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No es frecuente encontrar un autor que sepa sintetizar en la unidad de la pieza dramática registros tan equidistantes y, generalmente, dispersos como la intensidad literaria, la facilidad narrativa y la profundidad discursiva. Pretender no es lo mismo que ser. Cuando el autor pretende que su obra sea interpretada como alegoría, conflicto o metáfora discursiva no debe necesitar explicarlo. Si el texto o la trama requieren una interpretación explícita de sus pretensiones es que las intenciones del autor se quedan en eso, en pretensiones, sin alcanzar a tener un valor por sí mismas. No es el caso de Peter Shaffer. un autor que consigue fundir en la síntesis de la obra los más dispares valores, incluido el más ambicioso y más inaprensible: la profundidad.

Ser profundo sin ser abstracto ni aburrido, ser literario sin ser amanerado, ser filosófico sin ser discursivo, éste es el problema, que diría Hamlet, Y, naturalmente, no todos los que lo intentan lo consiguen. Peter Shaffer sí, Y la razón estriba en que Shaffer es, ante todo, un autor teatral que no subordina la acción al pensamiento, pero no renuncia a servirse de la trama como vehículo para expresar un pensamiento. Porque sabe integrar estos diversos planos, sus personajes no se quedan en meros pretextos de una intriga sin que por ello se disuelva la intriga en la densidad de los personajes; sus conflictos psicológicos no son experimentos psicoanalíticos, sino auténticos dramas humanos representados dramáticamente. Tal vez el mayor valor de Amadeus procedía de la verosimilitud psicológica de un patetismo cuya singularidad, si no hubiera sido dominada por el oficio de) escritor, hubiera fácilmente degenerado en artificiosidad retórica.

Virtudes del actor

Hay un rasgo en el teatro de Shaffer que, por otro lado, es efecto de esa misma habilidad que trataba de ilustrar, cuyo comentario puede ser especialmente oportuno para comprender el sentido más cabal de Leticia, la última obra suya estrenada en Madrid. Se trata de que esa preocupación de Shaffer por no claudicar del tono literario convierte a su teatro en un instrumento especialmente adecuado para que resalten las virtudes del actor. Como Amadeus, también Leticia es obra para actor, o. mejor en este caso, para actrices. Pero, entiéndase bien, Shaffer no pretende potenciar los aspectos histriónicos de la acción, sino que concibe el texto como como medio literario para el lucimiento elocutivo. La eficacia dramática se basa en la explotación del contenido discursivo. Los actores, más que comediantes son disertantes, y la intriga se basa más en la desenvoltura del texto que en los lances de la acción.

Leticia es una gran pieza, intensamente irónica. Sus sugerentes apuntes sarcásticos, controlados por un humorismo inocente, no enturbian con asperezas el tono satírico. La idea de Shaffer parece, en principio, centrarse en la oposición entre dos heroínas de muy diferente, casi puede decirse opuesto, semblante moral. Prácticamente, se trata de una obra de sólo dos personajes, y si Shaffer hubiera intentado dominar aspectos anecdóticos de la trama hubiera podido prescindir de todo el reparto para concentrar la tensión dramática en la confrontación entre Leticia y Lotte. Como quiera que fuese, la eficacia de la puesta en escena queda subordinada al oficio de las actrices que representen a las dos protagonistas, criaturas divergentes y complementarias que expresan mundos opuestos y sólo aparentemente incompatibles. Leticia es como un brote del pasado instalado por error en el presente, una pieza de museo que alguien hubiera situado en una vitrina equivocada, fuera de época. Imaginativa, nostálgica, arbitraria, encarna el individualismo aristocrático e historicista, simboliza la altivez de las tradiciones y el respeto a los valores perdidos. Lotte es todo lo contrario. El pragmatismo burocrático. la eficacia racionalista, la función adaptada al órgano. El contraste entre ambas personalidades es vigoroso y, lo más sugerente. ninguna resulta vencida o doblegada por la otra. Ambas se encuentran a partir de una distancia que puede parecer inconmensurable. Pero en ese encuentro reside el encanto de la pieza.

Poesía

Puestos a señalar, pueden encontrarse muchos detalles artificiosos. Pero carecen de importancia. ya que para advertirlos hay que ponerse a reflexionar sobre ello deliberadamente. Lo importante es que la obra funciona, consigue algo más que el entretenimiento, la toma de conciencia, la comprensión de las limitaciones del mundo vivo, de los excesos y defectos de la actualidad.

Sin duda que parte de ese efecto no se produciría si, como en este caso. Leticia no viniera arropada por el saber hacer de María Fernanda D’Ocón. Cierto que Manuel Collado, pensando que ambos personajes son complementarios y que expresan las caras divergentes de una única moneda, decidió que las actrices intercambiaran periódicamente los papeles. Así que lo mismo hubiera podido ser que Amparo Baró representara Lettice en lugar de a Lotte. Pero el comentario ha de ceñirse a lo visto. Y lo visto es que María Fernanda D’Ocón saca del personaje Lettice un fondo de poesía y verosimilitud del que en gran parte depende la eficacia de la puesta en escena. La dirección de Collado es excelente. Permite al espectador saborear el texto literario. en el cual se advierten, no obstante, algunos anglicismos que con mayor cuidado del traductor hubieran podido evitarse.

Doctor en Derecho, licenciado en Filosofía, catedrático de Estilística Aplicada, Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense