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Siempre ha aparentado este andaluz de 1920 bastantes años menos de los que tiene, como si se hubiese hecho en el trasmundo un pacto benéfico con el «huésped de las nieblas», que así se Mamó a sí mismo su maestro Gustavo Adolfo Bécquer. Los ojos de Montesinos son claros, la perilla y barba muy negra, aunque ya platea, y su presencia da una impresión de pulcritud sin atildamiento. Uno duda si nació o no con su eterna pipa Dunhill en la mano. Es un guasón muy serio, y su sorna, tan de sevillano fino, nunca excede los límites de la cortesía, aunque le baste para dejar «tenebrosamente claras» cosas que aparentan ser evidentes. Con los años, cada vez le veo más sonriente. ¿Será que se ríe ya hasta de su propia sombra?

La grandeza de un poeta menor

Rafael Montesinos ha escrito graves poemas de tono elegiado y prosas poéticas en nuestra mejor tradición lírica. Es, también, uno de los mejores conocedores e investigadores de la vida y obra de Bécquer, y sobre ello ha escrito un libro singular donde la intuición, la amenidad y el hallazgo de documentos inéditos de verdadera importancia se dan la mano como quien no quiere la cosa.

Pero quizá Montesinos pase a la historia de la poesía de este medio siglo por sus poemas más breves («miñor poet» no tiene en inglés el sentido despectivo de su traducción castellana).

Unos poemas que se resuelven en aires populares andaluces, canciones, romancillos… Aquí hay demasiados grandes poetas algunos imponentes y casi monstruosos. Y no está de más que alguien, en breves y aladas palabras, nos condense con la claridad misteriosa del agua limpia del arroyo un poquitín de la hermosa dulzura de la vida y unas gotas de su acíbar y pesadumbre.

Pregunta. A pesar de que vives en Madrid desde el 41, Sevilla sigue siendo un tema central en tu poesía. algo así como el paraíso perdido…

Respuesta. Yo he escrito que siempre viví dentro de mis recuerdos y en una Sevilla que existe sólo en mi memoria… Y esto es una verdad parcial. Porque Sevilla, tan fría en algunos aspectos, de pronto se planta ante mí y me abraza. Me asusta la Sevilla que se niega durante 27 años a recoger los restos de Gustavo Adolfo Bécquer, que es la misma que. en su indiferencia, permite que Femando Villalón esté ahora mismo en la fosa común de la Almudena. ¿Pasará lo mismo con los restos de Manuel Machado? Yo no suelo recordar versos míos, pues lo escrito queda olvidado. Pero algunas veces me vienen a la memoria éstos: «Dura ciudad que engañas con perfil numinoso sólo tu gran belleza te disculpa».

¿En quién no influyen los primeros veinte años? Esos años los viví en Sevilla, y esa edad me la llevé conmigo al trastierro. Y con ella no el recuerdo, sino la presencia de Sevilla, de mi infancia y de parte del amor. Aunque a veces me enfrío y quiero evitarla, Sevilla siempre me busca las vueltas. ¿En quién no influyen los primeros veinte años? Esos años los viví en Sevilla, y esa edad me la llevé conmigo al trastierro. Y con ella no el recuerdo, sino la presencia de Sevilla, de mi infancia y de parte del amor. Aunque a veces me enfrío y quiero evitarla, Sevilla siempre me busca las vueltas.

P. ¿Cuál crees que tu sido la aportación a la lírica de posguerra?

R. Que la canción sea menos lúdica. más entrañable. Sin tantas macetitas de geranios ni rejas verdes como en el modernismo. («Con menos Manuel Machado dentro y. paradójicamente, con más Andalucía», escribió el crítico Enrique Molina Campos.) Cantando lo que me pasa («que muy bien puede pasar/ al que por mi lado pasa»). Quedarme con las menos palabras posibles. Lo dije una vez: «La poesía se me hace cada vez más difícil de puro sencilla. Siempre tuve presente el endecasílabo de Lope: «Oscuro el borrador y el verso claro». Yo, en el Madrid de la posguerra, entre unas y otras escuelas, hasta que di conmigo, iba «al aire de mi vuelo». Las ventajas que tiene la poesía eterna es que cualquier lector culto sabe de dónde viene esta referencia. Y el que no lo sabe, también se entera de lo que digo.

P. Pero, ¿por qué la canción?

R. Mi canción nace a finales de 1943, cuando cae en mis manos la célebre antología de la poesía medieval española, seleccionada en 1935 por Dámaso Alonso para la editorial Signo. Poco a poco, aquel libro fue convirtiéndose en mi biblia poética; aquellas canciones —anónimas o no— iban dejando su compás y su decir, ganándome casi sin notarlo. Junto a esa influencia. lenta pero implacable, la herencia andaluza de mis primeros veinte años y el eco lejano del gramófono de mi madre en aquel patio sevillano de mi infancia.

¿Que mi canción es de forma alegre y fondo triste? Es lógico.

Soy de donde soy. Hay que ser andaluz desde la superficialidad de la alegría hasta lo más hondo de ese mismo llanto. Pago, pues, con mi propia moneda, una deuda antigua: «De los álamos vengo, madre,/ de los álamos de Sevilla».

P. Bécquer en tu poesía.

R. Algo digo de eso en mi libro Los años irreparables. La primera vez que oí recitar a Bécquer tenia 7 años y lo busqué en la biblioteca paterna. A los 15 años escribí una rima — yo estaba entonces muy enamorado—. Más tarde tomé de Bécquer lo extremo, lo menos suyo. Después, en una entrevista, dije algo que espero que Gustavo me haya perdonado: «Tengo de Bécquer eso que queda cuando se olvidan sus rimas».

P. Háblame de tu libro sobre Bécquer.

R. Fue el encargo de un gran editor y un extraordinario amigo que ya no existe: Ramón Juliá. Yo entonces sólo sabía de Bécquer que había sido muy desgraciado y que andaba rodeado de golondrinas. Pero a Bécquer lo tenía literalmente a ta vuelta de la esquina. Quiero decir que allí vivía doña Julia Senabrc Bécquer, sobrina nieta de Gustavo. Y me hice con los espléndidos dibujos Inéditos del poeta y otros recuerdos familiares que me facilitó doña Julia. Pronto descubrí que para investigar sobre el hombre Gustavo Adolfo Bécquer y poner en orden su corazón, en principio cosa dificilísima, había que empezar por leer su obra muy atentamente. La investigación literaria tiene mucho que ver con Sherlock Holmes. A poco, cayeron en mis manos: el álbum inédito de Los contrastes; el álbum de Josefina Espín con la rima XVII, autógrafa, en su primera versión; el dibujo inédito de José Domínguez Bécquer. padre del poeta, que reproduce ese lugar sevillano de La Barqueta. que Gustavo cita en Desde mi celda; el buscadísimo borrador de «Dios mío. qué solos/ se quedan los muertos…». De Bécquer se habían dicho cosas increíbles, como lo de Nombela, quien aseguraba nunca haberle visto sonreír. En el fondo, sus contemporáneos, salvo Ferrán. no creían en la poesía de Bécquer y lo arroparon en una vida triste y desgraciada. La verdad es que fue un periodista prestigioso, director de La Ilustración de Madrid y otros periódicos. Murió en uno de los barrios más elegantes de Madrid, el de Salamanca.

Creo haber contribuido al acercamiento a un Bécquer más real En cierto modo, eché abajo a un Bécquer apócrifo, que nunca escribió la rima A Elisa, así como otras obras que se le atribuyeron. Mi libro sobre Bécquer recibió algunos premios y distinciones. Pero me gratificó, sobre todo, por lo que me supuso de contacto directo con el gran público.