Miguel Herrero de Miñón

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Académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

Cádiz: las razones de un fracaso

El autor escribe sobre las razones de la inviabilidad de “La Pepa”, ofreciendo una perspectiva realista que es compatible con el valor propio del texto fundador del constitucionalismo español.

de Europa ambigua

Europa como mito Europa, decía Ortega, es coger al gran Don Marcelino Menéndez y Petayo y poner al final de su obra: «non multa sed multum». El imperativo de rigor era lo que para nuestro filósofo constituía la Europa como nivel a! que España debería aspirar. No faltan precedentes entre quienes pretendieron superar, a través de muchos años, las limitaciones del casticismo español. Pero cuando el desarrollo económico de los años sesenta permitió pasar de las palabras a los hechos, el ideal europeo se concretó en el proceso de integración cuya pieza central eran las Comunidades Europeas. Al franquismo siempre le desagradaron, por considerarlas empresas masónicas y liberales, olvidando o tal vez confundiendo, sus antecedentes democristianos y sus prácticas intervencionistas. Por ello, quienes dentro y fuera o al margen del régimen querían substituirlo por un sistema democrático como los vigentes en Europa, se hicieron europeístas de las más diversas siglas, desde la AECE hasta el CEDI. Un europeísmo por cierto bastante ingenuo, que no distinguía bien entre las Comunidades y el Consejo de Europa y que despreciaba las condiciones técnico-económicas de la adhesión, para insistir sólo en las políticas. De ahí que, cuando se impone en España la transición a un modelo occidental de democracia, sin veleidad portuguesa alguna, lo que hasta entonces había sido su símbolo, la Comunidad Europea, se convierta en objetivo comúnmente aceptado. Por la misma razón que los monárquicos invocaban el ejemplo belga, los regionalistas el italiano, la derecha la Francia postgaullista y la izquierda la Alemania de Helmut Schmitt, todos los españoles que marchaban al encuentro de la democracia abrazaron la causa europea. De ahí las resoluciones unánimes de las Cortes en 1977 en pro de la integración española en la CEE, reiteradas después en varias ocasiones. España es el único país en que ha tenido lugar semejante unanimidad que manifiesta, mejor que cualquier otra cosa, la condición inanalizable e irracional del europeísmo español, cualidades propias de los mitos. Sí la adhesión española a la CEE hubiera respondido a intereses económicos o sociales o hubiera sido objeto de opciones políticas racionales, sin duda se hubieran debatido o sopesado, examinando sus pros y sus contras como hicieron, recurriendo incluso a referéndum, los ingleses. noruegos o daneses. Que los españoles no discreparan absolutamente en nada sobre tan polémica cuestión, revela que sólo estaban de acuerdo en algo que, en realidad, desconocían, como es propio de la creencia en un mito, que exige adhesión, pero que no permite la discusión, porque excluye la comprensión. Europa como maquillaje Mecidos aún en esta ensoñación mítica, los españoles de la transición política abordaron la adhesión a la CE y despertaron al choque con su realidad económica y las dificultades que ella entrañaba. Los precios agrícolas, los descrestes arancelarios o los períodos transitorios, resultaban duros escollos a pesar de la democracia. Y la indeclinable vocación europea de España era insuficiente argumento a la hora de negociar con Bruselas o con las capitales con las que la renacida España se sentía políticamente fraterna. Recuerdo lo frecuente que era leer...

Sobre los senados y otras instituciones inteligentes

El artículo titulado «El Senado de las Autonomías», publicado por Antonio Fontán en Nueva Revista (núm. 19, p. 6), me incita a escribir estas líneas. Porque el autor menciona nuestro común saber en torno a la génesis del Senado en la Constitución de 1978; porque estoy en desacuerdo con las tesis que Antonio Fontán expone en el mencionado artículo —utilidad de la institución senatorial en sí misma y conveniencia de su reforma como parte de una revisión constitucional—; porque, en fin. tengo deuda de gratitud con Fontán, al que profeso, «desde otra ladera», amistad y respeto, que, desde luego, no prodigo entre los políticos españoles. Por eso no quiero desaprovechar el pretexto que me ofrece una cita y una discrepancia para escribir unas líneas en sincero homenaje jubilar a su persona. Y vaya por delante la discrepancia. Yo no soy partidario de las segundas Cámaras en general, y menos aún en España. Por eso, al elaborar la Ley para la Reforma Política en los últimos días de agosto de 1976, abogué porque las futuras Cortes, que, además, habían de ser constituyentes, fueran unicamerales, y después mantuve el mismo criterio en las reuniones internas de UCD sobre cuestiones constitucionales... al menos durante los primeros meses del proceso constituyente. Hasta hablar con Fontán. Razones para tener un Senado… Mi empecinamiento antisenatorial se debe a dos razones que los pedantes llamarían estructural y funcional. De una parte, las justificaciones mecánicas del bicameralismo son inútiles, y de ahí su declinar, salvo cuando la segunda Cámara. por responder a raíces sociales distintas de las de la primera, representa una diferencia. Puede ser una diferencia estamental o de clase, como es el caso de las viejas Cámaras de los Pares o de ciertos senados europeos, donde han encontrado cobijo oligarquías rurales. Por eso no es casual que la anacrónica Cámara de los Lores británica sea el más funcional de los senados europeos, De ahí también los intentos, ya autoritarios. ya democráticos, de poner en pie senados neocorpo rati vistas. En el Austria de Dolfus; en Baviera o Irlanda. Puede el Senado, también, abrigar la representación de las diferencias inherentes a un Estado federal, al superponer a la representación de la unidad nacional en la Cámara Baja, las personalidades de los diferentes Estados federados. Tal es el caso del más poderoso de los senados hoy existente, el de los Estados Unidos de América. Y el ejemplo se repite en otras federaciones, con tanta mayor fuerza como vigor tiene cada federalismo. El Senado, en fin, en un régimen autoritario, puede pretender conservar los valores o principios fundamentales que le sirven de legitimación. De ahí su nombre, Senado Conservador, en el constitucionalismo napoleónico y en las fórmulas de esta raíz derivada, cuyo último expórtente fue el Consejo Nacional del Movimiento. Las interpretaciones de Montesquieu, de Tocqueville, de Sieyes, podrían servir de lema a estos tres capítulos de historia constitucional comparada. De otro lado, las segundas Cámaras tienden, y la experiencia no deja lugar a dudas, a convertirse en secundarías. Y ello lleva a esterilizar en las...

Virtudes muy romanas

Una larga cronología de intermitentes encuentros, colaboraciones, diálogos e incluso discrepancias, siempre presididas por una amistad sincera con Antonio Fontán.

El mundo hispano, versión de la cultura occidental

El autor hace referencia a la lengua, que es el principal patrimonio de los pueblos hispánicos. La lengua es lo que hace de España, por sí y por lo que la lengua supone, algo diferente de otros países de Europa.