Tiempo de lectura: 2 min.

Un capítulo de relieve de nuestra historia económica ha comenzado a roturarse en los últimos tiempos. El mundo empresarial, decisivo en cualquier organización social a la altura del presente, atrae, en efecto, el interés de los estudiosos de dicha rama, imantado hasta días recientes por aspectos y cuestiones no siempre descollantes. Prepósteramente, se han tendido a analizar las consecuencias antes de las causas. La distribución de las riquezas es sin duda una faceta esencial de la actividad económica y de la estructura política; pero su creación resulta innegablemente de mayor trascendencia en todos los planos.

De ahí, que trabajos como el glosado susciten espontáneamente la simpatía y el aplauso. A los héroes -soldados, gobernantes, juristas, escritores…- cuyo culto se inculcara tan plausiblemente en la formación educativa del siglo que ahora acaba y en la de su antecesor, deben de añadirse el de las figuras consagradas con éxito a generar bienes económicos en sobresaliente escala. En particular, en países como España, cuya lista de capitanes de industria y empresarios de notable talla se ofrece muy reducida. Por muchos y justos títulos, se incluye en sus primeros puestos el nombre del navarro Félix Huarte (1896-1971), quien puso en la tarea, aparte de una destacada inteligencia y un instinto económico de primer orden, todas las cualidades de la personalidad de una región entrañablemente española -honestidad, perseverancia, firmeza.

Un madrileño seducido por sus gentes y tierras ha colocado su saber y esfuerzo al servicio de retratar historiográficamente al propulsor de algunas de las empresas más conocidas y fecundas del desarrollo peninsular de mediados del novecientos. La documentación allegada y puesta en envidiable orden de salida para una biografía del hombre y su ambiente se ofrece, en verdad, asombrosa. Cuentas y discursos, números y reflexiones ascéticas y, sobre todo y ante todo, un epistolario inigualable en cantidad y expresividad. Esta fuente, tan poco utilizada por los historiadores nacionales pese a su gran valor, despliega en el libro reseñado todas sus virtualidades. Cartas íntimas, profesionales, políticas, burocráticas, amicales, religiosas, permiten con su mucho trigo recomponer las piezas siempre difíciles de una vida, incluso de la más rectilínea. Posiblemente la España de Franco sea el período más beneficiado en su estudio e interpretación por los testimonios y noticias aportados en la obra glosada. Y dentro de ella la denominada con toda exactitud, al menos en el caso hispano, «década prodigiosa», esto es, los años sesenta resulta la más enriquecida por las fuentes epistolares exhumadas por el profesor alcalaíno.

La aventura está ahí, al alcance de un historiador con sensibilidad y acervo de la España comprendida entre las dos dictaduras de nuestro siglo. Es probable, y, desde luego, deseable que sea el mismo que ha llevado a cabo con encomiable éxito todo su complicado y laborioso apresto el que la acometa. Viento favorable a una travesía muy necesaria para el conocimiento de las raíces más determinantes de la actualidad.

José Manuel Cuenca Toribio (Sevilla, 1939) fue docente en las Universidades de Barcelona y Valencia (1966-1975), y, posteriormente, en la de Córdoba. Logró el Premio Nacional de Historia, colectivo, en 1981 e, individualmente, en 1982 por su libro "Andalucía. Historia de un pueblo". Es autor de libros tan notables como "Historia de la Segunda Guerra Mundial" (1989), "Historia General de Andalucía" (2005), "Teorías de Andalucía" (2009) y "Amada Cataluña. Reflexiones de un historiador" (2015), entre otros muchos.