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«La vérité est une, seule l’erreur est multiple. Ce n’est pas un hasard si la droite professe le pluralisme», Simone de Beauvoir, en «La pensée de droite aujourd’hui», Les Temps modernes, 1954. Reimpreso en Faut-il brûler Sade? París, Gallimard, 2011.

La frase que encabeza este artículo parece hoy una broma sectaria, «la verdad es una, únicamente el error es múltiple. No es casualidad que la derecha profese el pluralismo», pero fue escrita totalmente en serio. Para una parte importante de la izquierda europea el comunismo constituía una verdad científicamente probada mientras que las «ideologías» no eran otra cosa sino justificaciones espurias de la explotación humana. Mentiras destinadas a sembrar la «falsa conciencia» y desalentar la lucha de clases, esto es, a impedir el triunfo de «la verdad».

Desde el punto de vista de Beauvoir, reconocer la diversidad de opiniones e intereses de la sociedad era transigir con la mentira

Desde el punto de vista de Simone de Beauvoir, reconocer la diversidad de opiniones e intereses presentes en la sociedad era transigir con la mentira, mientras que luchar por «la verdad evidente» era lo propio de los ciudadanos virtuosos e incorruptibles.

Esta «política de la verdad» es un legado bastardo de la Ilustración, que pensaba que nos podríamos librar de la política, la ruidosa actividad de alcanzar un orden social negociado, mediante la búsqueda de la verdad a cualquier precio: una pulsión destructora «en pos del ideal», por usar la expresión de Isaiah Berlin. Una temprana crítica de esta política de los filósofos, que alimentará la violencia de la Revolución francesa puede verse en Edmund Burke y sus Reflexiones sobre la revolución Francia (1790) y ha encontrado continuidad contemporánea en la denuncia del «monismo» realizada por el propio Berlin o del «racionalismo en política» y su «política de la fe» en Michael Oakeshott.

LA «POLÍTICA DE LA VERDAD» COMO CAMINO A LA MENTIRA

La «política de la verdad» es la destrucción de la política como actividad, de la política como conversación, dirigida a alcanzar el acuerdo que evite la violencia y permita la vida en común. Paradójicamente, esta «política de la verdad» conduce a la gran mentira. Por lo menos así nos lo atestigua Leszek Kolakowski en su artículo «¿Cómo ser conservador-liberal-socialista?» (1978) quien, al comparar los dos tipos de socialismo, el nacionalsocialismo y el socialismo internacionalista, señaló que el primero no engañaba a nadie, porque el supremacismo racial o nacional estaban a la vista de todos, y por tanto no necesitaba crear «falsa conciencia» para afirmarse. Por el contrario, el socialismo internacionalista, el comunismo, era un engaño que prometía «el igualitarismo, la fraternidad, la paz universal, la liberación de la tiranía, de la miseria, del desempleo». El nacionalsocialismo necesitaba si acaso de pequeñas mentiras, pero el comunismo era la gran mentira.

En la política Arendt plantea un uso de la mentira fáctica más prosaico y cotidiano y que permite ser valorado de forma ambigua

Dicho esto, la cuestión de la mentira y la verdad en política no se reduce a lo anterior, sino que vuelve a plantearse dentro de la política como actividad dirigida a la concertación. Hannah Arendt, en su prosa abstrusa y en ocasiones sugerente, nos dice que las verdades más importantes desde el punto de vista político son las «verdades de hecho», pero que el conflicto entre verdad y política se manifestó por primera vez respecto de la «verdad racional». Llama Arendt «verdad racional» a las afirmaciones de la razón cuyo opuesto es el error, la ignorancia o la opinión, pero no la mentira: «la falsedad deliberada, la mentira llana, desempeña su papel solo en el terreno de las afirmaciones fácticas» (Verdad y mentira en la política). Acabamos de ver que los críticos del racionalismo disienten y que la política ideológica, denunciada por la propia Arendt en sus Orígenes del totalitarismo hace de la verdad racional un absoluto que confronta con un «error» que califica de interesado y, por tanto, de mentiroso. Pero Arendt resulta útil porque nos hace ver que más allá de la política de la verdad hay en la política como actividad un uso de la mentira, de la mentira fáctica, más prosaico y cotidiano que recibe una valoración más ambigua: para los moralistas, debe condenarse; y para los realistas, puede llegar a ser una virtud. Veamos un ejemplo:

PORTUGAL: DE VERDAD SOMBRÍA EN PROFECÍA

En las elecciones portuguesas de 2009, la candidata del centro derecha, Manuela Ferreira Leite, presentó su programa bajo el título «Compromiso con la verdad» en un detallado documento de cuarenta páginas. Su política de la verdad fáctica anunciaba tiempos sombríos para los portugueses. Según la líder del PSD, Portugal se enfrentaba a la crisis más grave desde que era un país democrático: «Además, esta crisis es distinta de las demás, es más compleja, más amplia y profunda. Es, sobre todo, una crisis estructural, interna, en la que la propia independencia económica del país está en entredicho. Y es una crisis más compleja porque nos alcanza en un momento en el que las soluciones anteriores de integración europea ya no bastan para resolverla».

La política de la verdad de Ferreira Leite fue contestada desde la izquierda gobernante: «tanto se muere por exceso de ilusión, como por exceso de descreimiento y su liderazgo político se caracteriza por el exceso de descreimiento». A lo que respondió la aludida diciendo «comprendo perfectamente que [a los socialistas] no les guste mi estilo, porque es exactamente el opuesto al de su líder, el ingeniero José Sócrates. Hay una diferencia fundamental: yo digo la verdad, y cuando se dicen las verdades es evidente que a quien está acostumbrado a soltar fantasías eso le parece una derrota». Y, en efecto, José Sócrates ganó las elecciones y la política sombría de la verdad de Ferreira Leite fue derrotada.

En 2009, en las urnas, los lusos se dejaron llevar por la mentira meliflua en vez de escuchar la desagradable verdad

Los portugueses prefirieron oír que la nueva economía verde y la revolución de los transportes les llevarían a un futuro pletórico e hicieron oídos sordos al anuncio del colapso inminente de la economía. Los lusos ­­—en honor a la verdad, una mayoría no absoluta— se dejaron llevar por los cantos de sirena de la mentira meliflua en lugar de atender al desagradable mensaje de la verdad. En fin, quizá sea un caso de lo que se ha llamado fake news, mentiras a la carta, al gusto de la audiencia. Los portugueses quisieron ser engañados o se autoengañaron. Pero el 6 de abril de 2011, Sócrates tuvo que enfrentar la verdad y pedir el rescate económico de su país, en bancarrota, incapaz de pagar la inmensa deuda que tenía contraída.

Con la verdad llegaron la troika y los recortes, que fueron durísimos. Sócrates fue finalmente condenado por la democracia portuguesa y su caso fue el mayor escándalo de corrupción de la historia democrática del país. En 2014 fue detenido y su proceso aún se arrastra en la lenta y benevolente justicia portuguesa. Sus mentiras no solo ocultaban la situación del país, sino que fueron el instrumento que le permitieron alcanzar un poder desde el que perpetró presuntamente todo tipo de delitos: desde el blanqueo de capitales, al cobro de comisiones y sobornos. Desde esas elecciones de 2009, Portugal nunca ha alcanzado el 60% de participación en unas elecciones legislativas.

BENEFICIOS ¿O PERJUICIOS? DE LA VERDAD EN LA POLÍTICA

Dice Arendt que nadie ha dudado jamás de que la política y la verdad no se llevan bien y de que nadie ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas: «La mentira ha sido vista siempre como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no solo de los políticos y de los demagogos sino también del hombre de Estado». Bueno, la verdad es que Arendt se equivoca porque el escándalo de Maquiavelo fue decir justamente esto frente a una tradición que decía lo contrario.

Por ejemplo, Alonso de Castrillo en su Tratado de República de 1521 sigue a Cicerón al señalar que el engaño produce aún más agravio que la violencia, y que los ciudadanos agraviados se levantan contra la obediencia a los gobernantes, es decir, que la mentira no beneficia al que manda, sino que le perjudica. Puesto que Carlos I llega a España mintiendo sin rebozo sobre que cumplirá con las leyes y que se obligará a ello, es fácil colegir que Castrillo sugiere que la mendacidad es uno de los detonantes que ha propiciado el conflicto de las Comunidades. Dice Cicerón: «Causándose la injuria de dos maneras, esto es, por la violencia y por el fraude, el fraude parece propio de la zorra, la fuerza y la violencia del león; ambos son sumamente ajenos del hombre, pero el fraude es mucho más odioso. No hay género de injusticia peor que la de quienes en el preciso momento en que están engañando simulan ser hombres de bien» (De los deberes).

Por su parte, Maquiavelo en el capítulo XVIII de El Príncipe, titulado «Si los príncipes deben ser fieles a sus tratados» dice: «De las propiedades de los animales debe tomar el príncipe las que distinguen de los demás al león y a la zorra, y valerse de ambas. Ésta tiene pocas fuerzas para defenderse del lobo, y aquel cae fácilmente en las trampas que se le arman; por lo cual debe aprender el príncipe, del uno a ser astuto para conocer la trampa, y del otro a ser fuerte para espantar al lobo. Los que solamente toman por modelo al león, y se desdeñan de imitar las propiedades de la zorra, entienden muy mal su oficio, en una palabra, el príncipe prudente, que no quiere perderse, no puede ni debe estar al cumplimiento de sus promesas, sino mientras no le pare perjuicio, y en tanto que subsisten las circunstancias del tiempo en que se comprometió».

Cicerón y Castrillo sostienen que el engaño es antipolítico, al quebrar la confianza entre gobernante y gobernados

Aunque la cuestión necesitaría de muchos matices, Cicerón y Castrillo sostienen que el engaño es antipolítico porque quiebra la confianza entre gobernante y gobernados, fundamento del orden social; y Maquiavelo sostiene que, para conservar el poder, el engaño puede ser un medio adecuado en un gobierno autocrático.

Un ejemplo contemporáneo del carácter destructivo de la mentira en democracia puede verse en relación con el famoso «Discurso de las mentiras» de Ferenc Gyurcsány, entonces primer ministro socialista de Hungría. El que este discurso se hiciera público constituyó una auténtica «bomba atómica política» que explotó exactamente a las cuatro de la tarde del 17 de septiembre de 2006. Primero la televisión pública y después todas las televisiones y radios del país comenzaron a emitir fragmentos de un discurso en el que se reconocía la voz del primer ministro quien, en un lenguaje soez y vulgar, confesaba que todo lo que había hecho el gobierno en el último año y medio era basura y que estaba harto de hacer como si gobernaba, cuando en realidad no se hacía nada, y de tener que mentir mañana, tarde y noche, para que no se notara. La divulgación del «Discurso de las mentiras» produjo inmediatamente una oleada de descontento y violencia en Hungría, cuyo principal beneficiario, y agitador, fue Viktor Orbán. Desde entonces el partido socialista húngaro se ha sumido en la irrelevancia.

Señala Arendt que nadie ha defendido jamás el proverbio Fiat iustitia, et pereat mundus o, en su versión, fiat veritas, et pereat mundus sino como figura retórica, salvo el voluntarioso Immanuel Kant, que lo tradujo al román paladino como «la justicia prevalecerá incluso si, como resultado, deban morir todos los pícaros del mundo». Atinadamente comenta Arendt que esta respuesta es absurda. De hecho, aunque no lo cita, la afirmación kantiana de que tenemos un deber absoluto de decir la verdad dio lugar a un entretenido rifirrafe entre Kant y Benjamin Constant, el campeón del liberalismo.

Como señaló Constant: el principio moral que señala que decir la verdad es un deber, «si se tomara de una manera absoluta y aislada, haría imposible la existencia de toda la sociedad: de ello tenemos una prueba en las consecuencias que ha sacado de este principio un filósofo alemán, que ha llegado a pretender que si unos asesinos preguntasen a cualquiera si se hallaba en su casa un amigo suyo a quienes ellos persiguiesen, y estando refugiado en ella, no dijese que sí, aun cuando no pudiera de modo alguno defender su vida, cometería con ello un delito». (Tratado de las reacciones políticas, 1797). La consecuencia que extrae Constant es que la aplicación de nuestros principios morales deba armonizarse con el contexto en el que operan y que la verdad debe decirse donde corresponda y la mentira piadosa tiene su sitio en aquellos lugares en los que es necesario ocultar la verdad.

Las mentiras en la política democrática socavan la confianza entre gobernantes y gobernados y propician una crisis de representación

En suma, si la “política de la verdad” tiene un carácter antipolítico, destructor del pluralismo social y de la democracia —porque busca imponer un orden preconcebido, que se presenta como moralmente superior, como verdadero—, las mentiras factuales en política, en la política democrática, socavan la confianza entre gobernantes y gobernados y, al hacerlo, propician una crisis de representación

Si Maquiavelo aconsejaba al déspota que no renunciara a la mentira, en la política democrática la mentira puede ser subversiva y aunque la política necesita de la ilusión y la persuasión, puesto que hay depositada en ella un anhelo de mejora, cuando estas se transmutan en engaño, despiertan el agravio y el odio y hacen a la democracia más débil.

Profesor Titular de Ciencia Política de la Administración, Universidad Autónoma de Madrid.