Tiempo de lectura: 6 min.

(Fragmentos del libro Michael Haneke. Nahaufnahme. Gespräche mit Thomas Assheuer (Primer plano. Conversaciones con Thomas Assheuer), Alexander Verlag, Berlín, 2017, pp. 65-125, con el que completamos el perfil de Michael Haneke).

–Ulrich Mühe, el padre de familia en su película Funny Games, se siente misteriosamente culpable. Y no por casualidad filmó usted en 1997 El castillo, de Kafka, también con Ulrich Mühe, en el cual, del mismo modo, los personajes se sienten siempre culpables. El olvido, los complejos reprimidos y la culpa me parece que son sus pasiones secretas.

–Son de hecho los asuntos que más me interesan. Con la edad, aumenta la reflexión sobre lo que se ha vivido desde la niñez, cada vez más.

«Me parece que el concepto de pecado original esconde un pensamiento muy inteligente, aun cuando yo no me considero ni protestante ni católico»

–Culpa y represión son las sombras que sus personajes no se pueden sacudir.

–Suelo repetir que lo que se esconde debajo de la alfombra, en algún momento pondrá la alfombra en movimiento. Todos vivimos con sentimientos de culpa. Es inevable, es la condición humana. Siempre se es culpable ante otro, voluntaria o involuntariamente. La culpa está allí donde surge el padecimiento. No podemos vivir libres de culpa. Como parte de una comunidad, de un sistema, uno inevitablemente se vuelve culpable. La pregunta es cómo la afrontamos. La mayoría de las veces la eludimos.

–Su película 71 Fragmentos gira alrededor de un concepto hoy en día muy extraño, el de pecado original.

–Me parece que el concepto de pecado original esconde un pensamiento muy inteligente, aun cuando yo no me considero ni protestante ni católico. El estado de nuestro mundo no se nos ha impuesto. La humanidad va conformando su situación a lo largo de los siglos. Nuestro universo funcionaría de otra manera si a las personas se las tratara de forma diferente. Donde intervienen seres más inteligentes, la vida se hace más peligrosa.

–¿Apunta el pecado original a una culpa contra la naturaleza o a una culpa entre los hombres?

–A ambas. Yo soy una parte de un todo y no vivo en un espacio vacío. Todo lo que hago se lo hago a alguien y a mí mismo. Detrás de cada gesto, de cada frase, hay una intención, aunque no sea consciente. Los seres humanos actuamos siempre, incluso cuando nos mantenemos al margen. Actuamos con las palabras y con el silencio, también respecto de nosotros mismos. No podemos evitar ese dilema.

«Parte de la herencia de los hombres es el libre albedrío y con ello la posibilidad de elegir constantemente lo equivocado, de causarse daño y de causarlo»

–Las palabras «pecado original» tienen mala reputación. Se nos condena por delitos que no hemos cometido.

–Eso es una manera errónea de verlo. Pecado original no significa que hemos heredado una culpa y estamos obligados a aceptar el legado. Quiere decir que parte de la herencia de los hombres es el libre albedrío y con ello la posibilidad de elegir constantemente lo equivocado, de causarse daño y de causarlo. Si se considera que lo anterior está determinado por lo religioso y se hace a un dios responsable de ello, no es lo importante. Para entender el pecado original no necesito ningún ingeniero jefe, ningún dios.

–Para usted no es culpable la sociedad, sino la persona humana concreta, solo ella, sin excusas.

–No acepto que se considere siempre a la sociedad como la única culpable. Con ello nos sacudimos la responsabilidad frente a nuestro prójimo y frente a nosotros mismos. Continuamente nos encontramos con gente que se encarniza con la sociedad para no tener que ocuparse de su propia miseria. Todos los radicalismos poseen ese rasgo. Descargan de que uno se examine a sí mismo.

–La ocupación con asuntos oscuros como el miedo, la culpa, la represión y el olvido tiene también algo de alivio.

–El miedo conduce a las personas a las materias que menciona, y cuanto más profundizan en ellas, más claridad van consiguiendo. Trabajar esas cuestiones es una forma de autodefensa, y por ello una gran suerte poder ejercer una profesión como la mía. Los directores de cine somos privilegiados porque podemos transformar en juego nuestras decepciones. Es algo maravilloso.

-En la escena final de Funny Games los dos asesinos conversan sobre violencia real y violencia ficticia. ¿Quería usted significar que la ficción es también real?

–Deseaba mostrar que la violencia ficticia en su funcionalidad es tan real como la real misma, porque la ficticia se representa en la mente del que mira como las dos. Formulado de una forma más desagradable: Funny Games experimenta de forma cínica con el espectador porque la película le sugiere: te van a dar una bofetada que te has ganado, por estar aquí.

–Entonces tendrá que admitir el reproche de que colabora con la violencia.

–Eso me dijo René Girard, un filósofo de la religión. Participó en Graz en un debate sobre Funny Games. Opinó que tan pronto como alguien entra en la lógica de la violencia –como yo– se convierte en parte del discurso y al final no sale de él sano. Le pregunté cuál era la alternativa, puesto que en un medio que apela a los sentidos, como el cine, es imposible no reflejar la violencia.

–¿No tiene razón René Girard cuando defiende que cada representación de la violencia corre el peligro de embellecerla?

–Es justo lo que trato de atacar en el cine por medio de la forma. Una película violenta «normal» no es realista con la violencia. La presenta mucho más atractiva. La mayoría de las veces la violencia es banal, nada espectacular… Cuanto más espectacular es una película violenta, más irreal y más fácil seguirla sin rechazo. Es lo que rehúyo en Funny Games.

–En Caché acaba con el mito de que los niños son seres inocentes

-Que los niños son inocentes es un cuento de Navidad. Los niños son extraordinariamente egoistas y también capaces de amar de  forma extraordinaria. La culpa de la que se trata en Caché no es la culpa de un niño pequeño, sino la de un hombre adulto que conoce lo que hizo de pequeño, de forma consciente o inconsciente.

–Usted mantiene la distancia con la religión y sin embargo defiende que las cuestiones metafísicas a las que responde la religión aguijonean también a los no creyentes. ¿Es así?

–Exactamente así lo diría.

–¿Debe el arte ahora sustituir a la religión?

–No, ciertamente que no. La religión funciona en otro plano. Su éxito global se basa en la fascinación de que puede proteger a los seres humanos que creen en ella. La religión proporciona una garantía a sus seguidores, como en la apuesta de Pascal: si el envite es por Dios, siempre ganas. Pero el arte no funciona de la misma manera. No promete nada, no augura salvación, nada. Solo te mueve a abrirte. De forma prominente se ve en la música. Es gozo por la creación y lamento a la vez… Diría que el arte es más simpático, porque respeta más a los seres humanos en su independencia. La religión hace como si supiera de qué se trata. Eso no me gusta y me ha alejado de ella.

«Solo hay una utopía que no cae en el vacío, que emocionalmente nos cuesta y por la que vale la pena poner la sociedad patas arriba. Se trata del afecto humano»

–¿Qué se pierde la vida moderna sin la religión?

–El sentido de patria, de morada. Se nota en la música contemporánea. ¿Por qué apenas si se toca a los músicos contemporáneos? ¿Por qué la gente no los quiere escuchar? Porque en las piezas líricas de la nueva música se esconde un tono fundamental de desesperación. En la música del barroco al parecer el mundo seguía en orden, mientras que la moderna música relata su ruptura. La religión transmite el sentimiento de vivir en un universo ordenado, el sentimiento de morar o tener la patria en él, a pesar de la confrontación diaria con el dolor y la muerte.

–¿La imagen divina del ser humano la anula el ojo divino de la televisión porque en nuestra sociedad ya no percibimos a las criaturas frente a nosotros, sino, como en su película Benny, cosas con vida, objetos producto de los medios de comunicación?

–En el momento en que retiramos a Dios, retiramos también a su imagen. Se puede ver así.

–El reproche nihilista manifiesta aproximadamente esto: Haneke niega a Dios y sin Dios todo es posible.

–Solo hay que poner la televisión y observar hasta qué punto el mundo va sin Dios. Para eso no se necesita a Haneke.

–Usted subrayó en una ocasión: «En nuestra sociedad, la palabra utopía se convierte inmediatamente en cliché».  ¿Qué denunciaba?

–Me parecen sospechosas las descargas automáticas de la responsabilidad en la sociedad y las circunstancias. Solo hay una utopía que no cae en el vacío, que emocionalmente nos cuesta y por la que vale la pena poner la sociedad patas arriba. Se trata del afecto humano. Es una utopía que podemos realizar en nuestra propia vida. Todos se quejan de que ya no hay diferencias claras entre el bien y el mal. En realidad cada uno sabe que cuando hace algo que daña al otro, está mal.

«El posmodernismo actúa como si no existieran los problemas morales y no necesitáramos ocuparnos más de ellos»

–¿Qué tiene usted contra el posmodernismo?

–Por supuesto que las religiones y las utopías sociales se han mostrado como irrealizables. Sin embargo, cada uno sabe en el fondo de su corazón, en sus acciones concretas, cuándo se comporta bien y cuándo miserablemente. La decisión siempre es nuestra, incluso cuando hay una gran coacción social… La condición humana no cambia. Solo los hábitos. Por ello nos interpelan siempre las mismas cuestiones morales: cómo me comporto con mi mujer, con mis hijos, con mi prójimo. Esos son nuestros problemas principales, si somos honrados. El posmodernismo actúa como si no existieran y no necesitáramos ocuparnos más de ellos, cuando la experiencia personal de cualquiera lo contradice.

(Traducción del alemán: José Manuel Grau Navarro)

Redactor de Cultura del semanario alemán "Die Zeit"