Jon Fosse. Narrador, poeta y dramaturgo noruego. Con una extensa producción, traducida a más de cuarenta idiomas, es uno de los autores vivos más reconocidos e influyentes. Se le concedió el Premio Nobel de Literatura en 2023.
Silvia Bardelás. Editora de De Conatus e introductora de Joan Fosse en España, Bardelás es doctora en Filosofía, escritora, traductora, profesora de Creación Literaria y directora del blog literario El lector perdido.
Avance
Silvia Bardelás, responsable de la editorial De Conatus, escribe en primera persona sobre la aventura (y el honor, en sus propias palabras) de publicar Septología, la magna obra de Jon Fosse. Solo fue posible tras «muchas horas de lectura, conversaciones con Cristina Gómez Baggethun —que ha hecho una traducción magnífica—, y un viaje a Bergen con Beatriz González —la otra editora del sello‒ para conocer al autor y el mundo que inspiró esta gran novela». En este texto comparte con los lectores algunos recuerdos de ese viaje revelador como introducción a las claves de Septología.
Al igual que la naturaleza presenta allí, en el fiordo, su carácter abismal, el narrador de Septología, se abre, más allá del ego, al temblor que surge en el descubrimiento de la propia vida como irreal, inauténtica, marcada por la inercia. El abismo exterior, de la naturaleza, es abismo interior, asombro ante lo desconocido, una dimensión que el ser humano está a punto de perder, si no lo ha hecho ya definitivamente. «Este es un libro espiritual y no se puede negar», escribe la editora con contundencia. ¿De qué manera? No es a la manera de Dostoievski o Tolstoi, explica Bardelás, Asle —el protagonista de Septología— «no sufre un movimiento ético, sino que se enfrenta directamente a una luz que surge de la oscuridad, a una experiencia mística que le obliga a ver la apariencia del mundo, el sometimiento de los seres humanos a una vida vacía desconectada de la fuerza inconsciente de la naturaleza». Y prosigue: «La luz no llega desde un éxtasis alucinógeno, sino desde el movimiento mínimo de un personaje que lo que tiene de extraño en el mundo actual, en nuestro mundo, es su ingenuidad. La ingenuidad, esa forma de vida al margen del deseo egocéntrico, es uno de los temas fundamentales en la literatura de Jon Fosse». Solo un ingenuo, un abandonado de sí mismo se puede dejar llevar por el amor, otra de las claves de la obra, otro de los grandes temas y aciertos del autor. Como explica la editora: «El gran acierto de Fosse es alejarse de la pasión y representar el amor como algo muy pequeño, pero con una fuerza inmensa. En el siglo XXI no tendría sentido representar el amor pasional, pero sí un amor virgen que nos puede salvar de la apariencia, esa especie de orgía social de desconexión y anestesia».
El artículo se centra a continuación en las peculiaridades del protagonista, un hombre que desea la muerte, pero no de uno mismo, sino del ego. ¿Cómo se consigue esto? Asle se reconoce y desaparece en otro… Es el amor que llega. Es también el amor que se va. La que sigue es la historia de un personaje que se enfrenta a su miedo y lucha por ver qué pasó en realidad cuando la anestesia le quitaba el foco. De su mano, Fosse consigue llevar, arrastrar al lector a un inesperado punto de vista: «Asle se ve a sí mismo desde fuera y ahí coloca al lector, viéndolo también desde fuera» y viéndose también desde ese mismo lugar. «¿Es una tercera persona? ¿Es una primera persona? No es ninguna de las dos», responde Silvia Bardelás, que pregunta a continuación. «¿Quiénes somos cuando entramos en esa dimensión estética que significa vernos mientras vemos, sentirnos mientras sentimos? Salimos de nuestra individualidad y entramos en una abundancia existencial». Una abundancia existencial que rezuma no solo Septología, sino toda la literatura del último Premio Nobel.
Artículo
Editar un libro de la envergadura de Septología es un trabajo de equipo que comienza mucho tiempo atrás, en el momento en el que el autor vive una experiencia tan real, tan intensa, que terminará germinando una obra de arte. Y ésa era la intención de nuestro recorrido por el fiordo de Hardanger que lo vio nacer.
Los pocos editores de Septología en ese momento, agosto de 2022, con sus traductores y un periodista de cada país dispuesto a entrevistar a Jon Fosse, asistíamos a los lugares donde se desarrollaron su infancia y juventud. Las instituciones culturales de Noruega trataban a Fosse ya como un autor consagrado, en realidad como si ya estuviera muerto y hubiera pasado a la Historia. Algún día ganaría el Nobel, pero en realidad yo pensaba que era mucho más, que estábamos realizando una inmersión en un mundo nuevo, distinto, el de un narrador del siglo XXI y sobre todo, para el siglo XXI.
Tengo el recuerdo de la vuelta en el autobús, ya de noche, después de cenar y discutir en la mesa cómo era el narrador de Septología, después de haber visitado la aldea Fosse y haber disfrutado de una maravillosa comida con la que nos homenajearon sus vecinos. A los lados del autobús, los faros iluminaban agua que caía a gran velocidad resbalando por piedras desiguales, grandes y pequeñas, haciendo curvas, saliendo de montañas en un horizonte tapado por la niebla y algunas últimas luces del anochecer se abrían entre nubes y dejaban entrever pequeños lugares que, sin embargo, parecían descomunales. Esa naturaleza en continuo movimiento era nueva, estaba fuera del tiempo, el ser humano no la había tocado más allá de construir una casa de madera o una barandilla en algún lugar. Era un lugar virgen y profundamente oscuro porque no teníamos herramientas para reconocerlo. Aquella naturaleza salvaje, escondida, poco iluminada no era un lugar idílico ni plácido, era un abismo.
Tomé conciencia entonces de cómo, en nuestro mundo en territorios demasiado ocupados por el ser humano, habíamos perdido la capacidad del asombro o del terror metafísico. Beatriz y yo ironizábamos en el viaje supongo que para bajar un poco la intensidad de aquel temblor inconsciente.
Un libro espiritual
Y a eso se enfrenta el narrador de Septología, pensé, al abismo que se abre más allá del ego, al temblor que surge en el descubrimiento de la propia vida como irreal, inauténtica, marcada por la inercia frente a una certeza existencial. El abismo lo abre la naturaleza, pero una naturaleza virgen, al menos un pedazo de naturaleza virgen. Ya casi no quedan espacios así en el mundo. Por eso era tan importante una novela que nos enfrentaba a una dimensión humana ya casi perdida, la del asombro ante lo desconocido, la de salirnos de nuestra experiencia cotidiana y entrar en la trascendencia, en una especie de más allá. No olvidábamos Beatriz y yo la dificultad de llegar a los lectores acostumbrados en este momento a historias muy realistas y a personajes enmarcados en un mundo muy definido. Además, pensábamos, este es un libro espiritual y no se puede negar.
Leer Septología es asistir en directo a la disolución del yo de un personaje, Asle, sentado en un sillón, con su perro Brage al lado, con la ventana al frente y la mirada fija en un punto de la ola del mar. Desde ahí se observa a sí mismo con la firme decisión inconsciente de ir hacia la muerte, no la muerte física, sino la muerte del yo. Así que sí, Septología es sin ninguna duda una novela espiritual y pienso en las grandes novelas de la Historia y no encuentro ninguna que trate el proceso espiritual como lo hace Fosse. Pienso en las novelas rusas, en la iluminación ético-cristiana de personajes de Dostoievski o Tolstoi, pero Asle no sufre un movimiento ético, sino que se enfrenta directamente a una luz que surge de la oscuridad, a una experiencia mística que le obliga a ver la apariencia del mundo, el sometimiento de los seres humanos a una vida vacía, desconectada de la fuerza inconsciente de la naturaleza. Asle es un artista que ha sido alcohólico, que está solo, pero que en un momento de su vida alguien, Ales, le descubrió la existencia del amor. La luz no llega desde un éxtasis alucinógeno, sino desde el movimiento mínimo de un personaje que lo que tiene de extraño en el mundo actual, en nuestro mundo, es su ingenuidad. La ingenuidad, esa forma de vida al margen del deseo egocéntrico, es uno de los temas fundamentales en la literatura de Jon Fosse. El genio, ese pintor que desarma al marchante de arte, el alcohólico, ese personaje que se anestesia porque su mirada llega hasta lo más miserable de cada persona que se encuentra, el soberbio, ese niño que se siente superior incluso a sus padres, ése, Asle, se abandona y se deja llevar por el amor.
Es difícil imaginar una novela de amor en el siglo XXI. Nos hemos convertido en descreídos del amor. Posiblemente haya una presión social excesiva para que esa fuerza luminosa no destruya el mundo ordenado, racional que nos mantiene, que sólo nos mantiene. Después de las grandes hazañas, de las narrativas grandilocuentes a lo largo de la Historia que han ido destruyendo y construyendo nuevas formas de habitar, ahora se trata de no cambiar, de mantener. El gran acierto de Fosse es alejarse de la pasión y representar el amor como algo muy pequeño, pero con una fuerza inmensa. En el siglo XXI no tendría sentido representar el amor pasional, pero sí un amor virgen que nos puede salvar de la apariencia, esa especie de orgía social de desconexión y anestesia.
La muerte del ego
Un escritor tiene una novela cuando tiene un personaje. Tener un personaje significa encontrar una personalidad distinta todavía no contada. Hay muchas novelas que tratan la personalidad del artista, pero también es importante saber en qué momento de ese artista debe comenzar la novela. Septología empieza con un pintor que desea la muerte, pero no es un suicida. En realidad, desea la muerte de su ego, de esa personalidad que sólo vive sobreviviendo y la desea inconscientemente. Ése es el punto de vista que crea el narrador de Septología. El punto de vista es una disposición potente sobre la que gira toda la narración. El escritor clava ahí la punta de un compás y mientras lo gira forma un círculo que será la novela. Ahí está Asle, el pintor que busca su desaparición. ¿Cómo puede hacerlo? Para que algo pueda desaparecer primero tiene que aparecer y Asle comienza a verse así mismo en todo el recorrido que lo ha traído hasta aquí. Ha nacido en un sitio muy pequeño al lado del mar, es artista, no comprende nada de lo que le rodea, siente que el mundo lo agrede, es incapaz de relacionarse, de sentirse a sí mismo al sentir a otro, se anestesia con el alcohol como tantos otros a su alrededor. Y de repente llega Ales que lo coge de la mano y lo lleva por un camino diferente. Pero la vida, que le ha regalado a Ales también se la quita. ¿Qué queda entonces? Enfrentarse al que ha sido para buscar quién es en realidad. El miedo a esa visión es quizás uno de los logros más interesantes de Septología. ¿No es esta una época en la que sufrimos un horror vacui a enfrentarnos a la existencia? Es brillante ese acercamiento que Fosse hace a la intimidad del personaje para ver cómo se enfrenta a su miedo, cómo lucha por ver qué pasó en realidad cuando la anestesia le quitaba el foco.
Viaje al interior
¿Cómo consigue Fosse que temblemos con Asle y que vayamos más allá de su interior? Recuerdo hablar con Cristina Gómez Baggethun sobre temas de Filosofía que tienen que ver con superar el individualismo, con superar el conflicto entre la subjetividad y la objetividad. Nos reímos pensando en el esfuerzo final de Kant para llegar a un lugar fraternal. Pensamos allí, en Bergen, en la posibilidad de que la literatura en el siglo XXI nos liberara del solipsismo, de ese gusto por el mundo pequeño y cerrado del yo. Y, pensando en la voz que narra Septología, me doy cuenta de que consigue llevar al lector a través de Asle a una experiencia espiritual propia. El narrador no es un narrador pegado al personaje cuya intención sea llevarnos a su interior, tampoco es una primera persona que quiera empatar con nosotros y contarnos qué le ha pasado. Asle se ve a sí mismo desde fuera y ahí coloca al lector, viéndolo también desde fuera.
Y me veo a mí mismo ahí sentado mirando las olas y me veo andando hacia el coche que está aparcado delante de la Galería Bayer.
Se ve a sí mismo viéndose. ¿Es una tercera persona? ¿Es una primera persona? No es ninguna de las dos. ¿Quiénes somos cuando entramos en esa dimensión estética que significa vernos mientras vemos, sentirnos mientras sentimos? Salimos de nuestra individualidad y entramos en una abundancia existencial. Ahí nos coloca ese narrador, en la posibilidad de cualquier encuentro al margen de las leyes de la física clásica.
El lugar de la muerte para ese personaje que es Asle es el Fiordo de Más adentro. Donde vive la Hermana. El lugar al que tanto tarda en llegar, al que nunca está preparado para ir. El momento espiritual de ir cada vez más adentro y más adentro, como el propio fiordo, como la propia montaña que parece esconder algo, como la cascada que cae y cae siempre en cada momento.
Esa naturaleza que pudimos ver en nuestro viaje por Hardanger ha sido quizás el punto de partida de la obra de Fosse. La experiencia estética de vivirla día a día en la vida de un niño sensible es suficiente para poder observar el mundo, esa ocupación humana del territorio, con desconfianza, con miedo y con un claro sentimiento de estar ante algo falso. Mientras entramos y entramos en la intimidad de Asle, a lo más profundo, encontramos una pequeña luz, la misma que aparece en mitad de la novela y que estalla en la frente del protagonista. Cuanto más adentro, más abierto el campo de visión. Cuanto más sincero el acercamiento al interior del personaje, más liberador.
El narrador de Septología va más allá del flujo de conciencia. En cada época de la historia surgen narradores que van abriendo nuevos campos de representación de la condición humana. En el siglo XX James Joyce o Virginia Woolf abrieron el campo del mundo interior, en el siglo XXI Jon Fosse ha abierto el campo de la interrelación, del momento, precisamente, en el que el ego se desvanece en la experiencia del presente, en el acto de existir.
Foto: cedida por Silvia Bardelás y Beatriz González, responsables de De Conatus.