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El movimiento woke tiene, en primer lugar, referentes marxistas, a los que sus ideólogos y activistas hacen alusiones explícitas. «El capitalismo es esencialmente  racista; el racismo es  esencialmente capitalista» afirma Ibram X. Kendi, uno de sus mentores, autor del libro How To Be an Antiracist (2019). Y las afroamericanas impulsoras del Black Lives Matter, Alicia Garza, Patrice Kahn-Cullors, y Opal Tometti, se definen como «marxistas entrenadas».

El politólogo Mark Lilla, autor de «El regreso liberal, más allá de la política de identidad», señaló: «La izquierda ha abandonado a la clase trabajadora, y la ha sustituido por un nuevo proletariado»

Tiene su explicación. La nueva izquierda en EE.UU. se ha centrado en las últimas décadas en los intereses de los grupos culturales y minoritarios –feminismo, movimiento queer, LGTB, black power–, enarbolando la bandera del identitarismo. Lo expresó el politólogo de izquierda Mark Lilla, profesor en Columbia y autor de El regreso liberal, más allá de la política de identidad (2018): «La izquierda ha abandonado a la clase trabajadora, y la ha sustituido por un nuevo proletariado».

Este nuevo proletariado son las minorías históricamente discriminadas del que el activismo woke se sirve no «para perseguir el objetivo de la igualdad, como ocurría en la lucha de los negros por los derechos civiles en los años 60, sino la justicia, para corregir unas desventajas de partida frente a los grupos dominantes (blancos, varones, heterosexuales)» como apunta Juan Meseguer en Aceprensa. «Cambian la lucha de clases por la lucha de identidades», subraya Albert Mohler en The Public Discourse, y añade que reducen la vida social a «un conflicto permanente entre opresores y oprimidos».

En este sentido, se apropian del concepto de justicia social, acuñado por el liberalismo clásico, surgido para defender los derechos y libertades y la igualdad de oportunidades, y lo redefinen, convirtiéndolo en instrumento de lucha de identidades particulares: «Las minorías oprimidas, que se enfrentan al nuevo enemigo designado: hombre blanco heterosexual», como apunta el exmilitante de izquierda Alejo Schapire.

El primer referente es, pues, el marxismo. Ya en su obra Tesis sobre Feuerbach (1845), Marx teorizó sobre la praxis, al indicar: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo». Esa idea fue la inspiradora de la llamada Escuela de Fráncfort, que surge en la Alemania de los años 30, y cuyos principales representantes, Theodor Adorno, Max Horkheimer y Herbert Marcuse, acabaron en Columbia y en otras universidades de Estados Unidos, tras la llegada de los nazis al poder.

 OBJETIVO: TRANSFORMAR EL MUNDO

El llamado Instituto de Investigación Social de Fráncfort se puso en marcha inicialmente para analizar las causas del fracaso de la revolución comunista en Alemania en 1918. Pero bajo la dirección de Horkheimer, a partir de 1931, dejó de lado el estudio del capitalismo exclusivamente como un sistema económico y pasó a estudiar su superestructura: el capitalismo como sistema de dominación cultural.

Esos autores elaboraron una teoría crítica (a través de obras como Dialéctica de la Ilustración, de Adorno y Horkheimer) que tenía como objetivo transformar la sociedad. El adjetivo «crítico» no se refiere, para esos teóricos, al enjuiciamiento o al análisis de la realidad sino a su orientación hacia la praxis, en el sentido de Marx, de transformar esa realidad. El objetivo es subvertir o desmantelar un determinado estado de cosas, para rehacer después la sociedad de acuerdo con la visión ideológica prescrita por la propia Teoría Crítica. Herbert Marcuse, por ejemplo, llegó a decir en su libro Eros y civilización (1955) «El objetivo de la revolución no ha de ser meramente la sustitución de la clase dominante por otra, sino el nacimiento de un nuevo hombre».

Las teorías críticas, derivadas de la Escuela de Fráncfort, inspiraron el activismo político de la nueva izquierda de EE.UU., indican Pluckrose y Lindsay en «Cynical theories» (2020)

La teoría crítica fue el marco filosófico del que se derivaron posteriormente diversas «teorías críticas»: la teoría poscolonial, la teoría queer, la teoría crítica de la raza, el feminismo interseccional y las teorías críticas del capacitismo y la gordura (los llamados fat studies). Y todas ellas terminarían inspirando el activismo político de la nueva izquierda de Estados Unidos, como indican Helen Pluckrose y James Lindsay (1) en su ensayo Cynical theories (2020).

GRAMSCI: PRIMERO LA CULTURA, LUEGO LA POLÍTICA

Otro referente paralelo de la cultura woke es el comunista italiano Antonio Gramsci. En los años 30, en la misma época en que en Alemania la Escuela de Fráncfort estaba teorizando, Gramsci escribe los Cuadernos de la cárcel (1929-1935), en los que sostiene que una revolución comunista como la de 1917 no puede triunfar en Occidente y que la gran transformación puede alcanzarse por otro camino, logrando antes «la hegemonía cultural». «La conquista del poder cultural es previa a la del poder político –afirma–. Esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados ‘orgánicos’ infiltrados en todos los medios de comunicación, de expresión y universitarios».

«La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad», afirmó Gramsci

Su influencia se dejó sentir en Occidente mucho después de su muerte, cuando en los años 70 se reeditaron los Cuadernos de la cárcel y su obra caló en círculos intelectuales y universitarios de Europa y Estados Unidos. Y por supuesto, en la nueva izquierda norteamericana. De hecho, los ámbitos de la cultura, la educación, los medios de comunicación, las redes sociales, la moda, etc., se han convertido en vehículos de rápida y eficaz difusión de la doctrina woke.

Uno de los aspectos estratégicos de «la guerra de trincheras » cultural formulada por Gramsci para transformar la sociedad es el lenguaje. «La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad», afirmó. Y el lenguaje es justamente el instrumento con el que los filósofos posmodernos franceses de los años 60 y 70 (Michel Foucault, Jacques Derrida, Jacques Lacan, Gilles Deleuze, etc.) pretenden deconstruir la realidad. Esta es otra de las referencias filosóficas del movimiento woke.

FRENCH THEORY : CUESTIONAR LO REAL

Esos pensadores sostienen que el lenguaje no se refiere a un verdad o a una realidad fuera de sí mismo; es decir no hay un significado al que aluda el significante. «No hay nada fuera del texto» afirmaba Derrida; y Foucault indica: «No hay más realidad constatable que la lengua, ni más cosas que las palabras». Deleuze, da un paso más, al señalar que el papel del individuo es «desmontar la red que la cultura en la que nacemos teje a nuestro alrededor», según explica Douglas Murray en La masa enfurecida (2019).

Este planteamiento permite cuestionar lo real, «reducir el mundo a un juego de lenguaje, difuminar los límites entre lo objetivo y lo subjetivo, la verdad y la creencia, los sexos y el género» como apuntan los mencionados Pluckrose y Lindsay. Los filósofos posmodernos pretendían acabar así con lo que Lacan llamaba «metanarrativas»: todas los relatos sobre la verdad, la moralidad judeocristiana, el progreso, o los hechos históricos de Occidente.

La llamada French Theory saltó a los campus universitarios norteamericanos, lo que sirvió de base para los estudios de género y la teoría queer, como explica François Cusset

La llamada French Theory saltó a los campus universitarios norteamericanos, lo que sirvió de base para los estudios de género y la teoría queer, entre otros, como explica François Cusset en French theory, Foucault, Derrida, Deleuze & Cía y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos (2005). Su principal prioridad –según Douglas Murray– era «minar y derribar –«destejer»– todo cuanto hasta entonces hubiera tenido visos de certeza, incluidas las certezas biológicas».

En las últimas décadas del siglo XX, se mezclaron las dos corrientes de pensamiento, las de corte neomarxista de la Escuela de Fráncfort –a través, sobre todo, de Marcuse– y las teorías de los posmodernistas franceses. «Dos gérmenes de relativismo», señala Argemino Barro, que tienen singular influencia en dos frentes de la revolución woke: «La lucha entre identidades y la lucha entre razas»; y que replican en la sociedad norteamericana la dialéctica de clases opresores-oprimidos. Los nuevos oprimidos son ahora las víctimas de la discriminación por su sexo –mujeres–; género –LGTBI– o raza –negros, latinos etc.–, frente al opresor (hombre, blanco, heterosexual).

JUDITH BUTLER, REFERENTE DE LA TEORÍA QUEER

En la lucha entre identidades, una de las principales teorizadoras es la filósofa postestructuralista Judith Butler, profesora de Literatura Comparada y Estudios de la Mujer de la Universidad de Berkeley. Sus libros El género en disputa: el feminismo y la subversión de la feminidad (1990) y Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del sexo (1993) se han convertido en las grandes referencias de la teoría queer. Sostiene que el género y el sexo no son otra cosa que «un constructo social», y que lo masculino y lo femenino no son más que «presupuestos culturales». De ahí viene su carácter «performativo », es decir que van construyéndose con la práctica, son fluidos y múltiples, lo cual permite actuar a voluntad a una persona que puede percibirse como lesbiana, gay, transexual, bisexual, etc., adoptando distintas identidades. «La categoría de sexo no es ni invariable ni natural -asegura Butler-, más bien es una utilización especialmente política de la categoría de naturaleza que obedece a los propósitos de la sexualidad reproductiva».

En su trabajo ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate entre marxismo y feminismo (2017), coescrito con N. Fraser y publicado en New Left Review, Judith Butler recurre a extractos de Marx (1846) y Engels (1884) acerca de la importancia de la producción y reproducción de la vida en el mantenimiento de las desigualdades de clase y, por lo tanto, de perpetuación del sistema capitalista. El movimiento woke ha encontrado en la teoría queer el argumento para «despertar» a la nueva clase oprimida, que ya no es el proletariado, sino los LGTB.

Los posmarxistas Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, autores de Hegemonía y estrategia socialista, lo sintetizan  en una idea: «La actual es, sin duda, una sociedad capitalista, pero esta no es su única característica, también es sexista y patriarcal, además de racista».

TEORÍA CRÍTICA DE LA RAZA, MARXISMO RACIAL

El neomarxismo de la Escuela de Fráncfort y la French theory también han influido en la lucha dialéctica de las razas. La llamada teoría crítica de la raza nació en círculos académicos del ámbito del derecho en los años 80 –en Harvard y otras universidades–. La impulsaron, entre otros, Derrick Bell, primer profesor afroamericano de Harvard, y Kimberlé Crenshaw. Entre sus referencias intelectuales está Peggy McIntosh, que en el ensayo White Privilege: Unpacking the Invisible Knapsack (1988) acuñó el concepto de «privilegio blanco», como una «mochila invisible», de carácter estructural, que pesa sobre la sociedad y mentalidad estadounidenses.

Sus impulsores sostienen que el supremacismo blanco persiste en EE.UU. a pesar de las conquistas en materia de derechos civiles logradas por Martin Luther King en los años 60. Y argumentan que el racismo es sistémico. «Siglos después de la emancipación, perduran patrones de desigualdad», afirma Kimberlé Crenshaw, por lo que es necesario corregir esa situación. Tan imbuida de racismo está la sociedad norteamericana que, debido a lo que denominan «sesgo inconsciente», los blancos que se definen como antirracistas pueden ser racistas, como argumenta Barbara Appelbaum en Being White, Being Good: White Complicity, White Moral Responsibility, and Social Justice Pedagogy. (2010).

Según sostiene James Lindsay en “Race marxism: The Truth about Critical Race Theory and Praxis”, (2022) estamos ante una reinvención de categorías marxistas

Esta teoría dio el salto al mainstream al final de la presidencia de Donald Trump-señala Juan Meseguer-, a raíz del asesinato de George Floyd y la ola de protestas del movimiento Black Lives Matter contra la violencia policial. Sus impulsoras, las mencionadas activistas afroamericanas Garza, Kahn-Cullors, y Tometti, lo conciben como un instrumento en su lucha para corregir el supremacismo blanco.

Según sostiene James Lindsay en un libro de reciente aparición Race marxism: The Truth about Critical Race Theory and Praxis (2022), estamos ante una reinvención de categorías marxistas, que instrumentalizan la raza «como la construcción central para comprender la desigualdad» en lugar de la clase económica. Se trataría, concluye Lindsay, de una variedad de marxismo: el racial, como titula su ensayo.

Una disidente china, Xi Van Fleet, que nació y creció bajo la represión interna desencadenada por Mao en la llamada revolución cultural (1966-1976) y que actualmente vive en EE.UU., ha visto paralelismos entre los planteamientos y métodos de aquella y los de un consejo escolar de Loudon (Virginia): «Utilizan la misma ideología y la misma metodología, incluso el mismo vocabulario, y persiguen el mismo objetivo. Quienes tienen un punto de vista diferente son tachados de racistas». Según Xi Van Fleet, la teoría crítica de la raza «tiene sus raíces en el marxismo cultural» y es «la versión estadounidense de la revolución cultural china».

Pero como ocurría en el caso de las identidades, también en el de la raza cabe detectar influencias del posmodernismo y del postestructuralismo. En una carta de protesta contra una profesora, Heather Mac Donald, un grupo de estudiantes de la Universidad Claremont-McKenna afirmaba: «Históricamente la supremacía blanca ha venerado el concepto de objetividad y ha proclamado la dicotomía entre «lo subjetivo» y «lo objetivo» con el fin de silenciar a los pueblos oprimidos. La idea de que existe una única verdad –«La Verdad»– es un constructo eurooccidental profundamente arraigado en la llustración […] la idea de que la verdad es una entidad que debe buscarse equivale a querer silenciar a los pueblos oprimidos».

RASGOS DE RAIZ RELIGIOSA

Por otro lado, cabe detectar ciertos rasgos de raíz religiosa en el movimiento woke. Ya el gran referente del movimiento por los derechos civiles fue el pastor bautista Martin Luther King, que basaba su lucha en la dignidad de la persona y en la denuncia de la injusticia endémica en Estados Unidos contra la población de color, aunque con métodos pacíficos. Aquel movimiento tenía raigambre bíblica y cristiana. Y algunos autores perciben ecos lejanos en la actual lucha contra agravios e injusticias.

Incluso Pedro Herrero, coautor del libro Extremo centro: el manifiesto, detecta en el movimiento woke “una vuelta a lo sagrado”. La idea de “despertar” -añade- “es paulina, remite a San Pablo” [Carta a los romanos, 13]. En este caso “despertar ante las injusticias, la opresión, el racismo etcétera”.

Otros autores detectan influencias que se remontan al antiguo gnosticismo. Elementos como «el tribalismo y el pensamiento mágico» o «la necesidad de una lucha entre las fuerzas del bien y del mal», están presentes en esa ideología, explica la mencionada Helen Pluckrose. Y puntualiza que «las necesidades sociales y psicológicas que satisface la teoría han sido antes satisfechas por la religión».

El lingüista afroamericano John McWhorter se considera woke pero califica a determinados activistas de «elegidos», al convertir el antirracismo en una religión

Se refiere expresamente a ello un libro reciente, Woke Racism: How a New Religion Has Betrayed Black America (2022), escrito por John McWhorter, lingüista afroamericano de la Universidad de Columbia y columnista de The New York Times. Él mismo se considera woke, pero califica a determinados activistas de «elegidos», al convertir el antirracismo en una religión. Argumenta McWorther que el de «los elegidos» es «un fenómeno religioso por la pretensión de ser una teoría que lo resuelve todo, y que trata toda oposición a sus postulados como una blasfemia». Subraya su obsesión porque los blancos expíen la mancha original, «la culpa blanca hereditaria», así como las genuflexiones de los gobernantes, la creación de «santos» –los murales de George Floyd–, etc.

En un artículo titulado Posmodern Religion and the Faith of Social Justice, James Lindsay y Mike Nayna precisan que la justicia social, tal como el wokeismo la entiende, es «un sistema de fe» en el que los autores ven ciertos lazos con el calvinismo, ya que «la salvación está reservada solo para los Elegidos, los pocos que están predestinados».

ECOS DEL GNOSTICISMO DE PLOTINO

Cuenta con «un relato creacionista (los privilegiados hombres blancos que tratan de que su poder perdure por los siglos)»; y una posibilidad de conversión del «patriarcado heteronormativo», señalan los profesores de Psicología José Errasti y Marino Pérez Álvarez, en su libro Nadie nace en un cuerpo equivocado (2022). Y añaden: «El autoexamen del privilegio blanco […] no deja de ser una versión del examen de conciencia, confesión y propósito de la enmienda de la religión tradicional». De hecho, el examen de conciencia figura en el currículo escolar de muchas universidades de EE.UU. para revisar los agravios y discriminaciones. Errasti y Pérez perciben ecos del antiguo gnosticismo de «Plotino, neoplatónico del siglo III» en los planteamientos de la teoría queer. Todo empezaría «por darnos cuenta (gnosis) de cómo el patriarcado y la heteronormatividad constituyen la matriz de dominación de nuestra vida cotidiana». De ahí la necesidad de «despertar (woke) para alcanzar esta conciencia o gnosis, no accesible a todos debido a que la realidad nos parece natural. Las víctimas de las desigualdades serían las personas, minorías o colectivos a quienes mejor se revela la verdad de las cosas».

Y citan a Eric Voegelin, que ha visto en los modernos sustitutos de la religión la huella de la vieja gnosis. Como apunta en Las religiones políticas (2014), la salvación para los actuales gnósticos viene por «el conocimiento iluminado» y por «la destrucción del viejo mundo para inaugurar uno nuevo». El politólogo Stefano Abbiate considera que el transhumanismo o el feminismo son versiones del gnosticismo. En un trabajo publicado en la Revista de Estudios Políticos (2020) habla de los viri spiritualis «profetas laicos de la próxima esperanza de redención».

Como sucedía con la vieja gnosis, todos estas versiones son sistemas cerrados, opacos a la crítica o la discusión, apostillan Errasti y Pérez. Ese es, de hecho, un rasgo del movimiento woke: «El carácter indiscutible es una característica tanto del gnosticismo como de la Justicia Social. Discutir la Justicia Social es estar en su contra: transfobia, odio, violencia epistémica».

REFERENCIAS

1) Pluckrose y Lindsay fueron coautores junto con el filósofo Peter Boghossian de unos inventados Estudios sobre agravios (Academic Grievance Studies and the Corruption of Scholarship) (2018) que enviaron a revistas académicas y que éstas publicaron, lo que sirvió para dejarlas en evidencia. Vid: Fake papers y falsos saberes.

Doctor en Comunicación, periodista y escritor.