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La editorial Siruela, pulcra responsable de la traducción al español de casi todas las obras de George Steiner (París, 1929-Cambridge, 2020) nos ofrece en este 2021 una voluminosa entrega que faltaba, Un lector, obra compuesta por 507 páginas de gran formato y apretada tipografía. Ahora bien, en realidad, no supone ninguna novedad, ya que está compuesta por textos publicados entre 1958 y 1980, que Steiner seleccionó de su propia obra para componer una antología a petición de Oxford University Press. Firma el prólogo en junio de 1983.

CLAVES BIOGRÁFICAS

No deja de resultar significativo que  nel mezzo del cammin della sua vita se le haga tal petición. Supone, desde luego, que la obra es tan extensa como para que resulte útil una antología y que la aportación es tan prestigiosa como para no poder esperar a los resultados madurados por el tiempo, como suele ser común en el campo de las humanidades.

A veces, se le ha llamado a Steiner príncipe de ensayistas. Su biografía parece hecha a propósito para certificar tal condición. Su madre, vienesa, su padre un judío, alto empleado de la banca austriaca, que, con certera intuición de lo que venía, abandona Austria en 1924. George nace en París en 1929. En 1940 marcha la familia a Nueva York. Viene más tarde la carrera académica en EE.UU.: su ingreso en Yale (1949), después en Harvard, desde donde conecta con el equipo editorial de The Economist. En 1956 lo encontramos en Princeton y a la muerte del mítico crítico literario Edmund Wilson (1966) le sucede en la revista New Yorker. Escribe en The Times Literary Supplement. Con todo, su vinculación académica más constante ha sido con Cambridge (también con Oxford). Pero no acaba esto aquí. “Soy una ‘persona de montaña’, diferente de aquella que encuentra eco y espejo en el mar. Me encuentro verdaderamente en mi piel cuando estoy cerca de las montañas, o rodeado de ellas. Esto, junto con su natural multilingüismo, ha hecho que para mí Ginebra y su universidad sean una felicísima sede. Las montañas las tengo a la puerta. Estoy convencido de que existen vínculos de conciencia entre el amor a las montañas y las elecciones que hace un individuo entre las opciones filosóficas, musicales y estéticas” (pág. 23). Ginebra, también.

Un lector. George Steiner. Editorial Siruela (2021). 507 págs.

George tiene como lenguas maternas francés, inglés y alemán. Maneja italiano y otras lenguas, desde luego latín y griego, que forman parte indescontable de la exquisita formación de humanista que recibió.  No sé cómo andaba de hebreo, siendo así que la Biblia y las referencias a la religión judía fueron fundamentales en su obra. Tampoco conocía el ruso ni el español. Sobre nuestro idioma tienen sentido las alusiones que se encuentran a Borges y a san Juan de la Cruz. Pero poco más. Nadie es perfecto.

Estaríamos tentados de pensar que así, cualquiera. Pero sería una trivialidad. La imponente preparación de George Steiner se pone al servicio de una lectura de su tiempo que ha destacado por un sentido común y que deja en evidencia el carácter superficial, inhumano, de lo políticamente correcto y la palabrería tecnocrática que en el siglo XX se ha apoderado de la educación.

CRÍTICA LITERARIA

Los estudios de literatura a principios del siglo XX eran estudios de historia de la literatura con sus listas de obras, biografías de autores y poco más. Los comienzos de Steiner se sitúan en la época de la reacción a esta situación Es el New Criticism del mundo anglosajón, que se fija en la obra en sí. Es el estructuralismo que adopta la pregunta de cómo se hace una obra literaria, cuestión fundamental para la escuela del Formalismo ruso.

George Steiner, lector impenitente, amigo de Richards y lector de Claude Lévi-Strauss, no se entrega, sin embargo, ni al aislacionismo de escuela anglosajona (a él le parece provinciano) ni al cientificismo de la Nouvelle critique francesa. Es un crítico literario y le interesa sobre todo la literatura en cuanto es elaboración del lenguaje, facultad humana por excelencia.

Supone que lo primero en el ejercicio de la educación es enseñar a leer y a expresarse (oralmente y por escrito) a los alumnos, la primera función del profesor (y del crítico) es la de entrenadores del lenguaje. Con esta presuposición, los textos literarios aparecen como un lugar privilegiado en cuanto consisten en llevar a sus últimas consecuencias las posibilidades que ofrece el idioma y también porque suponen una encrucijada semiótica en la que se entrecruzan lo intelectual, lo estético y lo sentimental. Discernir estos textos supone afinar mucho en el proceso de comunicación, en la capacidad específicamente humana de entender y hacerse entender.

La crítica literaria tiene por objeto obtener las claves de todo tipo que explican lo que un texto significa (denota y también connota) y por qué llega a significar lo que significa. Desde luego, en la labor de cada día, las claves quedarán con frecuencia implícitas, porque no se trata de lucir conocimientos teóricos, sino de asimilar principios hermenéuticos que sean de utilidad.

Huye del peligroso retablo de las maravillas teórico: alguien aprende de memoria en la Universidad abstrusas e incomprendidas teorías que devuelve en forma de examen al catedrático y, luego, los mismos apuntes serán transmitidos a los alumnos de ese alguien que entienden menos (si cabe) lo que tampoco entiende su profesor, pero que lo aprenden también de memoria y lo ponen negro sobre blanco en el correspondiente examen y así sucesivamente… De este modo, no es de extrañar que las asignaturas de Lengua y Literatura se lleven la palma en el aborrecimiento discipular. Una reunión que concierne a algo tan importante para la persona como el dominio del lenguaje se convierte en sesión de tortura en vez de en fiesta de la palabra. Como dice Steiner, “Kierkegaard estableció una distinción cruel, pero no nos vendrá mal tenerla en cuenta cuando entramos en un salón a dar una conferencia sobre Shakespeare, sobre Coleridge o sobre Yeats: Hay dos caminos –dijo-. Uno es sufrir; el otro convertirse en profesor del sufrimiento ajeno (pág.43).

Hay que tener en cuenta también que la literatura no es una serie de objetos que van apareciendo a través de la historia, sino más bien un tipo de comunicación. El arte hecho con palabras de que hablaba Aristóteles en su Poética no se concreta de igual modo a través de los siglos. La literatura es un fenómeno que suele entrañar unas características especiales del texto, pero que también supone unas condiciones por parte del autor, por parte del receptor y por parte del medio. Un texto de otro tiempo que ya no se comprende deja de ser literario para el que no puede gozar de él, un texto al que se acude para contar el número de sustantivos deja de ser literario al cambiarle su finalidad. La crítica literaria que ejerce el profesor consistirá muchas veces en realizar las operaciones precisas para recuperar la literalidad.

Los tiempos cambian rápidamente en esta primera mitad de la carrera de Steiner que tiene por frontera 1980. El profesor de hoy deberá tener en cuenta que las recreaciones de las acciones humanas, contenido de la literatura según Aristóteles, han sido adquiridas en primer lugar por todos sus alumnos a través de la televisión y del cine: la importancia de otros lenguajes que no son el idioma ha cobrado una dimensión que de ningún modo pudo prever el primer teórico de nuestra cultura occidental.

Y se adivinaba ya que el avance que cambiará nuestras vidas en el siglo XXI, la comunicación por internet, afectará, sin duda, también a la literatura. Cuando todos los textos se encuentren disponibles en la red, tal vez obtengamos una nueva frontera entre lo literario y lo que no lo es: el texto encuadernado como objeto artístico que tenemos en la mesilla y que abrimos al volver a casa por la noche se diferenciará del que leemos en pantalla con una finalidad práctica cualquiera. Según lo que decía antes, eso puede ser así, aun tratándose de un mismo texto: en la red tomaré poemas de Bécquer para conseguir ejemplo de oraciones causales y en el libro los leeré como poesía. ¿Pero eso convierte en más literario un recetario de cocina encuadernado en pasta española que leo para entretenerme que la poesía de Lope a la que acudo por cualquier obligación?

Son preguntas que se atisban en la obra de Steiner y que ahora están ahí, pero en esta etapa todavía no estaban explícitamente presentes.

George Steiner es el crítico del sentido común. Concibe su tarea como la labor de un lector inteligente que comenta a otros lectores obras inteligentes también. En la antología de referencia, empieza por Dostoievsky y Tolstoy, (porque son dos grandes se la literatura universal y le interesan (recordemos que no sabe ruso). Pero encabezar una escuela, proponer un modelo o sugerir una metodología no entra en su proyecto. En el artículo de New Literary History que selecciona (págs. 78-111), nos dice: “lo que necesitamos no son programas de humanidades, escuelas de escritura creativa, programas de crítica creativa (…). Lo que necesitamos son lugares, por ejemplo, una mesa con algunas sillas alrededor, en las que volvamos a aprender a leer, a leer juntos (…). Necesitamos casas de y para la lectura en que un silencio suficiente despierte las fibras de la memoria. Si el lenguaje, bajo la presión del asombro (el valor añadido) del significado múltiple, si la música del pensamiento tienen que perdurar, no serán más críticos, sino más y mejores lectores lo que necesitamos”.

No sé cuántos piensan así, pero sí que nadie, salvo Steiner se atrevería a decirlo.

“Lo que necesitamos son lugares, por ejemplo, una mesa con algunas sillas alrededor, en las que volvamos a aprender a leer, a leer juntos”

LITERATURA Y COMPROMISO

Steiner se toma en serio la literatura porque se toma en serio el lenguaje. En los años en que escribe menciona con frecuencia las cuestiones de comunicación que había puesto sobre la mesa el canadiense Marshall McLuhan y que interesarían también a la Escuela de Frankfurt. Lenguaje y no solo lengua natural o idioma es una forma de decir cultura, es el modo como se manifiesta la humanidad.

Por eso, un judío como él, llega a hablar de la corrupción de la lengua alemana después de la shoah. Está en la estela de Orwell. Desde luego, la lengua no es culpable, pero a Steiner se le torna una realidad inaceptable la simultaneidad de la esfera de Auschwitz y la de un recital de Beethoven. Las cámaras de tortura y la gran biblioteca, contiguas en el espacio y en el tiempo. Las “cuestiones alemanas” son centrales en Un lector. Claro que esto tiene que ver con su biografía, con una cierta mala conciencia  de “superviviente” de una familia judía que ha ido huyendo por delante de Hitler:

En el gueto de Varsovia, un niño escribió en su diario ‘tengo hambre, tengo frío: cuando sea mayor quiero ser alemán, y entonces ya no volveré a tener hambre, ni volveré a tener frío’. Y ahora quiero escribir de nuevo esa frase: Tengo hambre, tengo frío, cuando sea mayor quiero ser alemán, y entonces ya no volveré a tener hambre, ni volveré a tener frío’.  Y decirla muchas veces como plegaria por el niño, como plegaria por mi propia persona. Porque en el momento en que se escribió esta frase yo comía, más de lo que dicta la necesidad, y dormía caliente, y permanecía en silencio” (pág.288).

Steiner presta atención a la crítica marxista y admira la inteligencia del húngaro György Lukács. Justo porque no puede contemplar la literatura a la luz de esta locución francesa, ya proverbial respecto de lo frívolo, que afirma: ce n’est que de la littérature” (págs. 62), tiene sentido preguntarse por la literatura realista que propugna el marxismo. Al fin, sin embargo, Steiner no dejará de ver las contradicciones por demás evidentes, las consecuencias esperpénticas de esta opción ideológica. Dice el biógrafo de Lukács, Fritz J. Raddatz:

Theodor W. Adorno describió en una ocasión a Lukács como alguien que “lucha desesperadamente con sus cadenas y se imagina que su tintineo es la marcha del espíritu del mundo”. Una de las últimas anécdotas de la vida de Gtörgy Lukács chirría como esas cadenas. Tras encarcelarlo de noche en Budapest en 1956, conducirlo rápidamente en coche con las cortinillas echadas a un aeropuerto militar desconocido, llevarlo en un avión sin emblema a un país ignoto y tras llegar al fin a una villa de apariencia palaciega situada junto a un mar rutilante, en la que vivía medio como huésped oficial ceremoniosamente agasajado, medio como presidiario, pero siempre sin saber en absoluto donde se encontraba, György Lukács comentó “ Pues [en contra de lo que penaba] sí, Kafka es un realista”.

La lengua no es culpable, pero a Steiner se le torna una realidad inaceptable la simultaneidad de la esfera de Auschwitz y la de un recital de Beethoven

Lo que el compromiso de George Steiner no podrá obviar nunca es el de la relación del lenguaje con el sentido, el optimismo de comprender que el ser humano está destinado a conocer y expresar lo que conoce y entender lo que conocen y comunican los demás. No a enviscarse indefinidamente en el equívoco.  Sentido y sentimiento son incompatibles con el relativismo, comprometen la “presencia de Dios”.

Steiner lo expresa con un relato al estilo de la Biblia hebrea:

«Dios se cansó del salvajismo del ser humano. Tal vez Él ya no fuera capaz de controlarlo y ya no pudiera reconocer su imagen en el espejo de la creación, ha dejado al mundo en manos de sus inhumanas invenciones y mora ahora en algún rincón del universo, tan remoto que sus mensajeros ni siquiera pueden llegar hasta nosotros. He supuesto que Él se alejó en el siglo XVII, momento que ha sido la constante divisoria en nuestra argumentación. En el siglo XIX Laplace anunció que Dios era una hipótesis que en adelante le resultaría innecesaria al espíritu racional. Dios le tomó la palabra al gran astrónomo. Mas la tragedia es la forma del arte que exige la intolerable carga de la presencia de Dios. Ahora está muerta porque su sombra ya no cae sobre nosotros como caía sobre Agamenón, Macbeth o Atalía” (pág. 185).

“Nos sentimos enredados constantemente en una urdimbre de crisis que nos flagela” (pág. 478), nos dice Steiner hacia el final (que no es un cierre).  Para conocer el desarrollo posterior de su pensamiento es preciso seguir la bibliografía abajo citada y, desde luego, si alguien no la conoce, leer la relativamente pequeña obra Presencias Reales (1989). Sin falta.

BIBLIOGRAFÍA. Ensayos

Consignamos los libros críticos de George Steiner, que están traducidos al español. Prescindimos de su obra de creación. Resaltamos en negrita aquellas obras que se han tenido en cuenta para componer la antología. En el libro se incluyen además un artículo de New Literary History (1979), otro de The New Yorker (1980) y fragmentos de Heidegger, En lo profundo del mar y Sobre la dificultad y otros relatos.

  • 1960 –  Tolstoi o Dostoievski. Madrid, Ediciones Siruela, 2002.​
  • 1961 – La muerte de la tragedia, Barcelona, Azul Editorial, 2001.
  • 1967 – Lenguaje y silencio: ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano, Barcelona, Editorial Gedisa, 1994.
  • 1971 – En el castillo de Barba Azul: aproximación a un nuevo concepto de cultura, Barcelona, Editorial Gedisa, 1991.
  • 1972 – Extraterritorial: ensayos sobre la literatura y la revolución lingüística, Barcelona, Barral Editores, 1973.
  • 1973 – Campos de fuerza: Fischer y Spasski en Reykiavic, Madrid, La Fábrica, 2004.
  • 1974 – Nostalgia del absoluto, Madrid, Ediciones Siruela, 2001.​
  • 1975 –Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción, México, Fondo de Cultura Económica. 1995.
  • 1978 – Heidegger, Madrid, Fondo de Cultura Económica,2001.
  • 1978 – Sobre la dificultad y otros ensayos, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2001.
  • 1984 – Antígona: una poética y una filosofía de la lectura, Barcelona, Editorial Gedisa, 1987.
  • 1984 – Un lector, Madrid, Editorial Siruela 2021.
  • 1989 – Presencias reales, Barcelona, Editorial Destino, 1992.
  • 1996 – Pasión intacta: ensayos (1978-1995), Madrid, Ediciones Siruela, 1997.
  • 1997 – Errata: el examen de una vida, Madrid, Ediciones Siruela, 1998.
  • 2001 – Gramáticas de la creación, Madrid, Ediciones Siruela, 2005).​
  • 2003 – Los logócratas, Fondo de Cultura Económica, FCE, Siruela, 2006.
  • 2004 – Lecciones de los maestros, Madrid, Ediciones Siruela, 2004.
  • 2004 – Prefacio a la Biblia hebrea, Madrid, Ediciones Siruela.
  • 2005- La idea de Europa, Madrid, Ediciones Siruela, 2005.
  • 2005 – El silencio de los libros (Michel Crépu, coautor).Madrid, Ediciones Siruela, 2011.
  • 2008 – Los libros que nunca he escrito, Madrid, Ediciones Siruela, 2008.
  • 2011 – La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan. Madrid, Ediciones Siruela, 2012.
Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Gramática General y Crítica Literaria de la Universidad de Sevilla y profesor de investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid). Director de Revista de Literatura (CSIC) y editor-director de Nueva Revista (UNIR). Académico correspondiente de la Academia Argentina de Letras, Academia Chilena de la Lengua y Academia Nacional de Letras del Uruguay. Premio Internacional Menéndez Pelayo.