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El concepto de mercado ha sido desarrollado por el profesor Sani en uno de los trabajos más sugerentes que se han llevado a cabo en la sociología electoral de ¡os últimos años. De acuerdo con este enfoque, y simplificando ahora el argumento, la competitividad de ese singular mercado viene determinada esencialmente por la existencia de un número suficiente de votantes susceptibles de ser atraídos por las dos ofertas principales y capaz de inclinar la balanza a favor de una de ellas. Según esta condición, se puede afirmar que el mercado electoral español se ha caracterizado a partir de las elecciones generales de 1982 por un nivel muy bajo de competitividad interpartidista. Las elecciones autonómicas y municipales del pasado 26 de mayo tienen importantes elementos de continuidad, pero, por vez primera, se han producido cambios que favorecen una mayor movilidad en el mercado electoral.

Desde 1982 las cuotas de mercado ocupadas por los grandes partidos nacionales se reproducían, con poca variación, en las sucesivas consultas electorales. La potencial transformación de esa situación dependía fundamentalmente de la reestructuración de una alternativa de centro derecha que presentara una oferta competitiva, frente a la presentada por el PSOE, reequilibrando la situación creada Por Pilar del Castillo tras las elecciones de 1982 con la desaparición de UCD. En el transcurso de la década de los ochenta era razonable pensar que el nuevo provecto de centro-derecha se podría desarrollar de acuerdo con una de las dos siguientes hipótesis: bajo el liderazgo de! CDS, o que Alianza Popular, con una renovación en su mensaje y, por consiguiente, de su imagen, se convirtiera en el eje de esa alternativa. La primera de las posibilidades no se intentó aun cuando dispuso de condiciones favorables inmediatamente después de las elecciones de 1986, momento de mayor dificultad para la Alianza Popular desde 1982 y en el que además fracasaba abiertamente ¡a opción del Partido Reformista. El CDS acabó por mantener a duras penas su cuota de voto en las siguientes elecciones limitando sus aspiraciones estratégicas a las de partido bisagra.

La segunda de las hipótesis tampoco tuvo mejor fortuna. Alianza Popular no logró transmitir una imagen nueva. De forma sistemática, las encuestas de opinión reflejaban un rechazo o «preferencia negativa» de este partido (expresado habitualmente según el indicador «el partido al que no votaría nunca») muy elevado. AP. como bien reflejaban los resultados de las sucesivas elecciones, era incapaz siquiera de penetrar en la cuota de mercado del CDS, su grupo más próximo en el continuo izquierda-derecha. Este aislamiento se alejaba de igual forma de los partidos nacionalistas que nunca contemplaron et supuesto de participar en la construcción de una nueva alternativa de centro derecha a cuyo frente se pudiera encontrar Alianza Popular.

La continuidad

El resultado obtenido por el PSOE en las pasadas elecciones del 26 de mayo constituye el elemento fundamental de continuidad. En su expresión porcentual y absoluta los socialistas conservan con pocas variaciones la cuota de voto que lograron en las elecciones de 1987. La distribución territorial y socioeconómica de sus apoyos electorales ha sufrido, sin embargo, modificaciones más sustantivas. En síntesis, se puede afirmar que este partido pierde competitividad en los núcleos urbanos, desarrollando una tendencia que ya se manifestaba en las elecciones generales de 1989. En las últimas elecciones municipales la candidatura socialista dejaba de ser la más votada en siete de las capitales de provincia en las que había ocupado este lugar en 19R7. La pérdida de voto en ciudades como Madrid fueron compensadas en el balance global principalmente por un reforzamiento de sus apoyos electorales en las comunidades autónomas del Sur. A pesar de estas variaciones, los resultados del PSOE se sitúan en la línea de ¡a continuidad y no en la del cambio.

La percepción subjetiva de cambio

De modo general, los indicadores para medir la existencia y amplitud de los cambios son muy diversos, pero hay siempre una primera e incontestable alerta que se manifiesta en la aparición de una percepción subjetiva de que nuevos vientos soplan y algo significativo está cambiando. El cambio percibido puede ser menor que el cambio real, pero el primero una vez que irrumpe se convierte en una variable independiente que actúa como factor de aceleración del segundo. Una de las novedades más relevantes de las pasadas elecciones ha sido precisamente la emergencia de la dimensión subjetiva de cambio. Ya durante la campaña electoral se producían signos indicativos de esa apreciación. El hecho de que el partido del Gobierno diseñara una estrategia electoral que definía al PP, por primera vez, como su principal y casi exclusivo adversario era un síntoma inequívoco de que los propios socialistas advertían una competitividad más preocupante en la oferta del primer partido de la oposición.

Casi con unanimidad, los medios de comunicación incorporaron en sus análisis electorales el concepto de cambio, lo que es también expresivo del papel que ese factor ha empezado a desempeñar a raíz de los últimos comicios municipales y autonómicos.

En qué amplitud e intensidad los electores comparten esa percepción habrá de ser analizado con la base empírica que aporten los sondeos poste lee torales —tan decisivos para el análisis electoral y tan escasamente utilizado en España— y constituirá en adelante una información significativa para la prospectiva electoral más próxima.

Los cambios reales

¿Qué modificaciones ciertas alimentan la percepción subjetiva de cambio? Empecemos por el menos significativo de los cambios aparentes: la abstención. El descenso de la participación en las elecciones del 26 de mayo en relación a la precedente de 1987 no tiene la relevancia que. por lo general, la mayoría de los analistas le han atribuido. Se puede afirmar que el índice agregado de participación en esta última convocatoria electoral tiene más de continuidad que de cambio respecto de las pautas participativas que caracterizan el comportamiento electoral de los españoles. Para situar en una perspectiva comparativa adecuada la participación en las últimas elecciones hay que recordar lo ocurrido en comicios locales anteriores. La comparación retrospectiva muestra que en las elecciones de 1983, celebradas todavía bajo la estela de la euforia participativa de las elecciones generales de 1982, el índice de participación (65,7%) se encontraba sólo tres puntos por encima del que registraron las elecciones del 26 de mayo. Y si la referencia se sitúa en las elecciones municipales y autonómicas de 1979 se comprueba que la participación fue un 3% inferior: entonces 59,8% y ahora 62,6%. La abstención en la última convocatoria electoral es. por tanto, ligeramente superior a la media, en este tipo I de elecciones, y sustancialmente continuista de situaciones anteriores.

Un cambio indiscutible es la práctica desaparición del CDS de las instituciones de representación municipal y regional El fracaso electoral de este partido sólo es posible explicarlo en toda su dimensión como consecuencia del éxito logrado por el Partido Popular, al ser aceptado por una buena parte del electorado centrista como una alternativa viable de gobierno; así lo muestra el hecho de que haya sido el principal beneficiario de las pérdidas del partido liderado por Adolfo Suárez. No parece plausible imaginar que esa transferencia de votos se hubiera producido en tal magnitud, aunque el CDS hubiera cometido errores políticos similares hace escasamente un par de años, cuando los datos de opinión manifestaban con elocuencia la imagen persistentemente negativa que aquél sector de votantes tenía del Partido Popular. La atracción de esta nueva cuota de electores revelan que ese partido ha comenzado a romper el encapsulan lento en el que se encontraba desde 1982 haciendo más competitiva su oferta política.

El crecimiento porcentual y en votos absolutos del PP es relativamente modesto. La diferencia de 13 puntos que aún le separa del Partido Socialista es muy superior a la distancia máxima que puede mediar entre un partido en el gobierno y otro con aspiraciones razonables a ocupar ese lugar. Ahora bien, la construcción de una alternativa de centro-derecha requerirá la suma de los partidos nacionalistas vasco y catalán y de las formaciones regionalistas. Por ello, en la hipótesis de una alianza con esos grupos, el espacio entre los dos partidos mayoritarios, siendo notable, es menor del que actualmente les separa.

Los resultados electorales en las capitales de provincia son un buen indicio de lo que parece definitivamente constituir el comienzo del fin del aislamiento en que se ha encontrado el Partido Popular en la pasada década. En 1987 las candidaturas del PP habían sido las más votadas en nueve capitales, mientras que el PSOE ocupaba ese lugar en

treinta. En 1991 la relación entre los dos partidos es muy equilibrada, ocupando las candidaturas populares la primera posición en veintidós de las capitales y el PSOE en veintitrés de ellas. Los resultados indican que el PP constituye una oferta muy competitiva en los núcleos urbanos. La distribución territorial de sus apoyos electorales es, por otra parte, bastante homogénea, hasta el punto de llegar a ser la lista más votada en capitales (Cáceres, Granada, Jaén, Murcia) pertenecientes a comunidades en las que el PSOE tiene sus suportes más firmes. No ocurre lo mismo si establecemos como unidad de medida las comunidades autónomas. En este caso el voto del PP presenta un desequilibrio notable, con un importante desarrollo en la mitad norte de la Península y una escasa implantación en el Sur.

Un alcance menor reviste la mejoría electoral de Izquierda Unida. Esta coalición suma aproximadamente 50.000 votos a los obtenidos en 1987, lo que no pasa de ser un pequeño incremento, pero logra en cambio representación en numerosas instituciones locales y regionales de las que hasta ahora se encontraba ausente, consiguiendo así un reparto más equilibrado de su fuerza electoral. Este último logro constituye su mayor éxito. Muy plausiblemente, el incremento de IU afectará al futuro de la competición interpartidista, ya que obliga a los socialistas a recabar su apoyo para gobernar en numerosos municipios y en alguna comunidad. La escasa representación alcanzada por el CDS atribuye potencialmente a Izquierda Unida el papel de primer aliado del PSOE, situación que planteará a los socialistas problemas de imagen entre los sectores en los que precisamente su oferta viene mostrando una pérdida de competitividad.

Los cambios y el sistema de partidos

Transcurridos quince años desde el restablecimiento de la democracia, el sistema de partidos continúa en busca de su propia identidad. Los resultados de la última convocatoria electoral suponen la quiebra del último modelo que parecía estar configurándose a raíz de las elecciones generales de 1989 y del que el «Bloque Constitucional» impulsado por el PSOE constituía un ensayo general. Ese modelo encaja en el concepto de «bipartidismo imperfecto» utilizado por Giorgio Galli para definir el sistema de partidos italiano. La extraordinaria merma de la fuerza electoral del CDS. a pesar de no afectar a su representación en el Parlamento nacional, y la nueva posición del PP en el mercado electoral preludian una configuración distinta del sistema de partidos que parece orientarse ahora hacia el modelo francés. Los microsistemas de partidos en el ámbito municipal de la mayoría de las capitales de provincias se acercan ya a esa configuración al haberse producido una relación de fuerzas bastante equilibrada entre la suma de socialistas y comunistas por un lado y del Partido Popular y regionalistas por otro.

La orientación del sistema de partidos nacional en la dirección apuntada dependerá en lo esencial de la capacidad del Partido Popular para proponer una afeita atractiva a ios sectores más centristas del electorado del PSOE. Los últimos resultados reflejan que todavía, con la excepción de Madrid, no hay un espacio electoral compartido por el que ambos grupos políticos establezcan una competencia real.

La distancia que sigue mediando entre los dos partidos con mayor fuerza electoral es la expresión más demostrativa de que en los resultados de las pasadas elecciones hay una dimensión continuista fundamental. Se aprecian, sin embargo, signos elocuentes de que la distribución del mercado electoral entra en una fase de descongelación que va a favorecer una mayor competitividad. Es incuestionable que esa nueva situación beneficiará a los consumidores, es decir, a todos los electores.