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El conjunto de las cuatro exposiciones que bajo el título genérico de «Las Edades del Hombre», se han venido celebrando durante los últimos cuatro años en diversas capitales de la Comunidad de Castilla y León, representan para mí uno de los acontecimientos culturales más importantes que se han desarrollado en España en los últimos decenios. Concederle esta importancia lo fundamento no sólo en la calidad y cantidad de obras expuestas, en la forma de presentar estos objetos y las ideas que ellos representan, sino también en lo que todo este conjunto de obras, ideas y conceptos, tienen como representación de una realidad histórica del pasado y por lo que todo ello tiene de reto para la sociedad de nuestro tiempo y para la creación del arte y del pensamiento comprometido con el hombre de hoy.

Al contemplar un fragmento de un retablo castellano del XV, o un órgano del XVI o una pintura o escultura de nuestro barroco, y observar que estos «objetos» eran creados por unos hombres que nacían, vivían y morían en unas tierras que son esencialmente las mismas que hoy habitamos, que seguimos hablando básicamente una misma lengua que comunica también unos mismos conceptos sobre la mayor parte de nuestras creencias. Así, empiezan a surgir en la persona sensible que contempla este panorama una serie de ideas, de comparaciones y hasta de dudas, que hacen ver nuestra sociedad actual de una manera diferente y hacen preguntarnos si esta sociedad actual y los creadores del pensamiento, arte y cultura que ella genera, cumple con el ineludible compromiso que todo conjunto social tiene con los valores más altos del ser humano.

¿Qué diferencias existen entre aquella sociedad castellano-leonesa del pasado que promovió la ideación, que posibilitó la planificación y la construcción de una obra tan perfecta como la catedral de León -por sólo citar uno entre miles de ejemplos-… qué diferencias existen entre aquella sociedad y la nuestra, analizadas desde este punto de vista? ¿Es que hoy no somos capaces ni de promover, ni de imaginar, ni de realizar y, ni si- quiera, de necesitar obras no sólo de esa trascendencia, sino también, de esa envergadura y que contengan tanta intención de crear belleza?

Ese es el reto que he querido ver en el conjunto de «Las Edades del Hombre», reto que se propone al ser humano de hoy y a su entorno social y que con mayor claridad, si cabe, queda patente en la edición que actualmente se celebra en Salamanca.

Al servicio de la dignidad

La respuesta a ese reto, no sólo puede estar en la intencionalidad de crear con mayor o menor perfección y belleza las obras que están realizando los pintores, los escultores, los músicos, los poetas y los arquitectos de nuestro tiempo. Esto sería ver el problema desde un sólo ángulo y además, intentar comparar las obras maestras del pasado con las obras contemporáneas, es un juego absurdo, ya que cada obra responde a criterios estéticos, estilísticos y creativos que pertenecen al conjunto de una realidad histórica determinada. Por lo tanto no son susceptibles las valoraciones objetivas en términos comparativos ni de calidad ni de belleza. La respuesta a esta pregunta está en buscar la necesidad que nuestra realidad social contemporánea tiene en provocar, en incentivar, en promover la creación de unas determinadas obras, que naciendo de los criterios estéticos y estilísticos propios del mundo en el que vivimos, se instalen en ese mundo de la misma forma que se instalaron en el suyo los objetos del pasado que contemplamos. Y entonces veremos las tremendas diferencias existentes entre ambas sociedades, entre las distintas formas de necesitar el «consumir» la belleza que se crea en su entorno. Veremos como, gran parte de nuestra sociedad actual, con más medios, con más formación, más cultura y más conocimientos, -con más alma que diría el Segismundo de Calderón,- en sus capas rectoras, en aquellos estamentos que dirigen nuestra sociedad, tiene menos afán de promover una evolución social en la que la inteligencia, la sensibilidad y la auténtica espiritualidad trascendente sean los valores primeros a alcanzar por los seres humanos que la componen.

Al lado de ese retablo, de esos objetos del pasado de infinita belleza, había, sí, mucha miseria, mucha injusticia, mucha hambre y hasta mucha necesidad. Hoy, la técnica y los medios de comunicación nos pueden liberar, si no de todos estos males, sí en una medida como nunca el ser humano había podido anteriormente imaginar. Pero esa técnica y esos medios, están en su gran mayoría en unas manos que ni moral, ni espiritual, ni culturalmente están preparadas para afrontar la responsabilidad que tienen. Es más, persiguen unos afanes de poder y dominio que se sitúan precisamente en las antípodas de las auténticas necesidades que la dignidad de todo ser humano demanda. Desde ellos, desde esos inmensos poderes, se fomenta para conseguir sus fines lo mediocre, lo banal, lo intranscendente, la vulgaridad, los instintos básicos y hasta se persigue lo excelente. Se estimula, en fin, la lucha por alcanzar el bienestar, marginando a aquellos que simplemente aspiran a vislumbrar la felicidad.

Esto ha sido para mí el resumen de las cuatro exposiciones de «Las Edades del Hombre» y el reto que he visto en ella: una llamada de atención a nuestra sociedad actual para que analice lo que ella es capaz de promover en la evolución de los conceptos espirituales, en el estímulo de la creación y percepción de belleza y en la ampliación del conocimiento de nuestro entorno, actividades en las que se basan las únicas diferencias entre el ser humano y el resto de la creación. Si al analizar el núcleo social que hizo posible la catedral de León desde su ideación hasta el resultado final y comparar lo que promueve y consume en su gran mayoría nuestro entorno social nos damos cuenta de la gran distancia que hay tanto en las intenciones como en los resultados, observaremos que podemos encontrarnos en una evolución regresiva y peligrosa en lo que se refiere a las auténticas necesidades del hombre de hoy y de siempre. Presentar con esta claridad un problema, que para mí es esencial, es uno de los logros que hacen que «Las Edades del Hombre» no pasen desapercibidas a todos aquellos que aún tenemos esperanzas en que el conocimiento y la tecnología actual pueden ponerse al servicio de elevar la condición y la dignidad humana.