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Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991), con su novela autobiográfica Feria, lleva a su apogeo el género «neorrural», que se ha puesto de moda entre muchos autores jóvenes. Resulta interesante que las obras de literatura contemporánea que la crítica española considera más novedosas, sean aquellas capaces de contemplar con realismo la vida de los pequeños pueblos o los horizontes campesinos en trance de desaparecer.

Con escritoras como Ana Iris Simón, el nuevo regreso a la España lugareña tiene mucho de verdad y mucho de duende

En el siglo pasado, entre los escritores de posguerra, la narrativa rural se correspondía exactamente con la España aldeana que permanecía paralizada en el tiempo. Leer a Delibes, Las ratas Los santos inocentes, a Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte, o a Ana María Matute, Fiesta al noroeste, significaba encontrarse con la invocación de una España cuyo sello era el retraso y el conflicto soterrado entre las clases sociales. Unos años más tarde, cuando nuestro país había acelerado su modernización, sobre todo en las sociedades urbanas, novelistas como Julio Llamazares, Manuel Rivas o Luis Mateo Díez, y poetas como Claudio Rodríguez, volvieron la vista a los paisajes rurales con la nostalgia de un Horacio o de un fray Luis de León. En estas novelas, sin embargo, ya no había la visión desesperanzada de los escritores de posguerra, sino una nostalgia por la belleza natural de la vida sencilla cerca de la naturaleza.

"Feria". Ana Iris Simón. Círculo de tiza. Madrid, 2020. 232 págs. 21 € (papel); 9'49 € (digital).
«Feria». Ana Iris Simón. Círculo de tiza. Madrid, 2020. 232 págs. 21 € (papel); 9’49 € (digital).

Con escritoras como Ana Iris Simón, el nuevo regreso a la España lugareña tiene mucho de verdad y mucho de duende. Simón congela el tiempo en una nostalgia cercana y consigue que en cada línea la auténtica vida se desborde. El puñado de seres humanos que son sus padres, abuelos, primas, tías o ella misma de niña, un personaje lleno de gracia que es narradora y es protagonista, se impone al público lector con milagroso encanto. Milagroso porque estamos hablando de vendedores ambulantes, carteros, feriantes, campesinos, gente corriente con existencia real, seres de carne y hueso que de golpe quedan transmutados en materia literaria.

Cuando afirmó: «Creo que se está más a gusto en el pasado que en el presente», se refería al desarraigo una generación que no tiene certezas, porque los retoños del 2000 no encuentran muchas salidas en el futuro

No es de extrañar que el libro siga acumulando nuevas ediciones. Sin saberlo la autora ha encontrado el alma de una España periférica de la que van quedando cada vez menos trazos. Y ese alma que pertenece a muchos seres, le rezuma a Iris Simón gracias a la observación del mundo de su infancia y en virtud del acertado manejo de pequeñas anécdotas pueblerinas en relación con su propio yo, educado en la modernidad del nuevo milenio.

Cuando Ana Iris Simón afirmó en una entrevista: «Creo que se está más a gusto en el pasado que en el presente», se refería al desarraigo una generación que no tiene certezas, porque los retoños del 2000 no encuentran muchas salidas en el futuro. En esa declaración se encierra la materia prima de Feria.

REGRESO A LA MANCHA

El regreso a la Mancha de su infancia y de sus orígenes familiares no es tanto la búsqueda de un «paraíso perdido», sino que esa vuelta al pueblo, a sus habitantes y a sus costumbres, es una inequívoca prueba de una búsqueda de identidad personal. La sociedad moderna y urbana de la que la autora ha formado parte, no es peor ni mejor que el mundo rural de sus abuelos feriantes. Pero la fascinación que ejercen en la autora los olores, sonidos y luces de su niñez llega a nosotros con el mismo goce de los sentidos. La narradora de Feria, la propia Simón, que cuenta la historia con su nombre y «en su nombre», idealiza el pasado no tanto para engrandecerlo, sino para reencontrarse ella misma en ese mundo que ya no existe.

En la primera frase de la novela la narradora declara: «Me da envidia la vida que mis padres tenían a mi edad». Y desde ese deseo de no ser la que se es, nos hace descubrir los encantos de la vida de sus abuelos buhoneros, feriantes y vendedores ambulantes. El lenguaje se convertirá en el lenguaje del pueblo, pero, al contrario de algunos novelistas del pasado, no habrá ningún intento de reconstrucción coherente de la lengua coloquial pueblerina. El lenguaje fluirá manejado por la propia narradora, tal como ella misma lo recuerda. Algún participio que pierde su terminación, alguna reiteración buscada, alguna expresión local:
«Que andan las señoras con el te paece que, todo el día en la boca». Y esa lengua hablada se cruza con las palabras de la publicidad, de las redes, de las películas, o con los títulos en inglés o español de la música de hoy.

La autora está dibujando la sociología de los hijos de las clases trabajadoras rurales

El documento autobiográfico que es Feria, es aún más interesante por el fresco sociológico que ofrece. El tiempo tranquilo del pueblo contrasta con las vivencias de la narradora y su manera de contar. En realidad, el aprendizaje sentimental de la protagonista no se trasluce tanto en confesiones emocionales, como en una prestidigitación entre líneas, nombrando los objetos y canciones de su momento vital. «Carlos fue mi novio de los doce a los catorce años y cuando íbamos de excursión nos sentábamos juntos en el autobús y escuchábamos en el discman a La Mala o a Violadores del verso, que me gustaban a mí, o a Hilary Duff, que le gustaba a él». Junto a los recuerdos de una vida vinculada a las ferias de los pueblos, quizá una de las partes más evocadoras del libro, la autora está dibujando la sociología de los hijos de las clases trabajadoras rurales.

Los miembros de esa generación emigraron a las ciudades, se convirtieron en clases medias con el chalet adosado y trabajos más o menos estables y sus hijos e hijas tuvieron acceso a la universidad, a las becas Erasmus, a los másteres y a los viajes al extranjero. A esta tercera generación, no rural, pero que pasaba temporadas y veranos en las casas del pueblo de los abuelos, pertenece Ana Iris Simón. No es de extrañar que la artificiosidad de algunos elementos del siglo XXI y la falta de un claro horizonte lleven en esta novela a sentir nostalgia de un mundo sencillo y primitivo. «Una vez vi una iniciativa», recuerda la narradora, «de una asociación feminista» que consistía en salirse al fresco después de cenar, como hacía mi abuela con mi tía Ana Rosa y la Tere y la otra Tere, la de más arriba… A este fenómeno lo denominaban “tejer redes de cuidados femeninos”». La ironía de Iris Simón imagina el desconcierto de las abuelas y madres que llevaban toda su vida saliendo a la fresca al saber que se dedicaban a «tejer redes de cuidados femeninos».

El libro se engarza mediante una galería de relatos, desconectados cronológicamente; el tiempo pasa y a los personajes les suceden cosas cotidianas, se aman, tienen hijos, se separan y se mueren. No hay nada excepcional en estas pequeñas historias que consiguen hechizarnos. Es en el hilo conductor de la cercana voz narrativa donde reside la magia de esta novela

Crítica, ensayista y novelista. Doctora en Literatura por la Universidad de Pau.