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La doble circunstancia efemeridiana de los centenarios de la caída de Tenochtitlan (quinto) y de la promulgación de la independencia de México (segundo) es el pretexto para la elaboración de este volumen colectivo, promovido desde el Real Instituto Elcano, y coordinado por el sociólogo Emilio Lamo de Espinosa.

La disputa del pasado. Emilio Lamo de Espinosa (coordinador). Turner, 2021. 245 págs, 20'8 € (papel) / 9'49 € (ebook).
La disputa del pasado. Emilio Lamo de Espinosa (coordinador). Turner, 2021. 245 págs, 20’8 € (papel) / 9’49 € (ebook).

Sus dos grandes temas son el reciente auge de la memoria histórica y los problemas que conlleva, y la tradicional y nunca desaparecida leyenda negra, centrados especial pero no exclusivamente en el caso de México y España.

El volumen se divide en seis bloques, más una presentación a cargo del citado Lamo de Espinosa y un “a modo de epílogo” a cargo de la profesora de Historia de México Guadalupe Jiménez Codinach. Los bloques se agrupan a su vez en dos apartados, uno referido a la realidad, los hechos históricos, y otro a su representación o, como gusta decir ahora, al relato, que en este caso tiene mucho que ver con la leyenda negra.

Emilio Lamo de Espinosa: “El progreso consiste en romper con el pasado… y mala es la política que se diseña mirando por el espejo retrovisor”

La presentación de Emilio Lamo aborda “cuanto de confuso y turbio hay en la expresión memoria histórica”, sosteniendo que “ni la memoria ni la historia pueden ser objeto de legislación o mandato en sociedades libres”, por lo que “bien harían los políticos, de uno u otro signo, en retirar sus manos de esas materias”. La memoria, añade, es a menudo una forma de compensar las frustraciones del presente, y no cabe mayor tradicionalismo o menor progresismo que meterse a solucionar las querellas de nuestros abuelos. “El progreso consiste en romper con el pasado… y mala es la política que se diseña mirando por el espejo retrovisor”, afirma, antes de concluir con contundencia: “¡Basta de historias!”.

El primer bloque del libro se ocupa, interrogándose sobre cada uno de esos conceptos –no por acuñados menos discutibles- de las presuntas conquista, colonia y la civilización surgida de ambas.

En cuanto a la primera, el profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México Martín F. Ríos Saloma, tras reivindicar la historiografía académica frente al discurso histórico nacionalista, sostiene que no cabe hablar de conquista de México por España, puesto que “ni México ni España existían como Estados nación en 1519”. Sobre esa inexistencia, el autor señala la importante participación indígena en las campañas militares de Cortés, dentro de lo que no dejó de ser una guerra civil entre aquellos pueblos precolombinos, y sin que se pueda descartar que algunos de ellos utilizaran al propio Cortés en su beneficio (tesis que viene abriéndose paso últimamente de la mano de algunos historiadores; véase Robert Goodwin). Ríos Saloma concluye abogando por que la sociedad mexicana “supere la visión nacionalista, simplista, maniquea y victimista forjada en las décadas centrales del siglo pasado” y basada en proyectos como los libros de texto, la publicación de textos indígenas o la creación del Museo Nacional de Antropología e Historia.

Si el de conquista es un concepto dudoso, cuando no rechazable, otro tanto cabe decir del de colonia, discutido por el profesor del Instituto Nacional de Antropología e Historia Tomás Pérez Viejo. Sostiene Pérez Viejo que la Monarquía Católica (término preferible, en el siglo XVI, al de Monarquía Hispánica o Española) fue “mucho más monarquía compuesta que imperio con colonias”, por lo que las palabras colonia y colonial resultan anacrónicas. Y abunda en la idea señalando que “todos los reinos de la Monarquía Católica eran de alguna manera colonias del rey, los europeos y los americanos, al servicio de sus intereses y no de los de un reino metrópoli, menos todavía al de los intereses del en esos momentos todavía inexistente Estado nación español… La existencia de metrópolis y colonias exige la de intereses nacionales y en su ausencia resulta difícil hablar de colonialismo, al menos en el sentido actual del término”.

La ciudad de México era una auténtica metrópoli y corazón mercantil del Imperio español

Más allá de esa precisión general y conceptual, el autor subraya el carácter no periférico de la América virreinal (término que prefiere), dentro de la que la ciudad de México era una auténtica metrópoli y corazón mercantil del Imperio español, igual que el virreinato entero de Nueva España era uno de sus centros neurálgicos. Las expediciones científicas dieciochescas, con importantísima participación americana, serían otro aspecto a tener en cuenta a la hora de rebatir la condición colonial de los territorios americanos.

En su participación, aparte de la coordinación y la presentación del volumen, Emilio Lamo rebate otro tópico emparentado con la leyenda negra, como es la no pertenencia a Occidente de América Latina (término que reivindica frente a otros autores). Al contrario, “América Latina es precisamente eso: América latinizada”, cuya indiscutible unidad cultural le viene de pertenecer a la familia cultural de Occidente, con la que comparte religión, lengua, derecho, valores y creencias.

Entrando en las cuestiones relativas al llamado relato, el diplomático Luis Francisco Martínez Montes refuta el conocido en ámbitos académicos como canon whig de la modernidad o corriente historiográfica whig, que considera “una ideología al servicio de los designios geopolíticos de potencias europeas emergentes”, y, como tal, interesada en minusvalorar la contribución hispánica al desarrollo occidental. Frente a ese propósito, conseguido en buena medida durante mucho tiempo, asumido incluso por parte de la intelectualidad española, Martínez Montes sostiene que “la experiencia histórica hispánica entre finales del siglo XV y finales del siglo XVIII constituye, con todas sus luces y sombras, una senda plenamente transitable de la modernidad”.

Dentro de la nítida división en capítulos del libro, los asuntos, lógicamente, se entrecruzan entre unos y otros. Así, José María Ortega Sánchez señala también la diferencia entre la realidad de la América española y los Estados coloniales (decimonónicos) y aborda un asunto parecido al de Martínez Montes, el de la mirada anglosajona sobre el mundo hispano. Esa forma de ver lo español e hispano, mayoritaria en el mundo anglosajón -especialmente académico, pero no solo- está teñida de una hispanofobia que subraya la violencia, el fanatismo y el racismo que caracterizarían el ethos español. Ortega Sánchez se muestra contundente: esa mirada “debe ser considerada un discurso de odio contra el mundo hispano”.

La ‘damnatio memoriae’ y la consiguiente aculturación y marginación de la población hispana en EE.UU. tienen poderosas razones políticas de fondo

A su vez, la colaboración de este último entronca naturalmente con la de María Elvira Roca Barea, una de las autoras más destacadas en el estudio de la leyenda negra, a raíz de su exitoso libro Imperiofobia y leyenda negra (ver entrevista en Nueva Revista). Roca Barea, que también apunta a la cuestión de qué sea la civilización occidental y la pertenencia a ella de la cultura hispana, se centra en “la escandalosa damnatio memoriae que está sufriendo todo el pasado hispano de Estados Unidos, muy especialmente en territorio californiano”. Pero, en su momento, el daño causado por los jóvenes Estados Unidos al mundo hispanomexicano de lo que hoy es California fue más duro y concreto, en forma de confiscación de tierras, un asunto interesadamente enterrado pero que el lector puede relacionar (sin necesidad de lo que lo diga la autora) con el conflicto entre Israel y Palestina. Así, la damnatio memoriae y la consiguiente aculturación y marginación de la población hispana en Estados Unidos tienen poderosas razones políticas de fondo que van más allá de las disputas académicas.

En la colaboración que cierra y resume el volumen, Guadalupe Jiménez Codinach insiste en la mala influencia que en el mundo académico anglosajón tiene ese punto de vista (la mirada) propio de la leyenda negra. Punto de vista que no tiene que ver sólo con prejuicios, sino –como sostiene Roca Barea- con intereses muy concretos, sin olvidar la pura y lisa ignorancia de bastantes autores, citados por Jiménez Codinach y otros colaboradores de este interesante volumen, historiográficamente bien fundamentado, que no oculta su carácter reivindicativo ni rehúye la polémica

Periodista cultural.