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«La République n’ai pas besoin de savants». La República no necesitasabios. Tremendas palabras del presidente del tribunal revolucionario  que,en 1794, condenó a la guillotina  a Antaine de Lavoisier, hoy considerado elgran creador de la química moderna.

Salvando las inconmensurables distancias entre los personajes, no hace mucho un consejero de una Comunidad Autónoma declaraba en un diario que «se había terminado la dictadura de los científicos», acompañando su insólita declaración con frases despectivas. Los mandamases, especialmente  los de segunda fila, necesitan éxitos, urgen realizaciones, requieren obras, y no se detienen a tomar en consideración los consejos de los científicos y técnicos estudiosos de los problemas que, en último caso, contribuyen a retrasar los proyectos.

Así, desoyendo las advertencias de científicos y técnicos, se acampa en lugares que pertenecen, de hecho, a la geomorfología montana y, en cuanto llueve más de la cuenta, las aguas recuperan violentamente sus vertientes. Otro tanto ocurre con las ramblas, secas durante decenas de años y apropiadas como terrenos de nadie para asentamientos de dudosa legalidad, a pesar de que los cálculos de los técnicos indican que por lo menos una vez cada cincuenta años se puede producir una riada, con su triste balance de pérdidas, en una especie de juego de ruleta rusa. O se descuidan las repoblaciones en campos deforestados que aumentan el volumen de las avenidas, con enormes pérdidas de suelo por erosión. Se desoyen también los consejos, avalados por serias investigaciones, que advierten del descenso de la capa freática incluso en el entorno de algún parque nacional, y se permite la proliferación de pozos para regar cultivos mediterráneos que nunca necesitaron esas aspersiones. O se proyectan urbanizaciones que consumirán metros y metros cúbicos de reservas hídricas subterráneas. Y así, en este plan, cunden los ejemplos en todo el territorio español.

De año en año, se va modifican­ do el relieve del país (modelado por la acción de los elementos durante milenios), cambiando su morfología por otra que responda a nuestros gustos, a nuestra comodidad o a nuestras necesidades, pero sin contar con los derechos de la  naturaleza, que desempeñan un papel principal. Y así, aparecen inundaciones provocadas por «gotas frías»  que vierten ingentes cantidades de metros cúbicos de agua a la que no se ha previsto dar salida a los ríos o al mar. Las calamidades se atribuyen a la casualidad, a la mala suerte, a circunstancias imprevisibles, a las «gotas frías» o, ahora, a los efectos de El Niño.Pero,  desde el final del Cuaternario

-hace más de 20.000 años-, se producen «gotas frías» y Niños… Desde 1541 se han registrado 45 episodios de El Niño, pero más de la mitad han tenido lugar en los últimos cien años. Todo indica que esta mayor frecuencia es un dato que las futuras obras hidráulicas deberán considerar seriamente.

En 1955, en la provincia de Québec (Canadá), un enorme proceso de solifluxión hizo descender por las laderas del San Lorenzo una dilatada superficie de terreno sobre la que reposaba una pequeña ciudad, con sus edificios, sus calles y su modesta catedral de madera, que incluso con su obispo se deslizaron hacia el río; so­ lo al llegar a sus aguas se detuvo la avalancha. Felizmente no hubo mu­ chas víctimas, ya que el desastre se desarrolló lentamente y dio tiempo a las gentes a huir despavoridas. Es evidente que el asentamiento iniciado en tiempos coloniales fue incorrecto. La naturaleza lo toleró durante tres siglos, pero al fin se agotó su paciencia.

Y es que la naturaleza, tarde o temprano, vuelve a por sus fueros, lo que hay que tener muy en cuenta…