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Júpiter, su esposa Juno y Minerva han vuelto al Capitolio, mientras fatigosa y confusamente la primera república italiana se está dando una segunda veste. De ser un episodio de tantos de la delincuencia común o del saqueo y ratería crónicos del «bel paese», la vuelta de la tríada capitolina a su lugar de origen cobra un valor simbólico. Lo percibió enseguida el Ministro en funciones de Bienes Culturales, Alberto Ronchey que, en la operación de rescate del famoso grupo escultórico, ha visto un signo fortunoso si no providencial y ha denominado a los sabuesos policías arqueonautas.

La pesquisa comenzó por casualidad hace un par de años, cuando en una finca cerca de Guidonia, a caballo entre la Etruria y el Lazio, los tombarcli o hurones ladrones de tumbas, a golpes de excavadora, desenterraron la tríada. Tras el saqueo, sobre todo desde la década de los 70, el camino natural de la expatriación y comercio era Lugano y, cuando los dioses se disponían a dar el salto a lo que los italianos de negocios llaman los States y allí quedarse por 50 mil millones de liras, los dioses, como tocados por la nostalgia, han querido volver a su casa.

Sin consultarse con augur alguno, ni acogerse al ejercicio cotidiano del horóscopo y la superstición, los carabineros deben a un fragmento de mármol, del tamaño de una manzana, perteneciente al brazo derecho de Juno, la pista segura de su pesquisa. La excavadora lo había olvidado en el terreno, inconsciente de ser un cuerpo de delito. Descubierto por casualidad en casa de uno de los traficantes Pietro Casasanta, 55 años, que en la pequeña ciudad balnearia de Ladispoli tenía fama de anticuario romanista, el fragmento ha podido ser restituido a su estatua y el Casasanta restituido a la cárcel, ya casa obligada de sus pecados. Por ironía de la onomástica, ya que no de la suerte, el experto tenía poco de santo, cuanto más ha tenido de esperanzador el magistrado Cario Lasperanza que ha dado carta blanca al comando de carabineros, responsables de la Tutela del Patrimonio artístico nacional. Sintiéndoseles a sus talones, los anticuarios suizos y americanos que de trescientos millones de partida habían llegado a cuatro mil millones y cincuenta mil millones finales, en vez de enviar la Tríada romana al Metropolitan Museum de Nueva York o al Paul Ghetty de Malibu en California, la han embalado cuidadosamente y, tras previo telefonazo anónimo, la han abandonado en un descampado, cerca del Parque Nacional del Monte Stelvio.

Catedrático de Literatura, Universidad de Roma Tor Vergata