Unas elecciones en las que vota todo el mundo son siempre unas elecciones generales. Igual da que se elija el parlamento nacional que los ayuntamientos y los gobiernos regionales. En las del 28 de mayo sólo se dejaban de votar cuatro (de diecisiete) asambleas autonómicas y, además, en el País Vasco se renovaban las Juntas Generales de los tres «territorios históricos» o provincias. Es decir, estaban llamados a las urnas todos los españoles, y el sesenta por ciento de ellos dos veces. Eran, por lo tanto, elecciones generales y elecciones políticas. Esto último en mucho mayor medida que en los comicios precedentes de los mismos ámbitos. Porque eran unas votaciones de «gobierno, sí» o «gobierno no».
Al no haber sido elecciones al parlamento nacional, el ejecutivo no está deslegitimado. Está, simplemente, desautorizado. Los españoles han dicho que el partido en el poder no los representa. Pero tampoco los representaría aunque alguna persona de Convergencia y Unión pasara a sentarse en el Consejo de Ministros. Ya es tarde para eso. Y los «independientes» que pudieran entrar en el gobierno sólo se representarían a sí mismos, como ocurrió con algún efímero secretario de Estado, o habrían de ser considerados como unos psoes más, igual que los miembros del gabinete de ahora que dicen que no tienen carné del partido. La situación sería muy enojosa para el país si se prolongara indefinidamente. No digo hasta el final de la legislatura, porque eso no lo cree posible nadie.
Se ha repetido en estas últimas semanas que el Rey Alfonso XIII se marchó por unas elecciones municipales que habían perdido los monárquicos en las principales capitales y en otras ciudades importantes. (No en el conjunto de la nación ni en número total de concejales). Ciertos comentaristas deducen de ello que el presidente tendría que marcharse, no de España por supuesto, sino del poder. Lo ocurrido no le obliga a ello, pero sí a reconocer que su gobierno conserva el poder legal, pero ha perdido manifiestamente la justificación política que le daba ser la «mayor de las minorías». Ahora ya se sabe que no es la «minoría mayoritaria», sino la más numerosa de las «minoritarias». Lo cual es importante, pero no basta.
La respuesta del gobierno habría de ser la que los británicos expresan con la frase go to the country, acudir a las urnas. Es lo que mejor se ajusta al espíritu del sistema. Es lo que hizo, con menos motivo, el presidente Leopoldo Calvo Sotelo. Algunos de su partido le pedíamos que esperara. No había perdido la confianza del Parlamento. Había superado con éxito dos pruebas de evidente trascendencia: el juicio por el 23 de febrero y el ingreso en la OTAN, con la oposición de los que gritaban «de entrada, no», o sea «de entrada, ni hablar» (antes de los bombardeos de los Balcanes). Pero Calvo Sotelo acudió al país, puso a prueba el sistema y los españoles vieron que aquello, todavía tan reciente, funcionaba. Se antepuso el interés nacional al interés del gobierno y de su partido.
No es bueno para España presidir la Unión Europea con un gobierno «desautorizado», ni negociar la pesca, ni intentar acuerdos con grupos sociales, ni tratar de imponer sacrificios a los ciudadanos, ni dejarse engañar por una cierta mejora de la economía, que es fruto de la coyuntura internacional y nos viene llovida del cielo, ni renovar los pactos autonómicos y los estatutos. Ni es bueno que el gobierno siga «bloqueado», sin saber qué hacer y sin que se le ocurre nada.
No se halla España en un segundo noventa y ocho, que, por cierto, fue un momento en que no pasó casi nada de lo que es evocado por esa fecha, tras la cual prosiguió la modernización de España y las letras y las artes vivieron una Edad de Plata. España es un país con vitalidad, en el que abundan las gentes emprendedoras y en la que en casi todos los asuntos se está al día de las naciones que van por delante de la nuestra. España no se ha quedado sin pulso. Es el gobierno el que no se lo encuentra. Y la gente duda de que sepa contar los latidos si da con ellos, o teme que diga un número por otro. Por lo tanto es más que razonable que se acuda al país, es decir, a las urnas.
Desde tribunas oficiales se dice que Major también pierde elecciones y no disuelve. Pero han sido by-elections o elecciones locales parciales, que en el Reino Unido tienen una tradición y una significación distintas de las nuestras. Allí llevan siglos votando con regularidad. Aquí, menos de veinte años. Por eso lo votamos todo junto cada vez. Nuestras elecciones suelen ser elecciones generales. Y particularmente así han sido éstas de ahora.