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Todo indica que América fue descubierta por los franceses, que Colón nació en Marsella y que la gesta del Descubrimiento fue subvencionada por el Capeto Carlos VII. Ningún estudio académico avala la hipótesis pero los hechos, que suelen ser más tercos, coinciden en que la fecha quimérica del 92 será de quien la trabaje y en esto nadie está igualando a los franceses, Seminarios, coloquios, exposiciones, números monográficos de revistas sesudas y de semanarios populares, y. sobre todo, libros, muchos libros sobre el V Centenario, el encuentro entre dos culturas o como quiera que diablos se llame a la conmemoración del viaje de Colón al Nuevo Mundo.

Usted abre, por ejemplo, el diario «Le Monde» y se encuentra con un largo folletín sobre el viaje colombino. Visita una librería de cierta entidad y hay anaqueles y escaparates reservados al año mágico, a «Cristophe Colomb», a los Reyes Católicos. Ve la televisión y Pivot o Poivre de Arbor, monstruos sagrados del audiovisual culto, le dedican al Centenario emisiones, entrevistas a historiadores o literatos, celebrando en suma, la efemérides como si se tratara de una gesta propia. Algo que sería de agradecer – y se agradece- si no obligara a cierta enojosa comparación con lo que aquí, en la Península, se está haciendo en este terreno, el único en el que valdría ¡a pena volcarse para no convertir la conmemoración en lo que, desgraciadamente, lleva trazas de ser: una feria de charanga y pandereta en versión andaluza donde brillan por ausencia, como era de esperar, la reflexión, el estudio la investigación histórica.

Primero fue el «1492» del inevitable Jacques Attali, consejero del presidente Mitterrand, actual presidente del Banco Europeo de Desarrollo -organismo imaginario creado con la sana intención de recuperar para la economía de mercado a rusos, uzbekos y demás familia- y pese a ello, escritor de mérito. La obra -traducida casi instantáneamente al español pero con distinto título para complicar más la cosa-, es un curioso experimento de cómo sin saber mucho de historia y algo de computación se puede escribir un texto original y hasta cierto punto, innovador, Attali utiliza un material desmenuzado por una legión de secretarios y meritorios para elaborar un fresco de lo que fue aquel año en España, en Europa y en el mundo. Al cabo de las cien páginas el lector se siente lógicamente un tanto fatigado de tanto sincronismo y tanta sabiduría computarizada, pero el ejercicio es relativamente sabroso. No hay una sola idea novedosa en el volumen, nada que pueda fascinar o trastornar al lector pero al final se termina aceptando que el ejercicio es inteligente y atractivo. El libro está todavía en las listas de éxitos y sigue vendiéndose como pan caliente. No estoy seguro de que una obra como la de Attali tuviera el mismo éxito en España donde lo que priva es la biografía garbancera de un personaje de la jet o los manuales instantáneos para ser feliz, gozar en la cama, hablar en público o curarse la paranoia.

Vino después otro «1492. ¿Un mundo nuevo?», trabajo de divulgación y erudición (algo para nada contradictorio, por cieno) de los esposos Bennasar (Bartolomé y Lucile), dos hispanistas reconocidos que desmitifican la gesta colombina que descubriría su grandeza diez o doce años después. Los Bennassar trazan los grandes temas de aquel año que no fueron el viaje de Colón y la llegada a las Indias sino la expulsión de los judíos, la conquista de Granada, la anexión de Bretaña a Francia gracias al matrimonio de la princesa Ana con Carlos VIII, la muerte de Lorenzo el Magnífico en Florencia o la accesión al papado de Alejandro Borgia. Es un fascinante ejercicio de humildad y sensatez histórica al que someten al lector los dos autores distinguiendo con claridad lo que fue 1492 para quienes lo vivieron y en lo que se ha convertido para los historiadores.

Nuevas aportaciones

Con sólo estos dos «1492» cualquier país hubiera cumplido con creces su contribución al Centenario. Pero los franceses han ido más allá. He aquí, a vuela pluma, algunos de los libros aparecidos sólo en los últimos meses relacionados con el descubrimiento: la re-edición de dos biografías clásicas, el «Cristóbal Colón» de Jacques Heers y el «Colón» de Lamartine; el guión de una película sobre el personaje escrito -y nunca filmado- por Abel Gance el inolvidable autor de «Napoleón», «El descubrimiento de América» de Marianne Mahna Lol (autora de un «Retrato histórico de Cristobal Colón» y de una «Historia del descubrimiento»), «1942, el año admirable» de Bernard Vincent, «El desafío español» del ya citado Bartolomé Bennassar, «Los grandes descubrimientos» de Jean Favier, «La Historia del nuevo mundo» (de! descubrimiento a !a conquista) de Carmen Bernand y Serge Gruzinski, y un largo etc. que haría interminable esta reseña. Sin olvidar, desde nuevo, un breve y provocador texto de Regis Debray titulado «Cristóbal Colón, el visitante del alba».

Pero lo más insólito y asombroso de este fenómeno no es tanto que estos libros se hayan publicado -sin ayuda oficial de ninguna Comisión o Patronatosino que «además» se leen con pasión, con interés. Y los leen muchos porque se trata de tiradas importantes.

Si se compara la actividad editorial, universitaria y social francesa sobre las efemérides con la española, en este tema uno siente la irreprimible tentación de pedir el pasaporte birmano. No sólo es que este tipo de libros y de actos brillen por su ausencia en España. Lo más grave resulta que nadie, absolutamente nadie los echa de menos y lamenta que no se produzcan, De los miles de millones literalmente despilfarrados en la verbena del Centenario ni uno sólo se dedicó a promover una reflexión seria, un diálogo fecundo, un estudio crítico sobre aquel tiempo y el nuestro. En un discurso memorable y colorista durante la Conferencia Iberoamericana de Guadalajara (julio 1991) el anciano presidente de Santo Domingo, Joaquín Balaguer, recordó que el IV Centenario había sido el momento escogido para lanzar la obra de don Marcelino Menéndez y Pelayo «Historia de los heterodoxos españoles», un texto clave que la beatería franquista convirtió para nuestra generación en tabú y cuya lectura aconsejó únicamente a los jóvenes. Pero, cabe preguntarse, ¿qué quedará en el terreno intelectual de los fastos de este año? Tal vez, sólo la imagen patética de la carabela de Yañez, hundiéndose…

Hace días comentaba yo con un alto funcionario diplomático español la sensación de miseria intelectual que produce este Centenario sin libros ni reflexiones. Obediente a la llamada del escalafón el funcionario desmintió tajantemente que no se hubiesen publicado obras sobre temas iberoamericanos o relacionados con el centenario en los últimos meses. «Hay cientos de iibros, muchos de ellos inéditos, que han podido editarse gracias al dinero de V Centenario…» dijo. «Pero ¿dónde están, en que librería puedo comprarlos?», pregunté yo, ingenuo. Aquel inmenso fresco respondió con esta frase lapidaria. «No, en las librerías no están. Nadie tos pediría. Deben estar en los almacenes del Instituto (de Cooperación Iberoamericana) o en algún ministerio…)»

Periodista