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Brendan Case es director asociado de investigación del Human Flourishing Program de la Universidad de Harvard. Ha participado en las jornadas sobre la Educación del carácter en la universidad, celebradas en Madrid el 30 de septiembre y 1 de octubre de 2021, organizadas por UNIR y por el ICS (Instituto Cultura y Sociedad) de la Universidad de Navarra. Su ponencia versó sobre Love Builds Up: Positive Epidemiology on Education for Virtue («El amor edifica: epidemiología positiva para la educación en la virtud»). Antes, conversó con Nueva Revista.

—¿Qué entiende usted por «educar el carácter»?
—Es una expresión muy general que engloba una gran variedad de intervenciones para formar la fibra moral. Puede ser un programa que asigna un tutor a un estudiante, donde comparten comidas y conversaciones y hay una relación personal profunda. Pueden ser intervenciones cortas, altamente expansibles, pero con menos impacto, como conferencias online u otros contenidos. En la educación del carácter hay muchas posibilidades para combinar elementos.

—¿Cómo puede la universidad contribuir a la educación del carácter?
—Cuanto más se interactúe con una persona, mayor será la posibilidad de afectar su carácter. No somos solo entes intelectuales. Somos seres con cuerpo y alma, con costumbres y deseos, que nos relacionamos a través de redes personales. Por supuesto: la idea clásica universitaria en donde el alumno vive en el campus y mantiene una estrecha relación con sus profesores o tutores proporciona la versión formativa más estimulante. Las universidades online, que son obviamente nuevas dentro de la historia de la educación, nos ofrecen otros estilos porque una gran parte de nuestra vida ya está en internet. La gran mayoría de nosotros disponemos de un smartphone que llevamos siempre encima y que está permanentemente conectado a internet. Una parte aún sin explorar de la educación del carácter son las intervenciones transmitidas a partir de plataformas online y conectadas ininterrumpidamente con los usuarios. Creo que ya existen aplicaciones que desarrollan algunos aspectos que tienen que ver con el bienestar mental: envían recordatorios para ser agradecidos, pausar, meditar, rezar… Hay muchas posibilidades creadas por estos dispositivos aún por explorar. Estoy muy interesado en saber qué lograrán.

—¿Es el buen ejemplo el mejor educador del carácter?
—¿La función primordial de un profesor consiste en convertirse en la versión ejemplar de aquellas virtudes que él espera inculcar en sus alumnos? Yo considero que no. Si esto fuera así supondría una carga extremadamente pesada para él. Su responsabilidad profesional es enseñar, ser un experto, digamos, en literatura española, teología o filosofía. Los profesores, en el curso del desempeño de sus funciones, pienso que han de intentar dejar huella en la vida de sus alumnos a través de modelos que ellos mismos imitan. Hay un maravilloso poema de Rilke que habla del torso sin cabeza de Apolo, la escultura que se encuentra en los museos vaticanos. Rilke plasma su impresión al ver la escultura por primera vez, una pieza de la antigua Roma. Termina con el siguiente verso: Du mußt dein Leben ändern («Tienes que cambiar tu vida»). Eso de alguna manera es una parte profundamente importante de la experiencia de un profesor. Mostrar a sus alumnos una gran obra, ya sea de literatura, arte o filosofía, y explicarles que les ofrece una aspiración vital, de lo que su vida podría llegar a ser, y animarlos a conseguirlo. Sócrates nunca afirmó ser sabio, pero amaba el conocimiento, y animaba a otros a perseguirlo con él. Considero que esto, en su mejor versión, es lo que implica ser un profesor: atraer al estudiante a perseguir una pasión común.

—¿Cuál es el papel de la lectura, si lo tiene, en la educación del carácter?
—Me parece importante antes reconocer cuáles son los límites de lo que se puede conseguir en la educación del carácter a través de las artes liberales, y esto lo digo como humanista completamente comprometido en hacer llegar a mis alumnos las grandes obras de filosofía, teología y literatura. Hay un dato interesante sobre nosotros y es que somos capaces de absorber y admirar grandes obras sin ser, aparentemente, transformados por ellas. Todos los comandantes y generales nazis habían tenido una educación clásica de primera línea. Esto es obviamente un ejemplo extremo. Pero no es difícil encontrar a personas profundamente cultas y al mismo tiempo inmorales. Debemos tener muy claros los límites a la hora de transmitir a los alumnos las enseñanzas de Homero, Dante, Dostoyevski o quien sea. Los harán más listos o más cultos, pero no tienen necesariamente por qué mejorar su carácter. Creo que necesitamos un objetivo más modesto de lo que podemos conseguir con este tipo de lecturas. Yo lo expresaría de la siguiente manera, y ya aludí a ello en parte en una de mis respuestas anteriores: intentaría ofrecer una versión de lo que la vida podría llegar a ser, procuraría ensanchar los horizontes gracias a la lectura de grandes obras, especialmente del pasado. Leer una obra escrita hace dos mil años es muy parecido a viajar a un país extranjero. De repente eres consciente de una gran variedad de posibilidades que nunca habías considerado. La literatura de ciencia ficción lo haría también, por supuesto, pero es un poco más difícil y por eso leemos libros de personas que ya no están entre nosotros. Este es un aspecto enormemente poderoso de la literatura: la capacidad que tiene de abrirte los ojos, de ofrecerte una visión a la que puedas aspirar. El hecho de que te encuentres con esta visión no quiere decir que automáticamente te transforme, pero te ofrece la posibilidad. Te cuestionas a ti mismo: ¿por qué no soy así?, ¿por qué no personifico la concepción de Aristóteles del hombre magnánimo? A partir de ese momento estas preguntas forman parte de mi vida. Si no hubiese leído a Aristóteles no tendría estos pensamientos. La lectura puede ser una profunda fuente de cambio, un catalizador si se cumplen otras condiciones, pero por sí sola no creo que transforme.

«No es difícil encontrar a personas muy cultas y al mismo tiempo inmorales»

«La lectura puede ser una profunda fuente de cambio, un catalizador si se cumplen otras condiciones, pero por sí sola no creo que transforme»

«La universidad existe para la verdad, para acercar los alumnos a ella y animarlos a buscarla»

 

—¿Qué virtudes intelectuales y morales se requieren para la vida académica?
—En primer lugar, la verdad, que en el fondo es para lo que la universidad existe, para acercar a los alumnos a esa verdad y animarlos a buscarla. Después, la sinceridad. Hay mucha evidencia empírica que demuestra que es una virtud de la cual, hoy en día, hay una carencia importante en la mayoría de los estudiantes universitarios, particularmente en los Estados Unidos, pero podría asumir que en otros lugares también. Hacer trampas o copiar es un gran problema para los instructores. Hay que pensar en formas de cultivar la honestidad en nuestros estudiantes. Es crucial para nuestro trabajo como profesores, pero también para nuestros alumnos, que van a salir al mundo y que tendrán las mismas tentaciones de deshonestidad en su vida profesional o personal. La humildad intelectual es tremendamente importante, sobre todo en instituciones de elite, donde la gente suele tener un concepto alto de sí mismo. Finalmente, la studiositas, una virtud mencionada por los antiguos escritores clásicos y medievales: el deseo solo del conocimiento bueno y útil para uno. Es una virtud muy importante, de la que ni siquiera poseemos un vocabulario adecuado para describirla y adquirirla. La habilidad de preguntar y responder con integridad a preguntas como: ¿por qué estas estudiando esta asignatura?, ¿por qué quieres saber esto? ¿qué vas a hacer con esto una vez que lo sepas? Son cuestiones parecidas a las se formulan a los investigadores en las juntas institucionales universitarias, a los  que se les interpela, digamos, con un: «¿Deberías realizar experimentos de terapia de electrochoque en niños pequeños?». Verdad, sinceridad, humildad, studiositas:  estas son las virtudes que agruparía como las más importantes para todos aquellos que nos encontramos en el mundo académico, y que debemos aspirar a cultivar tanto en nosotros mismos como en nuestros alumnos.


[Las respuestas han sido editadas por el entrevistador para la versión de arriba en español, a partir del total de la entrevista recogida en vídeo, y de la traducción de las respuestas realizada por Ana Fernández Míguez].

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.