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Ni el respeto al principio democrático de elecciones libres ni el triunfo de Yeltsin sobre el candidato comunista pueden ocultarnos que el establecimiento de la democracia en Rusia, según la entendemos en Occidente, es impensable hoy por hoy: no existe una cultura democrática ni las necesarias estructuras económicas para sustentarla; no hay clases medias, ni sociedad civil, ni un auténtico sistema de partidos políticos. El proceso de transición a la democracia es una labor de años, que aun así puede sufrir muchos embates: nacionalismo exacerbado, tensiones étnicas, tendencia al autoritarismo. Como ha escrito Carlos Taibo en «Las singularidades de la transición rusa» (Política exterior, vol. x, nº 52, julio/ agosto de 1996) la incertidumbre -a la que contribuye en no poca medida la mala salud del Presidente Yeltsin- parece un elemento central de la situación actual. Teniendo siempre presente este dato, cabe la posibilidad de intentar ofrecer un panorama de la situación en Rusia tras las eleccio nes, no sin antes tratar de explicar el triunfo de Yeltsin en las urnas.

Lo que K.S. Karol llama el «milagro de Yeltsin» ha consistido en pasar de un 6% en intención de voto, a primeros de año, tras las elecciones legislativas de diciembre que dieron la victoria a los comunistas, a un 34% el 16 de junio y un 52% el 3 de julio. Es evidente que entre diciembre de 1995, cuando la población aplicó un voto de casti go a Yeltsin, y junio de 1996, la situación económica y social del país no había mejorado sustancialmente; hubo, eso sí, durante la campaña electoral, promesas que deberán ser cumplidas ahora (promesas de carácter económico y social, de combatir la criminalidad, de paz en Chechenia …). Cabe entonces preguntarse por qué el pueblo ruso, pese a su insatisfacción, volvió a otorgar su confianza a un Presidente cuya credibilidad se hallaba en sus cotas más bajas. El temor a un retorno del comunismo puede ser una explicación y, desde luego, Yeltsin se empleó a fondo en una campaña rabiosamente anticomunista. Para muchos observadores está claro que el pueblo votó en contra de Ziuganov, más que a favor de Yeltsin. Pero ¿cuáles fueron los factores que determinaron el giro copernicano en la intención de voto entre enero y junio, otorgando una victoria sorprendente a Yeltsin? Jack Mathock, ex-Embajador de los EE.UU. en la antigua Unión Soviética enumera los siguientes (New York Review ef Books, vol. XLIII, nº 13):

· La puesta en marcha de una estrategia electoral que acabara con el convencimiento de que Yeltsin era incapaz de ganar las elecciones y de que, de todos modos, no importaba demasiado quién fuera el vencedor. Para ello, Yeltsin sustituyó a su jefe de campaña, Soskovets, por un equipo de reformistas liberales, entre los que se hallaba el artífice de la privatización (hoy Jefe de Administración del Presidente), Anatoli Chubais.

· El control de los medios de comunicación. Aunque el propio Mathock matiza que ningún candidato fue silenciado, no parece que haya duda sobre el fruto de los esfuerzos tanto materiales como intelectuales llevados a cabo para ganar el apoyo de la prensa anticomunista, la radio y la televisión. El propio alcalde de Moscú, el poderoso Yuri Luzhkov, advirtió a periodistas y editores del peligro que supondría para la libertad de prensa una victoria de Ziuganov.

· La disponibilidad de grandes recursos financieros mediante la ingente contribución de los nuevos capitalistas rusos y la polémica utilización de fondos del Estado para orquestar la que, según K. s. Karol, ha sido la campaña anticomunista más desmedida que se ha visto en Europa en las últimas décadas.

· El apoyo americano. Parece claro que la campaña electoral de Yeltsin contó con la ayuda de asesores americanos. Sin embargo, no existen razones fundadas que prueben que dicho apoyo no fue meramente técnico.

· Los errores de los propios comunistas. A diferencia de sus homólogos de otros países de Europa Central y del Este, el Partido Comunista de la Federación Rusa no ha adoptado plataformas democráticas, manteniéndose como una organización basada todavía en el antiguo Partido Comunista de la Unión Soviética. Además, al principio de la campaña los comunistas cometieron dos errores: la Duma, dominada por ellos, aprobó una resolución (en un gesto puramente político) por la que se declaraba ilegal la disolución de la URSS en 1991, lo que provocó la reacción de los Estados suceso res y brindó la oportunidad a Yeltsin de demostrar que él era más capaz de llevar a cabo cierta «reintegración» con las ex-repúblicas que los comunistas; para ello se apresuró a firmar un tratado con Bielorrusia. El segundo fueron las declaraciones del General Varennikov (uno de los golpistas de agosto de 1991) admitiendo que el programa comunista constituía tan solo un «mínimo» en las aspiraciones del partido.

· La no materialización de la «tercera fuerza». A principios de año cuatro candidatos, aparte de Ziuganov, se situaban en los sondeos por encima o cerca de Yeltsin. Vladirnir Zhirinovski, líder del llamado -con pocos motivos- «Partido liberal-democrático» cuya plataforma electoral se basa en un nacionalismo y un populismo exacerbados. Grigory Yavlinski, un economista reformador defensor de la economía de mercado, que se presentaba como la altenativa democrática a Yeltsin. Alexander Lébed, general retirado, cuya principal bandera electoral era el restablecimiento de la ley y el orden, y Svyatoslav Fyodorov, famoso oculista, defensor de un sistema de autogestión al estilo yugoslavo. Los contactos mantenidos entre Lébed, Yavlinsky y Fyodorov para crear la «tercera fuerza» no dieron fruto, fundamentalmente porque ninguno de los tres estaba dispuesto a renunciar al cargo de Presidente.

· La alianza con Lébed. El general retirado supo utilizar eficazmente la lucha contra el crimen y la corrupción en su campaña electoral, obteniendo en la primera vuelta un 14,5% de los votos. Fruto de un preacuerdo o de los resultados de la primera vuelta, Yeltsin tomó la decisión de nombrar a Lébed Secretario General del Consejo de Seguridad, un puesto con amplios poderes, pero dependiente del Presidente. A renglón seguido, fueron fulminantemente cesados el Ministro de Defensa, Pavel Grachov, conocido rival de Lébed, muy impopular por imputársele la decisión de invadir Chechenia en diciembre de 1994, y que sería sustituido por el General Rodionov, candidato de Lébed, y los tres principales miembros del llamado «partido del poder» (los más estrechos colaboradores de Yeltsin), Alexandr Korzakov, jefe del Servicio de Seguridad del Presidente; Mijail Barsukov, director del Servicio Federal de Seguridad, y el Primer Viceprimer Ministro, Oleg Soskovets.
La victoria de Yeltsin en la segunda vuelta, con un resultado menos apretado de lo que, en un primer momento, cabía esperar, no puede ocultar que Ziuganov obtuvo un 40% de los votos. Ziuganov tiene ahora cuatro años por delante para reformular algunos de los postulados de su estrategia electoral. La formación de la Unión Patriótica Nacional, a cuyo frente se halla, pero de la que han quedado excluidos los elementos más radicales que le apoyaron en la campaña electoral, apunta en esa dirección.
Se trata pues de una fuerza que habrá que seguir teniendo en cuenta si en los cuatro años de margen que tiene, Yeltsin -si su salud le permite llegar al final de su mandato- no consigue enderezar la situación económica, cumplir con las promesas realizadas durante la campaña electoral, acabar con el crimen y la corrupción y garantizar una paz duradera en Chechenia.

La situación económica y social

La situación económica es muy grave. Las elecciones presidenciales han salido muy caras y las arcas del Estado están prácticamente vacías. El déficit presupuestario es preocupante. En el mes de julio, el Fondo Monetario Internacional decidió retrasar el pago de una mensualidad de 330 millones de dólares a Rusia para forzarla a cumplir los requisi tos del crédito a plazos por valor de 10.000 millones de dólares para el período 1996-1998 que el FMI le concedió el pasado mes de febrero. El 21 de agosto el Fondo anunció que reasumiría los pagos mensuales de este crédito, ante las medidas anunciadas por Rusia para reconducir el presupuesto al nivel acordado con el FMI. Estas medidas pretenden endurecer el sistema impositivo, y, si resultan eficaces, constituirán un primer paso para la reforma del denominado «bizantino» sistema fiscal ruso, que ha permitido que los grandes monopolios (compañías petrolíferas, industrias de construcción) hayan sido hasta ahora los mayores deudores del erario público. Habrá que ver si el nuevo equipo económico (Potanin, Livshits) tiene la fuerza suficiente y la voluntad necesaria para «exprimir» a las grandes compañías deudoras del Estado. La necesaria reducción del déficit y el objetivo de rebajar la inflación hasta el 6,9% están reñídas con algunas de las promesas electorales del Presidente (subvenciones, exenciones fiscales); de hecho, parece que Yeltsin ya ha dado marcha atrás en algunas de ellas. De todos modos, no va a ser fácil hacer frente a la reducción del déficit, teniendo en cuenta que el gasto público se halla ya en un nivel muy bajo. Una de las tareas importantes del nuevo gobierno será la de establecer medidas que ofrezcan garantías legales y fiscales a las inversiones extranjeras, comparativamente bajas en Rusia respecto de otros países del Este de Europa.

Por otra parte, la reforma económica ha tenido un enorme coste social en Rusia. La llamada «terapia de choque», aplicada para la creación de una economía de mercado, ha supuesto un descenso en el nivel de vida de la mayoría de la población. Existen hoy grandes masas de gente empobrecida frente a un porcenta je muy pequeño de nuevos ricos, fruto, en su mayor parte de la política de privatizaciones llevada a cabo. La liberalización de los precios, además de provocar una inflación que ahora parece controlada, provocó la caída del poder adquisi tivo de la población. Las consecuencias de la estabilización económica son también conocidas: el retraso en el pago de los salarios, problema éste que no está totalmente resuelto y que puede provocar un «otoño caliente» (movilizaciones y huelgas que podrían paralizar incluso algunos sectores como el minero). El propio Yeltsin, en el mensaje que dirigió a la nación tras su triunfo en las elecciones, reconocía que la vida sigue siendo dificil para mucha gente en Rusia. Prometió reforzar la protección social y continuar con las reformas económicas, aunque admitiendo la necesidad de aplicarles ciertos correctivos. El equipo económico, recién nombrado, integrado por economistas liberales, garantiza la continuidad de las reformas; ahora hay que esperar a ver que medidas se ponen en marcha para hacer frente a la crisis presupuestaria y a la inestabilidad financiera. El gran problema que ya ha quedado esbozado es cómo podrá el gobierno cumplir las promesas de carácter social hechas por Yeltsin y hacer frente además a la crisis presupuestaria que ahoga al país.

Sin duda, uno de los grandes retos que tiene planteados el nuevo gobierno es el de la lucha contra el crimen y la corrupción. Yeltsin ha asegurado, después de su reelección, que será una pieza clave de su mandato, y Lébed hizo de esta cuestión el caballo de batalla de su campaña electoral, lo que, probablemente contribuyó a los buenos resultados obtenidos, ya que consiguió transmitir al electorado la imagen de político incorruptible que se toma en serio la necesidad de acabar con el crimen organizado y la corrupción. Desde su puesto de Secretario General del Consejo de Seguridad, Lébed puede lanzar iniciativas en ese sentido, pero no hay que olvidar que la «mafia» es muy poderosa y que la corrupción ha salpicado a importantes personalidades de la banca, el mundo empresarial, el ejército y la administración. Los asesinatos de los periodistas que denunciaron algunos de estos casos conmocionaron a la opinión pública, pero siguen sin resolverse. La duda es si Lébed tendrá la fuerza suficiente para combatir la criminalidad en estos niveles o si tendrá que limitarse a hacer frente a la delincuencia común y poner fin así a la creciente inseguridad ciudadana.

La guerra de Chechenia

En el momento de redactar estas líneas, el acuerdo alcanzado el 30 de agosto entre el General Lébed y el comandante de las fuerzas in dependentistas, Aslan Masjadov, empieza a materializarse. Ha comenzado la retirada de las tropas y se ha consensuado la formación de un gobierno de coalición. Pero ·1a paz sigue siendo frágil. El acuerdo es muy vago: difiere la cuestión básica del Estatuto de Chechenia hasta el año 2001 y prevé la creación de una comisión ruso-chechena que controle la evacuación de las tropas, pero no menciona la convocatoria de elecciones ni qué papel puede desempeñar el gobierno prorruso de Zavgayev (de momento, prácticamente «exiliado» en Moscú), el cual, según las últimas noticias, ha decidido boicotear el diálogo entre los chechenos, cuyo objetivo es el establecimiento de un gobierno de coalición.

La propia cronología de los hechos acaecidos en las últimas semanas demuestra que la paz sigue «cogida con alfileres». El general Lébed ha tenido que librar una batalla prácticamente en solitario. El silencio, no solo del Kremlin, sino de la mayor parte de la clase politica en los días inmediatamente siguientes a la firma del acuerdo ha sido sorprendente (y revelador); el apoyo del Primer Ministro, y sobre todo el del Presidente, se ha hecho esperar, y cuando ha llegado ha sido un apoyo matizado. El Primer Ministro Chernomirdin ha declarado que se trata de un acuerdo politico que carece de valor jurídico. El propio Yeltsin (que sigue sin recibir a Lébed) ha manifestado que está en contra de una rápida retirada de las tropas, aunque haya dado su apoyo global al plan de paz. Por su parte, los separatistas chechenos han celebrado (afortunadamente sin demostraciones de fuerza que hubieran podido ser interpretadas por Moscú como una auténtica provocación) el v aniversario de su independencia. Todo parece indicar que ninguna de las partes se ha apartado un ápice de su postura inicial: Moscú quiere preservar su integridad territorial y los rebeldes chechenos no están dispuestos a renunciar a su independencia. El camino para llegar a un acuerdo sobre el estatuto de Chechenia será largo y dificil; tanto más dificil cuanto que al plan de paz del General Lébed se han opuesto numerosos sectores políticos y milita res, que lo interpretan como una capitulación frente a los independentistas: los nacionalistas, los comunistas, los militares partidarios de la línea dura de Kulikov, el Ministro del Interior, a quien Lébed responsabiliza de los fracasos de las tropas rusas y cuya destitución no consiguió, y, por supuesto, el gobierno pro-ruso de Doku Zavgayev. Más allá de la división de la clase política, de la falta de definición que a menudo ha mostrado Moscú y del vacío de poder que ha quedado patente en algunos de los momentos críticos de la última fase del conflicto, la guerra de Chechenia ha puesto de manifiesto varias cosas:

·La fragilidad del Estado ruso: tras la desintegración de la URSS, la puesta en marcha de un nuevo federalismo que preservara la integridad de la Federación Rusa y a la vez consagrara el principio de autodeterminación, no ha conseguido una auténtica vertebración del Estado. Rusia es hoy un Estado Federal sui generis donde cada sujeto acuerda bilateralmente con Moscú su grado de autonomía. El de Tatarstán, ofrecido como modelo en la guerra de Chechenia, es el más amplio.

· La necesidad de reforma del Ejército ruso. En la guerra de Chechenia se ha visto un ejército debilitado, desmoralizado, mal equipado, con un material obsoleto y con una capacidad militar muy limitada. El general Lébed parece la persona destinada a emprender una reforma que debe acabar, además, con la corrupción, al parecer muy extendida entre sus filas. Sin embargo, es más que probable que tenga que contar con las reticencias de buena parte de los altos mandos: unos porque, ante la dificil situación económica del país, se resisten a la jubilación, otros porque viven en la nostalgia del Ejército Rojo, y unos cuantos porque no quieren perder la posición que les ha permitido obtener pingües beneficios en negocios no siempre claros. Yeltsin se ha comprometido a crear un Ejército profesional para el año 2000, labor que el propio Ministro de Defensa, Rodionov, ha calificado de muy compleja, aunque no imposible.

· La imposibilidad de resolver el conflicto por la vía militar. Frente a las carencias del Ejército ruso, la guerrilla chechena, por el contrario, ha demostrado mayor cohesión, buena preparación y una moral muy alta en sus tropas. De haberse impuesto la línea dura, Rusia podría haberse visto envuelta en un nuevo Afganistán: y es que la lucha por la independencia de Chechenia tiene raíces históricas profundas. En el siglo XIX, el Caúcaso Norte constituyó una fuente constante de conflictos con Moscú. Tras la Segunda Guerra Mundial, chechenos e ingushis fueron deportados por Stalin, acusados de colaborar con los nazis. A pesar de que Kruschev les permitió volver a su tierra en 1957, el resentimiento hacia Rusia ha permanecido. La república autónoma de Chechenia-Ingushetia (hasta su división pacífica el 2 en diciembre de 1992) fue de hecho la que lideró el desafio a la inviolabilidad de las fronteras interiores de Rusia y a la propia integridad del Estado. El 27 de diciembre de 1991 declaró la independencia, iniciando un proceso que, en opinión de algunos observadores, puede acabar en una desintegración de la Federación Rusia similar a la desintegración de la antigua URSS. De lo que no parece haber duda es de que el conflicto de Chechenia podría extenderse a todo el Cáucaso, zona de gran importancia estratégica para Moscú, ya que controla el acceso al Mar Negro y al Mar Caspio y tiene unos fabulosos yacimientos petrolíferos. Por eso, el propio Lébed calificó la guerra de Chechenia de «guerra comercial»: uno de los oleoductos que deberá conducir el petróleo a Novorossiisk tendría que pasar por Grozny, la capital chechena.

La política exterior

Tras la desintegración de la URSS, parece claro que Rusia quiere seguir desempeñando un papel de gran relevancia mundial. Pero se plantea un problema de identidad en el actual Estado de la Federación Rusa en relación a la antigua Unión Soviética e incluso al Imperio Zarista. El problema reside, en definitiva, en si Rusia se conforma con ser una gran potencia regional o si aspira al estatus de «superpotencia» que tenía la URSS, aunque hoy carezca de capacidad para ello. La cuestión de la identidad nacional lleva aparejada además la de la puesta en marcha de una doctrina de seguridad nacional de la que Rusia carece hoy.

El triunfo de Boris Yeltsin despeja el peligro que algunos observadores veían, en el caso de que hubiera ganado Ziuganov, de un intento de volver a una situación similar a la de la antigua Unión Soviética, mediante un proceso de integración acelerado de la Comunidad de Estados Independientes, el ªf!ºYº a los partidos comunistas de Europa Central y Oriental, y en último término, una vuelta a un mundo bipolar. El triunfo de los comunistas en las elecciones legislativas de diciembre de 1995 ha dado un giro a las prioridades de Rusia que habían primado durante años las relaciones con Occidente. Por otro lado, la ampliación de la OTAN -a la que Rusia es contraria- afecta a sus relaciones con Occidente y con los antiguos satélites de la Unión Soviética. Respecto a la integración de la CEI, el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Primakov, ha manifestado en numerosas ocasiones que las prioridades de la política exterior de Rusia están en el entorno geográfico ruso. El reforzamiento de la integración con los paises de la CEI ha ayudado a Yeltsin en su campaña electoral, ya que gran parte de la población ha visto con malos ojos (sobre todo los comunistas y nacionalistas) la desintegración de la URSS y mantiene su rechazo a la independencia de las ex-repúblicas. Los recientes acuerdos de integración económica entre Rusia, Bielorrusia, Kazajstán y Kirguizistán, y el firmado entre Rusia y Bielorrusia, que abre las puertas a una futura integración política, han despertado las suspicacias de Occidente y, sobre todo, las de los antiguos socios de la URSS, pese a las seguridades ofrecidas por Moscú de que la integración se hace libremente y al argumento (no exento de razón) de que contribuye a la estabilidad en la región.

En lo que se refiere a la ampliación de la OTAN, Rusia es contraria a toda ampliación que acerque la infraestructura militar de la OTAN a su territorio. Para Rusia, la ampliación (a mayor abundamiento si en un segundo momento se extiende a los países bálticos y a Ucrania, país con el que Rusia mantiene un contencioso por el reparto de la flota del Mar Negro) constituye una amenaza dirigida a aislarla y a evitar su participación en la arquitectura de la seguridad europea. Efectivos del Ejército federal de Rusia participan en el IFOR, en la misión de paz en Bosnia junto con las tropas de la OTAN. Pero ni esta experiencia ni los intentos de Occidente de convencer a Rusia de que la ampliación no va dirigida contra ella van a hacerla cambiar de postura. Rusia no quiere, así lo ha señalado Primakov en numerosas ocasiones, ser el socio de segunda fila de una todopoderosa OTAN, sino que desea participar en la arquitectura de seguridad europea como gran potencia. Por ello, empleará todas sus armas para llegar a un acuerdo, incluida la amenaza de no ratificar varios tratados sobre reducción de armas (STARTs, armas químicas, «Cielos Abiertos»). Sin embargo, la ampliación parece ser ya un hecho ineludible y por lo tanto, no negociable. La reacción de Rusia si ve amenazados sus intereses puede llevarla a reforzar la comunidad de Estados Independientes, convirtiéndola en una «contraorganización» de seguridad y contribuyendo a crear de nuevo un clima de confrontación.

La salud de Yeltsin y la lucha por la sucesión en el Kremlin

Las especulaciones de los últimos meses -muy especialmente las informaciones acerca de la intervención quirúrgica a la que el Presi dente va a someterse cuando se publiquen estas líneas- sobre la salud del Presidente Yeltsin, provocadas por sus prolongadas ausencias del Kremlin, el aspecto fisico que presentaba y su zigzagueante actitud en la crisis chechena, han hecho que el gobierno de Moscú haya tomado la decisión de acabar con el secretismo imperante en la época soviética y reconocido la enfermedad de su Presidente. El propio Yeltsin ha anunciado que seguramente se someterá a la aludida operación de corazón a partir de finales del mes de septiembre, y ha traspasado provisionalmente al Primer Ministro Chernomirdin el control de los llamados «Ministerios de Fuerza», aunque se ha reservado el «botón nuclear». Yeltsin sigue concentrando el poder, y de acuerdo con su estrategia habitual se propone neutralizar cualquier intento de parte de sus colaboradores de suplantar sus funciones: ha traspasado a Chernomirdin el control de los Ministerios que dependen del Secretario del Consejo de Seguridad, el General Lébed. Cualquiera que sea el resultado de la operación a la que va a someterse Boris Yeltsin, de lo que no cabe duda es de que la sucesión está abierta en el Kremlin y tres son los hombres mejor situados para hacerse con las riendas.

· Victor Chernomirdin, el Primer Ministro a quien constitucionalmente correspondería asumir la Presidencia en caso de fallecimiento o declaración de incapacidad del Presidente. Tiene el apoyo del grupo de intereses del sector energético y ha sido hasta el final un leal aliado de Yeltsin. Sin embargo, para muchos expertos, Chernomirdin es más un gestor que un político, tal y como lo prueban los pobres resultados de su partido «Nuestra Casa Rusia» en las pasadas elecciones legislativas. Su talón de Aquiles: se le atribuye haber amasado una ingente fortuna con la privatización de GAZPROM, de la que fue Presidente.

· Anatoli Chubais, Jefe de Administración del Presidente Yeltsin y muy próximo a su hija Tatiana. Pertenece al mismo grupo de intereses de Chernomirdin, con quien podría formar alianza para contrarrestar los poderes del general Lébed. Chubais es quien tiene el control de acceso a la firma del Presidente y su nombramiento fue interpretado, en su momento, como un deseo de Yeltsin de frenar las ambiciones de poder de Lébed y reforzar al mismo tiempo la posición de Chernomirdin. Chubais es un personaje muy poco popular entre la población ya que, como artifice de las privatizaciones, se le considera responsable de la dificil situación social.

· Alexander Lébed, Secretario General del Consejo de Seguridad. El candidato que ocupó el tercer lugar en la primera vuelta de las elecciones y aliado de Yeltsin en la segunda puede parecer, en un principio, el hombre mejor situado para sucederle. Sin embargo, y a excepción del nombramiento del Ministro de Defensa, Rodionov, Lébed no ha conseguido situar a hombres de su entorno en el gobierno. Los acontecimientos han demostrado que una vez más Yeltsin ha intentado mantener el equilibrio de poderes, evitando que ninguno de sus colaboradores le haga sombra. El mismo encargo a Lébed de que pusiera fin a la guerra de Chechenia tiene una doble lectura: por supuesto, la de acabar con una guerra muy gravosa para Moscú, pero también la de acabar con las ambiciosas aspiraciones de Lébed ante un fracaso probable en su dificil misión. Aunque se hayan dado pasos muy importantes, el camino de la paz sigue estando en peligro. Si Lébed fracasa, Chechenia puede poner fin a su carrera política; si triunfa, Yeltsin y el propio Chernomirdin intentarán explotar el éxito. Pero en la segunda hipótesis, la solución del conflicto checheno permitirá a Lébed afianzar su poder y perfilarse como claro candidato a la sucesión de Yeltsin. Lébed, además, goza de popularidad entre un importante sector de la población, que le considera capaz de poner orden y de luchar contra el crimen y la corrupción. Un éxito en Chechenia, una guerra muy impopular, consagraría esta percepción.

Perspectivas

La situación en Rusia presenta una serie de incógnitas, comenzando por el desenlace de la operación del Presidente, que hacen muy dificil prever cuál será la evolución en los próximos meses. La clave del futuro se halla en el desarrollo de las reformas económicas y sociales y en la solución al conflicto de Chechenia.

El descontento social es grande y las promesas electorales de Yeltsin son dificiles de cumplir. Si la sucesión de Yeltsin se plantea antes de que la política de estabilización y la reforma del sistema fiscal hayan dado sus frutos y hayan permitido cierta mejora en las condiciones de vida de la población, posiblemente las urnas no apoyen a ninguno de los hoy más probables sucesores de Yeltsin y den la victoria a Ziuganov, que ha recibido en las últimas elecciones presidenciales un 40% de los votos. Aunque la «Unión Popular Patriótica», constituida tras las presidenciales bajo el liderazgo de Ziuganov, cuenta en sus filas con las fuerzas más radicales de izquierdas que apoyaron al candidato comunista en las pasadas elecciones, el ideario de Ziuganov se acerca a un nacionalismo de corte eslavófilo para el que Rusia tiene una «misión» que cumplir, muy alejado de la tendencia socialdemócrata de otros partidos comunistas de Europa. No cabe por tanto descartar, en el caso de un triunfo de Ziuganov, una involución políti ca, económica y social.
El acuerdo Lébed-Mas jadov y los pasos que se están dando para llevarlo a cabo abren una vía de esperanza hacia la pacificación del conflicto. Pero es demasiado pronto para echar las campanas al vuelo. Hoy por hoy ambas partes mantienen su postura y, por lo tanto, una vuelta a las hostilidades no es descartable. Tampoco lo es la posibilidad de que los partidarios de la guerra en Moscú consideren la solución del conflicto como una capitulación. En esta línea se halla buena parte de los militares, humillados por una guerra muy costosa que no han podido ganar. La perspectiva de una «rendición» unida a la desmoralización de un ejército mal equipado y mal pagado puede provocar en algunos la tentación de intervenir en el proceso político.

La incertidumbre que pesa sobre la solución de las incógnitas que tiene planteadas hoy Rusia y en particular el peligro de vacío de poder son tanto más preocupantes cuanto que Rusia sigue siendo una gran potencia, en cuya historia han prevalecido las tendencias expansionistas y ha faltado la tradición democrática.