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[Texto procedente del número impreso de Nueva Revista 181; lo ofrecemos en PDF al final del artículo].


Woke. Cuesta encontrar una palabra con tan pocas letras que encienda tantas pasiones. Para unos, el término evoca igualdad, justicia, lucha contra el racismo. Para otros, no es más que la enésima reformulación del viejo y divisivo eslogan «lo personal es político». ¿Cuánto hay de cierto en estas posturas?

La muerte del afroamericano George Floyd bajo la rodilla de un policía blanco y ante la pasividad de otros tres agentes, ocurrida en Minneapolis (Minnesota) el 25 de mayo de 2020, marcó un antes y un después en la lucha contra el racismo en EE.UU. Aunque existían precedentes de protestas masivas, como las organizadas tras las muertes de Trayvon Martin (2012), Michael Brown (2014) o Eric Garner (2014), esta vez la opinión pública se atrevió a mirar de frente a problemas que la población negra llevaba años denunciando.

Las informaciones periodísticas del momento hablaron de racismo y de violencia policial, de pobreza y de desigualdad, de barrios en ruinas y de altas tasas de encarcelamiento… Un dato elocuente: según estimaciones de The Economist, uno de cada tres varones afroamericanos nacidos a principios de este siglo puede esperar ir a la cárcel en algún momento de su vida, en comparación con uno de cada 17 varones blancos.

La mayor sensibilidad hacia estos problemas ha venido de la mano de una serie de movimientos y corrientes de pensamiento que han saltado al mainstream: la política identitaria, la teoría crítica de la raza, el activismo por la «justicia social», el movimiento Black Lives Matter (BLM)

La mayor sensibilidad hacia estos problemas ha venido de la mano de una serie de movimientos y corrientes de pensamiento que han saltado al mainstream en los últimos años: la política identitaria, la teoría crítica de la raza, el activismo por la «justicia social» –como se conoce en EE.UU. la lucha contra la discriminación por razones de sexo, raza u orientación sexual–, el movimiento Black Lives Matter (BLM), el Proyecto 1619, etc. Todos ellos componen lo que se ha dado en llamar la cultura o ideología woke: el sistema de ideas que hoy resume la visión moral de una izquierda culta y de buen nivel socioeconómico.

VARIEDAD DE CAUSAS

Difundida desde las universidades y las redacciones de grandes medios de izquierdas como The New York TimesThe Washington Post The Guardian, la ideología woke ha alcanzado amplia repercusión en la opinión pública y en la cultura popular de dentro y fuera de EE.UU. Sus manifestaciones más llamativas incluyen el derribo de estatuas; la quema de libros de Astérix, Tintín o Lucky Luke; el sándwich LGTB de Marks & Spencer; las matemáticas con perspectiva de género; el pulso entre Disney y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, por la ley conocida como «No digas gay»; o el cómic protagonizado por el hijo de Superman, un joven de 17 años que «lucha contra el cambio climático, participa en protestas contra la deportación de refugiados y es bisexual», en palabras de la escritora Leila Guerriero.

Como se intuye por estos ejemplos, la revuelta woke no va solo de luchar contra el racismo. Hay otras causas de por medio. Así, BLM combate la injusticia racial, pero también todo aquello que considera una fuente de opresión: la heteronormatividad, el «privilegio cisgénero», el modelo de familia nuclear, el capitalismo etc.

Además, como en cualquier otro fenómeno social, los ideales nobles pueden verse mezclados con intereses diversos. Pensemos, por ejemplo, en el empeño del Partido Demócrata por prolongar la exitosa coalición de votantes jóvenes, mujeres, negros, latinos y LGTB que logró Barack Obama; o en el lavado de imagen del capitalismo (woke-washing), que permite a las marcas conectar con los jóvenes sin renunciar a hacer caja.

Todos estos ingredientes explican por qué la doctrina woke se ha convertido en un nuevo campo de batalla cultural entre progresistas y conservadores.

EL DESPERTAR DE LA AMÉRICA PROGRESISTA BLANCA

El periodista Matthew Yglesias sitúa en 2014 el punto de inflexión en la conversación pública sobre los asuntos relacionados con la raza. Hasta ese año, explica con datos del Pew Research Center, la mayoría de estadounidenses (el 49% frente al 46%) pensaba que EE.UU. había hecho los cambios suficientes para dar a los negros los mismos derechos de que gozan los blancos. Pero a partir de entonces se produce un giro. Y solo tres años después, en 2017, el 65% frente al 31% cree que es necesario seguir haciendo cambios para lograr la igualdad.

¿A qué se debe ese vuelco en la opinión pública? Como antecedente inmediato, seguramente influyeron las protestas por la muerte de Michael Brown, un joven afroamericano abatido en 2014 por varios disparos de un policía blanco en Ferguson (Misuri). Pero Yglesias añade otra hipótesis: entre 2011 y 2016, se produjo un Gran Despertar (Great Awokening) entre los votantes blancos del Partido Demócrata, cuyas ideas en cuestiones raciales se volvieron más militantes que las de las minorías que han sufrido o siguen sufriendo discriminación. Por ejemplo, los izquierdistas blancos aprecian más la diversidad racial que los negros y los latinos; también tienen una actitud más favorable a la inmigración que los latinos; y son más partidarios que los propios afroamericanos de pedir para estos ayudas especiales.

La explicación de Yglesias cuadra con la de otro prestigioso analista, el periodista Andrew Sullivan, quien cree que el estirón del fenómeno woke llegó a mediados de la década 2010. Fue entonces cuando «un nuevo y curioso vocabulario» comenzó a ponerse de moda en determinados medios de comunicación. «Términos que antes eran casi totalmente oscuros, se convirtieron de repente en omnipresentes». Y cita, entre otros ejemplos sacados de The New York Times, los siguientes: no binario, masculinidad tóxica, supremacía blanca, queer, transfobia, blancura… No es disparatado relacionar el fervor mediático por este lenguaje con el cambio de actitudes registrado por Yglesias.

EL BIG BANG: LA POLÍTICA IDENTITARIA

Quizá como mejor se entiende el fenómeno woke es bajo el prisma de la política identitaria. Este es el Big Bang que desencadena todo lo que viene después: desde la ola a favor de la corrección política de los años 80 y 90 hasta la fiebre actual por los seminarios de Diversidad e Inclusión.

Al movimiento ‘woke’ no le interesa tanto la misma protección para todos, como una protección especial a través de la discriminación positiva, en la que ve la única vía de acceso a la igualdad efectiva

Como explica el historiador de las ideas Mark Lilla, hasta los años 60 y 70 del siglo pasado, la izquierda estadounidense se encuentra muy a gusto con la «política de la solidaridad»: una visión de la política cuyo nervio central es la aspiración a construir un país en el que todos gocen de los mismos derechos, las mismas oportunidades y la misma protección social, en la línea del New Deal de Franklin D. Roosevelt.

La «política de la solidaridad» pone el foco en lo común: precisamente porque todos tenemos una naturaleza humana y una ciudadanía comunes, todos merecemos los mismos derechos, las mismas oportunidades y la misma protección social. Este fue el planteamiento al que apelaron el movimiento sufragista en los primeros años del siglo XX y el movimiento por los derechos civiles a mediados de los años 50, para exigir la igualdad ante la ley.

Pero a finales de los 60 se produce un boom de movimientos fascinados por el eslogan «lo personal es político»: el feminismo, el movimiento queer, el Black Power… cambian las prioridades de la izquierda y la ponen a defender la «política de la diferencia»; esto es, una manera de hacer política centrada en los derechos de grupos que arrastran una discriminación histórica: las mujeres, los negros, los homosexuales…

A estos movimientos –que cabe encuadrar dentro de la Nueva Izquierda posmoderna–, no les interesa tanto la igualdad ante la ley como la igualdad de resultados, a la que también llaman «equidad» o «justicia social». Y lo justo y equitativo –sostienen– es corregir la desventaja de la que parten esos grupos. No les interesa tanto la misma protección para todos –que era lo que perseguían las leyes que en los años 50 y 60 consagraron los derechos civiles de los negros– como una protección especial a través de la discriminación positiva, en la que ven la única vía de acceso a la igualdad efectiva. Lo expresó muy bien la vicepresidenta de EE.UU. Kamala Harris: «El trato equitativo significa que todos terminamos en el mismo lugar».

Sobre este esquema básico –equidad vs. igualdad ante la ley–, cada una de las teorías y movimientos que confluyen en el fenómeno woke añade unos matices propios.

LA TEORIA CRÍTICA DE LA RAZA

Contra el legado del movimiento por los derechos civiles se alzaron los partidarios de la teoría crítica de la raza (TCR), una doctrina legal minoritaria que pasó durante años sin pena ni gloria hasta que irrumpió en escena al final de la presidencia de Donald Trump.

En los años 80, un grupo de juristas jóvenes retomaron la preocupación de Derrick Bell –el primer profesor afroamericano en conseguir una plaza fija en la Facultad de Derecho de Harvard– por demostrar cómo el Derecho servía para enmascarar el «racismo sistémico» o «institucional». Para estos autores, los avances legales en cuestión de derechos civiles eran insuficientes, pues creaban la sensación de igualdad sin corregir el resto de sesgos contra los negros presentes en el sistema legal, las normas culturales, las instituciones sociales y la economía del país.

Para acabar con esas estructuras injustas, la TCR trata de sacar a la luz todo aquello que hace partir a los blancos con ventaja (el «privilegio blanco»). Inspirándose en la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort, de orientación neomarxista, estos juristas propugnan el estudio crítico del Derecho e intentan demostrar cómo el armazón jurídico de la democracia liberal juega a favor de la «hegemonía blanca» a través de ideas como el Estado de derecho, la objetividad de la ley, la neutralidad del Estado o el mérito.

Para estos juristas, ni el Estado ni la ley pueden ser ciegos a la raza. Al revés, deben tomar partido activamente por los negros y el resto de minorías raciales, y favorecerlas a través de la puesta en marcha de un completo sistema de discriminación positiva. De ahí que Richard Delgado y Jean Stefancic  reconozcan a las claras en Critical Race Theory: An Introduction que esta doctrina viene a desafiar «los fundamentos mismos del orden liberal». Delgado es uno de los fundadores de la TCR.

Otra figura clave es Kimberlé Crenshaw, que acuñó el término «interseccionalidad» para aludir al solapamiento de dos o más formas de discriminación, fruto de la confluencia de varias «identidades oprimidas» en una misma persona o grupo. Por ejemplo: mujer negra lesbiana

Otra figura clave es Kimberlé Crenshaw, que acuñó el término «interseccionalidad» para aludir al solapamiento de dos o más formas de discriminación, fruto de la confluencia de varias «identidades oprimidas» en una misma persona o grupo. Por ejemplo: mujer negra lesbiana. Esta noción permite comprender por qué Black Lives Matter (BLM) considera que la lucha contra el racismo es inseparable de la lucha contra el patriarcado, la «heteronormatividad» o el capitalismo.

EL ANTIRRACISMO DE IBRAM X. KENDI

Los postulados de la TCR se han difundido a través de los seminarios de Diversidad e Inclusión, impartidos en organismos públicos, empresas, universidades, escue- las… Muchos se inspiran en las ideas de Robin DiAngelo, autora de White Fragility (2018), y en las de Ibram X. Kendi, autor de How to Be an Anti-Racist (2019). Ambos libros dispararon sus ventas tras la muerte de George Floyd.

A diferencia de DiAngelo, que considera racistas a los blancos socializados en países con fuertes desigualdades raciales, Kendi no vincula la etiqueta de racista a la condición personal sino a lo que cada cual hace o no hace en cada momento. Este enfoque convierte a Kendi en una voz singular dentro del lado de los identitarios. Por desgracia, la contundencia de otras ideas suyas acaba endureciendo lo que parecía una forma más constructiva de concienciar sobre la injusticia racial.

Su tesis más famosa es que solo caben dos posiciones frente al racismo: o eres antirracista (es decir, o apoyas de forma activa políticas públicas e ideas contra el racismo), o eres racista. No existe el no racismo, como tampoco existe un Estado racialmente neutro, uno de los grandes mitos que, según él, alimenta el racismo. Por eso, se puede ser racista por omisión, como proclama el eslogan que popularizó BLM: «El silencio es violencia».

En la práctica, para Kendi, la única forma que tenemos de no ser racistas es apoyar «la discriminación antirracista»; esto es, lo que en EE.UU. se conoce como acción afirmativa o discriminación positiva. El corolario lógico de este planteamiento es inequívoco: o apoyas la protección especial para las minorías raciales, o eres un racista. Y por si hubiera dudas, Kendi lo afirma expresamente: «Oponerse a las reparaciones [a los descendientes de los esclavos] es ser racista. Apoyar las reparaciones es ser antirracista. El terreno medio es terreno racista».

Este es uno de los giros decisivos que ha traído la mentalidad woke. Antes, la discriminación positiva era un tema sobre el que cabía debatir: como cualquier política pública, admitía argumentos a favor y en contra. Ahora, si te opones a esas medidas, eres racista. Más allá del debate sobre el racismo, sus ideas muestran hasta qué punto se ha vuelto aceptable en la conversación pública el chantaje «o bendices mis puntos de vista o me odias».

EL PROYECTO 1619

Muchos de los postulados de la TCR y del antirracismo de Kendi han llegado al gran público por la vía del Proyecto 1619, una iniciativa de memoria histórica promovida por The New York Times. Comenzó en ese mismo diario como una colección de artículos periodísticos, pero luego dio el salto a la escuela.

Sus partidarios quieren que las nuevas generaciones tomen conciencia de que la esclavitud, el racismo o la expropiación de tierras a indígenas son pecados originales de los que la sociedad estadounidense debe redimirse. Por eso, sostienen que la fecha fundacional de EE.UU. no es 1776, año en que las Trece Colonias declararon su independencia del Reino de Gran Bretaña, sino 1619, año de la llegada de los primeros esclavos negros.

Además, esta versión menos triunfalista de la historia de EE.UU. exige una serie de deberes: admitir que si hay desigualdad de resultados es porque el sistema está amañado en contra de los negros; reconocer que la persistencia de ese «racismo estructural» está impidiendo el progreso social de los afroamericanos; tomar conciencia (check your privilege) de las ventajas que acompañan a todo blanco desde su nacimiento, etc.

El empeño por llevar esta narrativa a las escuelas –normalmente a través de los cursos de Diversidad e Inclusión– es lo que ha provocado un fuerte movimiento de protesta entre los padres, los medios conservadores y el Partido Republicano.

REACCIONES A DERECHA E IZQUIERDA

Aunque el ruido mediático viene de antes, la batalla real comenzó cuando Donald Trump decidió entrar de lleno en este asunto en septiembre de 2020, a tan solo dos meses de las elecciones presidenciales que perdió contra Biden. Además de prometer una «educación patriótica» en los colegios públicos y de condenar la «propaganda tóxica» de la TCR y del Proyecto 1619, lo más sonado fueron dos decretos presidenciales: uno, para prohibir la financiación con fondos federales de cualquier formación basada en los postulados de la TCR o sus derivados; el otro, para crear una comisión encargada de defender el «legado de 1776». El mismo día que Joe Biden tomó posesión como nuevo presidente de EE.UU., el 20 de enero de 2021, anuló esas dos órdenes ejecutivas, lo que da idea de la importancia que ambos mandatarios dieron a esta cuestión.

A juicio de los 153 intelectuales, en su mayoría de izquierdas, que firmaron una carta publicada en Harper’s, la resistencia a «las fuerzas del iliberalismo» de derechas no puede ser una excusa para la propia intransigencia

Una vez desalojado Trump de la Casa Blanca, han persistido las protestas de los padres contra la TCR. Entretanto, los legisladores republicanos en varios estados están promoviendo proyectos de ley para evitar el adoctrinamiento woke. Pero algunos van más lejos e impiden debatir con alumnos de secundaria sobre racismo o sexismo, sobre la interpretación de la historia o sobre los postulados de la TCR. El resultado es bastante paradójico: en nombre de la «educación patriótica», se proscribe la educación cívica.

También la izquierda tiene sus contradicciones, como cuando penaliza el pluralismo de ideas en nombre de la diversidad. Así lo denunciaron los 153 intelectuales, en su mayoría de izquierdas, que firmaron la famosa carta publicada en la revista Harper’sEl texto celebra los avances logrados por los activistas de la «justicia racial y social», pero también denuncia que, en nombre de ese compromiso, se haya dado vía libre a prácticas «que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y de tolerancia hacia las diferencias en favor de la conformidad ideológica». A juicio de los firmantes, la resistencia a «las fuerzas del iliberalismo» de derechas no puede ser una excusa para la propia intransigencia. La carta puso en marcha una conversación global sobre la «cultura de la cancelación», a la que se han ido sumando personas de las más variadas tendencias.

La amenaza del iliberalismo woke es real. Entre otras cosas, porque –como hemos visto– sus propios postulados cuestionan el orden liberal. Pero también es real el Gran Iliberalismo que encendió la mecha de la revuelta woke: la discriminación y la injusticia racial. Las sociedades que quieran ver menos turbas tomándose la justicia por su mano, tendrán que despertar y tomarse más en serio los gemidos de dolor a los que dio voz George Floyd: «Me duele todo. Necesito agua o algo, por favor, por favor. No puedo respirar, agente».

Juan Meseguer

[Se puede descargar aquí en PDF el artículo de Juan Meseguer «El gran despertar: qué es y por qué importa la revuelta woke».]




Woke

[En su uso como adjetivo, la palabra se agregó oficialmente al Oxford English Dictionary (OED) en junio de 2017. Ofrecemos a continuación el texto del OED, traducido al español, sobre la evolución de esta palabra.]


Wake, woke, woken son las tres formas del verbo irregular wakeque en español significa “despertar” o “estar en vela”, en sus acepciones más habituales. La última, wokencorresponde al participio pasado habitual en inglés moderno, pero en algunas variedades históricas y contemporáneas la forma del pasado, woketambién se utiliza como participio. El uso de este participio en algunas variedades afroamericanas del inglés ha generado un significado adjetival que en los últimos tiempos ha cobrado importancia en el uso generalizado estadounidense, lo que ha motivado la inclusión de una nueva entrada para woke como adjetivo.

El significado original del adjetivo woke (y anteriormente woke up) era simplemente “despierto”, pero a mediados del siglo XXwoke se extendió de forma metafórica para referirse a estar “consciente, alerta” o “bien informado” en un sentido político o cultural. En la última década, ese significado se ha generalizado con un matiz particular de estar «alerta ante la discriminación y la injusticia racial o social», popularizado a través de la letra de la canción Master Teacher de Erykah Badu de 2008, en la que las palabras «I stay woke» sirven de estribillo, y más recientemente a través de su asociación con el movimiento Black Lives Matter, especialmente en las redes sociales.

Este uso ya consolidado de woke, y predominante en los últimos tiempos, se ha convertido en un emblema de las formas en que la cultura y el lenguaje de los negros estadounidenses son adoptados por personas no negras que no siempre aprecian su contexto histórico y cultural completo. Por ello, resulta especialmente interesante que la primera cita de wokecomo adjetivo en sentido figurado, proceda de un artículo publicado en 1962 por el novelista afroamericano William Melvin Kelley en The New York Timesque llevaba por título «If you’re woke, you dig it» (si estás atento, lo pillas), que describe cómo los beatniks blancos (seguidores de la cultura beat que surgió en EE.UU. en la década de los cincuenta con autores como Allen Ginsberg, Jack Kerouac o William S. Burroughs) se apropiaban del argot negro de la época. El artículo estaba ilustrado con una caricatura de lexicógrafos luchando por entender «el idioma negro de hoy» (The New York Times, 20/5/1962, p. 45).

Traducción: © Pilar Gómez.


Poeta, ensayista y profesor del Departamento de Formación Humanística (Universidad Francisco de Vitoria).