Wenceslao Castañares

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Profesor Facultad de Comunicación. Universidad Complutense de Madrid

Asistentes de mercurio

La imagen del periodista responde muchas veces a la del triunfador o, al menos, a la del romántico aventurero. Si nos atenemos al espectacular aumento de solicitud de matricula en las Facultades de Ciencias de la Información. pocas profesiones ejercen tanto atractivo entre los jóvenes preuniversitarios. La difusión de esta nueva imagen se ha realizado a través de las mismas instituciones a las que los periodistas sirven: ¡os medios masivos de comunicación. Pero han sido la televisión y la radio los que ha resultado más eficaces en este sentido; el periodista que mejor responde a ese ideal es el periodista televisivo o radiofónico. Así que es muy probable que, consciente o inconscientemente, muchos de los aspirantes persigan ese objetivo. Pero la realidad, como ocurre en otros muchos casos, es más prosaica; sólo algunos llegarán a ser rutilantes estrellas. El libro de J. L. Martínez Albertos no sirve a ese propósito. Tiene en cuenta a todos los medios, pero está dirigido a aquéllos que sólo pretenden ser unos buenos profesionales de la información. Podríamos decir incluso que uno de sus fines consiste precisamente en destruir la idealizada imagen que del periodista se está transmitiendo. El periodista se encuentra entre aquellos pocos que, en un mundo que cada vez exige mayor especialización, no puede aspirar de entrada a centrarse en una función concreta y determinada. Como dice Martínez Albertos, un periodista puede ser. no ya a lo largo de su ejercicio profesional, sino Incluso en el mismo día o en días sucesivos, un narrador objetivo, un escritor con donaire literario, un corresponsal familiar a muchos lectores, un moralista, una conciencia política, un captador de voluntades ajenas, un orientador de gustos estéticos, un portador de sentimientos autocríticos... Y todo ello a través de la palabra escrita. La escritura es para el periodista el momento de la concreción, de la síntesis, del destilado. De ahí que pueda afirmarse que el instrumento de trabajo del periodista no es la máquina de escribir, el procesador de textos o el magnetófono, sino el lenguaje: una herramienta compleja, pero que él ha de manejar con tal habilidad y precisión que apenas se note su presencia. En ese dominio se sustentará en gran parte su profesionalidad. Como dice Martínez Albertos, el arte de escribir es difícilmente enseñable. No obstante hay algo de este arte que puede y debe aprenderse: el empleo correcto y extenso del código lingüístico. Ese viene a ser el objetivo de la Redacción Periodística. De forma más precisa la Redacción Periodística es definida como la ciencia que tiene como objeto el mensaje informativo transmitido por los medios de comunicación de masas. Su estatuto científico se encuentra, pues, en un lugar de amplia confluencia interdisciplinar. Como ciencia del lenguaje tiene una íntima conexión con las diversas ciencias que también se ocupan de él. Lo mismo podría decirse de las Ciencias Sociales y de otras Ciencias de la Información. A determinar este lugar propio de la Redacción Periodística está dedicada la primera parte de la obra. Se trata de una...

Decimos la verdad cuando mentimos

Una de las paradojas más conocidas y famosas está ligada al nombre de Epiménides de Cnossos, un cretense que según la tradición afirmaba que todos los cretenses eran mentirosos. Han sido muchos los que la han interpretado como un gran problema lógico que podía tener múltiples soluciones, algunas de ellas nada simples. Es posible, sin embargo, que, como en otros muchos casos, la contradicción no fuera más que aparente y que el problema no consistiera en que Epiménides mintiera si y sólo si decía la verdad, o que dijera la verdad si y sólo si mentía; sino sencillamente en que fuera un gran embustero y hubiera en Creta al menos un cretense que no fuera mentiroso. Si ahora traemos a cuento al mentiroso Epiménides se debe a que en los últimos tiempos se han planteado reiteradamente situaciones que en el fondo presentan el mismo problema: mentirosos que parecen decir la verdad. Esto es lo que ocurre, a mi entender, en El péndulo de Foucault de Umberto Eco y en Juegos de la edad tardía de Luis Landero, dos novelas de notable éxito. Tanto Eco como Landero nos sitúan en ese impreciso y ambiguo territorio en el que el lenguaje, los signos (es decir, el mundo de lo verosímil, como ya advirtiera Aristóteles) y lo real se confunden. Sus personajes construyen una ficción, es decir, mienten de forma consciente. Pero llega un determinado momento en que la farsa adquiere naturaleza propia y su lógica arrastra y engulle a sus inventores. Estas historias merecen nuestra atención porque nos permiten descubrir los mecanismos comunicativos que hacen posible que una ficción se haga realidad. Como veremos, estos mecanismos operan de la misma forma en estas narraciones ficticias, pero verosímiles, que en la comunicación real. Ejercicios de simulación El protagonista de la obra de Landero, Gregorio Olías (alias Augusto Faroni) es un ingenuo aprendiz de brujo que descubre demasiado tarde que, como ya nos advirtiera el filósofo inglés J. L. Austin, pueden hacerse cosas con palabras. Olías es un insatisfecho y soñador oficinista en un almacén de vinos y aceitunas. Por razones de trabajo conoce a Gil Gil Gil (alias Dacio Gil Monroy), representante de estos productos y con el que sólo tiene comunicación telefónica. Alentado inconscientemente por Gil, que desea tener contacto con hombres famosos, Olías se va creando una identidad falsa, la de Faroni, un famoso escritor. Olías va mezclando ficción y realidad hasta tal punto que llega un momento en que él mismo es incapaz de distinguirlas. Cuando Gil pretende conocer a su admirado Faroni, todo se precipita. La ficción ha de pasar por la dura prueba de la contrastación con la realidad. Pero Olías-Faroni se resiste a que Gil descubra su verdadera identidad y decide seguir adelante. Sus mentiras son cada vez más intrincadas, porque «la mentira sólo resulta verosímil si tiene algo de intrincada, de incomprensible como la vida misma». Como era de esperar, termina siendo victima de sus embustes. Pero aun cuando la realidad se fe va imponiendo «ni siquiera tiene claro que haya mentido»....