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Leyendo la prensa nacional uno se queda perplejo al ver que las cuestiones de seguiridad interesan tan poco a los españoles. Claro que quizá haya asuntos internos más apremiantes por el momento; sin embargo, el papel de España en Europa, su futuro peso político y su capacidad de influencia van a depender en gran parte del debate que está teniendo lugar en la Alianza Atlántica sobre el futuro de la seguridad europea. España, por su situación geográfica y por los numerosos desafíos de seguridad a los que va a enfrentarse en los próximos años, no puede quedarse al margen de este debate.

Por poner un ejemplo, un asunto tan crucial como la futura ampliación de la OTAN está pasando desapercibido en nuestro país, al contrario de lo que ocurre en los demás países aliados. Y no debería ser así, porque, al final, el parlamento español, como los del resto de países, va a tener la última palabra en este tema. ¿En qué nos va a afectar la ampliación de la OTAN? A pesar de los cambios que ha sufrido la Alianza Atlántica en los últimos años, y de las nuevas misiones que ha adoptado para adaptarse a la nueva situación estratégica, la OTAN sigue y deberá seguir siendo una organización de defensa colectiva cuya misión principal es garantizar la defensa territorial de sus miembros. A diferencia de las organizaciones de seguridad colectiva, como la OSCE, su credibilidad se basa en una serie de compromisos que hay que cumplir. Y esto es importante, porque en una organización de estas características no cabe que sus miembros opten por actuar en función de sus preferencias o intereses nacionales, como sí puede ocurrir en la Unión Europea. En la OTAN, no: o hay defensa colectiva o no la hay. Y por eso, cualquier ampliación comporta para todos los alidados (españoles incluidos) la asunción de nuevos compromisos de seguridad: en el mejor de los casos, eso significa que habrá un esfuerzo financiero adicional; en el más dramático, el compromiso y la voluntad política de enviar a nuestros soldados a luchar por defender países como, por ejemplo, Polonia o Eslovaquia. No quiero decir con esto que España tenga que oponerse a la ampliación de la OTAN; pero sí que hay demasiadas cosas en juego como para permitirnos el lujo de no tener un debate serio sobre el tema.

Más importante que la ampliación de la OTAN – o al menos más próximo a nosotros- es el debate sobre el futuro de las relaciones transatlánticas, el desarrollo de una identidad europea de seguridad y defensa o el nuevo papel de la OTAN en misiones de gestión de crisis, aún por definir. Durante más de cuarenta años la seguridad aliada ha estado garantizada por los Estados Unidos; no parece que éstos estén dispuestos ahora a seguir invirtiendo en nuestra defensa si Europa (España incluida) no sabe o no puede asumir la parte de responsabilidad que le toca. De ahí que el desarrollo de una identidad europea de seguridad y defensa sea condición indispensable para que el compromiso norteamericano con nuestra seguridad se siga manteniendo. Probablemente, la presencia norteamericana dependerá también de que Europa, a su vez, sea capaz de apoyar los intereses globales de seguridad norteamericanos más allá de lo estrictamente europeo. Puesto que España tiene mucho que ganar o perder en este debate, deberíamos intentar contribuir a dar respuesta a preguntas que aún están en el aire. Por ejemplo: ¿es que se ha pensado en serio en España en el impacto que la Conferencia Intergubernamental de 1996 en el futuro de las relaciones transatlánticas? ¿o en las consecuencias que tendrá la ampliación de la Unión Europea y de la Unión Occidental en países aliados como Turquía? ¿o en cómo involucrar a los Estados Unidos en estas discusiones? Y lo que es más importante: ¿podría España, aunque quisiera, tener una política activa en estas cuestiones, teniendo -como tenemos- el presupuesto de Defensa más bajo de todos los países aliados exceptuando a Islandia y Luxemburgo?

Si España no es capaz de articular una política de seguridad y defensa clara, con unos objetivos bien definidos y con los medios humanos y materiales necesarios, y si esa política, a su vez, no cuenta con el apoyo inequívoco de la opinión pública -ya sea por falta de información o por desinterés- correremos el riesgo de quedarnos al margen de las grandes decisiones y sin poder influir en ellas en nuestro propio beneficio. Y tarde o temprano nos pesará.

* La opinión de la autora en este artículo no refleja necesariamente la postura oficial de la OTAN.