La carrera pianística de Claudio Arrau (1903- 1991) ha sido de las más intensas y dilatadas de este siglo. A lo largo de 77 años de vida profesional, desde sus comienzos como niño prodigio y hasta casi sus últimos días, ha cautivado al público de todo el mundo por su extraordinaria musicalidad y pureza de estilo.
Nacido en Chillán, Chile, pronto demostró su precoz talento dando su primer recital a los 5 años. Gracias a una beca del gobierno chileno, viajó dos años más tarde con su familia a Berlín, para estudiar con Martin Krause, uno de los pedagogos del piano de mayor prestigio de la época, que había sido alumno de Liszt. El aprendizaje con Krause hizo que Arrau se sintiera siempre como el depositario de la herencia pianística de Liszt, su larga estancia en Alemania durante aquellos años decisivos de la infancia y primera adolescencia, aunque nunca olvidó su origen chileno, le hizo sentirse más alemán, hasta el punto de confesar que se expresaba mejor hablando en alemán que en español.
Pocos han podido contar con un maestro como lo fue Krause para Claudio Arrau. Su magisterio trascendía la mera relación profesor-alumno, pues durante su constante convivencia no sólo le enseñaba a tocar y perfeccionar la técnica pianística, sino que le llevaba a conciertos, a museos, paseaba con él, y hasta se preocupaba por su estado de salud. Una relación muy intensa pero muy breve, pues después de cinco años, murió Krause y se vio tan huérfano que pudo haber abandonado su carrera, de no ser por su talento musical innato que pujaba por salir adelante y la formidable síntesis doctrinal que había recibido de Krause.
No quiso tener otros maestros y de forma autodidáctica aquel muchacho de tan sólo 12 años comenzó su andadura ante el público actuando junto a directores como Arthur Nikisch y Karl Muck y la Filarmónica de Berlín.
Entre las grandes proezas del joven prodigio destaca el haber ganado el Premio Liszt dos años consecutivos con la edad de 16 y 17 años. En 1923, con veinte años comienza sus giras por todo el mundo actuando por primera vez en Estados Unidos. A partir de entonces comienza una actividad incesante de giras y actuaciones, ganando en 1927 el Concurso Internacional de Ginebra cuando formaban parte del jurado Alfred Cortot y Arthur Rubinstein.
Antes de que estuvieran tan de moda como en nuestros días las series de recitales con la obra integral de un solo autor, ofreció en 1935 toda la obra para teclado de Bach y, más tarde, la totalidad de las Sonatas de Mozart, así como las obras de Schubert y Weber. Su repertorio era amplísimo aunque ha merecido siempre un mayor reconocimiento con los autores románticos, desde Schubert a Liszt, pasando por Schumann, Chopin y Brahms.
Su magnífica técnica y asombrosa agilidad estaban siempre al servicio del resultado más puro y musical. Profundizaba en las partituras para extraer de ellas la esencia, sorteando apenas sin dificultad las mayores complicaciones técnicas.
En este último disco del sello discográfico para el que siempre grabó, se ofrece un recital de otras breves pero muy homogéneas en su intención, y que resultan ser lo más representativo del estilo pianístico de Claudio Arrau. Son grabaciones de fechas muy distantes unas de otras, de 1963 hasta el 89. Desde el Liebestraum n. 3 y Harmonies du soir de Liszt, hasta Soirée dans Grenade y Poissons d’Or de Debussy, pasando por Arabeske y El pájaro profeta de Schumann, el Impromptu en Sol M de Schubert, los Nocturnos Op.62 de Chopin, el Scherzo Op.4 de Brahms y Rondó 0p51 n-2 de Beethoven,