Fernando Checa

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Ciudades para vivir

Últimamente, el diario El País dedicó un interesante reportaje para señalar, dentro de España, cuáles eran las ciudades que gozaban de mejores condiciones para la vida. De este estudio resultó que las más gratas para vivir eran Vitoria, Palma de Mallorca y Gerona, con lo cual el autor del artículo está conforme. Y las más inhóspitas, si no recuerdo mal, eran Baracaldo, Badajoz y Jaén. El tema es muy interesante porque la ciudad es, al fin y al cabo, el lugar donde vivimos la mayor parte de los hombres, sobre todo en esta época en que cada vez crece el porcentaje de la urbanización frente al campo. Podríamos considerar que la ciudad es un mal inevitable y que era más placentera, sin duda alguna, la vida del campo o de la aldea; entre corte y cortijo prevalecería este último, con todas las amenidades de la descansada vida de que nos hablaba Fray Luís de León, La jungla urbana Pero siendo la ciudad un mal inevitable, hay que tratar de hacer más llevadera la situación del hombre , condenado a vivir en urbes cada vez más grandes. Esto ha sido pesadilla permanente de urbanistas, arquitectos, economistas, sociólogos y todos aquellos que, de una forma u otra, han tratado de buscar las soluciones más adecuadas para hacer compatible la ciudad con la comodidad de ¡a vida y el desarrollo del espíritu. ¿Qué diríamos que necesita una ciudad para, hasta cierto punto, competir con las delicias campesinas? Para Ortega y Gasset, la ciudad es un ensayo de secesión que hace el nombre para vivir fuera y frente al cosmos, tomando de él porciones selectas y acotadas. Según esta radical definición orteguiana, la ciudad es una cosa y el campo es otra; dos realidades antitéticas. Pero suponiendo la parte de verdad que hay en ello, no cabe duda que el campo-campo no existe más que en la selva y la ciudad-ciudad no deja de ser aliada muchas veces del campo. Un urbanista del siglo pasado nos hablaba de campo urbanizado y de ciudad ruralizada. Entonces, refiriéndonos a nuestro tema, diríamos que una ciudad es más habitable cuanto más participe o, por decirlo así, conviva con el campo, y no cabe duda que las ciudades, cuanto más se incorporen a un paisaje natural, más bellas son, más amables resultan y más habitables, en fin. se manifiestan. Por ejemplo, tomemos una ciudad que no ha sido de las elegidas como las mejores para vivir en nuestra península pero que también merecería este título de excelencia: me refiero a San Sebastián, la capital de Guipúzcoa. Es una ciudad de las mejor vertebradas dentro de un medio natural. Andar por esta ciudad es verse envuelto en imágenes paisajísticas constantes. Llegamos a la Concha y la bahía y la dilatada playa, son un regalo para los ojos. Montañas como el Monte Úrgull y el Monte Igueldo cierran virtualmente nuestras perspectivas; campo y mar colaboran para que la ciudad se produzca con variedad y armonía en la línea de una elegante arquitectura. Por lo tanto, es...

Sobre la identidad del arte moderno, notas al margen de la Biennale

Dos visitas, prácticamente continuadas en el tiempo, y una polémica -casi permanente en la actualidad-, inducen estas líneas. La primera de ellas la constituye el recorrido, como siempre sorprendente, por las salas del Museum of Modem Art de Nueva York (el mítico MOMA), que nos permite un trayecto, concebido casi como una via sacra, con sus correspondientes "estaciones", por el arte moderno.