Además de una vieja advertencia de origen bíblico, lo de parir con dolor está inscrito en la naturaleza de las cosas. La vida arranca con gemidos, algo que acompaña fatalmente Aal hombre desde que lanza su llanto inicial, entre la angustia dolorida de la madre, al asomarse por primera vez a este mundo incierto. El dolor lo dijo Shakespeare en La Tempestad es el veneno de la belleza. Pero si el dolor es una constante vital, también lo es luchar contra él. Incluso, con apelaciones psicosomáticas, desde antes del parto. Una moderna técnica de preparación psicológica ayuda a mitigar los inevitables sufrimientos que rodean al alumbramiento. Es lo que se conoce como «parto sin dolor».
El presidente del Gobierno, Felipe González, ha jugado con el retruécano al establecer una similitud eufónica entre el parto sin dolor y el pacto con dolor. El pacto social tiene algo de parto, y, a veces, es como el parto de los montes. En la España democrática, surgida de una encomiable voluntad de entendimiento entre las diferentes fuerzas políticas y sociales, hay unos pactos por antonomasia, los Pactos de la Moncloa. Hubo un momento en el que la gravedad de la situación económica llegó a amenazar las conquistas políticas, y los célebres pactos de entonces supusieron una pausa en lo accesorio para, entre todos, ayudar a salvar lo fundamental. Nadie niega hoy el éxito de aquella operación.
Ahora vivimos otros tiempos políticos. No se pueden invocar el pacto como receta permanente cuando la esencia de la democracia reside en la competencia entre diversas fórmulas, sin otra obligatoriedad de concordia que el respeto a la Constitución. El sistema democrático permite corregir errores cada cuatro años. Que los votantes, por las razones que sean, no lo hagan, es otra cuestión.
Grave situación económica
Sin embargo, la gravedad de la situación económica ha obligado una vez más a los interlocutores sociales y al gobierno a replantearse la conveniencia de los pactos. Es una tentación que surge cuando las situaciones parecen bloqueadas. De hecho, el adelanto electoral del 6 de junio vino impuesto, según explicó entonces el presidente González, porque la oposición le impedía sacar adelante sus proyectos. Con una nueva victoria y una nueva mayoría las cosas podrían ser de otra manera.
No parece que vaya a ser exactamente así. La distancia entre la oposición popular que ha estado a punto de denotar al PSOE y el Partido Socialista, que se ha mantenido en el Gobierno con el apoyo de los partidos nacionalistas, se ha acortado. Y los problemas han reaparecido en toda su crudeza a los tres meses de celebrados los comicios. El fundamental, la crisis económica, que provoca un paro que es el doble del que registra la Comunidad Europea. La consecución de un acuerdo social, que permita la creación de empleo, aparece así como un objetivo nacional. No ayudar a ello puede ser, según el Gobierno, pecado de falta de patriotismo.
¿Va a ser este nuevo pacto el remedio de los males? Es tan profunda la crisis que golpea en toda Europa, que, si así fuera, habría que hablar no de pacto, sino de milagro. Los pactos son una ayuda, pero no soluciones definitivas. Además de los Pactos de la Moncloa, ha habido, entre 1984 y 1987, diversos pactos entre los interlocutores sociales, con y sin intervención del Gobierno. Pero, como se recuerda ahora, la moderación salarial salida de ellos era un remedio pasajero: para conseguir la paz con los sindicatos se firmaban tales incrementos del gasto social, que no conseguía frenar la espiral inflacionista ni alterar las líneas de la política económica.
Mantener el empleo
Esto se vio tras la huelga general de 1988, en la que los sindicatos pusieron al Gobierno contra las cuerdas. Pero, como todo cambia, tampoco los sindicatos actuales son los de 1988. Tres millones y medio de parados y una baja afiliación sindical hacen reflexionar a cualquiera. Porque, en vez de condiciones para una nueva huelga general, lo que hay ahora es más bien lo contrario: un sentimiento difuso de que, tal como está el panorama, lo esencial es mantener el empleo. El Gobierno es consciente de su situación de ventaja, en la que cuenta con la alianza de la patronal. El pacto social no vendrá esta vez condicionado por ningún tipo de amenazas.
Por eso, en su primera declaración a los periodistas, tras un prolongado silencio veraniego en el que nadie ha querido enfrentarse resueltamente a los muchos problemas españoles, González ha aludido al pacto social, y ha dicho sin permitir que los periodistas o las cámaras recogieran textualmente sus palabras que no va a ser un pacto sin dolor. Era una declaración polémica hecha en los primeros días de septiembre, en el convento portugués de A Rábida, cerca de Setúbal, con motivo de la reunión en torno a Mario Soares de los dirigentes de un socialismo europeo de capa caída, que ha dejado de administrar el Estado del Bienestar y entre los que Felipe González todavía puede presentarse como un triunfador.
También había sido polémica, unos días antes, la propuesta gubernamental entregada a los sindicatos y a la patronal para discutir dicho pacto social, en la que se contemplan, entre otras cosas, la posible reducción de cinco puntos en el poder adquisitivo a lo largo de los próximos tres años, la restricción en las posibilidades de acceder a la jubilación y la supresión de los derechos de los aprendices a la Seguridad Social.
Efectivamente, en cualquier caso se tratará de un pacto con dolor. Nadie está contento de antemano. La patronal cree que quizá lo más prudente sería acotar las negociaciones a un acuerdo de limitación de rentas y de regulación del mercado de trabajo. Los sindicatos UGT y CCOO hablan de «provocación» y de agresión social. Y el Gobierno sabe que, aunque gane este asalto, el duro combate de esta Legislatura no ha hecho más que empezar.