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María Aurelia Capmany es una mujer de recia personalidad que escribe y que hace política. En actitud muy hispánica, acaba de publicar un libro en el que se interroga sobre lo que significa hoy en día ser catalán; así, el «Dios mío, ¿Qué es España?» queda entrelazado con un «¿qué diablos es Cataluña?». Este trabajo va dedicado especialmente a «los otros españoles que no son de habla catalana»; Capmany quiere que «abran los oídos» y confía en que no se contenten con conocer mal o a medias todo lo que sea catalán.

Nuestra escritora pretende acotar los conceptos de catalanidad y catalanismo buscando una definición rigurosa de nación, una tarea con éxito harto improbable. Barcelona, nos dice, es la ciudad «más grande» de Europa entre las que no poseen el tirulo de capital de Estado», y es a partir de esta ciudad, tradicionalmente alejada del poder político. desde donde se ha construido la nación catalana. A lo largo de estas páginas se intenta describir los rasgos más característicos de la literatura catalana, una literatura de gran abolengo que experimentó largas centurias de decadencia y debilidad hasta la Renaixença del siglo pasado. Asimismo se rememora el fenómeno de la nova cançó y se reserva un capítulo a la situación de la mujer catalana. La autora, concejala del Ayuntamiento de Barcelona por el partido socialista. analiza también la composición del espectro político catalán y las pugnas de las diferentes administraciones en torno al poder municipal. En cuanto al President de la Generalitat, Jordi Pujol, reca ca jigo que sistemáticamente se procura disimular: el hecho de que «ostenta la representación ordinaria del Estado en Cataluña»; de él reconoce su capacidad para comunicarse pero también su «doble lenguaje», de modo que unas veces se ampara en la derecha sociológica y otras, afirma Maria Aurélia Capmanv, estimula «el reclamo separatista». Ella, lejos de posiciones angustiosas y «apocalípticas», se muestra confiada con respecto a la salud del idioma catalán y hasta cierto punto despreocupada acerca de su futuro, aun a pesar de considerar irreparable la ruptura que padeció la cultura catalana tras la guerra civil.

El nacionalismo que profesan esta mujer y su partido sabe reconocer la «perenne susceptibilidad catalana», rehúye inspirar lástima y rechaza cultivar cuidadosamente el desapego por lo español en general. Sin embargo, es precisamente en estas actitudes, que son en sí positivas, donde reside su debilidad, pues son sostenidas de manera pasiva y sin convicción. En efecto, envueltos por una niebla de palabras en la puja pueril de ver quién da más por una Cataluña nacional, tienen perdida la partida de antemano. Al partir del dogma de que Cataluña es una nación y suponer que esto es lo máximo que puede ser una comunidad. la frustración es obvia cuando dicha nación no es soberana. con un Estado independiente para sí sola. Y esto no se arregla diciendo cuando se tercia que España es una nación de naciones. ¿Alguien se cree que con naciones se hace otra nación más? Se acaba afirmando que España es una nación y Cataluña oirá {imagínese la cuestión trasladada a los países catalanes con Valencia, Baleares y Cataluña), o bien se omite el nombre de España y se emplea de forma grotesca el de Estado Español, fórmula usada cuando su jefe era Francisco Franco.

Va para veinticinco años que Maurici Serrahima escribió Realidad de Cataluña, libro en el que discrepaba de un excelente pensador europeo pero al que manifestaba su mayor afecto y del que elogiaba su «valentía y honradez». Citar el nombre y apellido de este pensador es mentar la bicha para «sabios y entendidos» nacionalistas de diferente cuño: se trata de Julián Marías, hombre profundo y respetuoso donde los haya. Pues bien, ya entonces Marías hablaba de una Cataluña «lingüísticamente dolorida» y de una Cataluña «barceIonizada», y propugnaba la cooficialidad del catalán y la «catalanización» de Barcelona (no sólo la lingüística). Digo esto porque desde distintos «canales» se pretende inculcar la idea de que «los demás no nos pueden entender» y que saberse y sentirse español es una renunciación, una renuncia de lo catalán que se hace con sacrificio. No deja de ser irónico que en los últimos años haya habido un cierto auge del independentismo entre los jóvenes que sólo han «vivido» democracia, justo cuando más cómodos hemos podido sentirnos los catalanes. como tales, en muchos años. María Aurelia Capmany evade este aspecto y se refiere escuetamente a los jóvenes que viven «entre la indecisión y la pereza espiritual».

El fomento de fobias conduce a la estupidez acompañada de agresividad. Asimismo, afirmarse extranjero y considerarse ajeno entre aquellos con quienes puedes «estar en casa» es empobrecedor y nada inteligente. La Europa que viene no va a constituir una nación, pero sí una comunidad «superior» a sus partes. No sólo hay intereses económicos en su construcción; vamos a poder hacer muchas cosas juntos, también proyectar nuestra historia v nuestra cultura desde hondas raíces comunes. Lejos de huecas retóricas, puedo decir que soy catalán y de madre catalana, pero no renuncio, por supuesto, a esa mi condición por ser español. Tampoco renuncio a mi ser español por ser europeo. Claro está que no sólo somos europeos…

Profesor de Matemática