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Cuando Johann Strauss decidió abordar el género de la opereta ya había sido coronado popularmente como «el rey del vals» y su música se escuchaba y se bailaba en todos los salones vieneses. Aconsejado por Jacques Offenbach, brillante triunfador en este campo, se dispuso a seguir sus pasos. Pero Strauss no era hombre de gran intuición teatral, a juzgar por su indiscriminada elección de los libretos. Tras dos intentos poco afortunados, compuso en 1874 su mejor obra escénica: El Murciélago. Y acertó plenamente, no sólo por el libreto sino por su elaboración y composición.

Un vals magistral encabeza toda una serie de vibrantes números musicales llenos de inventiva melódica. Los tres actos se suceden con gran movimiento escénico, como suele ocurrir en las operetas, enriquecido aquí con bellas melodías muy bien elaboradas y un aire de gran espontaneidad.

Johann Strauss era un compositor que conocía bien su oficio y cuya superficialidad tanto de su música como de su vida contribuía a acrecentar su fama. Lejos de un tratamiento superficial, consigue dotar a sus personajes de El Murciélago de personalidad musical propia. Esto es, los números musicales no podrían ser intercambiables, pues definen el carácter psicológico de los actores. Este es un aspecto que destaca especialmente en la obra de Strauss que nunca se caracterizó por su profundidad analítica.

Aunque su estreno en Viena (en el Theater art der Wien) fue recibido con frialdad y tuvo que ser retirada a los pocos días, hoy en día ha conseguido plena aceptación incluso entre los más ortodoxos aficionados a la gran Opera. Sobre todo después de que grandes voces de la lírica e importantes directores hayan incluido esta obra en su repertorio.

La magnífica grabación que nos ocupa, fue realizada en 1971 por Karl Böhm, uno de los mejores directores sinfónicos y operísticos de nuestro siglo y ante todo un sublime intérprete mozartiano. También los solistas como Gundula Janowitz, Wolfgang Windgassen, Waldemar Kmentt y Erich Kunz han sido grandes voces de óperas mozartianas. Y es que, salvando las distancias, El Murciélago podría ser comparada a las Bodas de Figaro de Mozart, por el desarrollo de la trama, la ingeniosidad y riqueza melódica y por la ágil sucesión de números musicales llenos de gracia y encanto.

Resulta muy entretenida su audición y más tratándose de una selección suficientemente amplia que suprime los momentos hablados o recitados. Una delicia.

Profesora de música y periodista