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Voy tocar cuatro o cinco asuntos todos muy conectados. El primero tiene que ver con una pregunta que quizá quedó sin respuesta: por qué se produjo la repetición electoral, que es relevante para entender también cómo se han movido los actores. El segundo, los temas que van a centrar la campaña electoral. Luego, los posibles resultados. La última, que a mí es la que me parece fundamental, dada la situación del país: si va a ser factible una investidura o si por el contrario vamos a tener que volver una vez más a una repetición de elecciones. Con motivo de los comicios de abril recordé algo de Jeremías Bentham, cuando hablaba de democracia radical: democracia radical es, decía, la posibilidad de votar todos los años. Pues los españoles vivimos en una democracia radical: estamos votando todos los años. Dios quiera que volvamos otra vez a una democracia representativa normal, que salgamos de la excepcionalidad.

Dijo algún representante del PSOE una semana después de las elecciones de abril que íbamos a unas nuevas elecciones. Ya entonces había una cierta conciencia de que no sería posible un acuerdo, pero también de que quizás no interesara un acuerdo. ¿Forzó el Gobierno una nueva cita electoral o por el contrario le fue imposible forjar el acuerdo que necesitaba? Es una cuestión no baladí. Influirá en el próximo voto del 10 de noviembre.

El PSOE o quien tiene la capacidad para decidir sobre estas cuestiones y transmitirle después al presidente lo que opina, hizo el siguiente cálculo: ‘Con 123 escaños, sin posibilidad de mayoría aún pactando con Podemos, nuestra legislatura será una auténtica tortura. Permanentemente necesitaremos apoyarnos en partidos independentistas y eso al final acabará teniendo consecuencias muy negativas. Con lo cual quizá lo mejor sea frustrar la investidura y esa frustración de investidura, si no aparecemos como los culpables, tendrá después un beneficio electoral indudable’. ¿Por qué un beneficio electoral? Por dos datos que estaban claramente a la vista: la revuelta catalana (habría ya sentencia del proceso a los líderes políticos catalanes por un lado), y por otra parte el Brexit. 

La revuelta catalana y el Brexit son dos situaciones que generan entre la ciudadanía una sensación de temor, de cierto miedo. La respuesta que habitualmente se produce bajo este tipo de situaciones es que la población, en su mayoría, acaba votando al Gobierno de turno. Es un mecanismo automático: ’Tenéis nuestro apoyo’. El intentar no dotar de una mayoría al partido que ha tenido el mejor resultado electoral bajo condiciones de inestabilidad hace que la gente tienda a decir: ‘Que alguien por fin pueda gobernar, por tanto dotemos de un plus de votos al PSOE, que es el que el que realmente puede sacarnos de esta situación’.

No iban desencaminados los estrategas del PSOE, sobre todo si nos fijamos en los datos del CIS de septiembre. Las encuestas daban al PSOE un plus por la inestabilidad y se iba a castigar a uno de los responsables de la ingobernabilidad, todos sabemos a quién me estoy refiriendo, alguien que podría haber aspirado al título de vicepresidente perpetuo del reino de España, y que por empeñarse en ser el líder de la derecha y por tanto en algún momento cercano presidente del Gobierno, va a dejar de ser vicepresidente del Gobierno perpetuo de España. Podía haber sido Hans-Dietrich Genscher, el ministro de Exteriores cuasi perfecto de Alemania, de la FDP, y Ciudadanos podía haber ocupado ese lugar, quizá incluso exigiendo la vicepresidencia. Pero no. Evidentemente eso perjudica a Ciudadanos, un sector de cuyos votantes son personas de orden, y por tanto ponen la gobernabilidad por encima de radicalismos ideológicos. Lo estamos viendo. Los datos de fidelidad del CIS son absolutamente claros. El paso en falso lo dio el presidente de Ciudadanos.

La impresión que nos dieron nuestros partidos políticos durante las negociaciones es que nuestros partidos políticos no eran partidos políticos, eran partidos de líder. Los partidos políticos actuales en España, como consecuencia de la nueva forma generalizada de elección del liderazgo que son las primarias, se han convertido en los subordinados del líder que los controla. Antes los controlaba un núcleo dirigente, que era normalmente el que ocupaba los cargos fundamentales del partido. Ahora son partidos populistas: todo para el líder. La mayoría otorgada por los militantes habilita al líder el poder absoluto dentro del partido.

Esto no es un fenómeno exclusivamente español pero es algo que en España hemos vivido de una manera intensa en las negociaciones. Quien decidía la postura de Podemos era Pablo Iglesias, además con preguntas muy sibilinas que las dirigía después supuestamente a las bases, sabiendo ya perfectamente cuál iba a ser la respuesta, porque es una democracia de militantes conectados a la cúspide. El PSOE es lo que dijera Pedro Sánchez. El nuevo PP, subrayo lo de nuevo, es el partido de Casado. Antes no era así. Ahora es el partido de Casado porque tiene la legitimidad de los militantes del PP. Y Ciudadanos es la criatura de Ribera: siempre lo fue y lo seguirá siendo porque no creo que incluso teniendo resultados malos, como se prevé, vaya a dimitir.

Si existe una subversión del resultado de ambos bloques, es decir, que gana el bloque de la derecha, tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias deberían dimitir, porque sus manos tuvieron la posibilidad de que existiera un Gobierno de izquierdas, y deberían por tanto ejercer su responsabilidad por no haber intentado acceder al pacto. Para Pedro Sánchez lo fácil era echar las culpas a Podemos. Contaba con algo que no están reflejando las encuestas: el derrumbe de Podemos. Contaba también con la posibilidad de que concurriera Errejón, posibilidad confirmada, pero Errejón no va a alterar sustancialmente los resultados electorales, por lo menos por lo que dicen las encuestas. 

¿Cuáles son los temas que centran la campaña? Aquí es donde nos damos cuenta de que las predicciones que se hicieron desde la Moncloa no se están cumpliendo. El Brexit sigue sin cerrarse. Habrá con toda probabilidad una ampliación de la prórroga del plazo. Esto significará que hasta después del proceso electoral no se cristalizará esa situación que pudiera inquietar a los españoles. Además, estamos viendo que el Brexit puede ser una historia interminable. Y no se había pensado en la dimensión violenta de la revuelta catalana. La revuelta catalana se está convirtiendo poco a poco en una revuelta que lejos de encontrar una respuesta pensada racional, bien meditada por parte de los votantes, encuentra una respuesta profundamente emocional.

¿A quién beneficia una respuesta emocional al obstáculo de Cataluña? A Vox, fundamentalmente y al PP, es decir a aquel partido que según todas las encuestas tiene mayores posibilidades de conseguir un sorpasso al PSOE. El presupuesto que dio lugar a la nueva convocatoria electoral se ha roto por los dos lados previstos.

El Gobierno está bajo esa conmoción. Se está tratando de dar una imagen de control. Por ejemplo, el no coger la llamada a Torra. Lo que Sánchez quizá debería decirle a Torra, por tanto debería cogerle la llamada, es:  ‘No tienes que hablar conmigo. Tienes que hablar con Iceta. Tú no eres Cataluña. Habla primero con los catalanes, porque hay un sector muy importante de la población catalana que no participa de eso que tú me quieres hacer llegar, que es decidir ya sobre la autodeterminación, referéndum sí o referéndum no’. 

Una cosa es lo que pueda interesar ahora mismo a los partidos y otra cosa es lo que pueda interesar a España. Las alternativas que se presenten a la solución del problema catalán debieran salir del lenguaje cerrado y centrado única y exclusivamente en medios de represión eficaces contra el movimiento independentista: estado de excepción (Vox), el 155 (Ciudadanos), ley de seguridad nacional (PP). Son diferentes grados también dependiendo de qué tan a la derecha, porque en este punto de Cataluña, Ciudadanos está más a la derecha todavía que el PP. 

Alguien tiene que ofrecer una solución a este problema. Alguien tiene que tener en cuenta a aquellos que más lo sufren, esa otra mitad de catalanes, que no quieren que se reprima radicalmente el conflicto porque eso ensancha la base del independentismo. ¿Alguien está ofreciendo algún tipo de solución imaginativa aunque solamente sea procedimental? Del estilo: ‘Vale, ponemos encima de la mesa la posibilidad de reformar la Constitución. Pero para hablar con nosotros usted tiene que poner encima de la mesa que retira el objetivo de la independencia’. Es una forma de hablar, pero en cierto modo ahora mismo las únicas opciones que nos encontramos son: la del Gobierno, con esa cosa vaga, que nunca ha especificado el PSOE, de la federalización del Estado de las autonomías; y por el otro lado elementos represivos sin que nadie en la derecha suscite en ningún momento la búsqueda de una salida negociada al conflicto catalán.

Cataluña y Franco. No creo que ninguno de esos dos temas, sinceramente, beneficie al Gobierno. Lo de Franco no se sabe bien a quién beneficia. Pienso que no beneficia a nadie. Pero el que se haga coincidir la exhumación con la campaña electoral me parece ciertamente pintoresco, con la expectativa evidente de conseguir votos de izquierdas, por parte del Gobierno. Mi opinión: hemos hablado de Franco en los últimos seis meses más que en los últimos veinte años y hemos posibilitado a lo que queda de franquismo de poder cobrar protagonismo: acudiendo al Valle de los Caídos, manifestándose, etc.

Yo no me creo todavía las encuestas. Me parece que habrá un movimiento importante. Lo que no sé es a partir de cuándo puedo comenzar a creérmelas. Todo está muy en función de cómo siga la situación en Cataluña. Al sector del independentismo que lideran Puigdemont y Torra les beneficia clarísimamente que haya una aplicación del artículo 155. El gravísimo problema que tiene el independentismo es que antes de la sentencia estaba bajando. Hacía años que no estaba en el 42%, el punto en el que estaba cuando la sentencia. Indudablemente el gran problema que tiene el independentismo es que necesita ampliar su base social. Y como el argumentario independentista se monta sobre la idea de que España es un Estado autoritario, pues entonces de lo que se trata es de que el Gobierno confirme esta hipótesis independentista: ‘¿Os dais cuenta cómo teníamos razón? Antes de ir a votar van y nos privan de la autonomía’. Eso es lo peor que puede hacer el Gobierno. Pero hay que saber explicar por qué este tipo de medidas, que se apoyan única y exclusivamente en elementos represivos como he dicho antes, no son las medidas que desea una inmensa mayoría de la población de Cataluña. 

Si uno hace el análisis de las preferencias de los electores catalanes llega a la conclusión de que en Cataluña no hay dos mitades, hay tres tercios. Un tercio independentista, que se ha echado al monte, que no está dispuesto a bajar y no está dispuesto a negociar nada que no sea la independencia; un tercio españolista, que está perfectamente satisfecho con el statu quo y que se mantendría leal aunque se redujeran competencias a la autonomía; y el tercer tercio de quienes no tienen una ligazón diríamos emocional o radical por la independencia, pero que sí quieren alterar el lugar de Cataluña dentro del país. Son los que desean que puedan llamarse nación o buscan una fórmula de pacto fiscal, etc. Voy muchísimo por Cataluña y lo que me interesa subrayar aquí es que quien se lleve a ese tercio gana la guerra, quien lo pierda, pierde la guerra. Cuidado con pensar que basta la firmeza del constitucionalismo. Lo que desea ese tercio es salirse del constitucionalismo obligatorio. Lo que desea es que haya algún tipo de movimiento, aunque sea para que todo siga igual.

Resultados posibles. La clave es ver qué bloque gana. España está dividida en número de votos en dos mitades: los que votan a Podemos y sus confluencias: Errejón y PSOE,  y los que votan al “trifachito”, como lo llaman algunos, el tridente de la derecha, los tres partidos de la derecha. Pero es evidente también que no habrá Gobierno de derecha en España si no logran 176 escaños; y en cambio sí puede haber Gobierno de izquierdas en España si queda por debajo de esa cifra. Porque se sabe que los partidos nacionalistas, por lo menos el PNV y algún que otro, a saber qué pasa con ERC, pueden otorgar la posibilidad de que exista un Gobierno de coalición de izquierdas: dependerá del resultado del PSOE.

Opino que después de todo el PSOE ganará, porque arrastra la inercia del Gobierno, y que el PP no entrará en el Gobierno, porque en España la gran coalición es imposible. Pero el PP sí hará un guiño, a cambio de ciertos pactos de Estado, en la línea de abstenerse en la segunda votación de investidura, de tal manera que se pueda poner en marcha el Gobierno, supeditado, sobre todo para las grandes cuestiones de Estado, a lo que opine el PP. Si esto es así habrá la posibilidad de conseguir consensos suficientes para hacer las reformas que necesita nuestro país.  


[Lo anterior es la transcripción de la conferencia de Fernando Vallespín, editada por Nueva Revista. Su intervención se puede seguir también en el vídeo de arriba]

Véase también:

Cristóbal Torres: “Los debates influyen en un 5 por ciento de los votantes y las encuestas en un 6” 

Fernando Vallespín: “A pesar de todo estamos eligiendo la moderación” 

Pedro Arriola: “Solamente hay ‘el problema’. El de los territorios”

Cristóbal Torres: “Uno de cada diez votos es nacionalista» 

Pedro Arriola: “No hay solidez en los bloques” 

Catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid. Ex presidente del CIS.