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Madrid, cuando va a cumplir su primer milenio, va a vivir la experiencia de ser capital de la cultura de Europa. Pero como de cualquier celebración o conmemoración, a pesar de lo efímero del acontecimiento, quedará un recuerdo más o menos vivo, importante y duradero, y pueden surgir de ello iniciativas o realizaciones que enriquezcan la historia de la ciudad.

Si se hubiera de elegir un símbolo o una institución cultural que de alguna manera representara a Madrid, o que casi fuera unida a ella como la sombra al cuerpo, no cabe duda que la opción por el Museo del Prado sería absolutamente mayoritaria. La riqueza de sus colecciones, la excepcionalidad de algunas de sus obras, el valor histórico de los orígenes y procedencias de muchas de esas pinturas y de las personas y artistas en él representados, hacen del Prado uno de los más grandes museos de pintura del mundo y, desde luego, la institución cultural española más famosa universa (mente.

Naturalmente, el Prado está muy por encima, por trascendencia y perdurabilidad, del carácter, acontecimiento, pasajero y breve, de la capitalidad, Pero no cabe duda que, al lado de otras celebraciones necesariamente coyunturales: conciertos, exposiciones. actos culturales, representaciones o participación de artistas brillantes y Famosos, todas ellas justificadas y necesarias en un año así, es una ocasión para la realización o la toma de decisiones que mejoren la misma estructura de instituciones o introduzcan hábitos o creen nuevas iniciativas culturales.

A algunos les parece que el Museo del Prado es tan importante y sobrepasa en tanto a cualquier otra institución que apenas necesita mejorar, o que es casi imposible su enriquecimiento, y que como conjunto histórico formado por las colecciones reales fundamentalmente seria casi un atentado renovarlo o modificarlo. Pero la experiencia nos demuestra que los pocos museos que en el mundo s^ le pueden comparar no se duermen en sus laureles, sino que hacen grandes esfuerzos para ser cada día más hermosos, perfectos, completos y atractivos. Y sobre todo más adaptados a las afortunadamente crecientes demandas culturales de las modernas sociedades. Está a punto de inaugurarse una espléndida ampliación de la National Gallery de Londres en el mismo Trafalgar Square. en la que no ha faltado polémica en la que ha intervenido hasta el heredero del trono británico. El Louvre se ha dotado con fa discutida pirámide y el nada discutido vestíbulo subterráneo pero luminoso y lleno de servicios para el creciente número de visitantes, y el Ministerio de Hacienda y la Administración francesa han vaciado los locales que ocupaban en los palacios del Louvre, reconociendo el superior valor de la dedicación cultural de esos espacios. Y el Metropolitan de Nueva York enriquece constantemente sus colecciones con adquisiciones o legados espectaculares, como el reciente de la colección Annenberg, y planea simultáneamente la amphaáón de su edificio y de sus salas y espacios. El Museo del Prado es magnífico, y lo seguiría siendo si se mantuviera inalterado, pero eso no significa que no deba y pueda mejorar. Y ya de hecho ha mejorado en estos últimos años con la renovación de sus salas, la instalación de climatización y la publicación de estudios sobre su historia y colecciones. Pero aún son perfectibles algunos aspectos, y éste es quizá un buen momento para plantearse este propósito de superación, dentro del básico respeto que institución tan importante merece.

La política de adquisiciones

Me voy a referir sólo, por el tamaño de este artículo, a dos aspectos: el enriquecimiento de sus colecciones y la necesidad de nuevos espacios, que, dejando como centro el edificio de Villanueva, creen en su entorno un gran conjunto que permita disfrutar de sus obras en las mejores condiciones de amplitud.

Se ha dicho muchas veces que la colección del Prado es la mejor del mando, y no seremos nosotros los que rebajemos en un punto su mérito. Pero aunque así fuera, no sería bastante razón para no incrementarlo y mejorarlo. Y no por afán de competencia o emulación con otros grandes museos que así lo hacen, sino por el mismo deseo de que cada día el conjunto de sus obras fuera más completo y rico. Por ello nos parece que una política de adquisiciones dirigida desde los órganos del mismo museo es absolutamente indispensable. Y reconozcamos que no han sido los poderes públicos nada generosos con el Prado desde hace muchos años. Hay adquisiciones notables, unas por el acierto de sus gestores, como el Antone- ¡lo de Messina y otras obras, y otras por la generosidad de coleccionistas y donantes como Cambó, Fernández Duran, Harris, Casa Riera y otros varios, pero poco hay que agradecer a los presupuestos públicos, a lo largo de este siglo. Es asombroso que la cuarta pieza de la historia de Nastasio degli Onesti, cuyas tres primeras están en el Prado por generosidad de Cambó, se vendiera en el mercado de Christie’s el año 1967 por un precio perfectamente asequible y no se adquiriera por el museo. O tantos otros casos semejantes, desaprovechados.

El Museo del Prado es excepcional y riquísimo, pero hay que reconocer que tiene lagunas importantes, por razones históricas o económicas. La política española de los siglos XVI y XVII explica muy bien por qué nuestras colecciones de pintura flamenca no tienen nada que envidiar a las más ricas del mundo, y en cambio la representación de la importante pintura holandesa del XVII es muy pobre y faltan entre nosotros obras de Rembrandt, Frans Hals y de casi todos los grandes maestros holandeses del paisaje, el bodegón o el género. Y nuestra posterior decadencia, en el Estado y en la sociedad, hacen explicable los huecos en las escuelas francesa o italiana de los siglos XVIII y XIX.

Una política de adquisiciones ordenada debería tratar de ir llenando esas lagunas, además de intentar conseguir obras que incrementaran aún más la riqueza del Prado, como algunas pinturas españolas que todavía están en colecciones privadas y que por su importancia o carácter tienen su mejor lugar en la primera pinacoteca de pintura española del mundo.

Se podrá argüir que esas obras cuestan mucho. Eso es verdad, pero sólo en parte. Algunas obras señeras, sí, pero durante estas últimas décadas, y aún hoy, es posible adquirir obras de las escuelas peor representadas, por cantidades al alcance de lo que deben ser los presupuestos del Prado para estos fines. Recordemos que, por ejemplo, los recursos para adquisiciones de estos últimos años del Reina Sofía han sido mayores que los del Prado, y sobre todo si miramos a los países vecinos veremos que la mayor fuente de enriquecimiento de las colecciones públicas no son las adquisiciones. El origen más importante es la entrega de obras de arte en dación como pago de impuestos y el estímulo de los legados o donaciones, Francia publica periódicamente los catálogos de las obras adquiridas por estos medios por el Estado y estimula y propaga esas transmisiones. Mientras tanto, en España la dación en pago introducida en la Ley de 1985 ha sido utilizada sríio en media docena de ocasiones, y en varios casos ha sido torpemente criticada o vista con recelos, en vez de alabada públicamente. Las donaciones, sobre todo de personas físicas, tienen un tratamiento fiscal tan ridículo que prácticamente casi nadie se siente inclinado a hacer de mecenas, hasta el punto de que en estos últimos años sólo la Fundación de Amigos del Prado o algún testador generoso hace legados al museo. Cuando si se hiciere una política distinta, la fama y prestigio del Prado deberían multiplicar las iniciativas en ese sentido.

La oportunidad de la capitalidad europea de Madrid, tan discriminada por el legislador fiscal respecto a los otros dos acontecimientos coetáneos, en Sevilla y Barcelona, debería servir para cambiar !a política de adquisiciones del museo por las tres vías más eficaces: mayor dotación de los presupuestos públicos para el Prado, promoción del pago de impuestos con obras de arte que le interesen y reforma de la legislación fiscal que estimulara los legados y donaciones para la primera pinacoteca nacional.

La ampliación del Prado

El otro aspecto, quizá aún más vigente, es la ampliación de los espacios de exposición del museo. Se dice siempre que miles de obras duermen en sus fondos. Sobre esto existe una cierta leyenda fruto del desconocimiento, porque en esas reservas, aparte de algunas obras de primera fila, como parte del apostolado de Rubens, hay muchas obras de interés histórico, pero de segundo nivel, que no resistirían la comparación con muchas de las obras expuestas, y extensísimas colecciones del siglo XIX que lógicamente deberían ser expuestas en otro edificio distinto de las obras de la época clásica. Pero aun con estas salvedades, es verdad que podrían y deberían exponerse bastantes más obras y que el edificio Villanueva se nos ha quedado pequeño. No creo que la solución sea lamentar la dedicación del Palacio de Vistahermosa a la colección Thyssen. Y ello principalmente por dos razones: porque esa colección enriquece noblemente los museos de la capital, es sin duda la colección privada más importante que queda en el mundo, y desde luego seria imposible reunir hoy otra semejante; y colocada frente al Prado, es complementaria de él en algunos aspectos, obras y escuelas. Con lo que hay que felicitarse de su próxima apertura y procurar que se quede ahí definitivamente.

Y porque mientras Vistahermosa perteneció al Prado no solucionó tampoco el problema del espacio, ya que se utilizó para exposiciones temporales y no se abordó con energía su incorporación real como salas del museo. Y sobre todo porque no hay nada peor que contentarse con lamentar el pasado en vez de resolver el porvenir.

Sobre las soluciones de ampliación del Prado se ha escrito mucho y es difícil decir cosas nuevas. Pero es que las ya propuestas están aún sin hacer. Hay dos edificios contiguos al Prado, restos del palacio de Felipe IV, el rey de Velázquez, el Ministerio del Ejército y el Casón, que deberían ser añadidos naturales de Villanueva, desplazando las colecciones militares a cualquiera de los muchos edificios históricos de los alrededores de Madrid, con mucho más espacio y condiciones, y recuperando así el Salón de Reinos para la pintura, y del Casón la pintura del XIX a lo que debería ser el gran museo de la pintura del siglo XIX de las colecciones del Prado en el viejo y hermoso edificio del Ministerio de Fomento (hoy de Agricultura).

Esta solución, que no significa el olvido del Palacio de Buenavista, que parece que exige mayores plazos, abriría la posibilidad de un enorme espacio museístico presidido por el edificio Villanueva como buque insignia, que iría desde las verjas del Retiro por los dos edificios sobrevivientes (el Casón y el Salón de Reinos) del palacio que hizo Olivares para su rey. en placentero paseo a la sombra de la Real Academia y de los Jerónimos. hasta el edificio central, frente al que, cruzando el Paseo del Prado con imaginativas soluciones ya propuestas por Miguel Oriol, se encontraría Villahermosa con la colección Thyssen, y tras visitar aquél se podría pasar al Botánico, que serviría de enlace y reposo a los ojos, y quizá pudiera encontrarse en él alguna solución arquitectónica respetuosa y complementaria del Prado, para pasar a la manzana contigua, separada sólo por la Cuesta de Moyano. que forma el Ministerio de Fomento con sus patios y dependencias.

Todo ello, si se mira un plano de la zona, forma un conjunto —del que no se encuentra muy lejos el Reina Sofía y la vieja Estación de Atocha, que merece también una utilización cultural— que, aunque no tenga el valor de los palacios del Louvre, lasTulierías y el Sena, sería sin duda alguna uno de los espacios culturales más importantes del mundo y quizá el más atractivo conjunto museístico de pintura.

Naturalmente, eso es una empresa que no es fruto de un año, sino de un esfuerzo más continuo (recordemos la duración de las obras de ampliación de los Museos de París, Washington o Londres), pero que en algún momento hay que decidirlas, emprenderlas y tomar las decisiones oportunas. Y no cabe duda que sería un imperecedero recuerdo del año en que Madrid fue capital cultural de Europa.

PROFESOR DE LIDERAZGO DE INSEAD. DOCTOR EN SOCIOLOGÍA. UNIVERSIDAD DE HARVARD