Tiempo de lectura: 5 min.

El título de «Las Edades del Hombre» es tan arbitrario y convencional como todos los signos del lenguaje. Pero el acierto y el éxito de las muestras amparadas bajo él, lo han convertido en nombre propio de un tipo original de exposición, de alto nivel artístico y de casi sorprendente aceptación popular, y en la cifra de un logrado propósito de recuperación de la memoria histórica de una cultura en sus dos dimensiones, de experiencia vivida y de misterio.

«Las Edades del Hombre» se llamó a la primera de las exhibiciones de la serie que iba a recorrer después, sucesivamente, las cuatro principales ciudades del antiguo Reino de Castilla y León, almendra histórica de España: Valladolid, Burgos, León, Salamanca.

En la inicial muestra vallisoletana, las secciones o apartados seguían el curso temporal y simbólico de la «historia sagrada de la humanidad». (Homo res sacra homini, dijo Séneca, el filósofo pagano y no cristiano, pero romano y por ello universal, que precisamente había nacido en la península).

El relato bíblico, desde la Creación al Apocalipsis, la historia de Cristo, del Nacimiento a la Ascensión, y la de la salvación humana -ruina, promesa, esperanza, felicidad-, ofrecían el marco sistemático de la tensión dialéctica que viven los hombres y las épocas entre la sublime vocación del espíritu y la grave pesadumbre corporal e histórica de la naturaleza (de la común naturaleza de la humanidad y de la individual de cada uno).

La espléndida iconografía religiosa de León y de Castilla, con piezas escalonadas a lo largo de nueve siglos, se engarzaban como joyas preciosas en el relicario lineal de las diversas salas que se habían acondicionado en los amplios espacios de la Catedral.

En un intento de representar en los cuatro elementos primordiales las diversas fases de «Las Edades», la de Valladolid podría tener su símbolo en el fuego. El fuego que anima la existencia, fuente de vida, llama ardiente o escondido rescoldo, origen de la vocación de salvarse y ser salvado que caracterizan al hombre y a su historia.

Palabra y Música en Burgos y León

En Burgos, un trazado cronológico continuo, como una corriente de agua viva, constituía el testimonio de la historia en la voz de documentos y de libros y de los descubrimientos del mundo desde Castilla y la Cristiandad.

El agua de la historia resultaba en Burgos cambiante y en ocasiones caprichosa, con un curso ondulado y meándrico, encauzado por el rigor de la cronología, de los avances técnicos y de las aventuras de la libertad, y empujado por la fuerza del tiempo, que no se deja atrapar ni conoce marchas atrás o retrocesos. Fugit irreparabile tempus, dijo Virgilio, otro romano y poeta que quiere decir dos veces universal.

El elemento de León era el aire. Angeles cantores y volantes, armoniosos sonidos que poblaban el ambiente, la música callada de unos millares de partituras reencontradas, la música gráfica recogida en pinturas y tapices, en relieves y esculturas de bulto con figuras de instrumentos, de tañedores y artistas terrenos y celestiales: la música, en fin, sonora de los instrumentos de cuerda y de metal, pero sobre todo de aire, entre los que se hallaban algunas de las más notables piezas de la organistería de las iglesias de la región.

El aire podría ser el símbolo de la muestra leonesa. Pájaros canoros y ángeles voladores ante la embelesada contemplación de los monjes, santos y paisanos de las diferentes piezas exhibidas, y en medio de la más o menos prendida atención de los visitantes, curiosos o devotos, que llenaban el sacro recinto de la pulchra leonina.

Por fin, Salamanca, en el tramo final del 93 y el primer tercio del 94. El tema central de Salamanca -«La morada y su contrapunto»- es el hombre en la vida y en la tierra. Su elemento primordial simbólico, sería precisamente la tierra: el hombre en este mundo, que es la morada de su existencia, habitando en la tierra, viviéndola, y sin dejar de contemplar un destino final más alto en la historia y en el más allá, como corresponde a esa cultura de raíz y naturaleza cristiana que es la de Castilla y de España.

Magníficas tallas de Juan de Juni y de Gregorio Fernández y otros imagineros renacentistas y barrocos junto a las modernas esculturas y pinturas de Miró, Tapies o Blanco, entre otros muchos nombres dignos de recordación.

Cuadros trasladados a la vida, como se ha realizado en la selección de objetos que acompañan en la misma sala al primitivo flamenco de Covarrubias y que está inspirada en lo que se ve en el propio cuadro.

En Salamanca se ha logrado también, quizá más plenamente que en muestras anteriores, una revalorización del incomparable marco del Claustro y de la Catedral Vieja, con notables restauraciones, que tal vez fueran más necesarias que en otros lugares. Allí, por ejemplo, se puede contemplar desde una perspectiva hasta ahora desconocida el retablo de la capilla mayor del templo.

En Salamanca, en fin, al igual que en las ediciones anteriores de la gran muestra castellana, se ponen al descubierto verdaderas maravillas en tablas y esculturas (Paredes, Becerril, etc.) que permanecían ocultas para la mayor parte de las gentes cultas. Y que ahora se pueden disfrutar visitando esta especie de efímero museo que se diferencia de los tradicionales y estáticos en que además de arte tiene vida.

¡Fuego, agua, aire, tierra, los cuatro elementos primordiales de la naturaleza y de la vida en las cuatro exposiciones de Valladolid, Burgos, León y Salamanca!

Una empresa castellana y nacional para toda España

«Las Edades del Hombre», cuya estación final salmantina todavía se halla abierta, han constituido uno de los acontecimientos culturales e históricos hispanos de mayor alcance de los últimos años. Feliz idea de un grupo de intelectuales y estudiosos castellanos, tuvo la fortuna de encontrar comprensión y acogida por parte de los directivos de la Caja de Salamanca y Soria y, enseguida de la Junta de Castilla y León, bajo el patrocinio del episcopado de la región.

Son numerosas las personas e instituciones que han contribuido a la realización de esta espléndida y meritoria iniciativa social. La relación seria interminable y equivaldría a reproducir los índices -y algunas páginas más- de los cuatro grandes catálogos. Pero sería injusto hablar de estas muestras sin mencionar, por lo menos, cuatro nombres particularmente destacados entre los inspiradores y realizadores de las cuatro fases: José Velicia, José Jiménez Lozano, Eloísa Wattenberg, Pablo Puente. A ellos habría que unir los de más de un centenar -o dos- de estudiosos, historiadores, archiveros, conservadores, artistas, etc. que han aportado su mucho saber y buen hacer al servicio de este magnifico empeño.

El patrimonio artístico, histórico y cultural de Castilla y de León se ha enriquecido con descubrimientos tan sensacionales como los millares de partituras musicales de los maestros de capilla de las catedrales de varios siglos que ahora se ofrecen al conocimiento de los musicólogos, y eventualmente en muchos casos de orquestas e intérpretes; con el millar de estudios monográficos que se han realizado ya en los catálogos sobre centenares de objetos, y que pueden y deben ampliarse en muchos casos en contextos más amplios.

También se posee ahora un inventario más nutrido y preciso de los tesoros de la región y se ha renovado el interés por su conocimiento, al mismo tiempo que se ha despertado en la conciencia pública un legítimo orgullo por la obra de sus mayores y por la historia toda de la región, que con ello afirma su identidad a la vez.

que se vierte generosamente sobre toda España. Uno de los más notables y beneficiosos efectos del esfuerzo castellano-leonés de «Las Edades» ha sido la proliferación en todo el territorio nacional de proyectos semejantes: Cataluña, Aragón, Galicia, Asturias, Sevilla -con la «Magna Hispalensis» del 92 de la Expo-, etc.. Desde Castilla -la almendra histórica de la España medieval y moderna- se ha acertado a realizar, una vez más, un empeño nacional. Cuando esta clase de acontecimientos conectan con la conciencia pública de la ciudadanía, promueven una restauración de memoria histórica, además de un conjunto de empresas artístico-culturales y eruditas que, por sí solas son valiosas y merecen aplauso.

Son realizaciones de una sociología histórica, por así decir, interactiva (o sea de conocimiento y acción) de que tan necesitada está actualmente la cultura nacional y de las que tantas veces se ha dicho, -y con orgullo- que eran una manera de hacer patria.

Fundador de Nueva Revista