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Antonio Piñero afirma sin ambages en su «Introducción» a Los libros del Nuevo Testamento: «Podemos estar relativamente seguros de que la crítica textual neotestamentaria ha reconstruido un texto bastante parecido al de los originales». Más aún: «Puede presumirse al menos que los escritos de gran importancia para los seguidores de Jesús, que contenían sus palabras, o de Pablo, fueron copiados y transmitidos con cuidado y que la tradición debió ser fiel en lo sustancial». Tercero: «Jesús de Nazaret es el presupuesto básico de todo el Nuevo Testamento. Negar su existencia real parece muy arriesgado desde el punto de vista de la ciencia histórica, entre otras razones, porque se plantearían entonces más problemas que los que se pretenderían resolver».

 

Los libros del Nuevo Testamento
«Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y comentario». Edición de Antonio Piñero. Colaboradores: Gonzalo del Cerro, Gonzalo Fontana, Josep Montserrat, Carmen Padilla, Antonio Piñero. Editorial Trotta. Segunda edición, Madrid, 2022.

Sin embargo, Piñero considera más razonable una disposición de las obras del Nuevo Testamento que tenga en cuenta el orden cronológico de composición más probable. De ahí que en su libro rompa el orden establecido (Mateo, Marcos, Lucas, Juan, etc.), aun sin conocer la datación precisa de muchas de las obras neotestamentarias.

El valor de esta reordenación, añade, posee un valor crítico que la hace preferible a la presentación tradicional.  

Ordena del siguiente modo los libros del Nuevo Testamento:

Cartas auténticas de Pablo: 1 Tesalonicenses, Gálatas, 1/2 Corintios, Filipenses, Filemón y Romanos.
Evangelios sinópticos: Marcos, Mateo y Lucas.
Hechos de los Apóstoles.
Cartas atribuidas a Pablo: Colosenses, Efesios y 2 Tesalonicences.
Carta a los hebreos.
Evangelio de Juan, 1/2/3 Juan.
Revelación / Apocalipsis.
Cartas comunitarias: 1/2 Timoteo, Tito.
Cartas universales: Jacobo, Judas, 1/2 Pedro.

El texto griego de partida, base para la traducción de este volumen en castellano, es la ya célebre edición crítica del Novum Testamentum Graece (28.ª edición, Deutsche Bibelgesellschaft, Stuttgart, 2012), al cuidado de Eberhard Nestle y Kurt Aland. Tanto los exégetas católicos como los protestantes consideran que el Novum Testamentum Graece es la mejor reconstrucción del texto del Nuevo Testamento hoy en el mundo. Ha sido un trabajo realizado con rigurosos procedimientos de crítica textual, partiendo de todo el material disperso existente y conocido del Nuevo Testamento.

Piñero escribe: «La necesidad de la presente publicación en lengua castellana nos parece tanto más acuciante cuanto que, a pesar de la proliferación de versiones del Nuevo Testamento en el mercado, hasta la fecha no existe una interpretación meramente histórica y efectuada con criterios estrictamente académicos». 

En la «Introducción», se recuerda que los libros del Nuevo Testamento no solo constituyen los escritos fundacionales del cristianismo; son también un jalón importante de la literatura griega, y, quizá, la obra más importante de la cultura universal. 

La novedad del Nuevo Testamento en la versión de Piñero es que, con el planteamiento puramente histórico y de crítica literaria, el lector del castellano se confronta con un punto de vista relativamente nuevo. Para algunos puede suponer un redescubrimiento, independientemente de sus creencias. Con una labor explicativa basada en conocimientos históricos y literarios, Piñero y su equipo han trabajado en la correcta compresión del sentido de textos escritos hace casi dos milenios. Su punto de partida es la aconfesionalidad y la laicidad no militante.

El Nuevo Testamento está todo él sin excepción escrito en griego, por lo que forma parte indudable de la historia de la literatura griega antigua. Pero se presenta a sus lectores no como simple literatura, sino como lo que un ser humano debe conocer para obtener la salvación, una vida de plena felicidad más allá de la muerte. 

Dentro de las diversas opciones ofrecidas por los exégetas más prestigiosos, Piñero señala que el espacio cronológico que ocupa el corpus de escritos del Nuevo Testamento va probablemente desde el 51 después de Cristo, momento en el que se escribió la primera carta a los tesalonicenses de Pablo de Tarso, hasta el 145, fecha que señala el fin del segundo gran levantamiento judío contra Roma en tiempos de Adriano. Es este también —dice— el posible momento de composición de la segunda carta de Pedro, en realidad de autor desconocido. Cada escrito dentro del Nuevo Testamento es obra de un autor individual con sus perspectivas e intereses particulares, que son también probablemente los del subgrupo cristiano al que pertenece. 

Piñero defiende que salvo las cartas genuinas atribuidas a Pablo de Tarso, siete en total, el resto de obras del Nuevo Testamento es anónimo, con la excepción del Apocalipsis (Revelación), «firmada por una anciano (‘presbítero’) llamado Juan, pero del que nada sabemos». La tradición secundaria cristiana desde mediados del siglo II procuró poner rostro y nombre a los autores de tales obras, pero esta pretensión ha sido desmontada por la exégesis moderna.

Hay acuerdo en que la tradición sobre Jesús empezó a formarse con los recuerdos sobre su persona y su obra inmediatamente después de su muerte, debido a la firme creencia de los discípulos de que había resucitado y de que de algún modo vivía entre ellos. Durante un cierto tiempo la transmisión fue oral. Más tarde se fue poniendo por escrito. Después se formaron otras tradiciones: sobre el bautismo, sobre la fracción del pan, sobre la convivencia mientras la comunidad esperaba la segunda y definitiva llegada del Mesías, etc. 

El Nuevo Testamento es el producto final y por escrito de un proceso de transmisión y de reflexión teológica. El estudio científico del Nuevo Testamento permite bucear en este complejo proceso. Intenta separar lo que es lo primitivo en la tradición, qué pertenece básicamente al relato más antiguo sobre Jesús de Nazaret o bien qué fue añadido a ella como interpretación o reflexión. Pablo de Tarso, san Pablo para los católicos hoy, ocupa un lugar preponderante en el Nuevo Testamento por la interpretación que da a la figura de Jesús y cómo configura a la Iglesia.

Cada uno de los pasos y avances de la teología del Nuevo Testamento «debió de basarse de algún modo en algo que dijo o hizo Jesús, solo que ese algo fue visto o considerado desde una óptica distinta a la que tuvo el Maestro en vida», subraya Piñero. Tal visión surgió a partir de la creencia en su resurrección, probada según sus discípulos por diversas apariciones.

La reflexión teológica se debió en los primeros momentos a la necesidad de explicar el «escándalo de la cruz» y de aclarar con mayor precisión qué había significado la vida y figura de Jesús como Mesías. Más tarde influyó el incumplimiento de las expectativas escatológicas ligadas a la «parusía»: la segunda venida de Jesús como juez para instaurar definitivamente el reino de Dios. 

Observaciones:

Antes que nada: es de justicia agradecer el enorme y excelente trabajo de Piñero, de su equipo y de la editorial Trotta. Todo lo que posibilite una lectura fresca del Nuevo Testamento es loable, y ellos lo consiguen.

Ahora bien:

1) Se echa de menos una orientación bibliográfica. En concreto, el problema del Jesús histórico, su aparente fracaso vital y su supuesta falsa escatología (¿anunciaba el fin del mundo en su propia generación?) conocen un punto de inflexión con la obra de Albert Schweitzer Geschichte der Leben-Jesu-Forschung (1913) [Historia de la investigación sobre la vida de Jesús]. A partir de ahí, hay muchas, muy valiosas y modernas aportaciones en varios idiomas.

2) No se apunta cómo algunos exégetas resuelven el aparente fracaso vital y la supuesta falsa escatología de Jesús. Católicos y protestantes suelen estar de acuerdo en los escritos más importantes de N.T. Wright (protestante, como Schweitzer), sobre todo con su The Resurrection of the Son of God (2003) [La resurrección del Hijo de Dios], dentro de la serie «Christian Origins and the Question of God» [Los orígenes cristianos y la cuestión de Dios]. Es difícil quitar galones científicos a N.T. Wright aludiendo a confesionalidad o laicismo. Lo mismo se puede predicar de Schweitzer.

3) La frase de Piñero: «A pesar de la proliferación de versiones del Nuevo Testamento en el mercado, hasta la fecha no existe una interpretación meramente histórica y efectuada con criterios estrictamente académicos» es, por lo menos, bastante discutible. Desde luego, en inglés y en alemán hay no ya libros, sino auténticas bibliotecas sobre este asunto, sobre prácticamente cada versículo del Nuevo Testamento. En castellano, por citar solo unos pocos, están los trabajos de José María Bover y de José O’Callaghan, de Juan Mateos, de Luis Alonso Schökel, la Biblia de Jerusalén (con prestigio aconfesional reconocido), la traducción literal del griego al castellano de Francisco Lacueva, etc., etc.

4) Sería útil, finalmente, una breve orientación bibliográfica del trabajo crítico exegético que explota con Die Geschichte der synoptischen Tradition (1921) [La historia de la tradición sinóptica], de Rudolf Bultmann, y llega hasta hoy: sus logros y sus límites.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.