José Luis Calvo Martínez es catedrático de Lengua y Literatura Griega en la Universidad de Granada y doctor por la Universidad Complutense (Madrid). Es autor de una gramática general griega (Griego para universitarios, 2016) y ha realizado numerosas traducciones y estudios.
Avance
En la sociedad posmoderna nuestra, en la que con gran frecuencia se califica a las iglesias cristianas de anacronismos y a las religiones, sean las que sean, de relatos míticos y de supersticiones, cabe preguntarse por el origen y el contenido de verdad de unos textos, los evangelios, que no son irrelevantes para nadie, puesto que cambiaron la historia del mundo. En ese sentido, la nueva traducción anotada de José Luis Calvo Martínez debería invitar a su lectura, independientemente de que se sea o no creyente.
Los cuatro evangelios. Edición bilingüe. Introducción, traducción y notas de José Luis Calvo Martínez. Trotta, 2022.
Artículo
Aunque no lo explicita de forma tan contundente como Antonio Piñero, Calvo Martínez parte de que la crítica textual neotestamentaria moderna ha reconstruido un texto bastante parecido a lo que Jesús de Nazaret dijo, fue copiado y transmitido con cuidado. También suscribe que la tradición es fiel en lo sustancial. A eso se añade que negar la existencia real de Jesús de Nazaret plantea más problemas que los que se pretenderían resolver.
En su «Introducción» al texto evangélico, en la que maneja una amplia bibliografía, Calvo Martínez pone al tanto de los resultados de la investigación filológica sobre los evangelios en los últimos años. Hay aportaciones valiosas que no han cambiado desde el siglo XVIII, e interpretaciones igualmente difíciles de superar desde los primeros tiempos del cristianismo.
La novedad de la traducción de Calvo Martínez está en que es «la primera en español realizada no en equipo desde la óptica de la filología griega profesional, y sin ligazones ni compromisos de ningún género» (p. 73). El hecho de que se haya traducido desde la óptica de la filología griega quiere decir que ha tenido en cuenta muy especialmente el aspecto verbal, el léxico y el semántico (p. 73). De ello da cuenta en sus notas a pie de página. Independientemente de otras consideraciones y sin entrar a matizar lo anterior, una nueva traducción es una nueva interpretación. Al ser una nueva interpretación, abre también la posibilidad de relectura a quienes estén acostumbrados a una determinada versión.
¿Es mejor el resultado de Calvo Martínez que otros? Para contestar a esa pregunta habría que contrastar versículo por versículo las diversas posibilidades. Demasiado para un solo libro. Aquí nos quedamos con que el trabajo de Calvo Martínez es un nuevo intento y sin duda muy loable.
Establecemos a continuación un hilo con los razonamientos del propio Calvo Martínez en su «Introducción». Las negritas son nuestras.
«El material que finalmente constituyó la base de los actuales evangelios —es decir, todo lo referente a los hechos y dichos de Jesús— fue durante varios años después de su muerte de transmisión oral» (p. 9).
«Las citas del Antiguo Testamento que se encuentran en los evangelios proceden de los Setenta, la traducción de hebreo al griego que realizaron 72 eruditos judíos en Alejandría en el siglo II a. C. (p. 10).
«El cristianismo primitivo estuvo amenazado y fue avanzando en medio de controversias teológicas muy fuertes entre unas y otras comunidades, y entre personalidades relevantes, acerca de temas como la “Segunda Venida”, la naturaleza de Jesús, el papel de Pedro, la relaciones con el judaísmo; y tantos otros» (p. 12).
«Durante un tiempo, sin duda, corrían por las diferentes comunidades distintos “evangelios”, léase relatos, con sucesos de vario contenido fáctico y teológico, especialmente los hechos portentosos o milagros de Jesús (drómena), así como sus “discursos, dichos y parábolas” (legómena). Y estaban escritos necesariamente en papiro, que era, a la sazón, prácticamente el material de escritura más popular y económico (p. 13).
«Han aparecido numerosas hojas sueltas, trozos de papiro de contenido evangélico, pero ninguna anterior al siglo II. Y solamente uno de fines del siglo II o principios del III contiene el título “Evangelio según Mateo”. El más antiguo, del siglo II, es P52 de Mánchester que contiene el capítulo 18 del Evangelio de Juan; y el más largo, del siglo III, el papiro P45 que contiene Mateo 20, 26» (p. 13).
«Sabemos, porque luego han ido apareciendo, que fueron surgiendo también relatos míticos a veces con el nombre de “Evangelio” sobre la vida de Jesús, especialmente sobre la niñez, la pasión, muerte y resurrección, y algunos episodios marginales» (p. 14).
«El estatus de texto inalterable y, por tanto, la durabilidad y vigencia de los textos evangélicos se consagró coincidiendo con la extensión del códice manuscrito (codex) en forma de libro cuadernos de piel, un material costoso, duro y duradero; el llamado “pergamino”. Ello fue a finales del siglo III o inicios del IV d. C.; y no puede ser causal el que, por esas razones, los cuatro evangelios “canónicos” —los consideramos “auténticos” por la Iglesia de Roma y, en general, por las iglesias cristianas actuales— están documentados precisamente a partir de esta época, es decir, entre doscientos cincuenta y trescientos años después de la muerte de Jesús. Y ello en el orden, considerado indubitablemente cronológico, Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Y en el formato de libro» (p. 14).
«A partir del siglo XVIII, y especialmente en el XIX, surgió la crítica textual, una ciencias filológica cuyo objeto es depurar los errores y decidir entre las variantes teniendo presentes los más antiguos y buenos manuscritos, a fin de establecer un texto con probabilidades de que sea cercano al original. Nunca el original: la crítica textual no cree en esta posibilidad, habida cuenta de la extensión del tiempo, de la existencia de errores imposibles de descubrir como tales errores, y de la siempre presente duda entre adoptar una lectura o otra. El lector comprobará que muchas de las notas a pie de página hacen referencia a estos problemas textuales» (p. 15).
«Desde el punto de vista literario, los evangelios [… son] un género literario nuevo en griego: un compendio de doctrina religiosa y moral articulado bajo la forma de una biografía parcial. Son libros de lectura pública y explicación del contenido» (p. 16).
«Entre Mateo, Marcos y Lucas hay una estrecha dependencia, ya que coinciden, a menudo literalmente, en un 45 % del texto aproximadamente. Por esta razón fueron calificados, ya en 1774, como «sinópticos» por Johann Jakob Griesbach en una obra en la que aparecían los tres en columnas paralelas: en efecto, dicha palabra significa que se pueden ver conjuntamente» (p. 24).
«Hay una clara relación de dependencia de Marcos por parte de Mateo y Lucas. Ambos coinciden con Marcos en casi la mitad del contenido (45 % Mateo y 41 % Lucas) y ello conduce a pensar en la mayor antigüedad de Marcos como fuente (ca. 75-80 d. C. ). Del resto, Mateo y Lucas coinciden de nuevo en la cuarta parte (25 % y 23 % respectivamente) que toman de otra fuente que contenía dichos de Jesús (logia) que no conservamos. Por esta razón se le ha dado la sigla Q de nombre genérico, […]. Finalmente, el bloque restante, un 20 % y 35 %, al que se denomina “Fuente M” (Mateo) y “Fuente L” (Lucas), es propio y exclusivo de cada uno de ellos y es lógico pensar que procede de sus propias comunidades» (p. 26).
«La traducción de los evangelios consiste en pasar al español la interpretación de un término griego, o de una frase, emitida por un hebreo que tiene el griego como segunda lengua. No es extraño, pues, que haya una larga lista de palabras, sintagmas y oraciones cuyo verdadero sentido es complicado de desentrañar y son, por tanto, objeto de inacabables controversias. Se encontrarán en las notas a pie de página en cada caso» (p. 32).
«Los evangelios […] ni son ni pretenden ser una “biografía” de Jesús de Nazaret, sino un relato de valor teológico-litúrgico, compuesto de dos elementos diferentes, dichos y hechos raras veces ligados en un tiempo real, la secuencia de este relato se suele construir mediante la utilización repetitiva de un pequeño número de “marcas”, que funcionan como “nexos” ya sea entre bloques de dichos y hechos, ya sea para unir diversos elementos dentro de un mismo bloque de dichos o de hechos» (p. 33).
«La traducción que ofrezco en este volumen se ajusta estrictamente al texto griego de los cuatro evangelios de acuerdo básicamente con la edición de Kurt Aland, Matthew Black, Carlo M. Martini, Bruce M. Metzger y Allen Wikgren (The Greek New Testament, Stuttgart, 1968 (2. ª ed.)), aunque a veces, no muchas, me separo de esta edición. Cuando ello sucede, por lo general sigo la de Eberhard Nestle y George Dunbar Kilpatrick (The New Testament, Londres, 1958) (p. 72).
No se trata de una edición griega personal, «ya que los dos citadas son difícilmente mejorables» (p. 72).