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4 partes, 20 capítulos para la breve historia de la humanidad que narra Sapiens. De animales a dioses. Esta es una selección, capítulo a capítulo, de citas significativas para que el lector pueda conocer el texto de Harari en sus propios términos. Algunas apostillas explicitarán la conexión entre el original y la lectura que de él se ha ofrecido en la presentación.

Yuval Noah Harari
Sapiens, De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Debate, 2019. 494 páginas.

Parte I. La revolución cognitiva

I. 1. Un animal sin importancia

«En una excursión por África oriental hace dos millones de años, bien pudiéramos haber encontrado un reparto familiar de personajes humanos: madres ansiosas que acariciarían a sus bebés y grupos de niños despreocupados que jugarían en el fango, adolescentes temperamentales que se enfadarían antes los dictados de la sociedad, y ancianos cansados que sólo querrían que se les dejara en paz; machos que se golpearían el pecho intentando impresionar a la belleza local, y matriarcas sabias y viejas que ya lo habrían visto todo. Estos humanos arcaicos amaban, jugaban formaban amistades íntimas  y competían por el rango social y el poder… pero también lo hacían los chimpancés, los papiones y los elefantes. No había nada de especial en ellos. Nadie, y mucho menos los propios humanos, tenían ningún atisbo de que sus descendientes caminarían un día sobre la Luna, dividirían el átomo, desentrañarían el código genético y escribirían libros de historia. Lo más importante que hay que saber acerca de los humanos prehistóricos es que eran animales insignificantes que no ejercían más impacto sobre su ambiente que los gorilas, las luciérnagas o las medusas» (p. 16).

«Los géneros, a su vez, se agrupan en familias, como las de los gatos (leones, guepardos, gatos domésticos), los perros (lobos, zorros, chacales) y los elefantes (elefantes, mamuts, mastodontes). Todos los miembros de una familia remontan su linaje hasta una matriarca o un patriarca fundadores. Todos los gatos, por ejemplo, desde el minino doméstico más pequeño hasta el león más feroz, comparten un antepasado felino común que vivió hace unos 25 millones de años» (p.17).

«También homo sapiens pertenece a una familia. Este hecho banal ha sido uno de los secretos más bien guardados de la historia. Durante mucho tiempo, homo sapiens prefirió considerarse separado de los animales, un huérfano carente de familia sin hermanos ni primos y, más importante todavía, sin padres. Pero esto no es así. Nos guste o no, somos miembros de una familia grande y particularmente ruidosas: la de los grandes simios. Nuestros parientes vivos más próximos incluyen a los chimpancés, los gorilas y los orangutanes. Los chimpancés son los más próximos. Hace exactamente 6 millones de años, una única hembra de simio tuvo dos hijas. Una se convirtió en el ancestro de todos los chimpancés, la otra en nuestra propia abuela» (p.17).  

«Ocurriera como ocurriese, los neandertales (y las demás especies humanas) plantean los grandes interrogantes de la historia. Imagine el lector cómo podrían haber sido las cosas si los neandertales o los desinovanos hubieran sobrevivido junto con homo sapiens. ¿Qué tipo de culturas, sociedades y estructuras políticas habrían surgido en un mundo en el que coexistían varias especies humanas diferentes? Por ejemplo, ¿cómo se habrían desplegado las distintas creencias religiosas? Habría declarado el libro del Génesis que los neandertales descendían de Adán y Eva, ¿habría muerto Jesús por los pecados de los desinovanos, y habría reservado el Corán moradas celestiales para todos los humanos virtuosos, fuere cual fuese su especie? ¿Podrían haber servido los neandertales en las legiones romanas, o en la extensa burocracia de la China Imperial? ¿Acaso la Declaración de Independencia de Estados Unidos habría sostenido como una verdad evidente que todos los miembros del género Homo son creados iguales? ¿Habría animado Karl Marx a los trabajadores de todas las especies a que se unieran? […]

Durante los últimos 10.000 años, Homo sapiens se ha acostumbrado tanto a ser la única especie humana que es difícil para nosotros concebir ninguna otra posibilidad. Nuestra carencia de hermanos y hermanas hace que nos resulte más fácil imaginar que somos el epítome de la creación y que una enorme brecha nos separa del resto del reino animal. Cuando Charle Darwin indicó que Homo sapiens era solo otra especie animal, sus coetáneos se sintieron ofendidos. Incluso en la actualidad muchas personas rehúsan creerlo. Si los neandertales hubieran sobrevivido, ¿nos imaginaríamos todavía que somos una criatura diferente? Quizás esta sea exactamente la razón por la que nuestros antepasados eliminaron a los neandertales. Eran demasiado familiares para ignorarlos, pero demasiado diferentes para tolerarlos […]

¿Cuál fue el secreto del éxito de los sapiens? ¿Cómo conseguimos establecernos  tan rápidamente en tantos hábitats  y tan distantes y ecológicamente diferentes?¿Qué hicimos para empujar a las demás especies humanas a caer en el olvido? ¿Por qué ni siguiera los neandertales, con un cerebro grande, fuertes y a prueba de frío, sobrevivieron a nuestra embestida? El debate continúa abierto. La respuesta más probable es lo mismo que hace posible el debate: Homo sapiens conquistó el mundo gracias, por encima de todo, a su lenguaje único» (p. 32).

No cabe duda de que en un momento dado, surge un animal con una capacidad inaudita, la capacidad de lenguaje, Harari parte de un a priori: Todos somos animales.
– Sí, pero unos más que otros.
Habla de Homo sapiens más que de «ser humano» para meternos a todos en el mismo saco («hace 100.000 años que al menos seis especies de humanos habitaban la tierra»), y nuestros antepasados, los sapiens acabaron con todos: los últimos, con los neandertales. Son necesidades del guion. Veamos.

I. 2. El árbol del saber

«No era el primer sistema de comunicación. Cada animal sabe comunicarse. Incluso los insectos, como las abejas y las hormigas, saben cómo informarse unos a otros de la localización del alimento. Tampoco era el primer sistema de comunicación vocal. Muchos animales, entre ellos todas las especies de monos y simios, emplean señales vocales. Por ejemplo, los monos verdes emplean llamadas de varios tipos para advertirse unos a otros del peligro. Los zoólogos han distinguido una llamada que significa: “¡Cuidado! ¡Un águila!” Otra algo diferente advierte: “¡Cuidado, un león!”. Cuando los investigadores reprodujeron una grabación de la primera llamada a un grupo de monos, estos dejaron lo que estaban haciendo y miraron hacia arriba espantados. Cuando el mismo grupo acabó una grabación de la segunda llamada, el aviso del león, rápidamente treparon al árbol. Los sapiens pueden producir muchos más sonidos distintos que los monos verdes, pero ballenas y elefantes poseen capacidades igualmente impresionantes. Un loro puede decir todo lo que Albert Einstein pudiera decir, y además imitar los sonidos de teléfonos que suenan, puertas que se cierran de golpe y sirenas que aúllan. Cualquiera que fuera la ventaja que Einstein tenía sobre un loro, no era vocal. ¿Qué es, pues, lo que tiene de especial nuestro lenguaje?» (p. 36).

«Pero la característica realmente única de nuestro lenguaje no es la capacidad de transmitir información sobre los hombres y los leones. Más bien es la capacidad de transmitir información acerca de cosas que no existe en absoluto. Hasta donde sabemos, solo los sapiens pueden hablar acerca de tipos enteros de entidades que nunca han visto, ni tocado ni olido […].

Leyendas, mitos, dioses y religiones aparecieron por primera vez con la revolución cognitiva. Muchos animales y especies humanas podían decir previamente: ¡Cuidado! ¡Un león!”. Gracias a la revolución cognitiva, Homo sapiens adquirió la capacidad de decir: “El león es el espíritu guardián de nuestra tribu”, Esta capacidad de hablar sobre ficciones es la característica más singular del lenguaje de los sapiens […].

La ficción nos ha permitido no solo imaginar cosas, sino hacerlo colectivamente. Podemos urdir mitos comunes tales como la historia bíblica de la creación, los mitos del tiempo del sueño de los aborígenes australianos, y los mitos nacionalistas de los estados modernos. Dichos mitos confirieron a los sapiens la capacidad sin precedentes de cooperar flexiblemente en gran número. Las hormigas y las abejas también pueden trabajar juntas  en gran número, pero lo hacen de una manera muy rígida y solo con parientes muy cercanos Los lobos y los chimpancés cooperan de manera mucho más flexible que las hormigas, pero solo pueden hacerlo con un pequeños número de individuos  que coinciden íntimamente. Los sapiens pueden cooperar de manera extremadamente flexibles con un número incontable de extraños. Esta es la razón por la que los sapiens dominan el mundo, mientras que las hormigas se comen nuestras sobras  y los chimpancés están encerrados en zoológicos y laboratorios de investigación» (p. 38).

«Figura 4. Una figurita de marfil de mamut de un “hombre león” (o de una “mujer leona”) de la cueva de Stadel en Alemania de hace unos 32.000 años). El cuerpo es humano, pero la cabeza es leonina. Este es uno de los primeros ejemplos indiscutibles de arte, y probablemente de religión, así como de la capacidad de la mente humana de imaginar cosas que no existen realmente.

Un icono que se parece algo al hombre león de Stadel aparece hoy en automóviles, camiones y motocicletas desde París a Sydney. Es el ornamento del capó que adorna los vehículos fabricados por Peugeot, uno de los más antiguos y mayores fabricantes de automóviles de Europa» (p.42).

«Peugeot S. S. parece no tener ninguna conexión real con el mundo físico. ¿Existe realmente?» (p. 43).

«A diferencia de la mentira, una realidad imaginada es algo en lo que todos creen y, mientras esta creencia comunal persista, la realidad imaginada ejerce una gran influencia en el mundo. El escultor de la cueva de Stadel pudo haber creído sinceramente en la existencia del espíritu guardián del hombre león. Algunos hechiceros son charlatanes, pero la mayoría de ellos creen sinceramente en la existencia de dioses y demonios. La mayoría de los millonarios creen sinceramente  en la existencia del dinero y de las compañías de responsabilidad limitada. La mayoría de los activistas de los derechos humanos creen sinceramente en la existencia de los derechos humanos. Nadie mentía cuando, en 2011, la ONU exigió que el gobierno libio respetara los derechos humanos de  sus ciudadanos, aunque la ONU, Libia y los derechos humanos son invenciones de nuestra fértil imaginación» (p. 47).

«Para poder comprender de qué manera se comportan los sapiens, hemos de descubrir la evolución histórica de sus acciones. Referirse únicamente a sus limitaciones biológicas sería como si un comentarista de deportes radiofónicos, al retransmitir los campeonatos de la Copa del Mundo de Fútbol, ofreciera a sus radioyentes una descripción detallada del campo de juego en lugar de la narración de lo que estuvieron haciendo los jugadores. (p. 53)».

Fascinante, pero erróneo. No está la clave en «imaginar», sino en «pensar». Como recuerda Barthes, el lenguaje humano permite al protagonista de La Isla Misteriosa de Julio Verne llamar palanca a lo que es un palo y eso no es una quimera, porque, así transformado,  puede hacer rodar la gran piedra. ¡Ah! Y Peugeot convertirse en un próspero negocio que implica a miles de persona de carne y hueso interactuando. Pero Harari no puede admitir, (insisto: es lo único que no puede admitir) que la explicación esté en el «aliento de vida» (Génesis 2,7).

I. 3. Un día en la vida de Adán y Eva

«Los defensores de la teoría de la “comuna antigua” argumentan que las frecuentes infidelidades que caracterizan a los matrimonios modernos, y las elevadas tasas de divorcio, por no mencionar la cornucopia de complejos psicológicos que padecen tanto niños como adultos, es el resultado de obligar a los humanos a vivir en familias nucleares y relaciones monógamas, que son incompatibles con nuestro equipo lógico biológico.

Muchos estudiosos rechazan de forma vehemente esta teoría, e insisten en que tanto la monogamia como la formación de familias nucleares son comportamientos humanos fundamentales. Aunque las antiguas sociedades cazadoras-recolectoras tendían a ser más comunales e igualitarias que las sociedades modernas, aducen estos investigadores, estaban constituidas por células separadas. Cada una de las cuales estaba formada por una pareja celosa y los hijos que tenían en común. Esta es la razón de que hoy en día las relaciones monógamas y las familias nucleares sean la norma en la inmensa mayoría de las culturas, de que hombres y mujeres tiendan a ser muy posesivos con su pareja y con sus hijos, y de que incluso en estados modernos como Corea del Norte y Siria la autoridad política pase de padre a hijo». (p. 57).

«En otras palabras, el cazador-recolector medio tenía un conocimiento más amplio, más profundo y más variado de su entorno inmediato que la mayoría de sus descendientes modernos. Hoy en día, la mayoría de las personas de las sociedades industriales no necesitan saber mucho acerca del mundo natural con el fin de sobrevivir. ¿Qué es lo que uno necesita saber realmente para arreglárselas como ingeniero informático, agente de seguros, profesor de historia o un obrero de una fábrica? Necesitamos saber mucho acerca de nuestro minúsculo campo de experiencia, pero para la inmensa mayoría de las necesidades de la vida nos fiamos ciegamente de la ayuda de otros expertos, cuyos propios conocimientos están asimismo limitados a un limitado campo de pericia. El colectivo humano sabe en la actualidad muchísimas más cosas de las que sabían las antiguas cuadrillas. Pero, a nivel individual, los antiguos cazadores-recolectores eran las gentes más bien informadas y diestras de la historia». (p. 65).

«En lugar de erigir montañas de teoría a partir de unas pocas reliquias de tumbas, pinturas rupestres y estatuilla de hueso, es mejor ser franco y admitir que solo tenemos unas ideas muy vagas acerca de las religiones de los antiguos cazadores-recolectores. Suponemos que eran animistas, pero este dato no es muy informativo. No sabemos a qué espíritus rezaban, qué festividades celebraban, o qué tabúes observaban. Y, lo más importante, no sabemos qué relatos contaban. Esto constituye una de las mayores lagunas en la comprensión de la historia humana». (p. 73).

«Los expertos tienden a plantear únicamente aquellas cuestiones que puedan responder de manera razonable. Sin el descubrimiento de herramientas de investigación de las que hasta ahora no disponemos, probablemente no sabremos nunca qué es lo que creían los antiguos cazadores-recolectores o qué dramas políticos vivieron. Pero, aun así, es vital formular preguntas para las que no tenemos respuesta, de otro modo, podríamos sentirnos tentados de descartar 60.000 o 70.000 años de historia humana con la excusa de que “las gentes que vivieron entonces no hicieron nada de importancia”… Lo cierto es que hicieron muchas cosas importantes […]. Las bandas merodeadoras de sapiens contadores de relatos fueron la fuerza más importante y más destructora que el reino animal haya creado nunca» (p. 79).

Como vemos, sigue con Adán y Eva. El judío Harari conoce bien la Biblia hebrea y, educado en la civilización cristiana y occidental, conoce bien el Nuevo Testamento. Ponderado como es, no puede dejar de admitir que, sobre el desarrollo histórico de los orígenes, solo tenemos hipótesis científicas vagas. No se pueden oponer hipótesis científicas y revelación, instancias que no tienen por qué ser incompatibles. Es lo que hay.

I. 4. El Diluvio

«Antes de la revolución cognitiva, los humanos de todas las especies vivían exclusivamente en el continente afroasiático. Es cierto que habían colonizado unas pocas islas nadando cortos trechos de agua, cruzándolos con almadías improvisadas. Flores, por ejemplo, fue colonizada muy pronto, hace 850.000 años. Pero fueron incapaces de aventurarse en mar abierto, y ninguno llegó a América, Australia o a islas remotas como Madagascar, Nueva Zelanda y Hawái.

La barrera que constituía el mar impidió no solo a los humanos, sino también a otros muchos animales afroasiáticos, alcanzar este “mundo exterior”. Como resultado, los organismos de tierras distantes como Australia y Madagascar evolucionaron en aislamiento durante millones y millones de años, adoptando formas y naturalezas muy diferentes de las de sus parientes afroasiáticos. El planeta tierra estaba dividido en varios ecosistemas distintos, cada uno de ellos constituido por un conjunto único de animales y plantas. Sin embargo, Homo sapiens estaba a punto de poner punto final a su exuberancia biológica.

A raíz de la revolución cognitiva, los sapiens adquirieron la tecnología, las habilidades de organización y quizá incluso la visión necesaria para salir de Afroasia y colonizar el mundo exterior. Su primer logro fue la colonización de Australia, hace unos 45.000 años. Los expertos tienen dificultades para explicar esta hazaña. Con el fin de alcanzar Australia los humanos tuvieron que cruzar varios brazos de mar, algunos de más de 100 kilómetros de ancho y al llegar tuvieron que adaptarse casi de la noche a la mañana a un ecosistema completamente nuevo[…]. Esto habría producido una transformación sin precedentes en las capacidades y estilos de vida humanos. Todos los demás animales que se adentraron en el mar (focas, sirenios, delfines) tuvieron que evolucionar durante eones para desarrollar órganos especializados y un cuerpo hidrodinámico. Los sapiens de Indonesia, descendientes de simios que vivieron en la sabana africana, se convirtieron en navegantes del Pacífico sin que les crecieran aletas y sin tener que esperar a que su nariz migrara a la parte superior de la cabeza, como le ocurrió a los cetáceos» (pp. 80-81).

Ninguna especie humana había conseguido penetrar en lugares como el norte de Siberia. Incluso los neandertales, que estaban adaptados al frío, se hallaban limitados a regiones relativamente más cálidas, situadas más al sur. Pero Homo sapiens, cuyo cuerpo estaba adaptado a vivir en la sabana más que en los países de nieve y hielo, inventó soluciones ingeniosas […].

La primera oleada de extinción, que acompañó a la expansión de los cazadores-recolectores, fue seguida por la segunda oleada de extinción, que acompañó la expansión de los agricultores, y nos proporciona una importante perspectiva sobre la tercera oleada de extinción, que la actividad industrial está causando en la actualidad. No crea el lector a los ecologistas sentimentales que afirman que nuestros antepasados vivían en armonía con la naturaleza. Mucho antes de la revolución industrial, Homo sapiens ostentaba el récord entre todos los organismos por provocar la extinción del mayor número de especies de plantas y animales. Poseemos la dudosa distinción de ser la especie más mortífera en los anales de la biología» (p.87).

«Quizá si hubiera más personas conscientes de las extinciones de la primera y segunda oleada, se mostrarían menos indiferentes acerca de la tercera oleada, de la que forman parte. Si supiéramos cuántas especies ya hemos erradicado, podríamos estar más motivados para proteger a las que todavía sobreviven. Esto es especialmente relevante para los grandes animales de los océanos. A diferencia de sus homólogos terrestres, los grandes animales marinos sufrieron relativamente poco en las revoluciones cognitiva y agrícola. Pero muchos de ellos se encuentran ahora al borde de la extinción como resultado de la contaminación industrial y del uso excesivo de los recursos oceánicos por parte de los humanos. Si las cosas continúan al ritmo actual, es probable que las ballenas, tiburones, atunes y delfines sigan el mismo camino hasta el olvido que los diprotodontes, los perezosos terrestres y los mamuts. Entre los grandes animales del mundo, los únicos supervivientes del diluvio humano serían los propios humanos, y los animales de granja que sirven como galeotes en el Arca de Noé» (p. 92).

En esta lectura del diluvio no se tiene en cuenta que si bien los animales tienen que especializar sus órganos para hacerse mayores que la dificultad; los seres humanos pueden superarla empequeñeciéndola, nombrándola. O sea, como recuerda Roland Barthes, el ser humano no necesita recorrer una y otra vez el mismo territorio, si una vez ha hecho un mapa.

Parte II. La revolución agrícola

II. 5. El mayor fraude de la historia

«Con el tiempo, el “negocio del trigo” se hizo cada vez más oneroso. Los niños morían en tropel, y los adultos comían el pan ganado con el sudor de su frente. La persona media en Jericó del 8500 a. C. vivía una vida más dura que la persona media en el Jericó de 9500 a.C. o de 1.300 a.C. Sin embargo, nadie se daba cuenta de lo que ocurría. Cada generación continuó viviendo como la generación anterior, haciendo solo pequeñas mejoras aquí y allá en la manera en que se realizaban las cosas. Paradójicamente, una serie de “mejoras”, cada una de las cuales pretendía hacer la vida más feliz, se sumaron para constituir una piedra de molino alrededor del cuello de estos agricultores.

¿Por qué cometió la gente este error fatal? Por la misma razón que, a lo largo de la historia, ésta ha hecho cálculos equivocados. La gente era incapaz de calibrar todas las consecuencias de sus decisiones. Cada vez que decidían hacer un poco más de trabajo extra (cavar los campos en vez de dispersar las semillas sobre la superficie del suelo, pongamos por caso), la gente pensaba: “Sí, tendremos que trabajar más duro. ¡Pero la cosecha será muy abundante! No tendremos que preocuparnos nunca más por los años de escasez. Nuestros hijos no se irán nunca más a dormir con hambre”. Tenía sentido. Si trabajabas más duro, tendrías una vida mejor. Ese era el plan. La primera parte del plan funcionó perfectamente. En efecto, la gente trabajó más duro, pero no previó que el número de hijos aumentaría, lo que significaba que el trigo excedente tendría que repartirse entre más niños Y los primeros agricultores tampoco sabían que dar de comer a los niños más gachas y menos leche materna debilitaría su sistema inmunitario, y que los poblados permanentes se convertirían en viveros para las enfermedades infecciosas. No previeron que al aumentar su dependencia de un único recurso alimentario, en realidad se estaban exponiendo cada vez más a la depredación y a la sequía. Y los granjeros tampoco previeron que en los años de bonanza sus graneros repletos tentarían a ladrones y enemigos, lo que obligaría a empezar a construir muros y a hacer tareas de vigilancia.

Entonces, ¿por qué los humanos no abandonaron la agricultura cuando el plan fracasó? (p.105)».

«El relato de la trampa del lujo supone una lección importante. La búsqueda de la humanidad de una vida más fácil liberó inmensas fuerzas de cambio que transformaron el mundo de maneras que nadie imaginaba ni deseaba. Nadie planeó la revolución agrícola ni buscó la dependencia humana del cultivo de cereales. Una serie de decisiones triviales, dirigidas principalmente a llenar unos pocos estómagos y a obtener un poco de seguridad, tuvieron el efecto acumulativo de obligar a los antiguos cazadores-recolectores a pasar sus días acarreando barreños de agua bajo un sol de justicia». (p. 107).

«¿Intervención divina? La situación hipotética planteada arriba explica la revolución agrícola como un error. Es muy plausible. La historia está llena de errores muchos más tontos. Pero hay otra posibilidad. Quizá no fue la búsqueda de una vida más fácil lo que produjo la transformación. Quizás los sapiens tenían otras aspiraciones, y conscientemente estaban dispuestos a que su vida fuera más dura con el fin de alcanzarlas». (p. 108).

II. 6. Construyendo pirámides

Harari se aproxima a la época histórica. Aquí se manifiesta la consecuencia radical de su visión posmoderna, pesimista, del ser humano. No es que el ser humano, a pesar de los pesares, de todos los errores, esté creado para captar la realidad, expresarla y comprenderla cuando se la comunican, no. La verdad no existe.

Mientras que el espacio agrícola se encogía, el tiempo agrícola se expandía. El animal Homo sapiens en su evolución llega a la creación  de un «orden imaginado» y a las «redes de cooperación». A propósito, se nos lleva inmediatamente a dos referencias distantes, pero no distintas.

En 1776 a.C. Babilonia era la mayor ciudad del mundo. Allí encontramos el Código de Hammurabi. De las 300 sentencias. Harari escoge, por ejemplo, las sentencias 196-199 y 209-214 que rezan lo siguiente:

  1. Si un hombre superior deja tuerto a otro hombre superior, lo dejarán tuerto.
  2. Si le rompe un hueso a otro hombre superior, que le rompan el hueso.
  3. Si deja tuerto a un plebeyo o le rompe un hueso a un plebeyo, pagará 60 siclos de plata.
  4. Si deja tuerto al esclavo de un hombre superior o le rompe un hueso al esclavo de un hombre superior, pagará la mitad del valor delo esclavo (en plata).
  5. Si un hombre superior golpea a una mujer de clase superior y así le provoca que aborte su feto, pagará 10 siclos de plata por su feto.
  6. Si esa mujer muere, que maten a la hija del hombre.
  7. Si es a la hija de un plebeyo a quien le causa a golpes la pérdida del feto, pagará 5 siclos de plata.
  8. Si esa mujer muere, pagará 30 siclos de plata.
  9. Si golpea a la esclava de un hombre superior y le provoca así el aborto de su feto, pagará 2 siclos de plata.
  10. Si esa esclava muere, pagará 20 siclos de plata. (p.125).

A continuación, Harari nos transcribe la Declaración de Independencia de Estados Unidos (4-7-1776 d. C.):

«Sentenciamos como evidentes por sí mismas dichas verdades; que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» (p.126).

Pero cree que, traducida en términos biológicos, debería ser algo así: «Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres han evolucionado de manera diferente; que han nacido con ciertas características mutables; que entre estas están la vida y la búsqueda del placer» (p.127). Y sigue:

«Es probable que más de un lector se haya retorcido en su silla al leer los párrafos anteriores, En la actualidad, la mayoría de nosotros henos sido educados para reaccionar de esta manera. Es fácil aceptar que el Código de Hammurabi era un mito, pero no queremos oír que los derechos humanos sean asimismo un mito. Si la gente se diera cuenta de que los derechos humanos solo existen en la imaginación, ¿no habría el peligro de que nuestra sociedad se desplomara? Voltaire dijo acerca de Dios que “Dios no existe, pero no se lo digáis a mi criado, no sea que me asesine durante la noche”. Hammurabi habría dicho lo mismo acerca de su principio de jerarquía, y Thomas Jefferson acerca de los derechos humanos, Homo sapiens no tiene derechos naturales, de la misma manera que las arañas, las hienas y los chimpancés no tienen derechos naturales. Peo no se lo digamos a nuestros criados, no sea que nos maten por la noche». (pp. 129-130).

Consecuencias:

  1. «El orden imaginado está incrustado en mundo material. Aunque el mundo imaginado solo existe en nuestra mente, puede entretejerse en la realidad que nos rodea, e incluso grabarse en piedra. En la actualidad, la mayoría de los habitantes de Occidente creen en el individualismo Piensan que cada humano es un individuo, cuyo valor no depende de lo que otras personas crean de él o de ella» (p.133)
  2. «El orden imaginado modela nuestros deseos. La mayoría de las personas no quieren aceptar que el orden que rige sus vidas es imaginario». (p. 134).
  3. «El orden imaginado es intersubjetivo. Incluso si por algún esfuerzo sobrehumano consiguiera liberar mis deseos personales del dominio del orden imaginado, solo soy una persona. Con el fin de cambiar el orden imaginado he de convencer a millones de extraños para que cooperen conmigo» (p. 136).

«No hay manera de salir del orden imaginado. Cuando echamos abajo los muros de nuestra prisión y corremos hacia la libertad, en realidad corremos hacia el patio de recreo más espacioso de una prisión mayor» (137).

El lector que «se retuerce en su silla» sabe que mythos (griego), se traduce fabula (latín), relato (español). Por ser narraciones sobre los orígenes, asimilamos muchas veces el término a historia primitiva, imaginaria, sin fundamento. Pero no es enteramente así. Como una fábula del XVIII puede encerrar una gran verdad aunque la protagonicen animales que hablan, el lector optimista descubre la «verdad de la mentira» en los más variados textos y ve plausibles fundamentos morales inmutables en el Código de Hammurabi y en la Declaración de Independencia. Sin duda.                     

II. 7. Sobrecarga de memoria

«Las grandes sociedades que encontramos en otras especies, como las hormigas o las abejas, son estables y resilientes porque la mayor parte de la información necesaria para sustentarlas está codificada en el genoma. Por ejemplo, una larva de abeja melífera hembra puede crecer hasta convertirse en una reina o en una obrera, en función de qué alimento se dé de comer. Su ADN programa los comportamientos necesarios para ambos papeles, ya se trate de etiqueta real o de diligencia proletaria. Las colmenas pueden ser estructuras sociales muy complejas, que contienen muchas clases de obreras: recolectoras, nodrizas y limpiadoras, por ejemplo. Pero hasta ahora los investigadores no han conseguido localizar abejas abogados. Las abejas no necesitan abogados, porque no existe el peligro de que olviden o violen la constitución de la colmena. La reina no escatima su comida a las abejas limpiadoras, y estas no hacen nunca huelga para pedir mejores salarios» (p. 13).

«Los imperios generan cantidades enormes de información. Más allá de las leyes, los imperios han de llevar las cuentas de transacciones e impuesto, inventarios de suministros militares y de barcos mercantes, y calendarios de festividades y victorias, Durante millones de años, la gente almacenó la información en un único lugar: su cerebro. Lamentablemente, el cerebro humano no es un buen dispositivo de almacenamiento paras bases de datos del tamaño de imperio» (p.139).

«Para que funcionen, las personas que operan un sistema de cajones han de ser reprogramadas a fin de que dejen de pensar como seres humanos y empiecen a pensar como amanuenses y contables. Como todo el mundo sabe, desde tiempos antiguos hasta hoy, los amanuenses y los contables piensan de una manera no humana. Piensan como armarios archivadores. No es culpa suya. Si no pensaran de ese modo sus cajones se mezclarían y ellos no podrían prestar el servicio que su gobierno, compañía u organización requieren. El impacto más importante de la escritura en la historia humana es precisamente el cambio gradual de la manera en que los humanos piensan y ven el mundo. La asociación libre  y el pensamiento holístico han dado paso a los compartimentos y la burocracia» (p.149).

«El proceso que se inició en el valle del Éufrates hace 5000 años, cuando genios sumerios externalizaron el pensamiento  de datos desde el cerebro humano a una tablilla de arcilla, culminará en Silicon Valley, con la victoria de la tableta. Puede que los humanos estén todavía aquí, pero ya no podrán darle sentido al mundo. El nuevo amo el mundo será una larga lista de ceros y unos» (p.152).

II. 8. No hay justicia en la historia

«Comprender la historia humana en los milenios que siguieron a la revolución agrícola se resume en una única pregunta: ¿cómo consiguieron los humanos organizarse en redes de cooperación masivas cuando carecían de los instintos biológicos para mantener dichas redes? La respuesta, a grandes rasgos, es que los humanos crearon órdenes imaginarios y diseñaron escrituras. Estos dos inventos llenaron las lagunas que había dejado nuestra herencia biológica.

Sin embargo, la aparición de estas redes fue, para muchos, una bendición dudosa. Los órdenes imaginados que sustentaban estas redes no eran neutros ni justos. Dividían a la gente en grupos artificiales, dispuestos en una jerarquía. Los niveles superiores gozaban de privilegios y poder, mientras que los inferiores padecían discriminación y opresión. El Código de Hammurabi, por ejemplo, establecía una jerarquía de superiores, plebeyos y esclavos. Los superiores tenían todas las cosas buenas de la vida, los plebeyos lo que sobraba y los esclavos recibían una paliza si se quejaban» (p.153).

«Sexo y género. Biológicamente los humanos se dividen en machos y hembras. Un macho de Homo sapiens posee un cromosoma X y un cromosoma Y, una hembra tiene dos cromosomas X. Pero “hombre” y “mujer” denominan categorías sociales, no biológicas (…). Para hacer que las osas sean menos confusas, los estudiosos suelen distinguir entre “sexo”, que es una categoría biológica, y “género”, una categoría cultural. El sexo se divide en machos y hembras, y las cualidades de esta división son objetivas y han permanecido constantes a lo largo de la historia. El género se divide entre hombres y mujeres» (p. 170-171).

«Los actuales cambios espectaculares son precisamente los que hacen que la historia del género nos deje tan estupefactos. Si, como hoy se ha demostrado de manera tan clara, el sistema patriarcal se ha basado en mitos infundados y no en hechos biológicos. ¿Qué es lo que explica la universalidad y estabilidad del sistema?» (p.181).

¿Se ha demostrado? ¿No será que el hombre nace ser humano macho y la mujer ser humano hembra? ¿No será que no todo se reduce a cultura? ¿No existe un feed-back entre cultura y naturaleza?

Parte III. La unificación de la humanidad

III. 9. La flecha de la historia

«Después de la revolución agrícola, las sociedades humanas crecieron más y se hicieron más complejas, mientras que también los constructos imaginados que sostenían el orden social se tornaron más refinados. Los mitos y las ficciones acostumbraron a la gente, casi del momento del nacimiento, a pensar de determinada manera, a comportarse de acuerdo con determinados estándares, desear ciertas cosas y observar determinadas normas. Por lo tanto crearon instintos artificiales que permitieron que millones de ex cooperaran de manera efectiva. Esta red de instintos artificiales se llama “cultura”» (p.185).

«Pero, a partir de la revolución cognitiva, Homo sapiens se hizo cada vez más excepcional a este respecto. La gente empezó a cooperar de manera regular con personas totalmente extrañas, a las que imaginaban como “hermanos” o “amigos”. Pero dicha hermandad no era universal. En algún lugar del valle vecino, o más allá de la sierra montañosa, todavía se podía sentir que estaban “ellos”. Cuando el primer faraón, Menes, unificó Egipto alrededor del 3000 a.C., para los egipcios era evidente que el país tenía una frontera, y que más allá de la frontera acechaban los “bárbaros”. Los bárbaros eran extranjeros, amenazadores e interesantes únicamente en la medida que tuvieran tierras o recursos naturales que los egipcios quisieran. Todos los órdenes imaginados que la gente creaba tendían a ignorar una parte sustancial de la humanidad.

El primer milenio a.C. contempló la aparición de tres órdenes universales en potencia, cuyos partidarios podían imaginar por primera vez a todo el mundo y a toda la raza humana como una unidad gobernada por un único conjunto de leyes. Todos eran “nosotros”, al menos en potencia. Ya no había “ellos”. El primer orden universal que había fue económico: el orden monetario. El segundo orden universal fue político: el orden imperial. El tercer orden universal fue religioso; el orden de las religiones universales, como el budismo, el cristianismo y el islamismo» (p. 194).

«A Osama Bin Laden, a pesar de todo su odio a la cultura estadounidense, la religión estadounidense y la política estadounidense, le encantaban los dólares estadounidenses. ¿Cómo consiguió triunfar el dinero donde dioses y reyes fracasaron?» (p. 195).

III. 10. El olor del dinero

«Los cazadores-recolectores no tenían dinero. Cada banda cazaba, recolectaba y manufacturaba casi todo lo que necesitaba, desde carne a medicinas y desde sandalias a brujería» (p.197)

«Esta forma de actuar cambió muy poco con el inicio de la revolución agrícola. La mayoría de la gente continuaba viviendo en comunidades pequeñas e íntimas. De manera muy parecida a una cuadrilla de cazadores-recolectores, cada aldea era una unidad económica autosuficiente que se mantenía mediante favores y obligaciones mutuas y el trueque con los forasteros…

El auge de favores y obligaciones no funciona cuando hay un gran número de extraños que pretenden cooperar […]. Se puede volver al trueque. Pero el trueque es efectivo solo cuando se intercambiaba una gama limitada de productos. No puede formar la base de una economía compleja […]» (p. 198).

«El dinero se basa en dos principios universales: a) convertibilidad universal: con el dinero como alquimista, se puede convertir la tierra en lealtad, la justicia en salud y la violencia en conocimiento; b) confianza universal: con el dinero como intermediario. Cualesquiera dos personas pueden cooperar en cualquier proyecto. Estos principios han permitido a millones de extraños cooperar efectivamente en el comercio y la industria. Pero estos principios aparentemente benignos tienen un lado oscuro. Cuando todo es convertible y cuando la confianza depende de monedas y cauris anónimos, esto corroe las tradiciones locales, las relaciones íntimas y los valores humanos y los sustituye por las frías leyes de la oferta y la demanda.

Las comunidades y familias humanas siempre se han basado en la creencia en cosas “que no tienen precio”, como el honor, la lealtad, la moralidad y el amor. Estas cosas quedan fuera del ámbito del mercado, y no deberían comprarse ni venderse por dinero. Incluso si el mercado ofrece un buen precio, hay ciertas cosas que, sencillamente no se hacen. Los padres no deben vender a sus hijos como esclavos; un cristiano devoto no debe cometer un pecado mortal; un caballero leal no debe nunca  traicionar a su señor, y las tierras tribales ancestrales no deben venderse nunca a extranjeros» (p. 210).

III. 11. Visiones imperiales

A comienzos del siglo XXI, el mundo sigue estando dividido en unos 200 estados. Pero ninguno de tales estados es realmente independiente. Todos dependen unos de otros. Sus economías forman una única red global de comercio y finanzas, modelada por corrientes inmensamente poderosas de capital, trabajo e información. Una crisis económica en China o una nueva tecnología procedente de los Estados Unidos puede alterar de forma instantánea la economía en la otra punta del planeta.

Las tendencias culturales se extienden asimismo con la rapidez del rayo. Casi a cualquier rincón del mundo que vayamos podemos comer curry indio, contemplar filmes de Hollywood, jugar al fútbol según las reglas inglesas o escuchar el último escrito de K-poo. Se está formando una sociedad global multiétnica por encima de los estados individuales. Emprendedores, ingenieros, banqueros y académicos en todo el mundo hablan el mismo idioma y comparten opiniones e intereses similares.

Más importante todavía: los 200 estados comparten cada vez más los mismos problemas globales. Los mísiles balísticos intercontinentales y las bombas atómicas no reconocen fronteras, y ninguna nación puede impedir por sí sola una guerra nuclear. El cambio climático amenaza también la prosperidad y la supervivencia de todos los humano, y ningún gobierno será capaz de librarse por sí solo del calentamiento global.

Un desafío mayor es el que plantean nuevas tecnologías como la bioingeniería y la inteligencia artificial. Tal como veremos en el último capítulo, dichas tecnologías pueden usarse para remodelar no solo nuestras armas y nuestros vehículos, sino incluso nuestro cuerpo y nuestra mente. En realidad, podrían usarse para crear formas de vida completamente nuevas y cambiar la trayectoria futura de la evolución. ¿Quién decidirá qué hacer con estos poderes divinos de creación?

III. 12. La ley de la religión

«La religión puede definirse como un sistema de normas y valores humanos que se basa en la creencia en un orden sobrehumano. Esto implica dos criterios distintos

  1. Así, la religión es un sistema entero de normas y valores, y no una costumbre o una creencia aislada. Tocar madera para tener buena suerte no es una religión. Incluso creer en la reencarnación no constituye una religión, mientras no valide determinados estándares de comportamiento.
  2. Para ser considerada una religión el sistema de normas y valores ha de proclamar estar basado en leyes sobrehumanas y no en decisiones humanas. El fútbol profesional no es una religión, porque a pesar de sus muchas normas, ritos y a menudo rituales extraños, todo el mundo sabe que fueron seres humanos los que inventaron el fútbol, y la FIFA puede aumentar en cualquier momento el tamaño de la portería o cancelar la regla del fuera de juego.

A pesar de su capacidad para legitimar órdenes sociales y políticos extendidos, no todas las religiones han estimulado este potencial. Con el fin de unir bajo su protección una gran extensión de territorio habitado por grupos dispares de seres humanos, una religión ha de poseer otras dos cualidades. Primera, ha de adoptar un orden sobrehumano  universal que sea válido siempre y en todas partes, Segunda, ha de insistir en extender dicha creencia a todos, En otras palabras, ha de ser universal y misionera» (p.234).

«Al mismo tiempo, se abre una brecha enorme entre los dogmas del humanismo liberal y los últimos hallazgos de las ciencias de la vida, un abismo que no podemos seguir ignorando durante más tiempo (…). Pero, con toda franqueza, ¿cuánto tiempo más podremos mantener el muro que separa el departamento de biología de los departamentos de derecho y ciencia política?» (p.263).

III. 13. El secreto del éxito

«Clío ciega. No podemos explicar las opciones que la historia hace, pero podemos decir algo muy importante sobre ellas: las opciones de la historia no se hacen para beneficios de los humanos. No hay ninguna prueba en absoluto de que el bienestar humano mejore de manera inevitable a medida que la historia se desarrolla. No hay ninguna prueba de que las culturas que son beneficiosas para los humanos tengan que triunfar y expandirse de manera inexorable, mientras que desaparecen las culturas menos beneficiosas. No hay prueba alguna de que el cristianismo fuera una mejor opción que el maniqueísmo, o que el Imperio árabe fuera más provechoso que el de los persas sasánidas. No hay prueba de que las historia actúe en beneficio de los humanos porque carecemos de una escala objetiva en la que medir dicho beneficio. Diferentes culturas definen de manera diferente el bien, y no tenemos una vara de medir definitiva para juzgar entre ellas. Los vencedores creen siempre, desde luego, que su definición es la correcta. No obstante ¿por qué habríamos de creer a los vencedores? Los cristianos creen que la victoria del cristianismo sobre el maniqueísmo fue beneficiosa, para la humanidad, pero si no aceptamos el punto de vista cristiano no hay ninguna razón para estar de acuerdo con ellos. Los musulmanes creen que la caída del imperio sasánida en manos musulmanas fue beneficiosa para la humanidad. Pero estos beneficios solo son evidentes si aceptamos la visión del mundo que tienen los musulmanes. Bien pudiera ser que todos estuviéramos mucho mejor si el cristianismo y el islamismo hubieran caído en el olvido, hubiesen sido derrotados» (p. 272).

Parte IV. La revolución científica

IV. 14. El descubrimiento de la ignorancia

«La revolución científica no ha sido una revolución del conocimiento. Ha sido, sobre todo, una revolución de la ignorancia. El gran descubrimiento que puso en marcha la revolución científica fue el descubrimiento de que los humanos no saben todas las respuestas a sus preguntas más importantes». (p. 279).

«La ciencia moderna es una tradición única de conocimiento, por cuanto admite abiertamente ignorancia colectiva en relación con las cuestiones más importantes. Darwin no dijo nunca que fuera «el sello de los biólogos», o que resolviera el enigma de la vida de una vez por todas. Después de siglos de extensa investigación científica, los biólogos admiten que todavía no tienen una buena explicación  para la manera en que el cerebro produce la conciencia, Los físicos admiten que no saben qué causó el big bang o cómo reconciliar la mecánica cuántica con la teoría de la relatividad general.

En ciertos casos, teorías científicas en competencia son debatidas ruidosamente sobre la base de nuevas pruebas que aparecen constantemente. Un ejemplo clásico son  los debates acerca de cómo gestionar  mejor la economía. Aunque individualmente los economistas pueden  afirmar que su método es el mejor, la ortodoxia cambia con cada crisis financiera y con cada burbuja del mercado de valores, y se acepta de manera general que todavía está por decirse la última palabra en economía.

En otros, las teorías concretas son respaldadas de manera tan consistente por las pruebas de que se dispone, que hace tiempo ya que todas las alternativas han sido descartadas. Dichas teorías se aceptan como ciertas, pero todo el mundo está de acuerdo en que, si aparecieran nuevas pruebas que contradijeran la teoría, esta tendría que revisarse o desestimarse. Un ejemplo de ello son las teorías de la «tectónica de placas» y de la «evolución»». (p.281).

«El circuito recurrente entre la ciencia, el imperio y el capital ha sido sin ninguna duda el principal motor de la historia durante los últimos 500 años» (p. 304).

IV. 15. El matrimonio de ciencia e imperio

«Los científicos proporcionaron al proyecto imperial conocimientos prácticos, justificación ideológica y artilugios tecnológicos. Sin su contribución resultaría muy cuestionable que los europeos hubieran conquistado el mundo, Los conquistadores devolvieron el favor al proporcionar a los científicos información y protección, al apoyar todo tipo de proyectos extraños y fascinantes y al extender la manera de pensar científica a los rincones más alejados de la Tierra. Sin el respaldo imperial, es dudoso que la ciencia hubiera progresado mucho» (p. 335).

IV. 16. El credo capitalista

«El capitalismo ha creado un mundo que nadie que no sea un capitalista es capaz de hacer funcionar. El único intento serio de gestionar el mundo de manera diferente (el comunismo) era mucho peor en casi todos los aspectos concebibles, hasta el punto de que nadie tiene el estómago de intentarlo de nuevo. En 8500 a.C. se podían verter amargas lágrimas a propósito de la revolución agrícola, pero era demasiado tarde para abandonar la agricultura. De manera parecida, puede que no nos guste el capitalismo, pero no podemos vivir sin él.

El capitalista dirá que hemos de tener más paciencia; el paraíso está a la vuelta de la esquina. Es cierto, se han cometido equivocaciones, como el comercio de esclavos del Atlántico y la explotación de la clase obrera europea. Pero hemos aprendido la lección, y solo con que esperemos un poco más y permitamos que el pastel crezca un poco más, todo el mundo recibirá una porción más sustanciosa. La división del botín no será nunca  equitativa, pero habrá lo suficiente para satisfacer a todos los hombres, mujeres y niños, incluso en el Congo» (p.366).

IV.17. Las ruedas de la industria

«La economía moderna crece gracias a nuestra esperanza en el futuro y a la buena disposición de los capitalistas a reinvertir sus ganancias en la producción. El “secreto de la cocina”: en el momento en que el agua hierve la tapadera de la olla llena salta, el calor se convierte en movimiento.

La ética capitalista y la consumista son dos caras de la misma moneda, una mezcla de dos mandamientos. El supremo mandamiento de los ricos es “¡Invierte!”. El supremo mandamiento del resto de la gente es “¡Compra!”.

La ética capitalista-consumista es revolucionaria en otro aspecto. La mayoría de los sistemas éticos anteriores planteaban a la gente un acuerdo muy duro. Se les prometía el paraíso, pero solo si cultivaban la comprensión y la tolerancia, superaban los anhelos y la cólera y refrenaban sus intereses egoístas. Para la mayoría esto era demasiado duro. La historia de la ética es un triste relato de ideales maravillosos que nadie cumple. La mayoría de los cristianos no imitan a Jesucristo, la mayoría de los budistas no siguen las enseñanzas de Buda y la mayoría de los confucianistas habrían provocado a Confucio un berrinche colérico.

En cambio, la mayoría de la gente vive hoy siendo capaz de cumplir con éxito el ideal capitalista-consumista. La nueva ética promete el paraíso a condición de que los ricos sigan siendo avariciosos y pasen su tiempo haciendo más dinero, y que las masas den rienda suelta a sus anhelos y pasiones y compren cada vez más. Esta es la primera religión en la historia cuyos seguidores hacen realmente lo que se les pide que hagan. ¿Y cómo sabremos que realmente obtendremos el paraíso a cambio? Porque lo hemos visto en la televisión» (p. 284).

Ironías aparte, la consideración del capitalismo como «religión» contradice la definición de «religión» que se ha ofrecido poco antes (aunque no sea necesario tampoco estar conforme con ella). Sin comentarios sobre el paraíso en este valle de lágrimas, diga lo que diga la televisión.

IV. 18. Una revolución permanente

«El desplome de la familia y de la comunidad. Antes de la revolución industrial, la vida cotidiana de la mayoría de los humanos seguía su curso en el marco de tres antiguas estructuras: la familia nuclear, la familia extendida y la comunidad local íntima. La mayoría de la gente trabajaba en el negocio familiar (la granja familiar o el taller familiar, por ejemplo) o trabajaba en los negocios familiares de sus vecinos. La familia era también el sistema de bienestar, el sistema de salud, el sistema educativo, la industria de la construcción, el gremio comercial, el fondo de pensiones, la compañía de seguros, la radio, la televisión, los periódicos, el banco, e incluso la policía» (p. 391).

«Todo esto cambió de forma espectacular a lo largo de los dos últimos siglos. La revolución industrial confirió al mercado poderes nuevos e inmensos, proporcionó al Estado nuevos medios de comunicación y transporte, y puso a disposición del gobierno un ejército de amanuenses, maestros, policías y trabajadores sociales. Al principio, el mercado y el Estado descubrieron que su camino estaba bloqueado por familias  tradicionales a las que les gustaba  poco la intervención exterior  Los padres y los ancianos de la comunidad  eran reacios a dejar que la generación más joven fuera adoctrinada  por sistemas educativos nacionalistas, reclutada en los ejércitos o transformada en proletariado urbano desarraigado […]. “Convertíos en individuos” […]» (p. 394).

«Comunidades imaginadas. Al igual que la familia nuclear, la comunidad no podía desaparecer completamente  de nuestro mundo sin algún sustituto emocional. Los mercados y estados cubren hoy la mayor parte de las necesidades materiales que antaño cubrían las comunidades, pero también han de suministrar lazos tribales» (p. 397).

IV. 19. Y vivieron felices por siempre jamás

«Imagine el lector a un psicólogo que se embarca en un estudio de la felicidad entre drogadictos. Le plantea una encuesta y encuentra que declaran, de manera unánime, que solo son felices cuando se pinchan. ¿Publicaría el psicólogo un artículo científico que declarara que la heroína es la clave de la felicidad?» (p. 431).

«La principal cuestión es si las personas conocen la verdad acerca de sí mismas, ¿qué pruebas tenemos de que en la actualidad la gente comprenda esta verdad mejor que los antiguos cazadores-recolectores o los campesinos medievales?» (P. 434).

IV.20. El final del Homo sapiens

«El mito de Frankenstein enfrenta a Homo sapiens con el hecho de que los últimos días se están acercando rápidamente. Al menos que alguna catástrofe nuclear o ecológica nos destruya primero, el ritmo del desarrollo tecnológico conducirá pronto a la sustitución de Homo sapiens por seres completamente distintos que solo poseen un físico diferente, sino mundos emocionales y cognitivos muy distintos. Esto es algo que la mayoría de los sapiens encuentran muy desconcertante. Nos gusta creer que en el futuro personas igual que nosotros viajarán de un planeta a otro en rápidas naves espaciales, pero no nos gusta, en cambio, contemplar la posibilidad de que en el futuro seres con emociones e identidades como las nuestras ya no existirán y que nuestro lugar lo ocuparán formas de vida extraña cuyas capacidades empequeñecerán las nuestras».

Y así se llega al epílogo de una historia a grandes rasgos de la humanidad, escrita desde un punto de vista posmoderno con el trasfondo fundamentalmente de la cultura judeocristiana, europea y occidental a la que Harari pertenece. Todo es posible menos admitir que el ser humano, a pesar de los pesares, es capaz de la verdad: para Harari, toda hipótesis es admisible, menos la existencia de Dios.

Epílogo de Harari

«(Nosotros), animales sin importancia, hemos avanzado desde las canoas a los galeones, a los buques de vapor y a las lanzaderas espaciales, pero nadie sabe adónde vamos. Somos más poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos muy poca idea de qué hacer con todo ese poder. Peor todavía, los humanos parecemos ser más irresponsables que nunca. Somos dioses hechos a sí mismo, con solo las leyes de la física para acompañarnos, no hemos de dar explicaciones a nadie. En consecuencia, causamos estragos a nuestros socios animales y al ecosistema que nos rodea, buscando poco más que nuestra propia comodidad y diversión, pero sin encontrar nunca satisfacción. ¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechas e irresponsables que no saben lo que quieren?» (p. 456).

La visión realista/optimista (bíblica)

Los seres humanos (mujer y varón) hemos sido creados por Dios, tenemos el mismo origen, poseemos  inteligencia y voluntad libre. Sabemos distinguir el bien de mal. Nuestro desarrollo histórico va acompañado de sucesivas logros que hemos de utilizar con libertad y responsabilidad para gloria de Dios y bien de toda la humanidad. Sin embargo, individual y colectivamente, nos complacemos en la ley de Dios, pero advertimos otra ley que lucha contra la ley de la razón (Cfr. Romanos,  VII, 22-23). El relato bíblico sobre los orígenes que cuenta la historia de Dios, los primeros padres (Adán y Eva) y la serpiente parlanchina, revela la catastrófica consecuencia para la humanidad  de querer convertirse en origen del bien y del mal, sin dar cuentas a nadie, con solo la física como único acompañante (Génesis, III, 1-24).

La conclusión sobre la historia de la humanidad en este momento a la que llegan la visión atea de Harari (que transcribo) y la revelación bíblica (que resumo) coinciden, en cierto modo, pero las causas y consecuencias que se pueden extraer de una y otra no pueden ser más antagónicas.

Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Gramática General y Crítica Literaria de la Universidad de Sevilla y profesor de investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Madrid). Director de «Revista de Literatura» (CSIC) y editor-director de «Nueva Revista» (UNIR). Académico correspondiente de la Academia Argentina de Letras, Academia Chilena de la Lengua y Academia Nacional de Letras del Uruguay. Premio Internacional Menéndez Pelayo.