La imagen del periodista responde muchas veces a la del triunfador o, al menos, a la del romántico aventurero. Si nos atenemos al espectacular aumento de solicitud de matricula en las Facultades de Ciencias de la Información. pocas profesiones ejercen tanto atractivo entre los jóvenes preuniversitarios. La difusión de esta nueva imagen se ha realizado a través de las mismas instituciones a las que los periodistas sirven: ¡os medios masivos de comunicación. Pero han sido la televisión y la radio los que ha resultado más eficaces en este sentido; el periodista que mejor responde a ese ideal es el periodista televisivo o radiofónico. Así que es muy probable que, consciente o inconscientemente, muchos de los aspirantes persigan ese objetivo. Pero la realidad, como ocurre en otros muchos casos, es más prosaica; sólo algunos llegarán a ser rutilantes estrellas.
El libro de J. L. Martínez Albertos no sirve a ese propósito. Tiene en cuenta a todos los medios, pero está dirigido a aquéllos que sólo pretenden ser unos buenos profesionales de la información. Podríamos decir incluso que uno de sus fines consiste precisamente en destruir la idealizada imagen que del periodista se está transmitiendo.
El periodista se encuentra entre aquellos pocos que, en un mundo que cada vez exige mayor especialización, no puede aspirar de entrada a centrarse en una función concreta y determinada. Como dice Martínez Albertos, un periodista puede ser. no ya a lo largo de su ejercicio profesional, sino Incluso en el mismo día o en días sucesivos, un narrador objetivo, un escritor con donaire literario, un corresponsal familiar a muchos lectores, un moralista, una conciencia política, un captador de voluntades ajenas, un orientador de gustos estéticos, un portador de sentimientos autocríticos… Y todo ello a través de la palabra escrita. La escritura es para el periodista el momento de la concreción, de la síntesis, del destilado. De ahí que pueda afirmarse que el instrumento de trabajo del periodista no es la máquina de escribir, el procesador de textos o el magnetófono, sino el lenguaje: una herramienta compleja, pero que él ha de manejar con tal habilidad y precisión que apenas se note su presencia. En ese dominio se sustentará en gran parte su profesionalidad.
Como dice Martínez Albertos, el arte de escribir es difícilmente enseñable. No obstante hay algo de este arte que puede y debe aprenderse: el empleo correcto y extenso del código lingüístico. Ese viene a ser el objetivo de la Redacción Periodística. De forma más precisa la Redacción Periodística es definida como la ciencia que tiene como objeto el mensaje informativo transmitido por los medios de comunicación de masas. Su estatuto científico se encuentra, pues, en un lugar de amplia confluencia interdisciplinar. Como ciencia del lenguaje tiene una íntima conexión con las diversas ciencias que también se ocupan de él. Lo mismo podría decirse de las Ciencias Sociales y de otras Ciencias de la Información. A determinar este lugar propio de la Redacción Periodística está dedicada la primera parte de la obra. Se trata de una tarea nada fácil y que, debido a la misma complejidad de lo lingüístico y lo social, se presta a la controversia.
A pesar de que también otros artistas y técnicos necesitan del lenguaje, no cabe ninguna duda de que el uso que el periodista debe hacer de él es muy peculiar. Su objetivo es informar y captar al lector por el camino de ta comunicación de unas noticias y la hábil exposición de las ideas. Su lenguaje ha de estar al servicio de este objetivo. No posee, pues, la libertad del creador literario: la claridad, la concisión y la naturalidad han de ser rasgos inexcusables de su estilo. Este estilo puede variar en los detalles dependiendo de los géneros, incluso de los medios de transmisión, pero en último término siempre tendrá una obsesión: que, como decía Quintiliano -a quien Martínez Albertos cita en varias ocasiones-, no pueda en modo alguno dejar de entenderse lo que se trata de comunicar. Se podría decir por consiguiente, que el periodismo es la forma que la antigua Retórica ha adquirido en la época moderna. Pero para ello ha debido adaptarse. V han sido los mismos periodistas los que a lo largo de una tradición varias veces centenaria, han ido estableciendo los medios más eficaces para alcanzar esos objetivos.
Función y ética
La parte «especial» de Ja obra de Martínez Albertos está dedicada a exponer las peculiaridades del lenguaje periodístico. En un estilo claro y a veces repetitivo, como corresponde :i la intención pedagógica, el autor va abordando toda una serie de cuestiones que son de gran utilidad para todo aquel que pretenda dominar el lenguaje expresivo. Se trata, pues, de una obra que puede ser de interés para un público más amplio que el de los estudiantes de periodismo.
Pero además de estas orientaciones de carácter más práctico, que son las que un lector medio esperaría, se encontrará a lo largo de la obra con otras que no tienen este carácter. Se trata de cuestiones que tienen que ver con la función del periodista y con su comportamiento ético. Como aquellas otras de carácter teórico abordadas en la primera parte, pueden suscitar la controversia. Martínez Albertos, lejos de obviarlas, se enfrenta a ellas con juicios inequívocos. Entre ellas merece destacarse la que tiene que ver con la concepción del papel del periodista en una sociedad en la que los medios de comunicación han adquirido enorme importancia. Esta función ha sido equiparada con frecuencia a la del mensajero. Mercurio (Hermes para los griegos), el alado mensajero de los dioses, experto en el arte de convencer por medio de la palabra (aunque a veces utilice el engaño), ha sido un símbolo usado con reiteración. Algunos parecen concebir al periodista como pontifex maximus de este dios. Martínez Albertos lo concibe más bien como un diligente secretario, un eficaz asistente que en absoluto pretende suplantar a aquel a quien sirve. La objetividad, ía claridad, la concisión y la naturalidad deberían ser sus mejores cualidades