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El debate político está incandescente. En cualquier caso, la controversia es continua y se deja sentir también en el interés creciente que hay por fijar y delimitar las posiciones. En el ámbito conservador y entre los españoles, cumple esa misión el libro de Gregorio Luri, La imaginación conservadora (Ariel, 2019). Con la misma intención a la vez expositiva y expuesta, sir Roger Scruton publicó en 2018 su Conservadurismo. Otra prueba más del interés existente es que, a diferencia de otros tiempos, donde las traducciones de Scruton se hacían esperar, ahora se publican enseguida. La editorial El Buey Mudo ha sacado ya la traducción española de este libro.

Conservadurismo, Editorial El Buey Mudo, 2019, 184 págs.

El volumen merece esta traducción simultánea. Es una bibliografía comentada del pensamiento conservador desde sus orígenes a nuestros días. Muy completa y muy inteligentemente glosada.

El mejor resumen de la evolución del conservadurismo (y de lo permanente en él) lo hace el autor en las páginas finales: «El conservadurismo moderno nació como una defensa de la tradición contra las exigencias de la soberanía popular, y se fue convirtiendo en una llamada a enarbolar la religión y la alta cultura frente a la corriente materialista del progreso, antes de unir sus fuerzas a las de los liberales clásicos en la lucha contra el socialismo. En su intento más reciente por definirse, se ha transformado en el adalid de la civilización occidental contra sus enemigos, y contra dos de ellos en particular; la corrección política […] y el extremismo político, especialmente el islamismo militante […]. A través de estas metamorfosis algo ha permanecido igual, a saber, la convicción de que lo bueno es más fácil de destruir que de crear, y la determinación por defender ese bien frente a los cambios pretendidos por la ingeniería política» (p. 141)

En realidad, es mucho más lo que Scruton considera el núcleo duro, invariable, del conservadurismo. Una concepción comprometida de la libertad, especialmente. En palabras de Samuel Johnson: «La verdadera libertad sólo nace de la cultura de la obediencia». La libertad no es una huida de las obligaciones y deberes, sino la llamada a cumplirlos. Matthew Arnold lo expuso con una metáfora ecuestre: «La libertad es un caballo estupendo, siempre que cabalguemos hacia algún sitio».

El liberalismo solo tiene sentido en el contexto social que el conservadurismo defiende

Enlazando con eso, Scruton encara, apoyándose en Edmund Burke, la relación con el liberalismo. El liberalismo solo tiene sentido en el contexto social que el conservadurismo defiende. La propiedad privada es la expresión natural y la realización de la libertad individual en el mundo de los objetos.

Otra constante del conservadurismo es la defensa de separación del Estado y de la sociedad civil, fortaleciendo, sobre todo, a la sociedad civil, pues el Estado se fortalece solo. Confluyen en esa idea básica la mano invisible de Adam Smith, el concepto favorable de prejuicio de Burke y el sentido común de Johnson, además de la defensa del derecho de Hegel.

Scruton aporta un dato de enorme interés al fijar el momento en el que el conservadurismo adquiere su carácter antagónico por antonomasia. Fue tras la Revolución Francesa. Aunque los mejores pensadores de entonces remontan su rechazo a las raíces intelectuales de aquella revolución. Maistre, Chateaubriand y Tocqueville repudiaron algunos aspectos de la Ilustración: la soberanía popular, en el caso de Maistre; el secularismo, en el de Chateaubriand; y el igualitarismo, en el de Tocqueville.

Siguiendo la estela de Samuel Taylor Coleridge, Scruton recalca la importancia de la cultura (de la alta cultura) dentro de la cosmovisión conservadora. En el prefacio hace una salvedad sustancial: «Los mejores intelectuales conservadores han dedicado parte de su atención a la naturaleza del arte y a los mensajes que contiene. La primera publicación importante de Burke, por ejemplo, fue un tratado sobre las ideas de lo sublime y la belleza. Las Lecciones sobre la estética de Hegel son la cumbre de su contribución al pensamiento del siglo XIX, y muchos conservadores culturales fueron también autores destacados, en verso y prosa: Chateaubriand, por ejemplo, o Coleridge, Ruskin y Eliot. Si se desea comprender totalmente lo que estaba en juego en Austria durante el debate acerca del orden espontáneo, no se deberían estudiar sólo los escritos de Hayek y su escuela. Igual de relevantes, a su manera, fueron las sinfonías de Mahler, los poemas de Rilke y las óperas de Hofmannsthal y Strauss».

El conservadurismo seguirá siendo un ingrediente necesario de cualquier solución que se ofrezca a los problemas actuales

Tales advertencias tienen su interés paradójico. Son una manifestación del constante anti-intelectualismo conservador o, mejor dicho, de lo secundario de su contenido ideológico comparado con su fuerza vital, su capacidad de trabajo y su energía creadora y artística. Constatado lo cual, el ensayo se centra en lo ideológico, porque la claridad de ideas políticas es una necesidad perentoria del debate público actual.

Consciente, Roger Scruton concluye: «Creo que el conservadurismo seguirá siendo un ingrediente necesario de cualquier solución que se ofrezca a los problemas actuales. La tradición intelectual esbozada en este libro debería formar parte, por lo tanto, de la educación de todos los políticos de cualquier posición».

Poeta, crítico literario y traductor.