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Gabriel Marcel (París, 1899-París, 1973) es uno de los pensadores más importantes del siglo XX. Su filosofía suele consultarse en el anaquel dedicado al existencialismo cristiano o personalismo. Su obra más importante es El misterio del ser.


 

Homo-viator-Marcel

Gabriel Marcel: Homo viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza. Ediciones Sígueme, 2022


En Homo viator, la editorial Sígueme (Salamanca), que ofrece en castellano gran parte de su obra, recoge una serie de conferencias escritas por Marcel durante la ocupación nazi de Francia, entre las que destacan «Yo y el otro» y «Esbozo de una fenomenología y una metafísica de la esperanza». Homo viator significa en latín ‘hombre viajero’, es decir, el peregrino por esta tierra, todos.

En la ponencia «Yo y el otro», Marcel expone que no se puede afirmar nada de uno mismo que sea auténticamente uno mismo; nada que sea permanente, nada que esté fuera del alcance de la crítica y de la duración. «De ahí esa necesidad loca de confirmación por lo exterior, por el otro, esa paradoja en virtud de la cual es del otro, y solo de él, de donde a fin de cuentas el yo más centrado sobre sí mismo espera su investidura» (p. 28).

Lo que sigue parece que lo hubiera escrito pensando en algunos de nuestros contemporáneos influencers:

«El que adopta una pose, aquel que solo parece estar preocupado por los demás, en realidad no está ocupado más que consigo mismo». El otro le interesa en la medida en que es capaz de formarse de él una imagen favorable que a su vez hará suya. «Sería interesante investigar cuál es el clima social que más favorece la pose, cuáles son, por el contrario, las condiciones más apropiadas para no fomentarla». Por el hecho mismo de que el otro no es tratado «más que como una caja de resonancia o un amplificador, tiende a convertirse para mí en una especie de aparato que puedo o creo poder manipular, o del que puedo disponer» (pp. 28-9).

La noción de don

Marcel opina que una causa de lo anterior es el régimen de competición al que está sometido el individuo en el mundo contemporáneo y sobre todo el error de concebir el yo como la guarida de la originalidad. Aquí inserta la noción de don:

«Lo mejor de mí no me pertenece, no soy en absoluto su propietario, sino solo depositario. No tiene ningún sentido preguntarse, a no ser en un registro metafísico que actualmente ya no es el nuestro, de dónde vienen esos dones, cuál es su procedencia. Por el contrario, lo que importa de entrada es saber qué actitud adoptaré ante ellos» (Gabriel Marcel).

Nadie posee méritos previamente poseídos (p. 31).

Un don no es nunca pura y simplemente recibido. El don es una llamada a la que se trata de responder; es como si hiciera brotar en nosotros una cosecha de posibles, «entre los cuales tendremos que escoger, o más exactamente actualizar, aquellos que se acomodan mejor a la petición que se nos ha dirigido desde dentro, y que solo es en el fondo una mediación entre nosotros mismos y nosotros mismos» (p. 74).

En la ignorancia del don radica su denuncia contra los falsos ideólogos, que hacen proliferar «hasta el infinito la mentira interior», que espesan, hasta convertirlo casi en inextirpable, «el revestimiento que se interpone entre el ser humano y su naturaleza verdadera» (p. 32).

La persona

Marcel profundiza en el concepto de persona señalando que nos afirmamos como tales en la medida en que asumimos la responsabilidad de lo que hacemos y decimos, ante nosotros mismos y ante los demás. «Esa conjunción es precisamente la  característica del compromiso personal, que es la marca propia de la persona» (p. 33). A esa nota, añade una segunda, «la disponibilidad» (p. 35).

Alguien puede concebirse también como puro mecanismo y dedicarse esencialmente a tratar de controlar lo mejor posible “su máquina”. «Todo esto no tienen en sí nada de contradictorio. Sin embargo, la reflexión más simple muestra que esta maquinaria está inevitablemente al servicio de ciertos fines que me corresponde plantear, y que no serán tales más que por el acto por el cual yo los reconozco y los establezco. La experiencia muestra solo que este acto puede permanecer casi insospechado para aquel mismo que lo realiza» (p. 36).

Marcel razona que es imposible pensar el orden personal sin considerar al mismo tiempo lo que está más allá de ella o de él, una realidad suprapersonal, que preside todas sus iniciativas, que es a la vez su principio y su fin (p. 38). Los signos para saber si la persona avanza o retrocede son el valor de la verdad y de la justicia. «Esta cuestión adquiere hoy una agudeza trágica, ante las multitudes fascinadas, fanatizadas que, apoyadas en órdenes aceptadas sin rastro de control o de reflexión, se han lanzado a la muerte cantando» (p. 39) [recuérdese que Marcel está escribiendo estas líneas en una Francia ocupada por los nazis].

¿Qué es la esperanza?

En la conferencia titulada «Esbozo de una fenomenología y una metafísica de la esperanza»,

Marcel impacta con dos hallazgos: cuanto menos se experimente la vida como cautividad, menos será capaz el alma de ver brillar la esperanza; el segundo: solo hay esperanza propiamente hablando confrontados ante la tentación de desesperar, y superándola, con o sin esfuerzo.

En el “yo espero” no hay afirmación dirigida hacia y al mismo tiempo contra un interlocutor presente o imaginado, como ocurre con el  “dudo” o  “estoy seguro” (expresiones de autosuficiencia).

Esperanza no es optimismo, entre otras razones porque no sabemos antes de la prueba lo que hará de nosotros. «En último análisis, el optimista en cuanto tal se apoya siempre en una experiencia en absoluto captada en lo más íntimo y lo más vivido de ella misma, sino, por el contrario, considerada a una distancia suficiente como para que ciertas oposiciones se atenúen o se fundamenten en una cierta armonía general» (p. 46).

La crispación o la rigidez —añade Marcel— son impaciencia, que hay que combatir como pruebas destinadas a suprimirse y transformarse dentro de un cierto proceso creador (p. 51). No hay que cambiar violentamente el ritmo del otro por el propio ritmo de uno; habrá que tener confianza en un cierto proceso de crecimiento o de maduración, interviniendo, pero bajo esas pautas. La paciencia se opone radicalmente al acto por el que desespero del otro.

La esperanza tampoco es el autoengaño de hacernos tomar nuestros deseos o nuestros temores por realidades. Con la disposición interior de abandono espiritual se trascenderá  toda posible decepción y se conocerá «una seguridad del ser o en el ser, opuesta a la radical inseguridad del tener». No se puede decir que la esperanza vea lo que será; pero ella lo afirma como si lo viera. La esperanza siempre está vinculada a una comunión.

La desesperación y soledad son, en el fondo, rigurosamente idénticas. Vivir en esperanza es obtener de sí mismo el ser fiel en las horas de oscuridad. Se trata de una fidelidad cuyo principio es y seguirá siendo siempre el misterio mismo entre una buena voluntad, la única contribución posible de la que somos capaces, y las iniciativas de fuera de nuestro alcance, «allí donde los valores son gracias» (Gabriel Marcel).

Familia y paternidad

En «El misterio familiar», a partir de la profundización en la fidelidad y la esperanza, llega a esta conclusión:

«Contrariamente a la ilusión tenaz que mantiene el humanismo, habría que afirmar que las relaciones familiares, como las cosas humanas en general, no presentan por sí mismas ninguna consistencia, ninguna garantía de solidez; solo donde se remiten a un orden sobrehumano, del que solo nos es dado aquí abajo captar las huellas, revisten un carácter auténticamente sagrado» (p. 108).

En «El voto creador como esencia de la paternidad», recuerda que si «intentamos definir la paternidad en términos estrictamente biológicos, en verdad no estamos hablando de ella, sino solo de la procreación; si hacemos intervenir consideraciones de orden jurídico o sociológico, nos exponemos a un peligro no menor: el de ver reabsorberse la paternidad en una concepción puramente relativista; desde este punto de vista, solo se dejaría definir en función de una civilización histórica dada, de estructuras religiosas y jurídicas puramente transitorias» (p. 110).

El gesto de la procreación es capaz de realizarse en condiciones tales que el hombre no guarde de ellas más que un recuerdo indistinto y «pueda desinteresarse totalmente de sus consecuencias, puesto que estas se desarrollarán fuera de él, y como en otro mundo con el que no se comunica directamente» (p. 113). 

El instituto genésico como vocación

Para encuadrar bien el problema de la paternidad, Marcel propone equiparar el instinto genésico a una vocación. «Este acercamiento no parece arbitrario, a no ser que uno se forme de la vocación una idea exangüe y descolorida; si ella no fuera más que un gusto o una actitud, está claro que no podría resistir el examen» (p. 117).

En «Obediencia y fidelidad», finalmente, recuerda que la obediencia puede y debe ser exigida (bajo ciertas condiciones, dentro de claros y justos marcos normativos), mientras que la fidelidad por el contrario debe ser merecida. «La fidelidad no es humanamente exigible, no mucho más que el amor o la vida. No puedo exigir de otro que me responda, no puedo incluso ni exigir razonablemente que me escuche, y siempre podré pensar que si no me responde es porque no me ha oído» (145).

El resto de conferencias dentro del volumen Homo viator se titulan «Valor e inmortalidad», «Situación peligrosa de los valores éticos», «El ser y la nada» (sobre el libro de Jean-Paul Sartre), «El rechazo de la salvación y la exaltación del hombre absurdo», «Rilke, testigo de lo espiritual» y «Camus y El hombre rebelde», además de dos textos inéditos: «Filosofía pascual» y «Muerte e inmortalidad».

La lectura de Homo viator no es siempre fácil, pero casi nunca es fácil un texto que valga la pena. La sabiduría que se halla, por ejemplo, en las explicaciones de Marcel sobre la esperanza o la paternidad compensan con mucho el esfuerzo.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.