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Maggie O’Farrell. Nacida en Coleraine, Irlanda del Norte, en 1972, es una escritora que reúne prestigio y éxito comercial. Entre sus aclamadas novelas se encuentran bestsellers como Hamnet (galardonada con el Women’s Prize for Fiction y el National Book Critics Circle Award) y El retrato de casada, así como un libro de memorias, Sigo aquí. Libros del Asteroide es su editorial en España.


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Inédita en español, La distancia que nos separa —la tercera novela de Maggie O’Farrell, publicada por primera vez en 2004—, explora ya algunos de los temas que serán fundamentales en la obra como los lazos afectivos, el peso de los recuerdos y la necesidad de independencia. En esta historia vuelve sobre cómo la familia conforma nuestras vidas, y sobre lo difícil que es, por mucho que lo intentemos, dejar atrás nuestros orígenes.


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Maggie O`Farrell: «La distancia que nos separa». Libros del Asteroide, 2024. Traducción de Concha Cardeñoso.

La autora norirlandesa da pistas de su brillo en su tercera novela, que sin embargo fluye de manera desigual. Lo que hay que celebrar es el salto que ha sido capaz de dar de entonces a hoy. Ya tenemos pruebas: a diferencia del deporte, una disciplina en la que los grandes héroes empiezan a perder partidos al cumplir años hasta verse obligados a la retirada, los músculos de la literatura son de otra especie. Los grandes escritores (o muchos grandes escritores) evolucionan desde la sencillez a la riqueza, desde la prueba y el error hacia una solidez fantástica que les hace poco a poco más interesantes, complejos, inalcanzables.

Es el caso de Maggie O’Farrell, autora de dos proezas narrativas como son Hamnet (2021 en España) y El retrato de casada (2023), ambos en Libros del Asteroide, editorial que ahora nos ofrece la que fue su tercera novela, La distancia que nos separa, publicada por la autora en 2004, hace 20 años.

Echamos cuentas: la escritora norirlandesa, nacida en 1972, tenía entonces 32 años, muy lejos de la veterana que hoy está en su apogeo narrativo. Y es así como hay que leer esta novela de lento avance que intenta amasar dos historias que fluyen de manera desigual. Hay brotes de brillo en su prosa, hay fragmentos que ella sabe iluminar con su estilo detallado, preciosista, casi poético. Hay pistas enormes de una belleza literaria que —hoy lo sabemos— sabrá desarrollar plenamente más adelante. En el presente.

La trama es ambiciosa: un chaval de origen inglés vive solo en Hong Kong, donde su madre hippy le ha dejado tras recorrer el mundo y para seguir recorriéndolo. Es sensible, es carismático, es deseable, y tiene agujeros en su desarraigo que le hacen especial, sobre todo el desconocimiento de su padre, un amor fugaz de su madre del que apenas sabe que es o era escocés. Muy lejos de allí, en Escocia, una chica libra sus propias batallas con su hermana y su pasado. La hazaña está en cruzar sus destinos, claro, y es ahí donde la autora recorre con valentía los grandes temas de la angustia, la enfermedad, la muerte, las opciones equivocadas y las heridas sin cicatrizar. La paleta de colores es amplia y se despliega en planos temporales y geográficos prolijos, variados, acaso excesivos. El ritmo y el pulso no van ahí como un reloj.

Hay maestría en la escritura, no obstante. La hay en el retrato de los personajes y, sobre todo, en la aproximación entre los dos protagonistas, en la cadena de sensaciones que se ponen en juego cuando se conocen, cuando se buscan, cuando se evitan, cuando se acercan y cuando se alejan sin manual de instrucciones. Es ahí donde logra la autora secuencias hermosas donde ya están plantadas las mejores semillas que florecerán en las extraordinarias Hamnet y El retrato de casada. Donde los bucles de sus vidas son caóticos, la pluma es firme.

Porque es ahí donde O’Farrell acierta plenamente. La autora sabe (es decir: sabía ya a los 32 años) detenerse en momentos, regodearse, generar el suspense justo mediante los detalles y, a partir de una selección muy minuciosa de chispazos delicados y certeros, ofrecer al lector una delicatessen ante la que puede pararse a saborear a cámara lenta o devorar a conciencia. «Dejan atrás abedules de plata, caballos al otro lado de una cerca, una casa de piedra en la que una mujer da vueltas haciendo volar a un niño. Stella grita y se ríe, se queja del freno, pero en lo único en lo que se fija Jake es en los brazos que lo envuelven: el mundo por el que circulan a velocidad es indistinto, borroso, como si ellos dos fueran los únicos seres reales, sensoriales, que respiran».

Como ha sido certera en la descripción de una amante: «Le fascinaba la belleza de los jóvenes, lo impecables que eran, que tuvieran los músculos tan agarrados a los huesos, lo bien que se les ajustaba la piel al cuerpo. Esperaba que se le pegara un poco de todo eso, como el polen a una manga».

La distancia que nos separa, traducido por Concha Cardeñoso, es un gran punto de partida. Una prueba de que hay grandes escritores capaces de crecer y evolucionar. Lo que hay que celebrar al leerlo es el salto que ha sido capaz de dar a partir de un embrión de calidad, riqueza y preciosismo que son marca de la casa. O’Farrell escribe como los ángeles y las pruebas de ello, más allá de una trama un tanto forzada hasta el final, estaban ahí. Nada que ver con los escritores que solo saben ir a peor. Sin ser deportistas.


Texto publicado en El País (4/3/2024) y reproducido aquí con autorización.

Periodista en el diario El País, es colaboradora en otros medios y escritora. Sus últimos libros son «Goya en el país de los garrotazos» y «El pozo».