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Antes de la pandemia ya había problemas graves con nuestro sistema de organización de las relaciones económicas internacionales. Como se muestra en este libro del profesor y analista Emilio Ontiveros, en parte por haber estirado el brazo de la globalización más que la manga de la necesaria gobernanza de
dicha globalización y, por otra parte, por la crisis de liderazgo mundial que vivimos al haber entrado EE.UU. en una de sus fases de repliegue («American first» se está convirtiendo en un «America alone») y estar ocupando el vacío otras potencias como Rusia o China que no pueden aspirar (todavía) al liderazgo mundial (la UE está, desgraciadamente, ausente en esa pugna).

Como creo que después de la pandemia, aunque no regresemos «al mundo de ayer», tampoco saldremos a un mundo nuevo y radicalmente distinto, el libro que comentamos seguirá conservando su elevado interés, sin pasar a ser, solo, un libro de esa historia económica reciente a la que tanto hace referencia el autor para entender el presente.

Emilio Ontiveros: «Excesos»

Sobre todo, el tremendo golpe que representó para nuestro modelo de vida y nuestras creencias, la crisis financiera internacional de 2008 seguida, en Europa, por la crisis del euro de 2011/2012.

Aunque el libro se organiza en cinco partes, en realidad el proyecto al que responde tiene tres puntos: qué problemas tenemos, cuáles han sido las causas de esos problemas y por dónde deben ir las soluciones a esos problemas. Y debo de decir que, a pesar de no ser un libro extenso, para los tiempos que corren, es bastante exhaustivo y, muy, muy didáctico. Es, claramente, un libro escrito con el rigor del experto, pero con la pedagogía del profesor, lo que lo convierte en lectura recomendada «para todos los públicos».

Vivimos, según Ontiveros, un tiempo en el que la inseguridad es un denominador común y «la incertidumbre se apodera de los estados de ánimo de los empresarios y de las familias» (pág. 39). Junto a ello, un momento en el que «los indicadores  macroeconómicos nunca estuvieron tan divorciados de los estados de ánimo de la gente como ahora» (pág. 19) ya que, a pesar de todos los éxitos con los que nos bombardean los medios de comunicación derivados de la globalización y la intensificación del progreso tecnológico, se está poniendo de manifiesto que todo
ello ha beneficiado mucho más a unos que a otros. Ahora, muchos viven hoy peor que vivían sus padres. No todos tienen garantizados sus puestos de trabajo» (pág. 18) y muchos sienten que les han robado sus expectativas de futuro basadas en una igualdad de oportunidades, un proceso de selección basados en la meritocracia y un ascensor social, tres vectores de cohesión social que han saltado por los aires, dejando desprotegidas a amplias capas de la población que vuelven sus ojos a unos gobiernos nacionales impotentes para frenar el cambio global que se ha puesto en marcha. Esa será la base social de los populismos que estamos viendo crecer en Europa (y no solo del Este), EE.UU. y América Latina.

Si, como el autor, seguimos iniciando el recuento histórico del Orden Económico Internacional con los Acuerdos de Bretton Woods posteriores a la Segunda Guerra Mundial, es porque muchos de sus valores (multilateralismo y liberalización de intercambios) y de sus instituciones (FMI, Banco Mundial) siguen en pie como referentes, aunque cada vez haciendo más agua en un deterioro progresivo que tiene un punto de inflexión muy importante en la crisis financiera internacional de 2008 simbolizada por la quiebra de Lehman Brothers. Como señala el autor, lo importante de esta crisis no fue tanto su origen en los sistemas financieros privados del primer mundo, sino en dos secuelas sin las que no se entienden el momento actual: una, que «la gestión de la crisis exigió actuaciones excepcionales que
en gran medida alteraron el funcionamiento del sistema económico» (pág. 198), y dos, que «esa crisis despojó a la globalización de su hasta entonces incuestionables atributos […] y extendió la desconfianza hacia las élites y las instituciones, incluidos los partidos tradicionales» (pág. 29). A partir de ahí, los dos vectores claves que habían definido el mundo económico en los últimos años, una globalización crecientes y los exponenciales avances de la digitalización, pasan a ser percibidos como amenazas por parte de un número creciente de ciudadanos, sobre todo, en los países más avanzados entre los que, además, crece la desconfianza hacia el capitalismo y la democracia. Este proceso es ampliamente descrito con rigor y, a la vez, con sencillez por el autor.

Si seguimos la lógica subyacente al relato del libro, podemos reagrupar lo dicho en torno a dos excesos: los relacionados con las reglas del juego y los relativos a los jugadores. En todo caso, es evidente que los «excesos» a los que se refiere el título del ensayo han sido cometidos por quienes tenían capacidad y poder para cometerlos. Respecto a las reglas del juego establecidas tras la Segunda Guerra Mundial (liberalización de intercambios, estabilidad financiera, predominio del libre mercado y multilateralidad, con una potencia líder) se empiezan a resquebrajar a partir de 1970 cuando EE.UU. suspende la convertibilidad del dólar en oro ante la superinflación derivada de sus gastos en la guerra de Vietnam, seguido por la extensión al mercado de capitales de las reglas de liberalización mundial de movimientos, mientras se mantienen controlados los servicios y, sobre todo, los trabajadores, lo que genera una hinchazón de las finanzas mundiales respecto a los bienes producidos, aunque se haya producido un fuerte incremento en el comercio mundial («las finanzas han dejado de ser acompañantes de las transacciones reales para disponer de mayor autonomía», pág. 125) lo que introduce fuerte inestabilidad en el sistema económico mundial, como vimos cuando la crisis de 2008; y, sobre todo, la aceptación de China en la Organización Mundial de Comercio en 2001, «como si» fuera una economía de mercado, lo que significa una revolución paulatina en el sistema mundial de intercambios comerciales al aparecer las nuevas cadenas de valor (lo que llamamos globalización) y, sobre todo, un competidor con costes bajos al que se le permite fórmulas de ayudas estatales que están prohibidas en otros países, abriendo la puerta a una competencia desleal de la que sacan mucho provecho las nuevas empresas globales aunque deteriore las reglas de juego de la OMC.

Esta realidad conecta con la segunda línea de análisis, los jugadores, donde hemos visto como se alteraban radicalmente los equilibrios preexistentes ante la irrupción de dos nuevos jugadores potentes y al alza: China y, también, las nuevas empresas multinacionales, sin control estatal adecuado, impulsadas, además, al calor de la revolución tecnológica que, en paralelo, hemos vivido («Globalización y digitalización son las dos grandes transformaciones de las últimas décadas», pág. 53).

Estos desequilibrios, mantenidos desde una creencia ideológica en que los mercados libres acaban consiguiendo un equilibrio estable, salta por los aires a partir de la crisis financiera internacional del 2008, que tiene un efecto secundario en la crisis de la eurozona que provoca que «Europa llegue cansada a esta nueva confrontación del poder mundial actual» (pág. 247). A partir de ahí, ante un nuevo panorama protagonizado por un país que no cumple las normas (China), y por unas grandes empresas globales que se las saltan (el grupo de empresas tecnológicas conocido como GAFAM por sus siglas, que factura el equivalente al 70% del PIB de España), se va incubando una reacción, sobre todo en los países más avanzados que es donde más se traduce todo eso en un fuerte aumento de la desigualdad social, que, de momento, adquiere la forma de un populismo político más interesado en señalar culpables (reales o no) que en buscar soluciones (posibles).

Y es que hay soluciones. O, al menos, eso nos dice Ontiveros en la última parte de su análisis titulada, precisamente, «Nada está perdido», donde propone «no dejar solos a los mercados» (pág. 278), «frenar los excesos del capitalismo, que son autodestructivos» (pág. 279) teniendo claro que «frenar la apertura o el progreso tecnológico, no es la solución» (pág. 288). Hay que buscar una reforma de las instituciones multilaterales para «adecuarlas a la realidad de esta tercera fase de la globalización» (pág. 296) donde la interdependencia económica entre países es muy superior a la que existía tras la Segunda Guerra Mundial, pero China es «uno de los grandes acreedores del resto del mundo, incluido Estados Unidos» (pág. 253) y, de forma simultánea, regenerar el capitalismo buscando  compatibilizar la rentabilidad de las empresas con la satisfacción
de las exigencias sociales» (pág. 307).

Quienes creemos que mantener un sistema de convivencia, democrático en lo político a la vez que eficiente y justo en lo social, es una conquista que merece la pena conservar e incluso extender a todo el planeta, encontraremos en el ensayo del profesor Ontiveros argumentos suficientes para convertir nuestro deseo, en realidad posible. No se arrepentirán de leerlo.

Economista. Presidente del Consejo Social de UNIR. Ha sido ministro de Administraciones Públicas.