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Aunque el origen no es fácil de definir, ya en 1995 el Libro Blanco sobre la educación y la formación «Enseñar y aprender. Hacia la sociedad del conocimiento» abogaba por la necesidad de dominar dos lenguas extranjeras, además de la materna. Y las iniciativas en materia lingüística de la Unión Europea han sido un buen caldo de cultivo que ha favorecido el interés por el aprendizaje de lenguas. Su inclusión entre los objetivos europeos tanto para 2010 como para 2020, el año Europeo de las Lenguas en 2001,  el Eurobarómetro especial realizado ese mismo año sobre los europeos y las lenguas extranjeras, las publicaciones periódicas de Eurydice sobre la situación de las lenguas en los sistemas educativos, la Encuesta sobre la Participación de la Población Adulta en las Actividades de Aprendizaje (EADA) en el año 2007 y finalmente el indicador europeo de competencia lingüística son prueba de ello. Y en España la reacción a estas propuestas se ha materializado mediante la proliferación de programas y modelos de enseñanza bilingüe en nuestro sistema educativo en los últimos años, en todas las comunidades autónomas.

Un objetivo prioritario de cualquier sistema educativo es proporcionar una formación integral a los jóvenes, y esa formación pasa por dotarlos de los instrumentos necesarios que les permitan adentrarse en el mundo laboral y profesional con las mayores posibilidades de éxito. Entre esos instrumentos se encuentra, sin duda, el dominio de lenguas extranjeras, que es y seguirá siendo en el futuro una auténtica necesidad.

Nuestro sistema educativo es un sistema en el que, desde siempre, la enseñanza de una lengua extranjera ha gozado de una situación de privilegio. Tal y como recoge la publicación de Eurydice Key data on teaching languagesat school in Europe, España es el país de Europa en el que antes se empieza el aprendizaje de una lengua extranjera y en el que más años se estudia de manera obligatoria. Los niños españoles inician ya a los tres años el estudio de una lengua extranjera y la estudian de manera obligatoria a lo largo de entre trece y quince años. Además, a diferencia de la mayoría de los países de nuestro entorno, cuentan con maestros y profesores especialistas de la lengua extranjera que aprenden. Una situación envidiable para la mayoría de nuestros vecinos. Pero, sin embargo y a pesar de ello, los resultados que obtenemos no solamente no son los esperados, sino que incluso sitúan a España en el furgón de cola de los idiomas.

Sabemos cuál es la situación del nivel de competencia lingüística de los españoles con respecto a los europeos por los datos proporcionados en el año 2008 por la Encuesta sobre la Participación de la Población Adulta en las Actividades de Aprendizaje realizada en el año 2007 por el INE y coordinada por Eurostat. Los resultados, que vinieron a confirmar la percepción general de que los españoles no somos buenos en idiomas, no fueron nada satisfactorios, ya que el 50% de la población española manifestaba no conocer ningún idioma. El otro dato con el que contamos, de reciente aparición, es el Estudio Europeo de Competencia Lingüística, cuyos resultados se han hecho públicos en junio de 2012. Este indicador, propuesto por la Unión Europea en el Consejo de Barcelona del año 2002, ha tardado diez años en ver la luz. Sus resultados no han hecho más que confirmar lo que ya todo el mundo daba por hecho, con la particularidad de que este estudio se ha dirigido a jóvenes de quince años, es decir, a alumnos que durante muchos años han estudiado al menos una lengua extranjera. Este estudio, realizado en 14 países europeos, ha evaluado las dos lenguas extranjeras más estudiadas por sus alumnos de entre las cinco lenguas oficiales más enseñadas en la Unión Europea: inglés, alemán, francés, español e italiano. En España, evidentemente estas dos lenguas han sido el inglés y el francés. El trabajo, que no ha evaluado la expresión oral, es decir lo que saben decir los jóvenes, lo que saben comunicar, sino que ha evaluado tres destrezas, las dos receptivas (la comprensión oral y escrita) y una productiva (la expresión escrita), sitúa a España por debajo de la media. Eso significa que nuestros jóvenes tienen en general menor nivel en comprensión y en expresión escrita que los de la mayoría de los países participantes. Curiosamente en la segunda lengua extranjera, en este caso francés, nuestros alumnos obtienen mejores resultados, a pesar de que han estudiado ese idioma apenas tres años ya que lo han iniciado en la etapa de secundaria. Es muy probable que la explicación de este resultado radique en que la segunda lengua es optativa y los alumnos que la cursan cuentan con mayor motivación, tanto personal como familiar.

El sistema educativo español lleva veinte años condenando a nuestros jóvenes a la mediocridad, y la proliferación de programas de enseñanza bilingüe en España es una reacción ante lo que no funciona, un intento de introducir calidad en el sistema, de buscar algún tipo de excelencia, emulando colegios extranjeros de élite. No hay duda de que nuestro sistema podría conseguir, sin haber tenido que recurrir a modelos de enseñanza bilingüe, niveles lingüísticos muy aceptables para la totalidad de la población, pero su incapacidad ha quedado demostrada. Al margen de algunas voces críticas, de rechazo a cualquier cambio en materia educativa, nadie pone ya en duda la bondad de introducir en el sistema algún tipo o modelo de enseñanza «bilingüe». La sociedad española ha entendido que el conocimiento o mejor aún el dominio de una lengua extranjera es hoy en día una herramienta fundamental que todo joven debe dominar. Y, en respuesta a la demanda que se ha generado, en nuestro sistema educativo han surgido programas de enseñanza bilingüe promovidos por las administraciones educativas.

Teniendo en cuenta lo anterior, de lo que se trata ahora es de optimizar el sistema educativo para lograr los mejores resultados posibles. Y para ello no hay que descuidar ningún frente. Hay que abordar la enseñanza de idiomas desde dos enfoques bien diferenciados:

 

ENSEÑANZA DE INGLÉS

Este tipo de enseñanza, que forma parte de lo que algunas comunidades autónomas denominan educación plurilingüe, se dirige a la totalidad de la población escolarizada y es la que debe permitir que todos los alumnos cuenten con una de las herramientas necesarias en la sociedad actual. No se debe abandonar la enseñanza de idiomas tradicional y centrar todos los esfuerzos en los modelos bilingües. A pesar de contar con un modelo educativo que no premia el trabajo y el esfuerzo, nuestro sistema educativo y sobre todo nuestros profesores, que cuentan con una buena formación, tienen la capacidad de reacción suficiente para dar un nuevo rumbo a la enseñanza de lenguas extranjeras en nuestro país. Con el actual profesorado, con los recursos existentes y con el apoyo decidido de la administración, es posible ofrecer a todos los jóvenes una enseñanza de idiomas que les permita alcanzar elevados niveles de competencia lingüística. Este objetivo, a alcanzar a medio plazo, pasa por conseguir que la enseñanza de un idioma se realice íntegramente en ese idioma, fijando para la educación primaria unos objetivos fundamentalmente lingüísticos y comunicativos. Se trata de que al final de esa etapa los alumnos manejen con fluidez la lengua, para lo que es preciso desarrollar al máximo las dos destrezas orales, la comprensión y la expresión. Progresivamente, la etapa de secundaria general debería incorporar las dos destrezas escritas para conseguir al final de la misma unos niveles adecuados de competencia lingüística. La secundaria superior o bachillerato se encargaría de trabajar los conocimientos adquiridos hacia una formación más académica o profesional, en función de las distintas opciones educativas.

 

ENSEÑANZA EN INGLÉS

Esta segunda modalidad merece una atención especial por las grandes implicaciones que produce en el sistema educativo. En nuestro país es preciso dotar a este modelo de enseñanza de un marco normativo que permita el desarrollo armónico de los diversos modelos existentes, que facilite la adaptación de los mismos a unos estándares comunes, que asegure un desarrollo ordenado y contribuya a una mayor cohesión social, elementos todos ellos necesarios para buscar la excelencia de todos y asegurar una mejor igualdad de oportunidades de los alumnos que cursan estas enseñanzas. En España, la aparición de programas de enseñanza bilingüe en la escuela pública es en cierto modo consecuencia del fracaso de un sistema educativo que, a pesar de conferir una situación privilegiada y recursos adecuados y suficientes a la enseñanza de lenguas extranjeras, es incapaz de producir los resultados esperados. Afortunadamente, a cualquier administración educativa le resulta muy sencillo poner en marcha un programa de enseñanza bilingüe. Teniendo en cuenta que, en el peor de los casos, siempre supone un añadido a las expectativas de los padres, es decir a la enseñanza prevista por ley, independientemente de la calidad que tenga el mismo, es muy improbable que alguien discuta su bonanza. Prueba de ello es el impacto positivo que cualquier programa bilingüe, por limitado o insuficiente que pueda resultar, genera en toda la comunidad escolar.

Sin embargo, la calidad de cualquier modelo de enseñanza bilingüe, además de por la prioridad política de los gobernantes, está directamente condicionada por una serie de parámetros entre los que conviene destacar la voluntariedad de los centros, el compromiso de profesores y padres, el número de centros que se incorpora a un programa, la progresividad en el desarrollo del mismo, la formación del profesorado, los recursos económicos, los recursos humanos, la evaluación del programa y el apoyo de la administración. La velocidad de implantación del mismo y el cumplimiento de estos requisitos son elementos determinantes. Cuanto más progresiva y controlada sea su implantación, mayor calidad tendrá el programa. Y por el contrario, cuanto más rápida y extensa, menor calidad. Y en las diferentes comunidades autónomas que configuran nuestro país, observamos diferentes modelos de implantación, existiendo lógicamente diferencias considerables en la calidad de los mismos.

Todos los alumnos del sistema educativo pueden recibir enseñanza de inglés, ya que el sistema está preparado para proporcionarla, pero es evidente que no todos pueden recibir enseñanzas en inglés. Este modelo de enseñanza requiere unas condiciones y unos recursos adicionales que condicionan tanto su implantación como su desarrollo. Se trata de un modelo de enseñanza con limitaciones, condicionado por factores difíciles de manejar. Dejando de un lado planteamientos demagógicos, desde un punto de vista puramente técnico, se puede afirmar que los modelos de enseñanza bilingüe no se deben generalizar si lo que se pretende es ofrecer una enseñanza de calidad. El desarrollo de modelos bilingües debe ser progresivo y paulatino y controlando en todo momento las variables que inciden directamente en su desarrollo.

La enseñanza bilingüe no es una enseñanza para ricos o para alumnos excelentes, sino para todos aquellos que estén escolarizados en un centro educativo que opta por ese tipo de enseñanza. La clave no está en el nivel socioeconómico o cultural de la familia sino en la voluntariedad y en el compromiso de quienes desean esas enseñanzas, es decir de equipos directivos, profesores y padres. Amparados en planteamientos más ideológicos o políticos que técnicos, algunas administraciones educativas han optado por una oferta amplia de enseñanza bilingüe, llegando a altos niveles de generalización, incorporando incluso varios idiomas. Los resultados que se obtienen en las distintas comunidades son por lo tanto muy variados aunque, como ya se ha indicado, todos ellos bien aceptados por la sociedad.

En Europa, este modelo de enseñanza, que se extiende progresivamente, está originado por diversas causas, entre las que tendría un peso determinante el efecto migratorio y la movilidad. A diferencia de España, en algunos países de la Unión Europea la enseñanza bilingüe en los centros públicos tiene como objetivo la integración de población extranjera o la necesidad de colaboración en zonas limítrofes o fronterizas. Sea cual sea su origen, los resultados de los programas de enseñanza bilingüe tienen efectos positivos a corto plazo, como pueden ser entre otros muchos la mejora general del conocimiento del idioma estudiado, el manejo y el dominio de una lengua extranjera por parte de un número creciente de alumnos, la satisfacción de las familias, el efecto positivo que genera en el resto del sistema, la introducción entre los centros de factores de competencia, de exigencia, e incluso de competitividad, ya que no conviene olvidar el atractivo que supone para las familias la enseñanza bilingüe y por consiguiente el incremento de demanda de plazas que se genera en esos centros. Pero la consecución de su principal objetivo se produce a largo plazo. Los primeros resultados reales de los alumnos que inician un programa de enseñanza bilingüe que por ejemplo empiece a los seis años en primero de primaria, no se verán hasta dieciséis años después, es decir cuando esos alumnos concluyan sus estudios universitarios y se incorporen al mercado laboral.

En este contexto queda patente que el reto no es ya el de poner en marcha programas de enseñanza bilingüe, que han florecido a lo largo de todo nuestro sistema educativo a gran velocidad, sino el de buscar y sobre todo mantener la calidad de los mismos. Por lo tanto una vez implantados y conocidos los distintos modelos de enseñanza bilingüe en nuestro país, quedan por delante dos grandes retos: la calidad y la sostenibilidad de los mismos. Y ambos objetivos están directamente relacionados ya que su consecución depende en buena medida de los mismos elementos: la enseñanza bilingüe como prioridad política, la implicación de equipos directivos y profesores, el apoyo de los padres, la dotación de recursos; y si todos los aspectos que se han mencionado son importantes, hay uno que es absolutamente fundamental y es la formación de los maestros y profesores, que son quienes, con su esfuerzo y trabajo, van a asegurar no solamente la calidad sino la continuidad del modelo.

Aunque es muy difícil desarrollar un buen programa de enseñanza bilingüe porque requiere tiempo, recursos y mucho trabajo, algunas comunidades autónomas han demostrado que es posible. En ellas contamos con experiencias de éxito y con ejemplos de buenas prácticas, aunque también contamos con ejemplos de malas prácticas. Pero para asegurar su calidad y su sostenibilidad, los centros tienen que asumir responsabilidad y protagonismo y el papel de la administración debe, una vez iniciado el programa, convertirse en secundario y limitarse a la dotación de recursos, al apoyo a los centros y a la evaluación del programa.

En Europa todos los sistemas educativos, además de enseñar idiomas, también desarrollan programas de enseñanza bilingüe. Sabemos que en lenguas extranjeras, aun estando en situación de ventaja sobre los países de nuestro entorno, obtenemos malos resultados y nuestro país se encuentra a la cola de los rankings europeos en conocimiento de idiomas. En el ámbito de la Unión Europea, debido a la limitada extensión de los programas bilingües, no está prevista comparación alguna de modelos o de resultados pero en un futuro no muy lejano, es muy probable que surja un indicador que mida los resultados de los modelos de enseñanza bilingüe. Dada nuestra pobre trayectoria en materia lingüística, tan solo asegurando la calidad y la sostenibilidad de los programas que se han puesto en marcha en España tendremos oportunidades de poner a un importante número de alumnos españoles entre los mejor preparados de la UE.

La enseñanza bilingüe, es decir la enseñanza de materias en inglés, por mucho que se extienda, no puede sustituir a la enseñanza tradicional de lenguas extranjeras denominada en algunas comunidades autónomas educación plurilingüe. Si los programas que están en marcha no alcanzan niveles elevados de calidad, o si los que en algún momento han llegado a altos niveles de calidad no la mantienen, corremos el riesgo de obtener también malos resultados en ese modelo de enseñanza. Lo que es indiscutible, es que se nos medirá y se nos juzgará por los resultados. Estamos a tiempo de reorientar, reconducir y optimizar algunos programas en España. No nos podemos permitir el lujo de aparecer también a la cola de los programas bilingües en Europa.

Tanto en la enseñanza de idiomas como en la enseñanza bilingüe, se puede afirmar que hay mucho hecho, pero también que está casi todo por hacer.

Consejero de Educación en Estados Unidos y Canadá