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Frente a la situación actual de la universidad española se pueden distinguir dos grandes posturas contrapuestas. La primera insiste especialmente en resaltar los cambios producidos y los logros alcanzados a lo largo de los últimos veinte años que nos han llevado a tener unas universidades mucho mejores que nunca. Los defensores de esta postura reconocen insuficiencias en el funcionamiento actual que vinculan muy prioritariamente a escaseces en la financiación, ahora, con la crisis, especialmente dañada. No se niega la necesidad de introducir cambios, pero muy medidos y necesariamente consensuados entre el legislador y las universidades. Los partidarios de esta concepción apoyan sin fisuras una mayor autonomía universitaria, pero son reacios a incorporar nuevos modelos de gobernanza con el argumento de que atentan contra dicha autonomía, consideran que no van a funcionar en nuestro contexto o que son meros intentos de privatización de la universidad pública. Estas posiciones, que ciertamente están afectadas por un cierto conservadurismo, son defendidas sobre todo desde el interior de las universidades y suelen correlacionar bastante bien con otras variables como la crítica indiscriminada a los rankings, al establecimiento de sistemas de reclutamiento del profesorado que perjudiquen la selección «interna» de los candidatos, o a la reducción de títulos ofrecidos, pese a la escasísima demanda que tienen algunos.

La segunda gran postura, manifestada desde fuera, pero también desde algunos sectores internos, es que la universidad española es un desastre total. Nunca estuvo peor y necesita, por lo tanto, una reforma profunda que no deje títere con cabeza. Los argumentos prioritarios manejados por los catastrofistas son: hay demasiadas universidades y además son malas; no debería estudiar tanta gente una carrera; los títulos ofertados son poco útiles para las necesidades de las empresas y por lo tanto no preparan bien para el mercado laboral.

Como todas las simplificaciones, esta clasificación entre los (razonablemente) conformistas y los (injustamente) catastrofistas, es demasiado generalista. Y, en cualquier caso, deja margen para una posición intermedia en la que personalmente me encuentro mucho más cómodo. La podríamos definir así: son indudables los progresos alcanzados por las universidades españolas en los últimos veinticinco años. Nuestra universidad ni es un desastre, ni mucho menos es peor hoy que hace unos cuantos lustros. Todo lo contrario, es bastante mejor, aunque necesita algunas reformas, ni menores, ni cosméticas, sino profundas para corregir ciertas disfunciones que lastran su funcionamiento y merman su calidad.

Comparto la insatisfacción con la financiación actual. Ya sé que el dinero no lo es todo en la vida, pero tener algo más, público y privado, les vendría bien a las universidades para mejorar su oferta educativa y su investigación. Pero como se ha demostrado en tantos otros casos, una mejor financiación no resuelve todos los problemas de una universidad. Hay que enfrentar otros asuntos de forma atrevida y firme como la selección del profesorado, la oferta de títulos, los sistemas de gobernanza o los niveles de internacionalización. Particularmente, en el caso de las universidades españolas estas son cuatro cuestiones capitales sobre las que introducir algunas reformas de alcance. Pero a los universitarios y a las personas que de fuera opinan sobre la universidad, no siempre con un buen conocimiento de causa, le interesan más temas. En este número de Nueva Revista hemos procurado no olvidar ninguno de los grandes retos que tienen hoy planteados nuestras alma máter. Es una clasificación de materias sin pretensiones de exhaustividad que, sin duda, podría ser completada con otras cuestiones.

En total hemos seleccionado diez grandes asuntos que incorporan análisis sobre el sistema universitario, la selección del profesorado, los sistemas de gobierno, los títulos, la investigación, los estudiantes, la financiación, las nuevas tecnologías, la acreditación y validación del sistema y la internacionalización. A ellos hemos añadido dos argumentos más: el primero es escuchar la voz de la administración sobre las reformas en marcha a través del artículo del secretario general de Universidades, Federico Morán, y la magnífica entrevista que Miguel Angel Gozalo ha realizado a la secretaria de Estado de Educación, Formación Profesional y Universidades, Montserrat Gomendio; el segundo es una consideración especial sobre uno de nuestros grandes contextos académicos: el espacio iberoamericano de educación superior que ha coordinado Julio Montero.

La idea básica que presidió la publicación de este número, fue la de ofrecer soluciones posibles a los problemas que hoy presenta la universidad española. La intención no era por lo tanto realizar un diagnóstico más de la situación actual que ya tiene varios e importantes informes detrás, sino la de ofrecer alternativas útiles para corregir algunas disfunciones.

Y para ello se convocó a un selecto grupo de especialistas de nuestra realidad universitaria. No están todos los que lo son, pero sí son todos los que están. Cada uno ha escrito desde sus propias convicciones. La obra resultante es plural, porque la universidad española lo es y la búsqueda de posibles remedios a sus males puede hacerse desde diferentes perspectivas. Desde estas líneas debo expresar a todos mi gratitud personal y la de la revista por haber aceptado colaborar en este número sabiendo como sé que su compromiso con nuestra universidad ocupa a todos una gran parte de su tiempo. Creo que hay mucha reflexión y muchas aportaciones útiles en sus trabajos, los cuales contribuirán, sin duda, a alimentar el debate imprescindible sobre las universidades que tenemos y aquellas a las que aspiramos.

Este no es un número que exija un orden especial de lectura. El orden de los autores no altera el producto. Lo que sí resulta recomendable es una lectura de todos ellos. Una lectura sosegada y dosificada para que ningún lector sufra de «universititis». Pero, como digo, una lectura global, porque cada artículo es una pieza de un puzzle que ofrece, cuando se construye, una visión bastante completa de nuestra universidad.

Ha sido un honor para mí haber podido coordinar este número. Y por ello debo agradecer a los responsables de Nueva Revista la confianza que me han otorgado. Y no distraigo más al lector con una introducción innecesariamente larga. La intención de estas palabras es poner el toro en suerte. Decir a quien se enfrente a estas páginas lo que hemos pretendido hacer con la publicación. Solo deseo que los resultados estén a la altura de nuestras buenas intenciones.

Catedrático emérito de Geografía Humana y presidente de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).