[Texto procedente del número impreso de Nueva Revista 181; debajo lo ofrecemos en PDF].
Steven Pinker, conocido del lector español por títulos como La tabla rasa o En defensa de la Ilustración, empieza este nuevo libro con una constatación aparentemente contradictoria: «En una época pródiga en recursos inéditos para el razonamiento, la esfera pública está infestada de fake news o noticias falsas, remedios de charlatanes, teorías de la conspiración y retórica de la posverdad». Esta preocupante contradicción le da pie para hacer un minucioso recorrido, muy técnico, muy apegado a su especialidad de psicólogo, por las características del razonamiento humano, sus fortalezas y sus flaquezas, es decir, no solo los prejuicios o vicios que lo distorsionan, sino los sesgos cognitivos inherentes a nuestro modo de pensar y enfrentarnos al mundo.
El libro es en buena parte un tratado psicológico del que se extraen conclusiones que le dan el carácter ensayístico que finalmente tiene. Y haciendo honor a su condición de ensayista de raíz ilustrada, Pinker (que se autodefine como «alguien que gusta de trazar el progreso humano») concluye su trabajo con una serie de consideraciones filosófico-morales que corroboran su confianza en la razón. Pues la racionalidad no solo no es ajena sino que es la base del progreso material y moral de la humanidad.
El asunto es de vital importancia en un momento como este en que, dice Pinker, nos enfrentamos a amenazas mortales para la salud, la democracia y la habitabilidad del planeta. La buena noticia, como gusta de decirse ahora, es que tenemos recursos intelectuales para encontrar las soluciones a esas amenazas y; la mala, que cargamos también con la dificultad para convencer a la gente de que acepte esas soluciones.
La racionalidad requiere lógica formal y probabilidad matemática, pero también capacidad de reflexión y apertura mental. Los errores garrafales de razonamiento pueden ser fruto de la irreflexión más que de la ineptitud
Así, antes de desembocar en el elogio de la racionalidad y en mostrar su importancia para el progreso humano, el autor se entretiene en detallar sus herramientas, «los recursos cognitivos para entender el mundo y someterlo a nuestra voluntad [que] no son un trofeo de la civilización occidental, son el patrimonio de nuestra especie». El libro pretende pertrechar al lector de las herramientas más importantes de la racionalidad y más ampliamente aplicables, las herramientas de la lógica, la probabilidad y la inferencia causal que recorren toda clase de conocimiento humano. Para lo que se ocupa en sucesivos capítulos de asuntos como el razonamiento bayesiano, la teoría de la utilidad esperada, la teoría estadística de la decisión o la teoría de juegos.
En ese recorrido, que puede resultar prolijo para el lector no especialista, no faltan sugerencias interesantes. Como la advertencia acerca del llamado juego de escalada (huelgas prolongadas, procesos judiciales planteados como duelos, guerras de desgaste en sentido literal); o sobre la exasperante lógica de la teoría de juegos, que subyace a muchas perversidades de la vida social y política, y puede explicar algunas de las tragedias de la condición humana («la estrategia verdaderamente racional consiste de entrada en no jugar»). O lo referido a la lógica, «un logro supremo del conocimiento humano» que, sin embargo, en cierto sentido no es racional, porque no es empírica. Pinker advierte de la oposición existente entre la vida real y el mundo lógico; ya que las fórmulas y reglas lógicas, ciegas a los contenidos, siguen sin estar a la altura de la vida en toda su plenitud. «La racionalidad humana es un sistema híbrido» que «jamás se reducirá a la lógica» o a la inteligencia técnica: ser bueno calculando algo no garantiza que se calculen las cosas adecuadas. La racionalidad requiere, sí, el dominio de las antedichas herramientas cognitivas, como la lógica formal y la probabilidad matemática, pero también capacidad de reflexión y apertura mental; «los errores garrafales de razonamiento pueden ser fruto de la irreflexión más que de la ineptitud».
LOS SESGOS COGNITIVOS Y OTRAS AMENAZAS PARA LA RAZÓN
Por otro lado, la razón tiene su propia cara oscura, hecha de irracionalidad, anclada a su vez en sesgos cognitivos y características humanas, demasiado humanas. Hay, pues, que entender esa parte irracional; pero entender y explicar la irracionalidad, comprenderla, no equivale a perdonarla, dice Pinker. Podemos ver, pues, tres aspectos en el libro: una exposición de las herramientas de la razón, un análisis de sus flaquezas o debilidades, y las conclusiones centradas en la importancia de la racionalidad y su estrecha relación con el progreso de la humanidad. Tres aspectos que se corresponden con las partes del subtítulo: qué es la racionalidad, por qué escasea y por qué importa (que esa es la expresión original, cambiada en la versión española). Los dos primeros aspectos están unidos entre sí como el anverso y el reverso de una moneda y tienen que ver con lo constatado por el autor al principio y con lo que él mismo considera el misterio central del libro: cómo una especie racional puede ser tan irracional.
La razón tiene su principal amenaza en los llamados sesgos cognitivos, tanto más difíciles de extirpar cuanto que forman parte de nuestra naturaleza. Para que se entienda, Pinker pone un ejemplo elocuente y comprobado experimentalmente. A un grupo de individuos se les pone un video de una protesta delante de un edificio. Cuando ese video se rotula como «protesta contra el aborto en un centro de salud», los conservadores o los contrarios al aborto ven una manifestación pacífica y una muestra de ejercicio de la libertad de expresión, mientras que los liberales o los partidarios del aborto ven a manifestantes bloqueando la entrada e intimidando a los que acuden. Si el mismo video se rotula como «protesta contra la exclusión de homosexuales en un centro de reclutamiento» las reacciones son justamente las contrarias en cada caso.
Nuestra capacidad de razonamiento está orientada por nuestros motivos y limitada por nuestros puntos de vista. Eso explica la paradoja de que nuestra especie pueda ser tan racional y tan irracional a la vez
Conclusión: nuestra capacidad de razonamiento está orientada por nuestros motivos y limitada por nuestros puntos de vista, y eso es lo que explica la paradoja de que nuestra especie pueda ser tan racional y tan irracional a la vez. De ahí, el mal hábito, muy perceptible en asuntos políticos, de buscar pruebas que ratifiquen una creencia y mostrar indiferencia hacia las evidencias que podrían refutarla («tendemos a ver aquello que deseamos ver y a ignorar el resto»), o el hecho de que los individuos eviten montar en un tren de razonamientos porque no les gusta a donde les lleva; por ejemplo, una asignación de dinero objetivamente justa, pero que beneficia a otros. Y para eso, para desviar una línea de razonamiento antes de que llegue a un destino no deseado, hay métodos que explotan las inevitables incertidumbres que rodean cualquier asunto y dirigen el argumento en la dirección favorita con sofistería, manipulación informativa y demás artes de la persuasión. En otras palabras, «los humanos nunca son tan irracionales como cuando protegen sus ideas favoritas», y donde dice ideas puede decir también intereses.
Más aún, Pinker, muy crítico con el pensamiento irracional y conspiranoico, admite sin embargo que «el apetito de floridas fantasías mora en lo más profundo de la naturaleza humana»; por lo que las leyendas urbanas, los titulares de los tabloides y las noticias falsas nos resultan extraordinariamente entretenidos.
Hay, en fin, predisposiciones en la naturaleza humana que nos hacen fáciles de digerir las creencias extrañas, como la pseudociencia, los fenómenos paranormales y el curanderismo, que movilizan nuestras intuiciones cognitivas más profundas. Porque somos intuitivamente dualistas y sentimos que las mentes pueden existir aparte de los cuerpos, esto es algo natural en nosotros. Además, muchas de nuestras experiencias sugieren realmente que la mente no está amarrada al cuerpo (los sueños); de ahí surgen la telepatía, la clarividencia, los fantasmas… Somos también intuitivamente esencialistas y sentimos que los seres vivos contienen sustancias invisibles que les confieren su forma y sus poderes; de ahí la creencia en la homeopatía y en los remedios con hierbas, y «el rechazo de adulterantes extraños como las vacunas y los alimentos genéticamente modificados». Y somos intuitivamente teleólogos. «Una educación científica ha de sofocar estas intuiciones primitivas, pero su alcance es limitado», avisa el autor. «La racionalidad debería convertir en cuarteto el trío clásico de la lectura, la escritura y la aritmética», añade.
Tendemos a ver aquello que deseamos ver y a ignorar el resto. A veces evitamos montar en un tren de razonamientos porque no nos gusta a donde lleva
Siguiendo con el análisis de esta suerte de quinta columna de nuestra naturaleza racional, Pinker señala la existencia de dos zonas en el mundo de los individuos: la mentalidad realista (que abarca el mundo real de los objetos físicos y las personas; en ella los individuos actúan con racionalidad y piensan que las cosas son verdaderas o falsas, es el único modo de conducir o manejarse con el banco) y la mentalidad mitológica, que abarca lo que no controlamos (el pasado, el futuro, lo metafísico, lo lejano, lo microscópico, los corredores remotos del poder); ahí, las creencias son relatos que cohesionan a la tribu, al grupo y no nos preguntamos tanto si son verdaderas o falsas. «La mente humana está adaptada para comprender las esferas remotas de la existencia mediante una mentalidad mitológica… El sometimiento de todas nuestras creencias a los juicios de la razón y las evidencias es una destreza antinatural, como la alfabetización y el cálculo, y ha de ser inculcada y cultivada». «Y a pesar de todas las conquistas de la mentalidad realista, la mentalidad mitológica continúa ocupando franjas de territorio en el paisaje de las creencias establecidas». A Pinker le parece que «el ejemplo evidente es la religión», pero «afortunadamente, la creencia religiosa occidental está aparcada de manera segura en la zona mitológica». Los medios de comunicación no son ajenos a nuestros prejuicios. Se difunden ciertos accidentes (de avión, centrales nucleares, masacres en colegios estadounidenses…) y se sobrestima la amenaza de lo nuevo o de lo que está fuera de nuestro control. Por el contrario, lo bueno no se publicita porque suele ser progresivo y sigiloso, como la salida de la pobreza de millones de personas; no se publica «Ayer salieron 137.000 personas de la pobreza extrema». La prensa también tiene que jugar un papel especial en la infraestructura de la racionalidad.
«Ni siquiera el más racional de nosotros está libre de sesgos cognitivos. Pero en grupos de razonadores cooperativos, aunque intelectualmente diversos, suele triunfar la verdad. La racionalidad emerge de una comunidad de razonadores»
Pero «tampoco basta con tachar a los humanos de irremediablemente irracionales». «La mayoría de los miembros de nuestra especie poseen la capacidad para descubrir y aceptar los cánones de la racionalidad». «Tenemos que examinar las facultades cognitivas que funcionan bien en algunos entornos y para algunos propósitos, pero fracasan cuando se aplican a gran escala, en circunstancias novedosas o al servicio de otras metas».
El razonamiento humano tiene sus falacias, sus sesgos y su complacencia en la mitología, sostiene Pinker, y ni siquiera el más racional de nosotros está libre de sesgos cognitivos. Pero en grupos de razonadores cooperativos, aunque intelectualmente diversos (de nuevo la buena noticia), suele triunfar la verdad. Y es que la razón es colectiva, «la racionalidad emerge de una comunidad de razonadores». Pinker apuesta claramente por lo que podemos llamar razón común: «La racionalidad es un bien público».
«La racionalidad perfecta y la verdad objetiva son aspiraciones que ningún mortal puede afirmar jamás haber alcanzado. Pero la convicción de que estas existen ahí afuera nos autoriza a desarrollar reglas que todos podamos cumplir y que nos permitan aproximarnos colectivamente a la verdad de maneras que resultan imposibles para cualquiera de nosotros individualmente».
EL OPTIMISMO DE LA RAZÓN
«Pese a todas las vulnerabilidades de la razón humana… el arco del conocimiento es largo y se dobla hacia la racionalidad. No deberíamos perder de vista cuánto prolifera la racionalidad ahí afuera», afirma el Pinker optimista que conocemos. No solo eso, sino que «no es difícil fundamentar la moralidad en la razón», añade al comienzo del último tramo del libro. Y lo explica tirando de ironía: «Digamos de manera irracional, caprichosa, tozuda, sin ningún buen motivo, que preferimos que nos ocurran cosas buenas a cosas malas; y otra segunda suposición salvaje y loca: somos animales sociales que vivimos con otras personas». De modo que no podemos decir «no puedes hacerme daño ni dejar que muera de hambre…» y mantener que nosotros sí podemos hacer daño, etc. Cualquier argumento que privilegie mi bienestar sobre el tuyo o el suyo, en igualdad de condiciones, es irracional.
«El interés propio y la sociabilidad forman parte del paquete de la racionalidad. Y de la mano del interés propio y la sociabilidad viene la implicación que llamamos moralidad». «Si todo el mundo se compromete a ayudar y a no hacer daño, todos salen ganando». Eso no significa que las personas sean perfectamente morales, sino «que existe un argumento racional por el que deberían serlo».
«La racionalidad perfecta y la verdad objetiva son aspiraciones que ningún mortal puede afirmar jamás haber alcanzado. Pero la convicción de que existen ahí afuera nos autoriza a desarrollar reglas que todos podamos cumplir y que nos permitan aproximarnos colectivamente a la verdad»
«La imparcialidad es también el núcleo de la racionalidad: una reconciliación de nuestras ideas sesgadas e incompletas con una comprensión de la realidad que trascienda a cualquiera de nosotros. Por tanto, la racionalidad no es solo una virtud cognitiva, sino también moral», dice el autor. Y con esta premisa entra en la parte más ensayística del libro, en la que está el Pinker más filósofo y reconocible por el lector no necesariamente especialista en Psicología. La racionalidad es la manera de decidir lo que importa, sostiene. Por tanto, la obligada pregunta subsiguiente es: la aplicación consciente de la razón, ¿mejora realmente nuestras vidas y hace del mundo un lugar mejor? Debería hacerlo, se responde Pinker, dado que la realidad está gobernada por las leyes lógicas y físicas en lugar de las artes diabólicas y la magia.
«Creo que ejercitar nuestra razón divina en lugar de dejarla enmohecerse por falta de uso puede conducirnos a una vida mejor y a un mundo mejor», sostiene claramente el Pinker ilustrado. Y así como el pensamiento defectuoso puede causar auténtico daño y los fracasos de la racionalidad tienen consecuencias en el mundo (las muertes por rechazar tratamientos médicos convencionales, los suicidios masivos de sectas, los asesinatos de personas consideradas malditas en ciertos grupos o las pérdidas económicas con astrólogos y videntes, son algunas muestras de la enormidad del daño causado por los errores del pensamiento crítico), «la competencia en el razonamiento puede proteger a una persona de los infortunios de la vida».
«El interés propio y la sociabilidad forman parte del paquete de la racionalidad. De la mano del interés propio y de la sociabilidad viene la implicación que llamamos moralidad»
«El progreso humano es un hecho empírico», prosigue Pinker. Solo que para apreciarlo es necesario ver, más allá de los titulares, las líneas de tendencia; y estas muestran que la humanidad, en su conjunto, es más saludable, más rica, más longeva, está mejor alimentada, más instruida y más a salvo de las guerras que en cualquier época anterior. En este punto, el pensador hace una observación menos paradójica de lo que parece y que apunta al corazón de la conclusión del libro. Afirma no creer en el progreso en tanto que fuerza dialéctica o ley evolutiva. La naturaleza no tiene consideración alguna por nuestro bienestar, sostiene. La explicación del progreso es la racionalidad: fijarse la meta de mejorar el bienestar común y aplicar el ingenio a instituciones que lo comparten con el de los demás hace que, de vez en cuando, los humanos triunfen. Las instituciones son importantes. Lo explicita volviendo a echar mano de la ironía: «El trío Peter, Paul y Mary merece algún reconocimiento, pero mayor es el mérito de las instituciones diseñadas para reducir los incentivos de las naciones para ir a la guerra»; destaca entre ella la democracia, que funciona «presumiblemente porque la carne de cañón de un país es menos aficionada a ese pasatiempo que sus reyes y generales».
«Mi mayor sorpresa al intentar comprender el progreso moral es cuántas veces en la historia la primera ficha del dominó fue un argumento razonado»
Pinker se muestra en contra de la idea popular de que el progreso moral se logra mediante la lucha, arrancando privilegios a los poderosos. «Mi mayor sorpresa al intentar comprender el progreso moral es cuántas veces en la historia la primera ficha del dominó fue un argumento razonado». Si hoy no se tiene la necesidad o la capacidad de argumentar en contra de la esclavitud o las palizas a los niños, es porque la condena de ambas nos parece algo evidente, pero esos debates tuvieron lugar hace siglos.
En línea con lo apuntado antes, la distancia que separa lógica y vida real, Pinker sostiene que «ningún argumento lógico puede establecer una afirmación moral, pero un argumento puede establecer que una afirmación que es objeto de debate es inconsistente con otra afirmación profundamente valorada por alguien, o con valores como la vida y la felicidad».
«No puedo afirmar –añade– que los buenos argumentos sean la causa del progreso moral… Por el momento solo puedo ofrecer ejemplos de argumentos precoces, que los historiadores nos cuentan que fueron influyentes en su día y que siguen siendo impecables en nuestro tiempo».
Si hoy no se tiene la necesidad o la capacidad de argumentar en contra de la esclavitud o las palizas a los niños, es porque la condena de ambas nos parece algo evidente, pero esos debates tuvieron lugar hace siglos
«¿De verdad necesita la gente un argumento intelectual para entender por qué podía ser un poquito malo eso de quemar herejes en la hoguera?», se pregunta a propósito de algo también superado pero presente durante siglos como la persecución religiosa. En cuanto a otro azote de la humanidad, este no superado, como es la guerra, trae a colación el argumento de Erasmo de Róterdam: «La paz podría comprarse con una décima parte de los cuidados, trabajos, problemas, peligros, gastos y sangre que cuesta llevar a cabo una guerra».
Recuerda Pinker que la Ilustración fue una fuente de argumentos contra diversas clases de crueldad y opresión, argumentos aportados por gente como Cesare Beccaria o Jeremy Bentham. Este último elaboró el primer argumento sistemático en contra de la criminalización de la homosexualidad («es evidente que no produce dolor a nadie; por el contrario, produce placer»), y escribió también en contra de la crueldad hacia los animales de un modo que sigue influyendo en nuestros días, al definir a los animales como seres sintientes que pueden sufrir y son más racionales y sociables que un bebé de pocos días. No son estos los únicos asuntos de actualidad que se plantearon ya en el Siglo de las Luces. «Mucho antes de que llegase a ser un movimiento organizado, el feminismo comenzó siendo un argumento», escribe, y recuerda los casos de Mary Astell o Mary Wollstonecraft. O la esclavitud, combatida ya en el siglo XIX por Frederik Douglass con «argumentos verdaderamente imponentes».
«Los argumentos sólidos no pueden mejorar el mundo por sí mismos. Pero han guiado y deberían guiar los movimientos transformadores. Marcan la diferencia entre la fuerza moral y la fuerza bruta, entre las marchas por la justicia y las turbas de linchamiento, entre el progreso humano y la destrucción», insiste.
Los argumentos sólidos, en fin, son importantes para revelar plagas morales y descubrir remedios viables; y para que las prácticas abominables de hoy les parezcan a nuestros descendientes tan increíbles como lo son para nosotros la quema de herejes y la subasta de esclavos.
Pinker cierra su libro con esta conclusión: «El poder de la racionalidad para guiar el progreso moral va de la mano de su poder para orientar el progreso material y las decisiones sabias en nuestra vida. Nuestra capacidad para lograr incrementar el bienestar en un cosmos implacable y para ser buenos con los demás a pesar de nuestra naturaleza imperfecta depende de que captemos principios imparciales que trasciendan nuestra experiencia provinciana. Somos una especie que ha sido dotada de una facultad elemental de razonar y que ha descubierto fórmulas e instituciones que amplían su alcance. Estas nos despiertan a ideas y nos exponen a realidades desconcertantes para nuestras intuiciones, pero que son verdaderas a pesar de todo».
Se puede descargar aquí en pdf el artículo de Ángel Vivas Entre la fuerza bruta y la fuerza moral.