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¿ENTRA MARRUECOS EN UNA NUEVA ERA? La pregunta no es baladí tras  la entronización del nuevo rey, Mohamed VI, como consecuencia del súbito fallecimiento de su padre. Tiempo habrá para aquilatar y hacer balance sobre un monarca —Hassán II— al que el reino debe la unidad nacional, la modernidad, un papel internacional destacado y un marco político que se aproxima a los países democráticos de Occidente.

Hassán dejó tras de sí puntos oscuros, problemas profundos, dossieres abiertos que su sucesor debe asumir e intentar resolver en los próximos meses. Algunos de ellos, sin embargo, difícilmente podrán solucionarse en décadas, porque se arrastran desde hace un siglo. Otros dependerán del consenso social, de la clase política y del majzén (el establishment, diríamos con un anglicismo).

Pero el cambio, el deseo de cambio, la «imparable dinámica del cambio» (en frase de Hichan Bel Abdallah El Alaui, fino intelectual y primo carnaldel nuevo rey, cuyo papel puede ser importante en el futuro) está en marcha. Se respira. Quien viaje a Marruecos hoy puede percibirlo: se han despertado enormes espectativas. Pero existe también el temor de que la impaciencia de unos y el egoísmo de otros puedan echar por tierra tanta esperanza.

Los desafíos que el nuevo rey deberá enfrentar son enormes. La economía del país atraviesa un mal momento: al peso plúmbeo de la deuda externa (cuya reconversión en inversiones han iniciado España y Francia)hay que añadir un tejido productivo arcaico, un nivel de competencia internacional mediocre y una mano de obra poco cualificada, aunque haya excepciones. El paro (tal vez más del 25% de la población activa)afecta sobre todo a los jóvenes y especialmente a quienes lograron acceder a la enseñanza media y a la universidad. La demografía galopante no ayudaprecisamente a potenciar un mercado de trabajo en recesión: nadie parece haberse tomado en serio la necesidad urgente de enfrentar este problema por razones religiosas o morales, es uno de los tabúes más delicados.

Un 50% de la población marroquí es analfabeta y vive en condiciones de pobreza o de pobreza extrema. En algunas zonas rurales el analfabetismoentre las mujeres alcanza el 85%. Las «pateras» se explican por una situación social, más que delicada, explosiva. Hay quien teme un estallido. Precisamente por eso tal vez, en sus primeros discursos el nuevo rey habló de lucha contra la pobreza y el desempleo, reforma de la educación y del estatuto de las mujeres y reformas democráticas en profundidad, que podríanafectar incluso a las grandes instituciones del Estado o a la Constitución.

Mohamed VI ha tenido que asumir una herencia brillante en el terreno exterior (Marruecos ha jugado en los últimos decenios un papel de amortiguador y mediador entre el radicalismo árabe, palestino sobre todo, y Occidente) y difícil en el interno.

Los «años de plomo» (1971-1989) han dejado en el país heridas sin cerrar: el tema de los desaparecidos, por ejemplo, que inevitablemente deberá hallar una solución de compromiso con las familias y las organizaciones políticas. O el contencioso territorial del Sahara Occidental, que 25 años después de su retrocesión por España sigue sin resolverse,aunque haya perspectivas a medio plazo a través de un referéndum de autodeterminación bajo control de Naciones Unidas.

El problema estriba en que para Marruecos —y lo mismo cabe decir para el Frente Polisario, independentista— el referéndum solamente debe confirmar la pertenencia del territorio a su soberanía: otra soluciónsería inaceptable y podría conducir a un bloqueo peligroso. La neutralidad de Argelia en éste y otros asuntos de carácter regional constituye la primera piedra de una reconciliación pendiente, y que el «cambio de guardia» en la cúpula argelina, con el nuevo presidente Buteflika al timón, podría favorecer. A lo largo de los próximos meses (el referéndumdel Sáhara Occidental está previsto para julio del año próximo) el contencioso deberá encontrar solución o simplemente enquistarse, salvo que a última hora se logre un compromiso entre la postura integracionista a ultranza y la independentista pura y dura, lo que será difícil.

La delicada situación social y política marroquí ha puesto de nuevo sobre el tapete el problema del integrismo islámico, que en el reino tiene características muy diferentes de Argelia o Túnez, pero que, pese a todo, en su expresión más radical contesta no solamente el sistema político sino también la figura del monarca, comandante de los creyentes. El gesto del nuevo rey recibiendo a representantes de todos los partidospolíticos, pero también a los dirigentes del grupo islamista moderado «Justicia y Caridad», apunta hacia una política de diálogo y no de confrontación con estos sectores que, sin ser mayoritarios, tienen cierta presencia en la sociedad marroquí, especialmente en la Universidad y en algunos barrios de las grandes ciudades.

Hassán II impuso desde hace bastantes años que algunos ministerios claves —Exteriores, Interior y Justicia— constituyesen un coto privadodel monarca, al igual que algunos dossieres especialmente delicados (el Sáhara era uno de ellos). La situación no se compadecía con un sistema de libertades políticas y, mucho menos, con el proceso de alternancia inaugurado recientemente con la presencia de un dirigente histórico socialista, Abderrahmán Yussufi, a la cabeza del gobierno. La permanencia en el ministerio de Interior del astuto e implacable Driss Basri es uno de los test a los que inevitablemente debe someterse el nuevo monarca.

Otra prueba será el nombramiento de sus colaboradores más próximos —consejeros reales— cuyo papel en el sistema político marroquí es más importante que el de los propios ministros. Por de pronto, para dar más trasparencia a la institución más opaca del reino, el Palacio o la Corte, Mohamed VI ha nombrado ya —y por primera vez en la historia marroquí— un portavoz en la persona de uno de sus amigos de confianza, Hassán Aurid. Al tiempo —algo también insólito en Marruecos— ha solicitado una auditoría sobre el patrimonio real.

En varias ocasiones se evocó en los últimos meses el «modelo español»para la transición marroquí. La presencia del rey Juan Carlos en el cumpleaños de Hassán II días antes de su fallecimiento, de los reyes de Españaen el entierro junto con el presidente del gobierno, y la visita de unas horas que en el mes de agosto realizó José María Aznar a Rabat para entrevistarse con el nuevo monarca, indican la importancia del papel que España puede jugar en el proceso que ahora se inicia en el vecino del Sur.

La presencia empresarial y financiera de España en Marruecos ha experimentado un verdadero salto cualitativo —y, por supuesto, también cuantitativo— que convertirá probablemente este año a nuestropaís en el primer inversor (por delante de Francia por primera vez) y en el segundo abastecedor. Este entramado de intereses y relaciones entre la sociedad civil de ambos países debería convertirse en amortiguador de tensiones que, inevitablemente, se producirán entre los dos países: pesca, emigración clandestina, droga, reivindicaciones territoriales, etc.

La frase del rey de España cuando dio el pésame al nuevo rey alauí —«Tu padre fue un hermano para mí, yo quisiera ser para ti un hermano mayor»— refleja tal vez también el inicio de una nueva era para las relaciones entre los dos países, hasta hace poco marcadas por la pasión, la improvisación y los prejuicios.