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Douglas Murray, periodista y analista de actualidad en algunos de los grandes medios británicos y norteamericanos (The Sunday Times, The Wall Street Journal, Spectator), homosexual -como él mismo recuerda y pone en valor  en su libro pues aporta una perspectiva  personal a algunos de sus análisis-, pone de manifiesto en este libro cómo en un breve plazo –poco más de un cuarto de siglo- se ha creado una nueva ideología: la que sustenta las políticas de identidad hoy tan pujantes tanto en EE.UU. como en Europa y, por exportación ideológica, en el resto del mundo. Murray analiza la falta de consistencia intelectual de estas nuevas ideologías y políticas, a la par que desvela sus potenciales consecuencias negativas para nuestras sociedades libres.

"La masa enfurecida". Douglas Murray. Península, 2020. 366 págs. 19'8€ (papel) / 10'44€ (digital)
«La masa enfurecida». Douglas Murray. Península, 2020. 368 págs. 19’8€ (papel) / 10’44€ (digital)

La obra de Murray intenta poner de manifiesto la carencia de fundamento fáctico y científico de la ideología y el peligro para las libertades democráticas que su expansión supone en nuestros días. Cada capítulo analiza hechos de actualidad vinculados a las luchas de los defensores de las políticas de identidad, especialmente del ámbito británico y estadounidense; es decir, no es un obra meramente teórica, sino un análisis de actualidad con pulso periodístico y profundidad intelectual que pretende ayudar a interpretar las claves de un fenómeno de hoy.

Murray constata ya desde la introducción que, tras la muerte en el siglo XX de todos los relatos explicativos de la realidad vigentes durante siglos, en el mundo posmoderno están proliferando ideas que aspiran a proponer explicaciones y teleologías para llenar el vacío de sentido que existe hoy. El problema, según Murray, es que estas nuevas ideologías «nos invitan a creer cosas en las que no es posible creer» (pág. 21) y que la extensión de tales ideologías hace verosímil que los derechos humanos retrocedan o desaparezcan y con ellos la democracia tal y como la conocemos.

Eso que no es posible creer es que las personas se reducen a una identidad determinada por la raza, el sexo, el género o la orientación sexual

Eso que no es posible creer es que las personas se reducen a una identidad determinada por la raza, el sexo, el género o la orientación sexual y que esas presuntas identidades explican todo tipo de injusticias y discriminaciones históricas, frente a las que hay que luchar a través de las políticas de identidad que están llevando al mundo a la locura como indica el subtítulo de este libro; que -en lógica consecuencia- se estructura en cuatro secciones dedicadas a las ideologías identitarias articuladas respectivamente alrededor de la homosexualidad, las mujeres, la raza y la condición trans; aunque la llamada interseccionalidad, es decir,  la acumulación de distintas identidades o discriminaciones en cada supuesto así como las contradicciones insalvables entre ellas, está presente en toda la obra.

Murray destaca cómo todas estas políticas empezaron como algo noble y de ahí su empuje y credibilidad, pero “en un momento dado, sin embargo, todas descarrilaron”. Ese momento llegó cuando sus defensores dejaron de luchar por la igualdad y pasaron a reivindicarse como “los mejores” y a descalificar a todo discrepante como intolerante, homófobo, racista, etc. Así empezaron a justificarse las banderías, las batallas para acallar al discrepante como a un enemigo y hasta los atentados a derechos básicos como la libertad de expresión, hasta ahora considerados sagrados y esenciales en una democracia.

El libro nos invita a pensar si no estamos creando un monstruo que corroe nuestras democracias: “la posibilidad de retroceder en materia de derechos -incluidos los buenos- es más verosímil cada día”

Nuestra vida pública va así poco a poco sustituyendo el debate democrático en libertad por una pugna de grupos identitarios que se creen legitimados, incluso obligados, por agravios presentes o pasados, reales o ficticios, para imponer sus prejuicios a todos, incluso al precio de conculcar la convivencia en libertad y los derechos de quienes -por no ser de la minoría identitaria- ya no tienen los mismos derechos que los demás. El libro de Murray nos invita a pensar si no estamos creando un monstruo que corroe nuestras democracias: “la posibilidad de retroceder en materia de derechos -incluidos los buenos- es más verosímil cada día” (pág. 22).

Murray resalta que “la rapidez pasmosa con la que se ha verificado este proceso obedece al hecho de que ahora un puñado de empresas de Silicon Valley (sobre todo Google, Twitter y Facebook) tienen poder suficiente para influir en lo que la mayoría del mundo sabe, piensa y dice; además de un modelo de negocio basado en encontrar clientes dispuestos a modificar el comportamiento de otras personas” (pág. 12).

El primer capítulo, «Homo« (págs. 23 a 74), se dedica al análisis de las políticas identitarias vinculadas a la cuestión homosexual, tan cercana para el autor. Murray pone de manifiesto las dudas o ignorancias que todavía existen sobre la condición homosexual: ¿es innata?, ¿es irreversible?, ¿es algo personal o político?, ¿determina una identidad que exige dedicación de 24 horas o no agota a la persona? Con gran delicadeza y humildad, Murray deja claro que no existen razones para imponer (primero, a los homosexuales; y, después, a toda la sociedad), una determinada ideología y política basadas en una interpretación ideológica de la homosexualidad. Denuncia nuestro autor el intento de convertir lo que llama una cuestión de software en una cuestión de hardware (pág. 46 y ss).

El autor distingue entre la lucha contra toda discriminación a los homosexuales y la ideología política queer

Murray distingue con precisión entre “quienes creen que los homosexuales son –y deben ser- iguales a cualquier otra persona” (pág. 55) y quienes, los queers, quieren servirse de su reivindicado carácter diferencial “para derribar ese mismo orden en el que los homosexuales tratan de ingresar” (pág. 56). Es decir, distingue entre la lucha contra toda discriminación a los homosexuales y la ideología política queer; y denuncia que “los partidarios del enfoque queer tienden a concebir el ser homosexual como una ocupación a tiempo completo” (pág. 60) y que hoy muchas manifestaciones por la igualdad de los homosexuales “se mezclan con cosas que causan rubor tanto a los heterosexuales como a muchos homosexuales” (pág. 59)

Dicho de otra manera, nuestro autor muestra cómo es absolutamente endeble el intento de construir una identidad gay para sobre ella articular una ideología de liberación convertida en causa política que tensiona a toda la sociedad dividiéndola en reductos irreconciliables. Se crea así una nueva lucha de clases que permite nuevos liderazgos políticos y genera un nuevo mercado de ideas, debates, modas y liderazgos en el que pueden estar interesados tanto quienes viven de ese mercado y su explotación mercantil como quienes por esa vía pretenden revolucionar la sociedad y las formas de pensar. Murray afirma que la principal confusión en este campo es la siguiente: “si ser homosexual significa sentir atracción por las personas del mismo sexo o si bien quiere decir que uno forma parte de un gran proyecto político” (pág. 65).

INFLUENCIAS DE FOUCAULT Y GRAMSCI

Cada uno de los cuatro capítulos va seguido de un interludio. El que sigue a este primer capítulo (págs. 75 a 90) explica las raíces marxistas de la ideología queer, a través del estudio del pensamiento de la obra de Laclau y Mouffe, los inspiradores ideológicos de la renovación de los análisis marxistas y de los nuevos populismos de izquierda en América Latina y Europa a finales del siglo XX; autores que renovaron intelectualmente el pensamiento de la izquierda marxista asumiendo los planteamientos de Foucault (la sociedad no se puede entender más que como una estructura de lucha por el poder) y de Gramsci (la cultura es el terreno en que se construye la hegemonía). Así, desaparecido el decimonónico conflicto marxista de clases proletarios/burguesía, resultaría que la revolución debe hacerse construyendo grupos o clases en conflicto basadas en identidades ideológicas o culturales y generando una confrontación que a través del conflicto (nueva lucha de clases) haga avanzar la historia.

Este interludio es lectura interesante para entender las posturas políticas de la nueva izquierda radical y no solo en temas de género y políticas de identidad.

El segundo bloque temático de esta obra es «Mujeres» (págs. 91 a 146) y en él el autor se enfrenta a las políticas identitarias feministas mostrando sus contradicciones e inconsistencias y las contradicciones entre feminismo y movimiento político queer, al igual que hace en el capítulo tercero (págs. 167 a 233) con los temas de raza que a los españoles nos pillan más lejos pero que en EE.UU. son de primera línea política.

Murray se detiene en la contradicción existente entre la defensa a ultranza de que las mujeres deben ser muy sexis según los parámetros del nuevo mercado de las relaciones sexuales banalizadas y la pretensión política de que las mujeres no sean sexualizadas por el varón. “Es una reivindicación imposible” (pág. 111). Aunque de pasada, Murray pone de manifiesto una de las locuras de nuestra época: el mercado del sexo, la moda, el porno, la cosmética, las web de contactos online … sexualizan a la mujer al máximo y a la par la ideología dominante exige al varón que se relacione con la mujer como con si su sexo no fuese relevante en la interacción mutua.

A propósito de estos fenómenos, Murray critica de forma acerada las llamadas políticas de sesgo inconsciente que tanto éxito y negocio generan en el ámbito empresarial, así como los planteamientos basados en la interseccionalidad (págs. 121 y ss.), la promoción ideológica del odio al hombre (págs. 135 y ss.) y las teorías tóxicas sobre el patriarcado y la masculinidad tóxica (págs. 140 y ss.).

En pág. 145 resume sus conclusiones al respecto: “a partir de 1990, los activistas homosexuales trataron de persuadir al mundo de que la homosexualidad era una cuestión de hardware, cosa que, como vimos antes, podría o no ser cierta (…) al mismo tiempo que se libraba esa batalla ocurrió algo de lo más asombroso: gracias al trabajo de una serie de personas (…), las mujeres empezaron a avanzar en una dirección diametralmente opuesta (…).”

“Más o menos hasta la década pasada, todo el mundo convenía en que el sexo (o el género) y los cromosomas constituían los componentes fundamentales del hardware de nuestra especie,(…) pero alguien propuso que lo que había sido una cuestión fundamental de  hardware era en realidad una cuestión de software . Alguien levantó la liebre y de repente, dos décadas después, todo el mundo tuvo que creer que el sexo no era algo biológicamente determinado (…).

Este aserto dinamitó la causa feminista y desencadenó unas consecuencias totalmente previsibles: Dejó al feminismo poco menos que indefenso frente a los hombres que afirmaban poder convertirse en mujeres.”

Explica que Silicon Valley no es neutral sino que incentiva las políticas de identidad manipulando la información que proporcionan sus servidores y ayudando a las polarizaciones de identidad

 El segundo interludio (págs. 147 a 165) se dedica a explicar con profusión de ejemplos sacados de la vida real cómo Silicon Valley no es neutral en estas cuestiones sino que incentiva las políticas de identidad manipulando la información que proporcionan sus servidores y ayudando a las polarizaciones de identidad.

Tras el capítulo dedicado a la raza en el que no me detengo, el cuarto interludio (págs. 235 a 247) resulta sorprendente de entrada, pero es profundamente sugerente como propuesta seria: propone el perdón a los distintos, tanto cuando miramos al pasado como en el presente. Para Murray solo superaremos la polarización identitaria que cada vez enfrenta más a unos contra otros si aprendemos a juzgar con los mismos criterios a los «nuestros» y a «los demás». ¡Qué propuesta más revolucionaria y a la vez tan antigua como el Evangelio!

El último capítulo trata de las políticas trans y pone de manifiesto cómo se basan en suponer arbitrariamente que sabemos más de lo que realmente conocemos sobre la transexualidad y en la imposición a toda la sociedad de prejuicios con fundamento no acreditado que socavan todo el orden social. Nos dice: «Una de las cosas que destacan es lo mucho que fingimos saber pero, en realidad, desconocemos. La rapidez con que despachamos preguntas para las que todavía no tenemos respuesta» (pág. 281); y denuncia, refiriéndose a la transexualidad, «la espuria certeza con la que un problema increíblemente complejo se presenta como si fuera la cosa más sencilla y comprensible del mundo« (pág. 309).

El capítulo conclusivo propone detenerse a pensar sobre los problemas reales sin dejarse arrastrar por estereotipos

El capítulo conclusivo (págs. 311 in finem) resume los riesgos para las sociedades libres que los dogmatismos identitarios suponen hoy y propone detenerse a pensar sobre los problemas reales sin dejarse arrastrar por estereotipos, primar la generosidad en las relaciones con los demás, reflexionar sobre las consecuencias de lo que decimos y proponemos, no dar por supuesto que todos somos víctimas ni que por serlo tenemos necesariamente la razón, despolitizar nuestras vidas …

Este libro ayuda a pensar sobre nuestra época y destaca por su sentido común. Por eso merece la pena leerlo.

Jurista. Exsecretario de Estado y expresidente del Foro de la Familia.