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Por un lado, la editorial Trotta rescata la correspondencia de José Jiménez Lozano (1930-2020) con el cervantista e historiador cultural Américo Castro entre 1967 y 1972, en la que ambos intercambian opiniones sobre el catolicismo español en el marco del Concilio Vaticano II.

Y, por otro, la editorial Confluencias saca a la luz los últimos diarios del escritor bajo el título de Evocaciones y presencias. Dos obras que se complementan y que arrojan lúcidas reflexiones sobre la necesidad de la cultura para el conocimiento de la naturaleza humana.

Ahí estaba su amor por la literatura clásica castellana, que escrutaba con una mirada erasmista y, por tanto, profundamente recogida

El universo intelectual de José Jiménez Lozano se forjó ya a una edad temprana. Ahí estaba su amor por la literatura clásica castellana –de fray Luis de León a la santa de Ávila, de Miguel de Cervantes a san Juan de la Cruz–, que escrutaba con una mirada erasmista y, por tanto, profundamente recogida. Ahí estaba, por supuesto, su interés por el mundo francés del XVII, con una especial sensibilidad hacia el jansenismo y la tragedia de las monjas de Port-Royal.

Estaba la teología –¿cómo no?–, también en su acepción más francesa, abierta a la intervención de los laicos en los grandes debates contemporáneos. Estaban los nombres de unas cuantas amigas de la familia –así llamaba a las hermanas Brönte, por ejemplo–, a las que más adelante se añadirían otras como Etty Hillesum o Nadiezhda Mandelstam. Había algunas luces, algunos colores, ciertas arquitecturas, determinadas voces: la luz diáfana del Císter, los ojos del icono, la piedra humilde del Románico, las estancias holandesas, los giros populares castellanos. Estaba también el periodismo, que nuestro autor sabía leer desde una clave culturalmente amplísima. Cuando llegó al Concilio Vaticano II como corresponsal de El Norte de Castilla, su posicionamiento ya era de nítida inspiración reformista y crítico con el tradicionalismo católico español.

Correspondencia. Trotta. 242 págs. 17’10 € (papel) / 11.39 € (digital)

En la correspondencia que acaba de publicar Trotta entre Américo Castro y José Jiménez Lozano, que abarca de 1967 a 1972, estas ideas se encuentran ampliamente ejemplificadas. Y resulta fascinante observar el diálogo entre estos dos hombres, movidos por una idéntica pasión hacia el drama de España. «La cuestión española es mi pesadilla –le escribe Américo Castro en una carta fechada el 24 de julio de 1967–. Pude ver de cerca cómo se desmoronaba la Segunda República en medio de la inconsciente impotencia de sus dirigentes. […] Me echaron de un diario republicano por parecerles yo protector de las órdenes religiosas, lo cual no impidió que en julio de 1936 la radio fascista anunciara con fruición mi fusilamiento. […] Llegué así a la conclusión en los años amargos (1938, 1939) de que ambas facciones fratricidas eran ángulos de un mismo vértice».

PECULIARIDAD HISTÓRICA ESPAÑOLA

Pero ¿dónde se situaba la peculiaridad histórica española? La respuesta de Américo Castro la encontramos en esta misma misiva: «Todo, en suma, vino del horror a ser tomado por judío, de satisfacerse con la hidalguía y la fácil riqueza». Jiménez Lozano, profundo lector de la obra del cervantista granadino, adoptará esta idea como criterio fundamental para interpretar la realidad española y lo que él denomina «catolicismo hispánico», tan distinto del francés y del alemán. Con un tono desasosegado, afirmará en una carta fechada el 12 de marzo de 1968:
«Parece que lo mejor es aquí ser católico al estilo hispánico, esto es, dejando de lado las cuestiones religiosas y pedir confesión a la hora de la muerte».

Es decir, una fe más política que fiel a la conciencia, más social que íntima. «Al católico castizo –había escrito un año antes– le preocupan menos los problemas teológicos que el hecho de que haya un solo español que no sea de la casta cristiana o que reniegue de ella por ponerse a pensar».

Jiménez Lozano adoptará la idea de Américo Castro como criterio fundamental para interpretar la realidad española y lo que él denomina «catolicismo hispánico»

Y, en otra carta, tras un encuentro con Miguel Delibes y el propio Américo Castro en Valladolid, muestra su escepticismo hacia el impacto real de las reformas conciliares en la sustancia cultural del catolicismo español: «En mi opinión, el Vaticano II ha creado en el país uno de esos estados de espíritu mesiánico que usted ha descrito como constitutivos de nuestro ser españoles, entre la minoría religiosa reformista. […] Pero el cristianismo teocéntrico, cristocéntrico, paulino, espiritual, laico, acentuando la primacía de la caridad, que significa el concilio –y que fue el de fray Luis, Cervantes y Juan de Ávila– no puede ser entendido vitalmente, esto es, asimilado y personalizado en nuestro talante, en nuestras estructuras mentales y sentimentales de cristianos viejos, así como así».

EL TRIUNFO DE LA IDEOLOGIZACIÓN

En Evocaciones y presencias, el último tomo de sus diarios, publicado póstumamente, y que recoge las notas personales escritas por Jiménez Lozano entre 2018 y 2020, esta línea de reflexión persiste con matices más crepusculares, casi sombríos.

En efecto, el ímpetu reformador del concilio no calaría en las viejas estructuras mentales y sentimentales del cristianismo hispánico, sino que daría paso al «triunfo de la ideologización del freudo-marxismo, y la aniquilación de todo lo demás». Se diría que no fue ese catolicismo culto, de raíz erasmista y francesa –con el que soñaba Jiménez Lozano–, el que guió el posconcilio, sino una furia iconoclasta que buscaba mimetizarse a toda costa con los prejuicios de la época.

Evocaciones y presencias. Confluencias. 258 págs. 20,80 €

Esa es, al menos, la lectura que realiza el autor abulense en sus últimos diarios y que le lleva a afirmar, con dolor, que el catolicismo actual «parece un psicologismo teologizado al modo popular, capaz de degradar cuanto toca o de llegar hasta extremos cómicos». Pero no solo el cristianismo, también la cultura universal, banalizada por un emocionalismo vacuo, desprovista de referentes clásicos y de modelos ejemplares.

El pesimismo recorre estas páginas, de quien no deja de asombrarse ante la erosión de un mundo cultural de afectos y pensares. Reflexionando sobre la sentencia contraria a la extradición de Puigdemont en Alemania, comenta: «Quizás en el fondo lo que ocurre es demasiado trágico, y lo que no queremos ver es que estamos asistiendo a la liquidación total de España. Al fin y al cabo, Europa sigue mirándonos y tratándonos como unos pobres subdesarrollados. Y con gran complacencia para una mayoría que está encantada con esa flauta de Hamelín del progreso».

En sus últimos diarios, se lamenta porque nuestras motivaciones culturales parecen haber dicho adiós al conocimiento real de la naturaleza humana

Y, citando a Lévinas, observa que «la democracia, por sí sola, no puede conjurar los demonios de la mentira y el odio». Y no puede hacerlo porque nuestras motivaciones culturales parecen haber dicho adiós al conocimiento real de la naturaleza humana. Un conocimiento que depende del amor a las letras y a la verdad, porque «si antes de los veinte años le llega a uno el dolorido sentir de Garcilaso o Petrarca, la armonía y claridad de Grecia y la alegría y simplicidad de Belén, ya está salvado para la humanitas. De otro modo es muy difícil». La lectura conjunta de ambos libros nos habla de esta dificultad y de su opuesto: el gozo –y la urgencia– de la cultura, su necesidad imperiosa. 

Licenciado en Derecho. Columnista, crítico literario y asesor editorial.