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La actual literatura memoriográfica parece confirmar uno de los caracteres atribuidos tópica y generalizadamente a los españoles: el extremismo, Del estiaje hemos pasado en poco tiempo a la torrentera. Ello, naturalmente, tiene un precio, pagado de consuno por la historiografía y la literatura. Antaño algunos de sus potenciales cultivadores no pasaban al acto por temor o respeto a las exigencias científicas o al decoro artístico. En la actualidad estos frenos han desaparecido y ancha es Castilla…

Las memorias del que fuera uno de los mas honestos y citnocidos políticos del franquismo se sitúan en la pendiente que puede llevar al público apasionado de autobiografías y memorias al desinterés o a la apatía. Reducidas a una tercera parte hubieran cumplido —sobradamente— con su objetivo. Éste se centra en ofrecer un balance de su gestión al frente del Ministerio de Hacienda —1957-1965— y, muy particularmente, en presentar un alegato contra las sombras que empañaron ante la opinión púdica la actividad del hacendista aragonés, en la dirección del Banco de España, debido a su pretendida participación en el célebre affaire Matesa.

Ello es hasta tal punto así, que los dos capítulos iniciales se muestran, desde el punto de vista literario, como los más logrados de la obra. En menos de cincuenta páginas se traza una vivida y espléndida estampa de la niñez y mocedad aragonesas, de un espíritu encandilado por los mejores sueños de la juventud, a una causa religioso-política cantada con acentos emotivos, no necesariamente comparables. pero, desde luego, respetables siempre. La vida en un hogar de la burguesía rural de los años 20 y su inmersión en los vertiginosos días de la II República son descritos con gran sensibilidad y riqueza de matices por una pluma que, pese a estar avezada en la redacción de varias obras enjundiosas y abultadas, no demuestra, a las veces, excesiva familiaridad con el oficio de escribir.

Plan de Estabilización

El Plan de Estabilización de 1959 imanta desde el primer instante la atención de su inspirador y protagonista, conforme reitera hasta la saciedad Mariano Navarro, Frente a la opinión más generalizada y ya arraigada en manuales y monografías que otorga la paternidad del Plan al tándem tecnocrático de Mariano Navarro y Alberto Ullastres, el primero se afana en su obra por probar, con toda suerte de testimonios, su autoría exclusiva. No por ello dejar de reconocer la brillante e irreprochable gestión de su colega, con el que la dinámica de sus respectivos ministerios conduciría a ciertos y empeñados enfrentamientos, que nunca romperían su solidaridad en el abandono de las viejas recetas autárquicas ni aún, menos, su estrecha sintonía amical. «Conocía a Alberto desde los primeros días de la terminación de la guerra. Ambos pertenecíamos a la Acción Católica. Alberto como presidente diocesano de Madrid y yo como vocal nacional de Apostolado Castrense. Preparamos juntos el doctorado de Derecho, y durante este tiempo todos los días iba a su casa de Claudio Coello, recibiendo las atenciones de su madre, que me trataba como si fuese uno más de sus hijos. En este tiempo se trabó una amistad muy íntima, que permaneció siempre, haciéndole partícipe de todos mis sucesos familiares. Tengo un hijo que se llama Alberto. Tampoco es un secreto —ni tiene por qué serlo— que ambos pertenecíamos al Opus Dei».

Una vez nombrado ministro, se gano rápidamente la amistad de lodos. El general Franco se encontraba muy a gusto con él. porque trataba de comprender sus opiniones y deseos, haciéndole las correcciones oportunas con el mayor agrado. Al ministro de Hacienda se le reservaba, por lo visto, ser el martillo económico de los herejes, mientras que Alberto ejercía el papel de suavizante y pulímentedor. Para el criterio de Alberto, la palabra «estabilización» no era la que entonces procedía, porque, a su juicio, daba la idea de parálisis económica de tipo salazarista, cuando, en la mente del jefe del Gobierno y de otros ministros. lo que se quería era hacer muchos planes de inversiones, Como es de suponer, yo no estaba de acuerdo, ni mucho menos, con este planteamiento. Por otro lado, le parecían excesivas las prisas que Hacienda mostraba por llevar la estabilización adelante. Su idea era la de un reajuste a más largo plazo. Así lo manifestó en unas declaraciones a la prensa, a raíz del pronunciamiento económico francés —europeo occidental más bien— en las Navidades de 1958. Todo ello después de haberlo consultado solamente con el general Franco. Lo que tampoco me pareció correcto […]. Los escritos sobre la necesidad de la estabilización ante el Consejo de Ministros, conocidos con el nombre de memorándum —el de junio de 1958, el de enero de 1959 y el de los tres meses de octubre de 1959— fueron lanzados por el Ministerio de Hacienda. Ciertamente, no estuvieron nunca contestados por Comercio. pero tampoco confirmados de una manera clara. La táctica de Comercio consistía, según decía, en adaptarse a la mentalidad del jefe del Gobierno para ir aclarando sus ideas poco a poco.

División

La prensa hablaba del tándem Ullastres-Navarro como si se tratase de un dúo inseparable que había jugado y jugaba siempre al unísono, mientras la realidad era que no siempre existió una buena armonía […]. Nuestra amistad y confianza personales estaban por encima de toda duda, pero si se entiende por tándem la compenetración en el terreno funcional de nuestros respectivos ministerios, lo cierto fue que existió una clara división sobre ei modo de plantear los problemas, división que, en algunas’ ocasiones, llegó a tener bastante importancia […]. No cabe duda que Alberto Ullastres fue, desde la perspectiva de Comercio, un auténtico protagonista del Plan de Estabilización y que tuvo, además, el privilegio de ostentar el cargo de gobernador del FM1 con el que entendían todas las relaciones oficiales, pero esto no fue obstáculo para que yo interviniese del modo más decisivo cuando lo estimara necesario. La batalla de la estabilización, en el seno del Consejo de Ministros, hube de llevarla casi exclusivamente, si bien en el ambiente de la calle y la televisión la figura de Ullasires fue. sin duda, la más sobresaliente» (pp. 271-74), Ocioso resulta añadir la extensión que todo este capitulo ocupa en el libro, erigido así en un punto de referencia indispensable para los futuros estudiosos del famoso Plan del 59. En torno a su gestación y desarrollo son también muy curiosos y útiles para el análisis del franquismo y de la propia figura del dictador la información proporcionada por un hombre procedente del conservadurismo tradicional y declaradamente hostil a gran parte de las facetas sustanciales del falangismo. La variedad de familias y de clanes, así como la diversidad de corrientes que se conjugaron en el franquismo como praxis política, recibe con las noticias proporcionadas por el autor una corroboración más, aunque singularmente ilustrativa y rigurosa. La galería humana que describe Mariano Rubio a su paso —prolongado y moroso— por las avenidas del poder contiene igualmente gran valor historiográfico por la novedad de los rasgos de algunas semblanzas pintadas con pluma, en general, más mesurada que jugosa, Antologizando. sin embargo. drásticamente, sólo podemos reproducir una viñeta muy ilustrativa del régimen y de su creador: «Franco me recibió inmediatamente. No se habló de otro asumo que el de conveniencia o no conveniencia de encargar al Fondo Monetario Internacional el estudio de un Plan de Estabilización, Franco estimaba que no era necesario. En su opinión, podíamos muy bien salvar la situación por nuestros propios medios. Desconfiaba de la buena fe con que los extranjeros veían los asuntos de España. En suma, su opinión era que diésemos las gracias al señor Ferrás por su ofrecimiento pero que él ya había dicho al ministro de Comercio que no era éste el momento oportuno.

Quiebra

Le recordé que estábamos a dos pasos de la quiebra: que la opinión más autorizada del país estaba de acuerdo en iniciar un proceso de liberalización y de apertura de nuestra economía y que la resistencia por parte del Gobierno era un fallo grave, no sólo en el terreno económico sino también en el político.

Insistía una y otra vez en mis argumentos: si Ferrás se iba de España, nuestro país se hundiría. De repente me di cuenta de que uno de mis argumentos daba en la diana del sentimiento patriótico de) jefe del Estado.

— Mi general, ¿qué pasará si después de volver a establecer la cartilla de racionamiento se nos hiela la naranja ?

—No supo qué contestar.

Lo repetí una y otra vez…

— Mi general, ¿qué pasará si tenemos que volver a la cartilla de racionamiento y se nos hiela la naranja?

—Franco, visiblemente nervioso, se levantó del sillón:

— ¡Dígale a Ferrás que encargue el estudio! La entrevista había concluido. Una batalla decisiva había sido ganada.

En esos momentos la reserva de divisas —que no nos fue comunicada por el Ministerio de Comercio— era dramática: ¡no teníamos un solo dólar y debíamos pagar diecisiete millones de dólares por compras de petróleo» (pp. 125-26).

«Affaire» político

Llevado de su comprensible obsesión por reivindicar su labor al frente del Banco de España, cuyo timón empuñaría al término de su responsabilidad ministerial, el autor deja un tanto sorprendentemente arrinconado y casi sin apuntamiento el trabajo acometido a la cabeza de una institución clave en los destinos del país, muy atendida precisamente por él en sus días de gobernante y una vez consolidado el Plan de Estabilización. Matesa es el polo magnético de la segunda parte de sus memorias y en él concentrará, con algún cansancio del lector meticuloso, lodo su interés y esfuerzo. Según la visión de Mariano Navarro, el famoso affaire tuvo un origen y una tramitación primordialmente políticos, y supuso el principio del fin del franquismo, si no su declarada bancarrota. Despreocupado de todas las leyes de la edición moderna. acumulará detalles para dejar bien iluminada su correcta actuación en el asunto, desprovisto e incluso vaciado de sustantividad propia, de acuerdo con su planteamiento.

Junto con la relevancia que para el conocimiento de los entresijos del escándalo Matesa implica la versión ofrecida por un espectador, si no protagonista. de primer plano, la reconstrucción del asunto en la obra glosada adquiere calidad de documento histórico por los retratos de los principales dramatis personae y las opiniones salidas de la pluma del autor acerca del último periodo franquista. En una obra de curso redaccional muy dilatado es incomprensible que su autor no haya tenido en cuenta los testimonios aportados por otras autobiografías y memorias de destacados políticos franquistas. Particularmente ostensible resulta la ausencia de cualquier alusión a los recuerdos de Raimundo Fernández Cuesta — Testimonio, recuerdos y reflexiones, Madrid 1985, singularmente p. 250— a los de Manuel Fraga —Memoria breve de una vida pública, Barcelona 1980, en especial pp. 250-55—, ya que ambos, bien que por caminos diferentes, revalidan el núcleo de la argumentación exculpatoria de Mariano Navarro.

Afirmaba Malraux que la política es la moderna representación de la tragedia. Estas memorias parecen en parte corroborarlo. El fin político de algunos de los implicados —y a ello parece aludir el subtítulo de la obra comentada— fue desastrado. Uniones y amistades que parecían llamadas a resistir la usura del tiempo se desbarataron, en un reinado ya abocado a la desaparición, al primer soplo de la contrariedad, trocándose en odios africanos; los sueños e ilusiones de los paladines del franquismo inicial mudáronse en obsesiones transfuguistas, con el incendio de viejos altares, y, en fin, el cielo franquista se vació ,de dioses… El mismo dictador es objeto veladamente en las páginas finales de! presente libro de censuras, aunque debe reconocerse que el talante caballeroso y equilibrado del autor no se descompone a la hora de relatar su calvario personal y llegar a cierto ajuste de cuentas con algunos de sus enemigos.

En extremo interesante para el historiador es el relato del nuevo trance amargo padecido por Mariano Navarro una vez indultado —contra su opinión de dejar hacer a los tribunales— a consecuencia de la publicación del excelente libro sobre el Banco de España (Madrid 1970), con la controversia suscitada por las páginas escritas por Juan Sarda sobre el famoso «oro de Moscú».

Algún gazapo, como la datación de la famosa obra de Hayek Camino de servidumbre, que vería la luz un veinteno antes de lo atribuido por el autor, no desdora la acribia de un libro al que —terminaremos como empezamos— una apéndice documental de un centenar de páginas pretende reforzar su rigor, a costa incluso de la amenidad y agilidad exigibles a cualquier aventura de las del tipo literario en que se incluyen las memorias de Mariano Navarro Rubio.

José Manuel Cuenca Toribio (Sevilla, 1939) fue docente en las Universidades de Barcelona y Valencia (1966-1975), y, posteriormente, en la de Córdoba. Logró el Premio Nacional de Historia, colectivo, en 1981 e, individualmente, en 1982 por su libro "Andalucía. Historia de un pueblo". Es autor de libros tan notables como "Historia de la Segunda Guerra Mundial" (1989), "Historia General de Andalucía" (2005), "Teorías de Andalucía" (2009) y "Amada Cataluña. Reflexiones de un historiador" (2015), entre otros muchos.