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«La ayuda oficial al desarrollo es una fórmula para tranquilizar la conciencia de los ciudadanos»

Fernando Villalonga, Secretario de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica, es un diplomático de carrera de la nueva generación, que antes de asumir sus actuales responsabilidades trabajó en África y América Latina. Conoce perfectamente los puntos débiles de la cooperación española en el mundo e intenta, desde hace más de tres años, poner en marcha un amplio plan de ayuda al desarrollo desde un país donde la cooperación era, hasta hace poco, una aspiración entre exótica y burocrática. En esta entrevista, fruto de varias conversaciones dentro y fuera de España, Villalonga establece las líneas maestras de lo que a su entender debe ser una política exterior y de «cooperación» para el nuevo milenio.

ALBERTO MÍGUEZ • ¿Puede haber una política exterior sin cooperación?
FERNANDO VILLALONGA • No. Sería impensable. Cualquier Estado que se precie y quiera hacer política exterior en los países en vías de desarrollo, o incluso en países desarrollados, necesita jugar la baza de la cooperación, porque con simples declaraciones de intenciones no es suficiente… Las inversiones exteriores y la internacionalización de la empresa son también elementos muy importantes de la política exterior, que no puede conformarse sólo con retórica…

AM • ¿Quiere eso decir que en el pasado se sustituyó la cooperación con buenas palabras?
FV • Hubo algo de eso. Se estableció una retórica un tanto vacía para hacerse perdonar la modestia de una realidad incipiente. Pero eso es agua pasada…

AM • Así que el papel del diplomático está cambiando o hay que cambiarlo.
FV • Por supuesto, es una reforma pendiente que se hace parcialmente, pero todavía no se ha tomado conciencia globalizada en el Ministerio de Asuntos Exteriores de que es necesaria. Cada día parece más difícil que, por ejemplo, una persona represente a España en un organismo internacional de carácter durante tres años y, posteriormente, la misma persona se encargue de temas notariales, jurídicos o burocráticos como Cónsul, pero sin conocimientos específicos en temas tan delicados como derecho de asilo, refugio, nacionalidad, etc. Y lo mismo cabe decir en materia de cooperación: es necesario tener gente especializada en cooperación al desarrollo y relaciones económicas internacionales.

AM • ¿Cómo se forman esos especialistas? Que yo sepa, en España no hay una Escuela de Cooperación.
FV • No, no la hay. Y a mí me gustaría que, por ejemplo, en la Escuela Diplomática hubiese una especialización en estas materias. También hay que incidir en el factor universitario. La Universidad española empieza a abrirse en ese campo: las universidades de Barcelona, Valencia, Bilbao y la Complutense de Madrid tienen ya cátedras de cooperación internacional, y de ahí está surgiendo una sementera de jóvenes que después podrán entrar en la carrera diplomática con una formación aceptable.

AM • ¿Qué es la cooperación: una afición, una pasión o una profesión?
FV • La vocación no basta. Un país que mueve actualmente casi 220.000 millones de pesetas en este terreno necesita especialistas, técnicos en proyectos, médicos bien formados, ingenieros capaces de llevar a cabo proyectos sobre el terreno, agrónomos, expertos en refugiados y desplazados, etc. La cooperación nace de un impulso solidario, pero tiene que venir arropada con una especialización en profundidad.

AM • ¿Puede vivir una persona de lo que gana como cooperante?
FV – Sí, de hecho hay muchos casos en que eso ocurre. Es éste un tercer sector que ha surgido en la economía española y que está movilizando muchos fondos, estatales y de los otros…

AM • ¿Se sabe cuáles son esos otros fondos no públicos? ¿Hay evaluaciones fiables?
FV • No, no las hay. Pero las grandes organizaciones españolas de cooperación y ayuda se financian con aportaciones privadas.

AM • ¿Estaremos cerca de los 500.00 0 millones por año?
FV • Es una cifra razonable, aunque resulte difícil de corroborar oficialmente.

AM • ¿Es solidaria la sociedad española? ¿Se mueve por causas humanitarias?
FV • Definitivamente, sí. Lo acabamos de ver en el caso del huracán Mitch en Centroamérica o en el tema de Bosnia, la crisis de los grandes Lagos en África, etc.

AM • Pero, ¿no se trata de una solidaridad «eruptiva», instantánea, que después se diluye o se olvida?
FV • Los movimientos masivos de solidaridad tienen un perfil de dientes de sierra, en España y en el resto del mundo. Las crisis y el eco que tienen en los medios de comunicación, sobre todo en la televisión, influyen en ello enormemente. Pero qué duda cabe que en España, detrás de este impulso de solidaridad, han surgido organizaciones no gubernamentales y estructuras como la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECl) que han ido mejorando y perfeccionándose con recursos suficientes.

AM • ¿Tiene España en cooperación el mismo nivel que pueda tener internacionalmente en el terreno comercial o político? La cooperación española: ¿corresponde a su dimensión como país?
FV • Creo que estamos al nivel que nos corresponde, incluso más alto. Entre los países de la OCDE ocupamos el octavo puesto y tenemos un nivel de desarrollo menor. Hay países como Estados Unidos o Japón, que cooperan mucho menos que nosotros porcentualmente a su PIB.

AM • ¿Cuál es el porcentaje del PIB que España dedica a la cooperación al desarrollo? ¿Estamos lejos del mítico 0,7%?
FV • En estos momentos acabamos de aprobar en el Consejo de Cooperación al Desarrollo —deben aprobarlo también el Consejo de Ministros y el Parlamento— el Plan Cuatrienal para el Desarrollo, en donde se establece una dotación presupuestaria de ayuda oficial al desarrollo del 0,3%; ahora estamos en el 0,25%. El 0,7% es un objetivo moral, aunque poco realista, porque si se impusiera no habría capacidad administrativa para gestionar los proyectos. Además, en momentos de contención presupuestaria como los actuales, todos los países desarrollados han reducido sus porcentajes: la media de estos países actualmente es de un 0,23%. Es utópico en las actuales circunstancias plantear el 0,7%. Lo importante sería adaptar el crecimiento porcentual de la cooperación al crecimiento del PIB.

AM • ¿No es un poco escandaloso que en la medida que nuestras sociedades son más ricas — y no me refiero solamente a la española— disminuya paulatinamente, como parece ser el caso, la ayuda al desarrollo?
FV • Hay que ser realistas. Hoy por hoy, la ayuda oficial al desarrollo —no sólo en España, también en el resto de países más desarrollados— es una fórmula para tranquilizar la conciencia de los ciudadanos. Ahí radican muchas de las contradicciones que sufrimos: no hay voluntad de traspasar de forma masiva los recursos de los países prósperos a los pobres para fomentar el desarrollo. Sinceramente, no hay esa voluntad, dígase lo que se diga: y no siempre es fácil decirlo. Nuestras políticas entran en contradicción con la necesidad de desarrollo del llamado Tercer Mundo (TM). Claro que esto es tal vez políticamente incorrecto. Por ejemplo, la Política Agraria Común de la Unión Europea (PAC) que tanto beneficia a los agricultores españoles o franceses, significa un proteccionismo tan elevado que los países del TM, que producen a precios más bajos, no pueden entrar en nuestros mercados, convertidos en verdaderas fortalezas. Y lo mismo sucede con las políticas pesqueras. Pero ¿qué partido político español, francés o de cualquier otro país de la UE va a utilizar estos argumentos con sus electores?

AM • Estas palabras en boca de un Secretario de Estado, que es también un político, podrían parecer una provocación…
FV • Lo políticamente incorrecto sería tapar estas realidades. Hay una clara incoherencia entre las grandes proclamas para ayudar al TM y las realidades cotidianas de nuestra política doméstica. Es un hecho y tenemos que asumirlo. Las políticas para el desarrollo de los países ricos son el producto de una gran hipocresía. No es la primera vez que lo digo.

AM • Pero lo que sucede: ¿es sólo culpa de los gobiernos? ¿No tienen nuestras sociedades, al fin y al cabo democráticas, una responsabilidad compartida?
FV • Los discursos son semejantes, por no decir iguales. Todos tenemos un impulso solidario, en general somos buena gente, pero no queremos renunciar a tener más. Lo que se invierte en carreteras aquí es enorme si se compara, por ejemplo, con lo que se dedica a ayuda al desarrollo. Por no decir lo que se dedica a ferrocarriles en Europa.

AM • ¿Y cómo se sale de esta especie de círculo vicioso, de doble moral?
FV • A medio plazo no vamos a salir ni a renunciar a este tipo de políticas. ¿En qué va a terminar todo esto? En lo que ya está ahora apuntando: dos terceras partes de la población mundial serán cada vez más pobres y una tercera parte cada vez más rica. Y esto nos va a llevar a conflictos tremendos, a estallidos periféricos brutales. Esta castástrofe, perfectamente evitable por lo demás, puede marcar el siglo XXI.

AM • Profetas, tecnócratas, voluntarios, cooperantes, benévolos… ¿Son compatibles?
FV • Por supuesto. Los «solidarios», como se les llama, son la conciencia crítica y ética de nuestra sociedad. Y eso está muy bien, porque sin ellos no haríamos lo poco que hacemos. No hay que olvidar que la ayuda humanitaria es en política exterior el reconocimiento tácito de un fracaso, al no haberse podido evitar el conflicto, la ruptura, la violencia.

AM • Hablemos de la deuda externa de los países más pobres. ¿Es pagable esta deuda? ¿Debe exigirse su pago a estos países o simplemente condonarse?
FV • La deuda externa pesa muchísimo en el desarrollo de esos países que a veces dedican el 80% de su PIB para pagar apenas los intereses. Pero las cosas no se acaban ahí. No podemos repetir el mismo esquema de préstamos en caso de que la deuda se condone, si es que se condona. Los préstamos no pueden servir para engrosar los bolsillos de los dirigentes corruptos en connivencia con las empresas occidentales. Esa es la causa del problema: todos los créditos que han ido hacia los países pobres no han servido para desarrollarlos; en el peor de los casos, han servido para enriquecer más a sus dirigentes y a las empresas occidentales que han hecho grandes negocios. Y eso no puede continuar así.

AM • En resumen, que el modelo de desarrollo actual Norte-Sur no funciona…
FV • No es sostenible, no; y, si se mantiene, degenerará en grandísimos conflictos, culturales, religiosos y étnicos.

AM • ¿Puede hablarse de una cooperación neutral?
FV • La cooperación humanitaria básica debe ser neutral. Por ejemplo, en Guinea Ecuatorial nuestra cooperación básica es lo más neutral posible: nuestros sacerdotes y monjas procuran no meterse en política o en lo que las autoridades ecuatoguineanas consideran como tal. En Guinea Ecuatorial aseguramos a través de la Federación Española de Religiosos de Enseñanza (FERE) las necesidades educativas básicas y a través de otras organizaciones, las sanitarias. A mí no me gustaría que la coyuntura política pudiera afectar a esta cooperación básica.

AM • De modo que cualquier dictadura, por muy sanguinaria que sea, puede contar con la ayuda española…
FV • Con la ayuda humanitaria sí, porque en principio no ayudar en ese terreno perjudicaría a la población, que es inocente. Pero, ¡cuidado!: estoy hablando de ayuda humanitaria básica, no de ayuda al desarrollo, que es diferente. Si se hace ayuda al desarrollo hay que exigir unos mínimos de respeto a los derechos humanos, gobernabilidad, etc.

AM • ¿Qué indicadores se utilizan para evaluar el respeto a los derechos humanos en los países en vías de desarrollo?
FV • Hay mínimos. Qué duda cabe que la democracia en África es a veces un producto importado que se compadece poco con las costumbres y la historia de aquellos países. Depende mucho del país, de la región, de la cultura… A ojos de un occidental, es mucho peor una dictadura militar en Chile que un régimen autoritario en Burkina Faso.

AM • ¿Qué cooperación hay, por ejemplo, con Cuba?
FV • Está limitada por la propia naturaleza del régimen cubano. Sucede algo parecido con las inversiones, que son de alto riesgo porque no existe seguridad jurídica. Con Cuba hacemos cooperación humanitaria, sanitaria, alimentaria; pero otro tipo de cooperación la tenemos limitada por la propia naturaleza del régimen.

AM • Las organizaciones no gubernamentales (ONG): ¿cumplen los objetivos para los que fueron creadas o han ¡do degenerando en simple recolectores de fondos, que después maladministran o despilfarran, como aseguran algunas voces críticas?
FV • No quiero entrar en esa dinámica de acusaciones, por lo general sin fundamento. Las ONG son, como los movimiento solidarios a los que antes me refería, la conciencia ética de nuestra sociedad. Por supuesto, de todo puede darse: algunas funcionan bien y otras peor. Pero según mi experiencia, en su mayoría lo hacen bien. La sombra de duda arrojada sobre su labor significa a veces cargarse lo poco que hay en nuestras sociedades en este terreno. En España existe un grupo muy significativo de organizaciones no gubernamentales bien preparadas, bien formadas, con técnicos que hacen buenos proyectos y los realizan. En términos generales, se puede confiar en ellas.

AM • Pero, ¿y las «pérdidas» en el camino y los despilfarras?
FV • Hay de todo, por supuesto. Pero para acabar con esos defectos hay que establecer controles de gestión dentro de las propias ONG o fuera. Estos controles unas veces funcionan mejor y otras peor. A nosotros nos ha ocurrido que en África apenas llegaba el 20% de la ayuda alimentaria enviada. Pero en Centroamérica esos controles funcionaron perfectamente y las «pérdidas» fueron mínimas.

AM • El esquema legal de la cooperación española: ¿está concluido?
FV • Está rematándose. Tenemos ya el paraguas legal, el marco —la Ley de Cooperación— y ahora falta el desarrollo reglamentario, que es más complejo. Antes me refería al Plan Cuatrienal de Cooperación, que ya está en marcha. Y en el futuro deberemos renovar el Consejo de Cooperación al Desarrollo, diferente del que tenemos ahora, que será esencialmente de la sociedad civil: la Administración estará allí de forma testimonial. Hemos creado también un Consejo Interterritorial para poner de acuerdo a las Administraciones que hacen cooperación y que a veces solapan esfuerzos o incluso compiten entre ellas en determinados lugares. También habrá una nueva Comisión Interministerial, para que el Estado tenga una voz única y coordinada en estos temas; hay que establecer también un registro de las ONG. ¡Ah!, y un asunto de enorme importancia y urgencia: el tratamiento fiscal que se dará a las donaciones privadas para ayuda al desarrollo y humanitaria…

AM • ¿Cuáles son los problemas reales, cotidianos, de la cooperación en España vistos desde la Secretaría de Estado?
FV • Son varios, algunos de ellos ya antiguos, otros, menos. Hay, desde luego, un problema de coordinación ministerial que intentamos corregir: se trata de que todos los ministerios que hacen cooperación —y son varios, no solamente el de Asuntos Exteriores— coordinen sus esfuerzos. Otro problema es la estructura de la AECI que nació como un instrumento de aluvión y que ahora gestiona nada menos que 60.000 millones de pesetas. Pero la burocracia dificulta su funcionamiento: todo esto debe ser aligerado. Hay que hacer de la Agencia un ente semejante al Instituto de Comercio Exterior (ICEX) o a RTVE: más ágil, mejor controlado.

AM • No parece que RTVE sea un ejemplo de gestión ordenada y control.
FV • Lo es, aunque no lo parezca. Ya nos gustaría a nosotros que la AECI alcanzara las cotas de agilidad y control que tiene el Ente Público de Radiotelevisión Española.

AM • ¿No hay una inflación de ONG? ¿Por qué esta atomización?
FV • Las organizaciones no gubernamentales surgen de la sociedad, que es plural, varia. No podemos, aunque quisiéramos, reducir su número. Yo soy, desde luego, partidario de que el Estado trabaje con menos ONG, que haya un contrato de confianza con algunas, pocas, pero eficaces, que hayan demostrado su capacidad, como ocurre en Dinamarca, donde el Estado coopera sólo con tres mediante un contrato de confianza de cuatro años de duración. Pero antes de llegar a una situación semejante, pasarán algunos años. Antes trabajábamos con unas doscientas, ahora con setenta y ocho.

AM • Hay zonas donde la cooperación española es muy modesta, casi inexistente.
FV – Sí. En Europa del Este estamos poco presentes. No así en los Balcanes: Bosnia-Herzegovina, Kosovo… Tampoco en Asia hay suficiente presencia española.