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Jorge Lago. Sociólogo español. Profesor de Teoría Política Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid.

Pablo Bustinduy. Politólogo y político español. Formó parte del Consejo Ciudadano Estatal de Podemos entre 2014 y 2019. Ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030.


Avance

Jorge Lago y Pablo Bustinduy: «Política y ficción», Península, 2024

El impulso que llevó a Jorge Lago y Pablo Bustinduy a concebir el ensayo Política y ficción fue la intuición de que los levantamientos populares que se produjeron en Madrid en mayo de 2011 reflejaban un fenómeno diferente al que se había visto en movimientos políticos anteriores: la pérdida de confianza en toda ideología política dominante. Para los autores, la raíz de esta desconexión entre ciudadanía y gobierno está en la desaparición de relatos en la política actual. A lo largo de la historia, los discursos políticos se han articulado a partir de relatos que imaginan la posibilidad de un mundo mejor. A través de la ficción, se alimenta la esperanza en el futuro y la convicción de que tiene sentido apoyar a una ideología. Sin embargo, a la luz de las crisis económicas, el estallido de guerras y el cambio climático —por nombrar solo algunas de las crisis que atraviesa la sociedad actualmente— se ha perdido todo tipo de confianza en los relatos y, por el contrario, ha ganado terreno un sentimiento de agotamiento y desesperanza sobre el futuro.

El diagnóstico de Lago y Bustinduy sobre la sociedad actual es claro: «Carecemos de ‘un horizonte al que mirar’». Los políticos se ven estancados en un círculo vicioso del cual no pueden salir: se quejan de los problemas a los que se enfrenta la sociedad actual, pero son incapaces de transformar este malestar en propuestas concretas de cambio. Tanto las ideologías de izquierda como las de derecha se quedan fijadas en el conflicto, o recuerdan el pasado con nostalgia.

El análisis de Jorge Lago y Pablo Bustinduy no es totalmente negativo. Afirman que es posible retomar la confianza en las ideologías políticas. La clave para ello se encuentra justamente en la posibilidad de retomar los relatos: «Necesitamos más que nunca producir ficciones nuevas, relatos que nos permitan imaginar y anticipar el futuro». Ello se debe hacer —resaltan— a través de una actitud democrática, de tal forma que la aparición de nuevas ficciones sea una respuesta a los problemas y preocupaciones de la sociedad en conjunto. La posibilidad de imaginar un mundo mejor es una de las formas más claras en las cuales la democracia puede hacer patente la libertad.


Artículo

Tras los levantamientos populares de mayo de 2011, los profesores Jorge Lago, que formó parte de la primera dirección de Podemos, y Pablo Bustinduy, ahora ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, concibieron el ensayo Política y ficción. Interrumpido durante años el trabajo por sus actividades políticas, volvieron a retomarlo y ahora, por fin, ve la luz de la mano de la editorial Península.

Lago y Bustinduy percibieron que tras aquellas protestas había un fenómeno nuevo, diferente a movimientos políticos anteriores, que tenía que ver con la ficción. Aquellos jóvenes rechazaban las ideologías dominantes como «relatos inverosímiles». Lo dejaban claro en eslóganes, como «Lo llaman democracia y no lo es» o «No nos representan». Estas consignas certificaban que se había producido una desconexión entre gobernantes y gobernados.

¿Qué había pasado? Según los autores, «la arquitectura narrativa de la posguerra fría había hecho aguas». Bajo la premisa de que «política y ficción están siempre mezcladas, de que todo discurso político se articula necesariamente como una forma de ficción», decidieron estudiar el fenómeno.

La desaparición de un horizonte

Lo primero que salta a la vista de este nuevo estado de ánimo es que «hay una sensación general de agotamiento que, con el auge global de la extrema derecha y el segundo cataclismo que ha traído la pandemia [el primero fue el crack económico de 2008], la crisis climática, la guerra de Ucrania y la invasión y genocidio de Gaza, amenaza con teñir de pesimismo cualquier proyección política hacia el futuro».

La idea de Lago y Bustinduy es esbozar una crítica de los grandes relatos políticos, cuyos efectos siguen vigentes. Pero antes ofrecen algunos ejemplos donde la política y la ficción se funden. «Resulta casi imposible separar la realidad del relato, lo que se cuenta y lo que se hace con ello», sentencian. Y ponen como ejemplo cuando se presentan las crisis económicas como «fenómenos naturales, igual que  un terremoto o un ciclón». «El tiempo proyectado sustituye a la realidad percibida», aseguran. Lo que guía la acción del ciudadano es un relato futurista de lo que puede ser posible, y aquí citan a Thomas Jefferson: «Prefiero los sueños de un futuro mejor a la historia del pasado».

La crítica de los grandes relatos comienza con el hoy dominante, el neoliberalismo capitalista y la idea del progreso continuo. «El problema surge cuando no hay futuro, cuando el mito del progreso se colapsa —escriben—. El conflicto se lanza hacia el futuro o se vuelve sobre un pasado que no existe». Algo que se aprecia de nuevo en los eslóganes :«Take Back Control» (Brexit) o «Make America Great Again» (Trump). Un pasado que parece «preferible al presente desordenado, sin origen al que agarrarse ni futuro alguno que ofrecer».

Los autores hablan incluso de la «utopía de lo obsceno», desde el momento en que los grandes capitalistas se vanaglorian de garantizarse su propio futuro. Citan a Warren Buffett, quien llegó a afirmar que «claro que hay lucha de clases, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando». O a Elon Musk, quien, según ellos, «encarna a la perfección el superhéroe randiano sin complejos […]. En el mundo neoliberal —concluyen— ya no hay pobres ni explotados, sino perdedores y fracasados».

La ficción socialdemócrata

El siguiente relato analizado es lo que llaman «la ficción socialdemócrata». Aquí resaltan que «las fuerzas progresistas a ambos lados del Atlántico también respondieron mirando hacia atrás; al New Deal, a la reconstrucción de la posguerra, al keynesianismo y el Estado social». Ya con Thatcher y Reagan, explican los autores, el neoliberalismo entrelazó un nuevo proyecto de orden geopolítico, el de la globalización, con una idea del orden social en la que la figura del gran acuerdo de los socialdemócratas había perdido toda legitimidad y función política. Suponía la liquidación del pacto keynesiano.

La única promesa era la de un mañana que se parecía demasiado al hoy. Hubo un desencuentro entre las bases y los políticos. Fruto de ese desencuentro, «la izquierda no solo perdió una parte importantísimas de su base social, sino que su imaginación política quedó desvinculada de las fuente culturales de las que debía nutrirse. El conflicto social ya no se resolvería por medio del crecimiento de los salarios, o haciendo coincidir las ideas de progreso capitalista y bienestar social, sino haciendo a cada uno de los sujetos dueño de su destino». Con este panorama, concluyen los autores que «las condiciones narrativas del pacto keynesiano hoy ya no se producen», porque «las dos partes implicadas en el pacto ya no representan la unidad de lo social».

La mayor dificultad ideológica, ante la peor crisis política y social de Europa de posguerra, la que vivimos en la actualidad, «quizá la hayan tenido las fuerzas de centroizquierda, incapaces de rearticular el vacío dejado por la socialdemocracia». «Con la pandemia se abrió en la política europea un nuevo espacio para la socialdemocracia —sostienen Lago y Bustinduy—, sin que hubiera socialdemócratas para ocuparlo: no había discurso, ni proyecto políticos, ni base social para sostenerlo».

El caso del comunismo

Probablemente el sistema político en el que mejor se percibe la relación entre política y ficción sea el comunista. «El comunismo del siglo XX concibió a menudo la ideología como una especie de ficción colectiva», llegan a asegurar los profesores. Pese al lema de Lenin «La política es cuestión de fuerzas y no de frases», el comunismo «generó su propia maquinaria de producción de ficciones».

La dictadura del proletariado que se planteaba como una transición necesaria hacia el comunismo pleno, sin conflictos, acabó por hacerse permanente. Ese «comunismo pleno» sirve entonces «como la justificación fantasmática de todos los esfuerzos del presente». El sistema colapsó y el relato ficticio de un mundo sin clases acabó por tornarse inverosímil.

En el presente, las propuestas de los nostálgicos del comunismo, según los autores, «palidecen al compararlas con el programa socialdemócrata de los 80». Y concluyen: «Cada uno de los nuevos partidos está ubicado a la derecha del programa de François Mitterrand».

En un momento en el que carecemos de «un horizonte al que mirar» y en el que «nos sentimos, en una indefensión dolorosa», el fenómeno del populismo se apropia de la escena política «La política remite una y otra vez al hecho de un malestar generalizado, lo alimenta para vivir de él, pero en realidad no sabe transformarlo en otra cosa —se describe en el libro—. La mera reiteración del rechazo a lo existente  no inaugura un tiempo político propio. Al contrario: acaba encerrando a sus protagonistas en la desesperación o la nostalgia, en el presentismo y la supervivencia… en la celebración del conflicto por el conflicto».

Los autores ponen como ejemplo la política de Trump. «La escenificación permanente del enfrentamiento con el enemigo, sin proyecto de sociedad ni orden alternativo, el trumpismo era conflicto puro, una revuelta contra el estado de cosas que en realidad solo podía preservar». Algo parecido ocurre en Europa, donde «las fabulaciones de la ultraderecha se apoyan más en la idea de un pasado idealizado, anterior a la existencia del sujeto que se considera culpable del daño (un momento anterior al feminismo, al multiculturalismo o el globalismo, al progresismo woke) que en la elaboración de utopías conservadoras o de proyectos para la sociedad futura».

En el libro se subrayan las dificultades de la izquierda hoy para ofrecer un relato colectivo. «La denuncia de la exclusión de un sujeto determinado —obreros, mujeres, personas racializadas, parados, identidades sexuales no normativas— acaba reafirmando cada una de esas identidades en cuanto que sujetos excluidos o discriminados, pero tiene enormes dificultades para plantear un cuestionamiento real y una alternativa a la lógica del poder que produce cada una de esas diferencias y exclusiones. Algo que se aprecia con claridad en el tono moralizante que adquieren a menudo luchas y campañas políticas».

«La incapacidad de transformación política se sustituye entonces por la búsqueda de ejemplaridad, por la hipervigilancia, por la primacía agotadora de la batalla cultural y de la retórica punitiva contra los culpables —se añade—. O incluso por la nostalgia, esta vez supuestamente de izquierdas, por un mundo anterior, incluso de la Unión Soviética».

¿Cuál es el horizonte populista?, se preguntan los autores. «El populismo ha formulado una promesa de revoluciones sin revolución, un deseo de transformación radical sin horizontes estables ni cuerpo político determinado […].  Sin un futuro donde proyectarse, los movimientos populistas también corren el riesgo de quedar atrapados en un presente perpetuo […]. Existe, desgraciadamente, el riesgo de que en ese espacio cerrado se acaben imponiendo las fuerzas reaccionarias, pues un presente replegado sobre sí mismo, sin horizonte ni expectativas de mejora, es un lugar propicio para la violencia y el absolutismo político».

Recuperar los relatos

Ante esta ausencia de relatos convincentes, de ficciones ilusionantes, ¿qué proponen Lago y Bustinduy? Creen necesario concebir dos dimensiones separadas para el trabajo político contemporáneo. La primera concierne al trabajo ideológico: «necesitamos más que nunca producir ficciones nuevas, relatos que nos permitan imaginar y anticipar el futuro. Para ello es fundamental huir de dos extremos igualmente nocivos para la imaginación política: la idea de un futuro lineal, determinado mecánicamente por el presente. Se puede ver en algunos relatos contemporáneos que incluyen el colapso inminente del sistema, el retorno inevitable del fascismo, pero también la idea neoliberal de un futuro virgen, un lienzo en blanco en el que fuera posible proyectarse a voluntad».

Y la segunda dimensión tiene que ver con el trabajo democrático. «Se trata de blindar aquello que permite el ejercicio colectivo de la libertad, ante todo un derecho garantizado a la existencia, condiciones materiales y marcos normativos que hacen posible la construcción colectiva de sí mismos […]. Hoy carecemos de la gran idea de a qué se debe parecer la sociedad por venir […]. La tarea inmediata de la acción política debe ser más bien la de hacer posible la imaginación de esos mundos posteriores».

En cualquier caso, a pesar del pesimismo reinante, los autores son optimistas y aprecian síntomas esperanzadores para el futuro: «De los levantamientos democráticos de 2011 al estallido de la revolución feminista, del Black Lives Matter y las movilizaciones por el clima al emerger de nuevas fórmulas de sindicalismo, un magma popular y democrático está produciendo sin cesar imágenes y discursos sobre nuestros futuros posibles».

Su conclusión se puede resumir en este párrafo en tono de propuesta política para un presente capaz de imaginar un relato futuro. «Mantener viva la tensión entre ficción y política significa preservar la apertura histórica de lo posible, el principio de autodeterminación colectiva, la capacidad democrática de transformar las cosas […]. Mantener abierta la imagen de un futuro sin contenido definido, sin anhelar una forma que lo cierre, es mantener abierta la potencia de la ficción para imaginar un mundo liberado del presente. En ese sentido, la lucha democrática es por el derecho a la existencia, que es también el derecho a la ficción».


Imagen de cabecera: Protestas en la Puerta del Sol (Madrid), mayo de 2011. CC Wikimedia Commons.

Periodista y editor de Nueva Revista. Es autor del ensayo "Los chicos de la prensa" (Nickel Odeón) y participa habitualmente en libros sobre cine de la editorial Notorious.