificación con el grupo y juega un papel fundamental en la construcción de formas, tanto individuales como colectivas, de identidad, expone Montserrat Guibernau. De este modo, resalta la dimensión social de los individuos decididos a comprometerse en la construcción de todo tipo de asociaciones, comunidades y grupos, como una tendencia que se opone a la tesis que preconiza que el individualismo es la principal característica definitoria de la sociedad moderna.

La urgencia de pertenecer, sentida por importantes sectores de la población, motiva a los individuos a sacrificar sus intereses personales. También los impulsa a renunciar a cotas sustanciales de libertad con el objetivo de amoldarse a las reglas, normas y valores de su comunidad. A cambio, disfrutarán de seguridad, protección, solidaridad y compañerismo. En el momento presente —según la autora— el atractivo emocional de la pertenencia a la nación, como comunidad política, se mantiene como el más poderoso agente de movilización política, capaz de establecer una clara distinción entre aquellos que pertenecen y aquellos que son considerados como enemigos o extranjeros.

Cuando se aplica a la nación, la lealtad se transforma en patriotismo. La lealtad a la nación incluye un fuerte compromiso emocional, tan intenso que el individuo siente que forma parte de la comunidad y se identifica con sus objetivos, se alegra con sus logros y sufre con sus pérdidas y derrotas. Un considerable número de personas son capaces de reconocer símbolos de pertenencia a diferentes culturas dentro de una sociedad multicultural; sin embargo, solo serán capaces de emocionarse y sentirse vinculadas a aquellos símbolos que, para ellas, han adquirido un «significado sentimental» mediante algún tipo de identificación emocional más allá de definiciones cognitivas y explicaciones históricas sobre su origen.

El sentimiento compartido de pertenencia se manifiesta a través del simbolismo y del ritual. Los símbolos son necesarios para legitimar, reforzar y también cuestionar el poder político. Su naturaleza, a la vez ambigua y abierta, los hace adecuados para actuar como pilares tanto de formas individuales como colectivas de identidad. La riqueza y complejidad de los símbolos tolera un grado de ambigüedad en su definición, la cual permite un cierto nivel de creatividad emocional por parte de los individuos comprometidos con la construcción de sus propias señas de identidad


[Reproducimos unos párrafos de las conclusiones del libro Identidad (Pertenencia, solidaridad y libertad en las sociedades modernas) por gentileza de la editorial Trotta]

En las sociedades premodernas, la vida del individuo estaba gobernada por la tradición. Se esperaba la obediencia de los individuos, y aunque en algunos casos decidieran adoptar actitudes de oposición y disidencia respecto a la jerarquía dominante, la mayoría se mostraba dispuesta a cumplir y a desarrollar los roles asignados durante el resto de su vida. Esos «roles» no eran el resultado de una opción libre, sino un deber, una expectativa, algo que debía ser cumplido, y la sola posibilidad de cuestionarlos nunca se les hubiera pasado por la mente a los individuos, que debían seguir el «modelo» sin dudar: la posibilidad de «elegir» no era una opción válida.

La llegada de la modernidad generó un énfasis sin precedentes en el valor de la libertad, considerado como una prerrogativa que debía quedar limitada a ricos y poderosos. En Europa y en Estados Unidos surgieron, alrededor de los años sesenta, una serie de movimientos sociales progresistas, que rápidamente se convertirían en movimientos transnacionales comprometidos con la exigencia de libertad y que promulgarían la emancipación de las mujeres y de los negros y el fin del colonialismo, así como la defensa de los derechos de gais y lesbianas, entre otros muchos objetivos sociales. Este concepto de libertad, como contraposición a las formas tradicionales de poder, saltó a la palestra, y el deseo de participar activamente en política alcanzó cotas jamás logradas hasta entonces. Al mismo tiempo, y bajo la influencia de los escritos de Sigmund Freud, se atribuyó una importancia sin precedentes a la idea del «yo», a su construcción y a su funcionamiento.

La importancia atribuida a la libertad actuó como una potente fuerza capaz de reconfigurar las estructuras de poder, tanto a nivel social como político, y fue precisamente en este contexto en el que la «pertenencia por elección» —es decir, el derecho individual recientemente adquirido a considerar y elegir entre opciones diversas— fue posible. La libertad fue depositada en las manos del individuo y era su responsabilidad el poder ejercerla. Así como para algunos este fenómeno sin precedentes generó un compromiso activo en la construcción de su propia identidad, siguiendo los nuevos valores y formas de vida personales, para otros se convertiría en una fuente de ansiedad enorme.

Identidad. Trotta, 2017.

En este libro he explorado el significado, el impacto y las consecuencias, de la «pertenencia por elección» como la característica definitoria de la sociedad moderna; una característica que señala la importancia de la libertad como una cualidad de los individuos, capaces de comprometerse en la construcción de sus propias identidades. La pertenencia ejerce una influencia muy significativa en la construcción de formas individuales y colectivas de identidad al introducir la frecuentemente ignorada fuerza de las emociones para modificar y transformar las maneras en que las personas, circunstancias, acciones y objetivos, son evaluados, y también para influir en la disposición a actuar de los individuos.

En las sociedades modernas la «pertenencia por elección» se transforma a consecuencia de la voluntad libre —«libre albedrío»— y, por esta razón, conlleva un grado de compromiso personal, ausente de las formas asignadas de pertenencia, en las cuales los individuos estaban limitados, o bien a satisfacer las expectativas de otras personas, o bien a seguir las normas impuestas por la tradición, en especial las atribuidas a instituciones poderosas e influyentes como la iglesia, la nación o la familia.

Paradoja de la libertad de elegir

A primera vista, la «pertenencia por elección» se puede interpretar estrictamente como un instrumento que contribuye a otorgar poder a los individuos modernos, al animarlos a trascender formas asignadas de pertenencia. Sin embargo, este libro muestra que, en algunas ocasiones, la libertad es intercambiada por la camaradería, la seguridad o el bienestar asociados al sentimiento de pertenencia al grupo —por supuesto soy consciente de que las comunidades y grupos constituyen per se un terreno fértil para la competición y los celos—.

En otras ocasiones, los individuos se sienten presionados por el miedo a tomar una opción equivocada e, inseguros de sus opciones, se muestran turbados y dudan. En general, son conscientes de los riesgos asociados al libre ejercicio de su voluntad, situado en el centro de la misma idea de «libre elección». A mi modo de ver, la auténtica paradoja reside en la tensión existente entre la libertad de elegir y el miedo a elegir la opción equivocada. Aun así, mientras la primera genera ansiedad acerca de cuál es la elección acertada, la segunda genera aprensión por el hecho de que elegir una opción supone descartar las demás. Al final, el individuo puede descubrir que ha elegido la «opción equivocada» y que la «mejor opción» ya no es posible.

La libertad ha procurado independencia y racionalidad a los individuos; sin embargo, a menudo los ha imbuido con sentimientos de soledad. Para escapar a estos sentimientos, muchos se han refugiado en nuevas formas de dependencia: la adicción a las drogas, la obsesión por el trabajo, el sexo, el riesgo, el juego, las redes sociales o el placer insaciable de comer, entre muchas otras.

Aparte de esto, interpreto la sumisión al líder y la conformidad compulsiva como tipos de dependencia que están sumando adictos a un ritmo considerable. Sin embargo, la renuncia a la libertad, incluso si es el resultado de una decisión personal libre, siempre es una fuente de dolor; el individuo cada vez pierde algo valioso al sacrificar su libertad a cambio de la seguridad ofrecida por el sentimiento de pertenencia a la comunidad. Percibo una fuerte ambivalencia y tensión entre, por una parte, la voluntad del individuo a cumplir, obedecer y adaptarse, y, por otra, su deseo de mantener su libertad y su independencia; aunque, una vez considerados todos los aspectos, muchos individuos modernos tienden a seguir la segunda opción  […]

Un considerable número de personas son capaces de reconocer símbolos de pertenencia a diferentes culturas dentro de una sociedad multicultural; sin embargo, solo serán capaces de emocionarse y sentirse vinculadas a aquellos símbolos que, para ellas, han adquirido un «significado sentimental» mediante algún tipo de identificación emocional más allá de definiciones cognitivas y explicaciones históricas sobre su origen. El sentimiento compartido de pertenencia se manifiesta a través del simbolismo y del ritual. Los símbolos son necesarios para legitimar, reforzar y también cuestionar el poder político. Su naturaleza, a la vez ambigua y abierta, los hace adecuados para actuar como pilares tanto de formas individuales como colectivas de identidad. La riqueza y complejidad de los símbolos tolera un grado de ambigüedad en su definición, la cual permite un cierto nivel de creatividad emocional por parte de los individuos comprometidos con la construcción de sus propias señas de identidad.

A su vez, el ritual transmite autoridad y jerarquía, y refuerza los sentimientos de pertenencia, pero también infravalora la dependencia del grupo o de la comunidad. Además, el ritual contribuye a favorecer los sentimientos de lealtad, así como la definición de fronteras entre los que pertenecen y “los otros”.

Al analizar las diversas funciones de los rituales, he introducido una distinción entre rituales de «inclusión» y de «exclusión», según los objetivos del ritual en cada caso. Al mismo tiempo, he introducido una contraposición entre grupos y asociaciones «exclusivos» e «inclusivos» para resaltar la diferencia entre grupos abiertos y grupos que establecen normas severas para poder acceder a ellos. El término «comunidades de pertenencia» se refiere a grupos y comunidades dotados de una identidad distinta, una estructura y jerarquía en cuyo interior el individuo desempeña un rol, es reconocido, conocido y valorado como «uno de los nuestros». Las «comunidades de pertenencia» son contrarias a la falta de personalidad y al anonimato de los miembros de grupos grandes y complejos dentro de los cuales el individuo se ha vuelto anónimo.

Lealtad por elección y lealtad autoritaria

La naturaleza vinculante del ritual conduce a la distinción entre «lealtad por elección» y «lealtad autoritaria». Mientras que la primera es el resultado de una elección libre y personal que contribuye a la autodefinición del individuo, la segunda es el resultado de las presiones para actuar de una forma determinada. Aún debemos añadir otro concepto, el de la «lealtad instrumental». Esta se refiere a un tipo de lealtad condicional que depende de que el individuo obtenga ventajas y prebendas a cambio de mostrar su lealtad en previsión de los beneficios esperados.

Las lealtades generan identidad y ofrecen un punto de vista desde el cual el individuo interpreta el mundo y se relaciona con los demás; también genera un fuerte sentimiento de pertenencia conectado con el compromiso emocional del individuo. Las lealtades compartidas forman una base sólida para la creación de comunidades y grupos orientados a la consecución de objetivos comunes. También facilitan la comunicación entre los individuos y proporcionan una zona de acuerdo, cooperación y solidaridad. La «lealtad por elección» conlleva un compromiso emocional y la identificación con una persona, una causa, una comunidad o un grupo.

Actualmente una de las motivaciones de lealtad más potentes es el sentimiento de pertenencia a la nación como «comunidad emocional» capaz de despertar los niveles más altos de identificación de sus miembros a través de la movilización nacionalista. Sin embargo, esto no ha sido siempre así, y durante siglos la religión tuvo prioridad y generó las más apasionadas manifestaciones de lealtad, así como de traición, de un amplio abanico de personas en todo el mundo.

La lealtad transformada en patriotismo

Cuando se aplica a la nación, la lealtad se transforma en patriotismo. La lealtad a la nación incluye un fuerte compromiso emocional, tan intenso que el individuo siente que forma parte de la comunidad y se identifica con sus objetivos, se alegra con sus logros y sufre con sus pérdidas y derrotas.

La introducción de programas de lealtad durante el periodo de la Guerra Fría en Estados Unidos inició un debate sobre si los ciudadanos deberían estar dispuestos a renunciar a algunas libertades civiles con el objetivo de garantizar la prioridad de la lealtad al estado-nación. En este contexto, el modelo apropiado para poder juzgar la lealtad se definió como «un peligro claro e inminente» (clear and present danger), doctrina proclamada por el juez Oliver Wendell Holmes.

La relevancia de esta doctrina saltó de nuevo a la palestra tras los atentados terroristas del 9 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Atentados perpetrados por fundamentalistas islámicos que serían también los responsables de los ataques en Madrid (2004) y Londres (2005). Estos sucesos causaron gran preocupación acerca de la lealtad de algunos ciudadanos que mostraban abiertamente una actitud extremadamente crítica hacia los valores y el estilo de vida occidentales. Por ejemplo, en Reino Unido, el descubrimiento de que los responsables de los atentados de Londres (2005) eran ciudadanos británicos, hijos de emigrantes, horrorizó a la clase política y a los propios ciudadanos. Estos sucesos fueron seguidos por una ola de islamofobia, que contribuyó así a ampliar la brecha existente entre la mayoría de la sociedad y las comunidades musulmanas, afectadas ahora por el incremento de la islamofobia.

Las sociedades modernas, en su intento de controlar ciertas emociones, han creado espacios y condiciones para su expresión. El intento de «domesticar» las emociones ha llevado a la construcción de espacios destinados a permitir su expresión pública con ciertas limitaciones: por ejemplo, los «espacios de armonía interior» para las ceremonias de duelo.

La naturaleza neutral de las innovaciones tecnológicas ha conducido a la utilización de sus avances para objetivos diferentes, incluso antagónicos. Así, mientras que en los años sesenta los movimientos sociales exhibían un carácter predominantemente progresista, actualmente los movimientos sociales «liberadores» y «regresivos» coexisten y emplean métodos similares. Ya no existe garantía, si es que en algún momento existió, de que el progreso debería seguir la ruta que conduce a la emancipación humana asociada a la extensión y profundización de la democracia y la justicia social. En este contexto, la movilización política continúa siendo un potente instrumento en manos de aquellos deseosos de producir el cambio. La consciencia del poder de emociones como la venganza, el resentimiento, el miedo o la confianza es iluminadora de las distintas formas en que estas pueden ser utilizadas. Eso contribuirá también a nuestra propia comprensión de la movilización política como un fenómeno complejo.

Este libro se ha centrado en la dimensión emocional de la pertenencia como sentimiento que vincula al individuo con el grupo o la comunidad. La pertenencia implica fidelidad e identificación con el grupo y juega un papel fundamental en la construcción de formas, tanto individuales como colectivas, de identidad. De este modo, resalta la dimensión social de los individuos decididos a comprometerse en la construcción de todo tipo de asociaciones, comunidades y grupos, como una tendencia que se opone a la tesis que preconiza que el individualismo es la principal característica definitoria de la sociedad moderna.

La urgencia de pertenecer, sentida por importantes sectores de la población, motiva a los individuos a sacrificar sus intereses personales. También los impulsa a renunciar a cotas sustanciales de libertad con el objetivo de amoldarse a las reglas, normas y valores de su comunidad. A cambio, disfrutarán de seguridad, protección, solidaridad y compañerismo. En el momento presente el atractivo emocional de la pertenencia a la nación, como comunidad política, se mantiene como el más poderoso agente de movilización política, capaz de establecer una clara distinción entre aquellos que pertenecen y aquellos que son considerados como enemigos o extranjeros.

[Los extractos corresponden a las páginas 186-188 y 190-193 de Identidad (Pertenencia, solidaridad y libertad en las sociedades modernas). Editorial Trotta. Madrid. 2017]

Doctora en Teoría Social y Política por la Universidad de Cambridge, e investigadora de Sociología de dicha universidad. Fue catedrática de Política en Queen Mary University (Londres).