Tiempo de lectura: 8 min.

Hubo un momento en que el autor de El hombre en busca de sentido fue literalmente un hombre en busca de sentido: lo buscaba y no lo encontraba. Quien había defendido que la vida siempre, siempre, incluso bajo las más penosas e insoportables circunstancias, tenía un sentido escribió en noviembre de 1945: «Y yo me encuentro aquí, en esta ciudad medio destruida, solo, sin hogar y sin patria. Nada tiene sentido para mí, nada logra alegrarme, ni siquiera el trabajo».

Ese Frankl de las horas bajas, ese Frankl tan cercano y tan distinto al Frankl sobrepuesto a su pasado y a su circunstancia que escribía libros de éxito y daba conferencias por todo el mundo, es el que acercan las páginas de Llegará un día en que serás libre. 

El libro permite descubrir una etapa menos conocida de Frankl para sus muchos lectores, que es vital para entender su resurgimiento vital y su apoteosis laboral

Publicado por Herder, el libro permite conocer a través de cartas y poemas, conferencias, entrevistas y discursos de su archivo personal cómo vivió el fundador de la logoterapia los meses posteriores tras su liberación. Una etapa menos conocida para sus muchos lectores que es vital para entender su resurgimiento vital y su apoteosis laboral.

Llegará un día en que serás libre.
Herder, 2019. 256 págs.
17,80 € (papel) / 10,99 € (digital)

Cuando el antiguo director del departamento de neurología del Hospital Rothschild de Viena, el preso Viktor Frankl, fue liberado después de haber pasado por cuatro campos de exterminio –Auschwitz entre ellos–, las tropas estadounidenses lo nombraron médico en el Hospital Militar para desplazados de Baviera. Allí estuvo dos meses, impaciente por regresar a su antigua ciudad y descubrir cuál había sido la suerte de su madre y su esposa; su padre había muerto junto a él, en Terezín.

En esta época, en medio de ese incertidumbre, cobran todo el sentido las palabras que Frank escribirá en su obra inmortal El hombre en busca de sentido: «Cuando, páginas atrás, nos referimos a la necesidad de infundir en el prisionero ánimos para superar su dramática situación, dijimos que esto se conseguía proponiéndole alguna meta alcanzable en el futuro. Era preciso recordarle que la vida seguía esperándolo, que un ser querido aguardaba su regreso con devoción. ¿Y después de la liberación? […] ¡Pobre de aquel que no encontró a la persona cuyo recuerdo le infundía valor en el campo! […] Quizá subió a un tranvía y se dirigió a la casa de sus recuerdos, llamó al timbre, como había soñado tantas veces en el Lager, pero no halló a la persona que debía abrirle, no estaba allí, nunca volvería».

Pobre Viktor Frankl que, en la primera mañana en Viena, supo que su querida esposa Tilly Grosser había muerto de tifus en Belsen. Se derrumba. Toca fondo

Pobre Viktor Frankl, pues, que sin haber llegado aún a Viena se enteró de que su madre había sido asesinada en Auschwitz. Pobre Viktor Frankl que, en la primera mañana en Viena, supo que su querida esposa Tilly Grosser había muerto de tifus en Belsen. Se derrumba. Toca fondo. En sus palabras es difícil reconocer al Frankl de las enciclopedias: «En todo caso, no esperaba que después de todo lo sucedido, las cosas pudiera ir tan a peor. Por lo visto, la persona destinada a sufrir no encuentra un final. Siempre puede hundirse más y más».

LA ANESTESIA DEL TRABAJO

Las palabras que siguen a la cita anterior son: «De inmediato me puse a trabajar». En el trabajo a destajo, Frankl encontró la anestesia para el inmenso dolor de su pérdida. Pero anestesia no es alivio. Frankl percibe su liberación como una carga y sus tareas, una condena: «como un niño que debe quedarse castigado en la escuela: los demás se fueron y yo sigo allí, tengo que terminar los deberes y entonces podré irme a casa».

Trabaja, pero se siente inmensamente solo, cansado y triste. Trabaja por un sentido férreo del deber, porque «Ya no me queda ninguna alegría en la vida, solo obligaciones: solo hago lo que me ordena la conciencia». Estas palabras las dirige a sus amigos Wilhem y Stepha Börner el 14 de septiembre de 1945. Unas líneas más abajo volverá a subrayar la importancia de esa conciencia, una especie de sexto sentido que tendrá un lugar destacado en la obra de Frankl, pues será aquel que permite percibir el significado de las distintas situaciones de la vida: el sentido del sentido. Así, después de manifestar a sus amigos su hastío, su alejamiento de todo, escribe: «Sin embargo, ahora veo las cosas desde otra perspectiva. Cada vez soy más consciente de que la vida tiene un sentido infinito, de que también el sufrimiento, e incluso el fracaso, tienen sentido. Y el único consuelo que me queda es que puedo decir con la conciencia tranquila que he utilizado las oportunidades que me han brindado, quiero decir, que las he salvaguardado haciéndolas realidad. Esto puede aplicarse a mi breve matrimonio con Tilly».

Esto mismo también podría aplicarse al hecho de dejar extinguir un visado que le hubiera permitido huir a él solo, dejando solos a sus padres en Viena. No lo hizo y tuvo ocasión de aliviar la agonía de su padre con la morfina que había introducido clandestinamente en el campo de Terezín. Su padre murió acompañado y él se sintió feliz porque «había hecho lo que tenía que hacer y había conseguido estar con mi padre hasta el último momento en que estuvo consciente».

Los días pasan para Frankl de forma anodina y bajo la analgesia del trabajo. En ocasiones da rienda suelta a su expresión poética y sus versos son esclarecedores:

Sois un peso tan grande para mí, mis muertos:

Estáis a mi lado como la obligación silenciosa de existir por vosotros;

[…]

Es otro de los puntos clave –y conflictivos– de su argumentario: validar el sufrimiento. ¿Qué podría decir sobre esto un psicólogo en un campo de concentración –ese fue el título original de El hombre en busca de sentido– a las personas que en un barracón se encaminaban con toda probabilidad a una muerte atroz? ¿A aquellos que, a fuerza de suprimir esperanzas y razones habían anulado cualquier voluntad de vivir? Para esta prueba definitiva de su psicoterapia, Frankl echa mano de la literatura y se acuerda del ser «digno de sus sufrimientos» de Dostoievsky y del morir «la propia muerte» de Rilke. Quien defendía con vehemencia el hacerse cargo de la vida y ser responsable de la misma hasta darle un sentido, defendía lo mismo para su último momento. Al fin y al cabo el ser humano es «el ser que siempre decide» y, sí, es «la criatura que inventó las cámaras de gas, pero, al mismo tiempo, es el ser que entró en las cámaras de gas, firme, cantando La Marsellesa, o con una oración en los labios».

A finales de marzo de 1946 firma uno en el que se pregunta: ¿Cuándo llegará por fin mi primavera? En realidad ya ha llegado. En la carta que dirige a su hermana y sus sobrinos, Frankl tiene otro tono, otro discurso y novedades que contar. Su obra Psicoanálisis y existencialismo «ha sido un éxito rotundo […]. En unos días se publica el segundo libro, Un psicólogo en un campo de concentración. El tercero ya lo tengo escrito. El cuarto lo escribirán una serie de personas prestigiosas». Y además, y sobre todo, su estado de ánimo ya no es tan sombrío: «pues he empezado a salir con una chica (no solo a hablar sino a salir) que me quiere muchísimo y que es una persona absolutamente extraordinaria». Será la persona capaz de darle la vuelta a todo, la que se convertirá en su mujer y con la que tendrá una hija al año siguiente, en 1947.

«El ser humano es […] la criatura que inventó las cámaras de gas, pero, al mismo tiempo, es el ser que entró en las cámaras de gas firme, cantando La Marsellesa, o con una oración en los labios»

Y si el plano personal se encauza, el profesional despega definitivamente. «Me he vuelto famoso de la noche a la mañana […]. La gente se pelea por mis artículos y conferencias», escribe Frankl, y es verdad. También compra sus libros al por mayor y las ediciones y nuevas publicaciones se suceden. En ellas va perfilando la exposición de la logoterapia y el análisis existencial como una escuela de psicoterapia independiente que se centra en la búsqueda y la voluntad del sentido, frente a la voluntad de placer freudiana o la voluntad de poder de Adler. Una teoría en la que influyó decisivamente su experiencia traumática, su manera de afrontarla y su propósito de superarla.

Frankl echa mano de la literatura y se acuerda del ser «digno de sus sufrimientos» de Dostoievsky y del morir «la propia muerte» de Rilke

Si las cartas y algunos poemas protagonizan la primera parte de Llegará un día en que serás libre, artículos y discursos componen las siguientes. En ellas Frankl expone algunas de las tesis en las que solía hacer hincapié. Una de ellas era la diferenciación entre la culpa y la responsabilidad en sentido colectivo. Para Frankl solo uno es solo culpable de sus actos y no tiene sentido un concepto tal como la culpa en referencia a una nación. Ahora bien, ¿quiere esto decir que no es responsable? Con su habilidad para el ejemplo, gracias a la cual sus tesis llegaron a millones de personas, Frankl cita a un enfermo de apendicitis que obviamente no es culpable de lo que le pasa, pero sí responsable de las consecuencias: si un médico le opera para sanarle deberá hacerse cargo de la factura. Así, para la superación de la época cada uno tendrá que dejar de excusarse en el «no saber nada» para comprender finalmente que hay que «ayudar a reparar aquello de lo que él no es culpable; y ya no seguir repitiendo una y otra vez que él también sufrió, sino que podrá decirse a sí mismo: no hemos sufrido en vano, ¡hemos aprendido!».

«No hay mayor solidaridad en la Tierra que la solidaridad del sufrimiento», escribe Viktor Frankl frente a un extraño fenómeno con el que no contaban quienes sobrevivieron al nazismo: cierta condescendencia de los que habían pasado por los principales campos respecto de los presos de los pequeños, de quienes habían llegado allí como víctimas políticas o raciales. Frankl se dirige a todos ellos y les recuerda y les pide solidaridad del sufrimiento: «que los compañeros de sufrimiento se conviertan en compañeros de lucha».

«El prisionero de un campo de concentración es y seguirá siendo un tipo actual mientras siga existiendo en Austria un solo nazi»

Porque la desgracia, su desgracia, no había terminado con la salida; a la salida les esperaban la decepción y el rencor ante una injusticia prolongada a base de ninguneo y silencio: «Con frecuencia –dice–, parece que los prisioneros de los campos […] son vistos ya como figuras anacrónicas de la vida pública». Y se pone muy firme: «Me explico: el prisionero de un campo de concentración es y seguirá siendo un tipo actual mientras siga existiendo en Austria un solo nazi, ya sea encubierto o, como vemos de nuevo, declarado. Somos la personificación de la mala conciencia de la sociedad». El psiquiatra recuerda en este momento a Freud y lo que, según sus teorías, se hacía con la mala conciencia: reprimirla. «Pero nosotros no nos dejaremos reprimir. Construiremos una comunidad de lucha, una comunidad suprapartidaria con un enemigo común: el fascismo». Una lectura, cualquier lectura de Frankl, es siempre una lucha y una victoria sobre el olvido y un recordatorio de lo que no se puede olvidar porque no se puede repetir.

El pensamiento de Viktor Frankl

Los libros del neurólogo vienés están cuajados de frases que suscitan la reflexión o la prolongan y que perfectamente se pueden considerar aforismos. Esta es una recopilación de algunas de ellas:

«Las razas no existen o solo existen dos razas: la de las personas decentes y la de las indecentes».

«La culpa solo puede ser personal, solo puede ser la culpa por lo que uno mismo ha hecho o dejado de hacer, por lo que podría haber hecho y no hizo».

«Solo hay una persona a la que podamos exigirle heroísmo: uno mismo».

«No solo queremos recordar a los muertos, sino también perdonar a los vivos, y así como tendemos la mano a los muertos, por encima de cualquier tumba, también queremos tendérsela a los vivos, por encima de cualquier odio».

– «En el pasado el activismo iba unido al optimismo, mientras que hoy en día el pesimismo es condición previa del activismo».

– «La persona siempre conserva la libertad de adoptar una actitud u otra frente a su destino, frente a sus circunstancias».

– «La pregunta por el sentido de la vida está generalmente mal planteada; no somos nosotros los que podemos preguntar por el sentido de la vida, sino que es la vida la que plantea preguntas, la que nos dirige preguntas».

Periodista cultural y escritora